Poetas

Poesía de Bolivia

Poemas de Óscar Cerruto

Óscar Cerruto fue un escritor, poeta, periodista y diplomático boliviano, nacido en 1912 y fallecido en 1981.

Cerruto es conocido por su obra literaria, que abarca la poesía, la narrativa y el ensayo. Su estilo se caracteriza por ser reflexivo y lírico, y en sus obras aborda temas como la identidad, la soledad, la muerte y el amor. Entre sus obras más destacadas se encuentran «Los ojos del viento», «La manzana de Adán» y «La isla desconocida».

Además de su carrera literaria, Cerruto también se desempeñó como periodista y diplomático. Fue corresponsal de guerra durante la Guerra del Chaco entre Bolivia y Paraguay y ocupó diversos cargos diplomáticos en el extranjero, incluyendo el de Embajador de Bolivia en España.

Cerruto recibió varios premios y reconocimientos a lo largo de su carrera, incluyendo el Premio Nacional de Cultura de Bolivia en 1979. Su obra literaria y su trayectoria como periodista y diplomático lo convierten en una figura destacada de la cultura boliviana del siglo XX.

Calígula

Es la hora que más odias,
cuando la tarde cae
como si se desplomara del tejado.
Lobregueces rastreras
corren bajo tus pies y sientes
que eso que pasa enfriándote la cara
no es el viento.
Comienzas a oír voces
que nadie más oye.
Crees ver centuriones de niebla entre la niebla,
manos que flotan,
lenguas arrancadas, y disolverse en la noche
la tediosa muralla que te aísla.
Tu sombra acobardada te precede
por los polvorientos salones del palacio.
Y llegas a tu lecho
en los hostiles dormitorios
sabiendo que allí sólo te aguardan
sueños enemigos.
Sueños con dientes sin fatiga,
puntuales, pertinaces
como la oscura rata que noche a noche
roe en las tablas del piso.

Cantar

Mi patria tiene montañas,
no mar.

Olas de trigo y trigales,
no mar.

Espuma azul los pinares,
no mar.

Cielos de esmalte fundido,
no mar.

Y el coro ronco del viento
sin mar.

Altiplano

1

El Altiplano es inmensurable como un recuerdo.
Piel de kirquincho, toca con sus extremos las cuatro puntas del cielo,
sopla su densa brisa de bestia.
El Altiplano es resplandeciente como un acero.
Su soledad de luna, tambor de las sublevaciones,
solfatara de las leyendas.
Pastoras de turbiones y pesares,
las vírgenes de la tierra alimentan la hoguera de la música.
Los hombres, en el metal de sus cabellos,
asilan el caliente perfume de los combates.
Altiplano rayado de caminos y de tristeza
como palma del minero.

2

El Altiplano es frecuente como el odio.
Ciega, de pronto, como una oleada de sangre.
El Altiplano duro de hielos
y donde el frío es azul como la piel de los muertos.
Sobre su lomo tatuado por las agujas ásperas del tiempo
los labradores aymaras, su propia tumba a cuestas,
con los fusiles y la honda le ahuyentan pájaros de luz a la noche.
La vida se les tiza de silencio en los fogones
mientras las lluvias inundan sus huesos y el canto del jilguero.

3

Altiplano sin fronteras,
desplegado y violento como el fuego.

Sus charangos acentúan el color del infortunio.
Su soledad horada, gota a gota, la piedra.

Casa de Lope

¿No he pisado antes este suelo?
¿No he sido yo el que ha plantado
junto al brocal del pozo esa aspidistra?

Cuántas edades tiene si fue mano
la de él quien le dio vida, la formó
como obra de su aliento.

Calle de los Francos, todavía
salobre de mis lágrimas;
piedras de mis entrañas, dolidas
por diligencia del agravio.

Ah vosotros fantasmas
más vivos que la vida, sostenidos
por su amor que os permite
bullir en aposentos y braseros.

Qué solo estoy, Antonia Clara,
qué amargo rey con mis memorias
y este dolor por ti humillados
de espinas y de olvido.

Los cuervos de la tarde
graznan ya en las torres
de las Trinitarias. Campanadas
que la hora tiñe de presagios.

Afanes de muerte me consumen,
clamo, el eco me responde y con
mi propia voz me desengaña.
No sangre, miedo por mis venas sangra.

Ya es noche; noche larga.
Artificios del mundo, ingratitudes,
menos sois que soflama de pavesa,
mientras Dios, que es sustancia, permanece.

El hombre es nada,
hombre solamente,
aunque la fama a cumbres de fulgor lo exalte,
si el vejamen
del vivir todo lo iguala.

El miedo

I

No es el sonido de mi sangre
o el ala de un insecto
ni siquiera
la luz
acercándose
oscilante como una mano
en la indefensa
sombra.
Lento rebota un grito
en las piedras de la calle
y oyes el sueño de una hoja.

La calma
corroída
repite su amenaza.
El ojo (indecible)
del silencio.

Un muro es la noche
y transparece.

II

Sabía que mi muerte eran puñales
y era una sola bala
y no temía.
Más temía l
a noche de los otros
sin pisadas.
Y ahora muero oyendo
clarear el viento entre los árboles
correr el ruido a sus asuntos.
Miro mi mano
no la veo
cierro y sólo estrujo
frío recuerdos oxidados.
¿Es la muerte esta jugada?
¿O estoy muerto
ya muerto
caminando por la muerte?
Ninguna voz
ninguna luz.
El estridor apenas
de la sangre que también me abandona.
¿Y si no era ésa la bala que
desde que soy
ya me correspondía
ni ésta mi muerte?
No sé si grito
no sé si alguien escucha el grito
no sé si doy vuelta la cara.
Mis lágrimas golpean
la vasta vasta soledad
sin puerta.