Poetas

Poesía de Cuba

Poemas de Octavio Armand

Octavio Armand. Poeta cubano, (Guantánamo, 1946) vivió durante décadas en Nueva York, donde fundó y dirigió la revista Escandalar. Es autor, entre otros, de los volúmenes de poesía Cosas pasan (1977), Biografía para feacios (1980), Origami (1987), Son de ausencia (1997), Clinamen (2013) y Concierto para delinquir (2016), de los ensayos de Superficies (1980), El pez volador (1997), El aliento del dragón (2005), Estética invertebrada (2014) y Horizontes de juguete (2016), y de las memorias de El ocho cubano1​ (2012). Reside en Caracas.

Espejo

Para Mark Strand

Al traducirte -al repetirte- me di cuenta
de tu soledad y de la mía. La repetición me
separaba de ti y te separaba a ti de ti mismo.
La repetición es siempre un hueco. Como las
púas del erizo, que amparan al mar de su
propio fondo. Porque ahí, en su propio fondo,
mar o Mark no es más que erizo, tú no es más
que yo; hueco: eco: un vacío insostenible.

Biografia para feacios

Tal vez soy Demódoco y cuento las hazañas de Odiseo
O soy Odiseo escuchando el relato del ciego
Ya no fui lo que soy
El lenguaje me mata
¡Cuidado!
¡Voy a nacer!
Digo: nazco
Lo repito, nazco
Mis nueve libras golpeadas
Mi grito que sale directamente de la carne
Mi primera y única palabra aprendida
Mi nombre
La delación y el bautismo hasta esos labios
Los dientes rotos que me tiran
El prudente mendigo esquivándome
¡Tanta, tanta elocuencia!
Cuatro alfiles que me acosan, blanquísimos,
pero untándose mi sombra
Mis pasos que abren tumbas
Yo mismo que corro despertando muertos
y despierto encerrado en otros ojos
Todo está detrás de mí
¡Sólo tengo espaldas!
¡Cuidado!

Diana

A las once de la madrugada
Le tiro un párpado al día
Luego otro

Las hojas son pájaros
Los pájaros viento
Y el viento mece relumbrones
De tanta cuna

Pero no ahora
Nada se mueve en la luz
Ni un color ni una línea

Solo mis ojos nacen
Solo ellos pintan

Calendario

Contaré sus días
hasta el fin de los tiempos.
No será otra nube
ni se lo llevará mi propio aliento
al nombrarlo innumerable.
Será pasado y futuro.
Habrá 31 y 300 y 3000 de abril
y todavía y siempre de abril.
A diario viviré un presente
inagotable, perfecto.

Pájaro

¿Lo viste? Acaba de saltar
de aquel verso a este.
¿No lo ves? Está ahí mismo,
En lo que acabas de leer.
¿Acaso no lo oyes?
¿Tampoco lo oyes?
Lástima. Se fue.

Suma calcárea

La ciudad lame sus ruinas.
Manchas relumbrantes, estalagmitas
empinadas habitadas por nadies
y cualquieras, el ir y venir
de los transeúntes que jadean
en el cuadrivio, los automóviles clavados
por el sol al movimiento inútil
arrancan y frenan, arrancan
y frenan, reverberan, como el titileo
en el lomo de una yegua recién parida.

Me asomo a la punta de la lengua
y cuento mitades. Mujer y hombre,
pobre y rico, niño y viejo, tú y yo,
verbos deshabitados, conjugaciones
sin pasado ni futuro, subjuntivos
a punto de abrirse como nubes
para descargar rabia o tristeza,
cada palabra en el puño
un halcón afilado o una rana de jade
que salta en el quitaipón de la memoria.

Como caracol se asoma la lengua
para saborear tus palabras.
Tus palabras andan de puntillas
sobre la iridiscencia de un cuarzo
y la lengua remolcada llama yo
a quien solo le gusta llamarse tú.
¿Apuestas? ¿El lenguaje de los hombres?
¿O hablar en arrendajo, rana, grillo?
¿Croar en dos patas? ¿Croar en dios
o en su único hijo, plural y babélico?

Pesan como plomo los labios
cuando hablo contigo. Yuntas lo dicho
y lo que se quiere decir, la astucia giratoria
que se mide el traje y duda más que un filósofo,
el insulto y sus zarpazos,
el yo nuestro de cada verbo, sucedáneo
y abundante, que lanza los dados sobre una ola.
Me gusta llamarme tú, te digo,
pero vuelvo a la noria, yodado hasta el tuétano
y siempre en neblinoso subjuntivo.

La suma calcárea de tus pasos
excede a la ligereza del vuelo,
o al repente de sus cenizas
y escama de sardina azorada,
lengua de tu lengua deslenguada,
si las hay, deslenguada lengua
de tu lengua, si las hay, rumbo hostil
y destino incierto, solo el punto de partida,
prensil, se estira como un puente
para que nazca el río sobre unas lajas.

Manchas de cunaguaro al hipogloso
y un poco de tornillo vacío
para atravesar la hora,
para bailar dentro de un ópalo
las rimas de la luz.
Al repente de cenizas,
al azoro de sardina zambullida en cera inútil,
a la ciudad que lame ruinas,
a cada labio contigo y donde falte labio,
o noche, o titileo, un caracol.

Lo firma tú. La fecha es hoy.