Poetas

Poesía de Argentina

Poemas de Osvaldo Svanascini

Osvaldo Svanascini (8 de diciembre de 1928 – 19 de mayo de 2015) no solo fue un escritor y crítico argentino, sino un maestro de las letras que dejó una marca imborrable en la literatura y el arte. Miembro destacado de la Academia Nacional de Bellas Artes y líder de la Asociación Argentina de Críticos, su vida fue un flujo constante de creatividad y dedicación.

Con una pluma que danzaba entre el arte oriental y la poesía, Svanascini no solo escribió, sino que también dirigió el Museo Nacional de Arte Oriental en Buenos Aires, convirtiéndolo en un templo de conocimiento. A mediados de los 50, junto a su compatriota Kazuya Sakai, fundó y codirigió la colección Asoka de la Editorial Mundo Nuevo, sembrando la semilla de la cultura.

Galardonado en tres ocasiones con la Faja de honor de la SADE y reconocido con el prestigioso Premio Konex en artes visuales y ensayo de arte, Svanascini recibió la Orden del Sagrado Tesoro del Japón, un tributo a su profundo entendimiento del arte oriental. En 1988, el Premio Nacional de Literatura honró su obra «Breve historia del arte oriental«.

Las palabras de Svanascini no solo fluían en ensayos y críticas, sino también en poesía. «Huir a solas» y «Poemas disociados» son testigos de su habilidad para capturar la esencia humana con una destreza lírica única. Su legado es una sinfonía de letras, desde «Esquema del Arte de la India» hasta «Las cámaras del vacío«, que resuena en el corazón de la literatura argentina. En su paso por la tierra, Osvaldo Svanascini no solo escribió, sino que también erigió puentes entre culturas, entre tiempos, entre las páginas de sus libros y los corazones de quienes tuvieron el privilegio de adentrarse en su universo literario.

Bitácora

Tengo el mapa marino para mi viaje
a los confines de la nube del presentimiento
en la barca de espinas y lodos antiguos
con el timonel de las barbas postizas.
Llegaré con un alba de almanaque
con meandros para uso de los solos
con velas encendidas de lágrimas
con mares que escriben sus memorias.
Sé que nadie encenderá mi partida
que ninguno estará para anunciarme:
maneras de estar borrado
antes de haber crecido en la derrota.
Pero tendré la hierba como mensajera
el humo de la noche en confidencia
me abrazarán las penas sin deriva
el sabor del tiempo en el agua detenida.
Y luego dormir hasta la mirada sin deseos
pisar la levedad del minutero
tratar de hallar al anciano sin miradas
para entregarle los naipes del hallazgo.

V

Circunstancia de espera para el mundo del ojo
en donde la ciudad duerme su póstumo sueño.
Ahora superamos la vigilia de los disgregados minutos
en la que nuestro humanismo repetía su consigna
y en donde los sarcófagos dibujan a la muerte
despidiéndose del tiempo con la mano detenida.

El recuerdo ha quedado con la boca desterrada
en medio del paisaje. Una estatua grita
la gestación de su piedra moribunda.

La soledad detiene la dimensión de la palabra.

Una línea se vuelca ahora y nos dibuja hacia siempre.

Pabellón de La Perla (Kyoto)

A las nueve la humedad de las plantas vuela
entre las arrugas de la frente. Bajo la tierra
una oreja detiene su ritmo
y en la casa pequeña de los tés apretados
un señor se inclina para saludar a los grillos.
El silencio es el cuarto invitado
que coloca su sombrero de aire
su mano de arroz su ojo de rocío
y sonríe con su dedo
sonríe con la soledad que baila en sus dientes
y después toma la forma de una mano.
Me doy cuenta que no estoy allí
que es imposible también que pueda irme
que he de olvidarme para siempre
que afuera los dragones han perdido sus disfraces.

Autoepitafio en ciudad lejana

Paseando entre tempos me acordé de morir
Sólo por cumplir con la vanidad del recuerdo.
Y me sentí sin las voces que me hacen falta
Sin dedos disimulando los atardeceres
Sin el olor de los cuerpos que respiraban conmigo.
Y quise retornar desorbitadamente
Aunque todo estaba cerrado y clausurado
Pero no fue necesario porque con dar vuelta los ojos
Pude leer el pasado perder los rubores
O usar las melodías para encontrar al dueño
De las calesitas de azúcar y rocío.

Bruma impar

De todos los refugios prefiero el arco iris
de todos los sabores adhiero a las mañanas
de todas las esperas sostengo la inclemencia
porque los contornos de la ansiedad son indicios
que pueden sentarse en las antorchas.

Por eso criar un cíclope es nostálgico
y nadie pretende amar su gozo
ni produce clamores su balbuceo.

No hay otra manera de esperar
todo es más largo que las sentencias
y no quedan sacrificios para lamentar
apenas remontar el agua en bicicleta
decirle al ciego que el cielo debe ser mejorado
o que para cansarse los días se inmunizan
entre interjecciones de vetustos sapos.

En mi camisa crecen las porcelanas
que se han fatigado por cavilar
en mi zapato izquierdo hay una canoa que se hunde
y dos contramaestres que buscan su naufragio.

Espero la noche
para incendiar los sueños
para agonizar con sonrisas de canela
para eludir las ruedas
que me persiguen entre trozos de presagios.