Poetas

Poesía de Argentina

Poemas de Nemer ibn el Barud

Nemer ibn el Barud fue un escritor argentino de origen libanés, nacido el 16 de diciembre de 1925 en San Juan y fallecido el 17 de octubre de 2010 en Buenos Aires. Su obra abarca diversos géneros literarios, como la poesía, el teatro, el cuento y la novela. Además, se desempeñó como periodista, docente y funcionario público.

Su vida estuvo marcada por el amor a las letras y a la docencia. Desde joven, trabajó como profesor en la Escuela de Periodismo Sarmiento y luego en la Universidad Nacional de San Juan. También colaboró con el Diario de Cuyo, donde publicó artículos sobre cultura, política y sociedad. En 1971, fue nombrado Secretario General de la gobernación de su provincia natal.

Su obra literaria se caracteriza por la búsqueda de una voz propia, que refleje su identidad mestiza y su sensibilidad poética. Su primer libro fue Rimas para mi cielo (1950), una colección de poemas dedicados a su esposa. Luego siguieron otros títulos como Perfil del ansia (1960), Astroliquen (1965), Deolinda Correa (1967), Monosílabos (1973-1976), El vuelo de la mariposa (1977), La flecha, la paloma y el arquero (1980), Por amor al amor (1985) y Credo del caminante (1998), entre otros.

Su obra más conocida es Monosílabos, una trilogía poética compuesta por La mañana, La tarde y La noche, que fue publicada en español y en árabe. En estos poemas breves, Nemer ibn el Barud explora temas como el tiempo, el amor, la muerte, la fe y la naturaleza. Su estilo es sencillo pero profundo, con un uso magistral de las imágenes y los símbolos.

Nemer ibn el Barud fue un escritor que supo combinar su herencia cultural árabe con su pertenencia a la tierra sanjuanina. Su obra es un testimonio de su pasión por la palabra y por la vida. Su legado sigue vigente en las nuevas generaciones de lectores y escritores.

Versos sueltos VIII

“…
no somos tan indescifrables
para que Dios no nos lea,
pero Dios es indescifrable
porque no sabemos leer.”

“Creo que las islas
son señales que deja la tierra
para que el mar no se extravíe.”

“Creo que huir de mí mismo
es la infidelidad que más lamento…”

“Creo que vencerse
es ser el más fuerte
de los vencidos…”

“No creo en la perfección
de las cosas.
Creo en la perfección
de los ojos que ven esas cosas.”

“Nadie sabe que te amo,
sólo mi alma y es muda.”

TIEMPO

Y aquí estoy.
En ti.
En una misma carne inerme
y repetido
hasta el cansancio de los siglos.
Soy el Hombre.
El astronauta de su propio
desengaño
sin otro Juicio Final
ni Apocalipsis
que aquel de tu sentencia.
El del instante en que distraes
en otro ser tu mano.
Soy el abandonado
de altares y penumbras.
El que dejó la rosa,
su cráter incesante;
su viva geometría.
El que se ríe de su llanto y llora.
Aquel
que ruega a Dios
y deja su limosna
de átomos y pólvora

I

PORQUE NADA NUEVO
puede sucedernos.
Presos en los días,
en la continua y misma marcha.
Rodeados de silencio
hacia el silencio.
En tierra envueltos
rumbo a la tierra.
Encanecidos desde siempre
con un globo de color y una cruz.
Saltando zanjas,
eludiendo torres;
árboles de miedo.
Cayendo en la ilusión
y levantándonos.
Mordidos de planetas y cohetes
vamos.
Abajo.
Mucho más abajo,
en el polvo,
alguien teje.
Donde todo comienza
con nuestra cal blanquean
las galaxias.

SU MANANTIAL

Su voz crece en las sombras.
Ronda frío.
En nuestros pies;
en los pies se esconde.
A cada paso suma una sonrisa.
Por eso el aire abre su metal.
Nos deja hollar su canto,
sus vocales
y en música resuelve el llanto
que con nosotros viene
inderramable.

EN LA PIEDRA

En la piedra está.
Coágulo nono.
Forma primera
bajo el escalofrío de la noche.
En la piedra adventicia
y mineral
está el fuego
detenido allí,
inerte
mientras rodaban los astros
con nosotros
procurando el diseño inicial.
El contorno.

VI

NEBULOSA de ayer,
de hoy.
De siempre.
Ignea razón desconocida.
Razón de ser esto.
Esto, nada más.
Imponderable flujo,
marea planetaria.
Órbita,
ciclo.
Verde y azul
y luego
tránsito
al verde y al azul
sin nada

VIII

VIENE DE DÓNDE
Nadie pregunta con otra voz
que la que tiene.
La que aprendió.
La que escuchara
plagiario de estaturas
músculos y sexos.
Dice, sí.
Habla y dice, repitiendo.
No es esa la palabra.
El oido del tiempo no se elige.
Es sólo una ventana
abierta en un átomo
simple y solo
por donde pasa toda
la humanidad.

QUÉ DEL AMOR

Qué de la vida
y de la muerte queda
después de tí.
Sólo nosotros nos lloramos.
En hambre, frío,
lujuria y compasión
buscamos el eco.
Matar la soledad
este pan de hielo
que tu incesante mano nos da
miga por miga

día por día –
en tanto cae
a la luz
y a la sombra
el hueso vertical
articulado,
queriendo horadar
la niebla que te cubre
a pesar del buen sol
la enferma luna
y los dioses
después de ti
inventados.

SABEMOS DE TI

Sabemos porque germinas
y sepultas.
La luz es sólo tu ademán
más lento.
Por ti los astros echaron raíces
en el cielo
y vagan sonámbulos,
absortos aún en tu misterio.
Vibras y receptas,
callas.
En el espacio flota tu piel.
Sordo y mudo.
Un ojo solo
abierto.
Mirada ilímite y celeste.
Polífemo inmaterial
con cintura de astros,
todo sexo.
Las vírgenes son tuyas.
La tierra virgen
y la tierra hollada.
A qué rincón no llega
tu abrazo semental,
la fiebre de tu cuerpo
y qué matriz no siente
tu empuje.
Tu penetrante rito
descendiendo del laurel
y de la escarcha.
Señor de la cohetería,
astro- liquen soy.
Te busco
desde la rueda
y la palanca.

GOZA

y gózate con pulpas
y pantanos.
Hunde y húndete.
Germina.
Labra caminos en el aire.
Deja tus manos
y con los pies aplasta
el infinito.
Es todo lo por hacer;
lo reservado.
Siempre habrá un espejo
que refleje tu soledad.
Tu sola y única soledad,
hermano.