Poetas

Poesía de Francia

Poemas de Pierre Louÿs

Pierre Louÿs (Gante, Bélgica 10 de diciembre de 1870 – París, Francia, 6 de junio de 1925), fue un escritor y poeta francés.

Pierre Louÿs nace como Pierre Félix Louis el 10 de diciembre de 1870 en Gante, Bélgica, pero pronto se traslada a Francia donde residirá el resto de su vida. Cursa estudios en una escuela alsaciana, donde desarrolla una gran amistad con el futuro Premio Nobel y defensor de los derechos homosexuales, André Gide. Louÿs comenzó a escribir sus primeros textos eróticos a los 18 años, a la vez que desarrolla interés en el Parnasianismo y el Simbolismo.

En 1891, Louÿs ayudó a fundar una revista literaria, La Conque, donde se publican obras de autores Parnasianos y simbolistas: Gide, Mallarmé, Moréas, Valéry y Verlaine. Louÿs publicó Astarté, que es una colección temprana de versos eróticos ya marcados por su estilo elegante y refinado. En 1894 publica una colección erótica de 143 canciones titulada Las canciones de Bilitis (Les Chansons de Bilitis), esta vez con temas lésbicos fuertes (uno de los distintivos de su literatura erótica). Se divide en tres secciones, cada una representativa de una fase de la vida de Bilitis: Bucólicas en Pamphylia, Elegías en Mytilene, y Epigramas en la isla de Chipre; dedicados a ella, también una Biografía breve de Bilitis y tres Epitafios en la Tumba de Bilitis. Alcanza gran renombre porque Louÿs los publica como si fuera la obra de una cortesana de la Grecia antigua y contemporánea de Safo y Bilitis, que Louÿs hubiera sólo traducido. El engaño no dura mucho y el «traductor» Louÿs pronto es desenmascarado como el autor. Esto no desmereció la obra, pues es elogiada como fuente de elegante sensualidad y estilo refinado, incluso más extraordinario por la representación compasiva del autor (y la mujer en general) de la sexualidad lesbiana. Algunos de los poemas fueron adaptados como canciones para voz y piano, y, en 1897, su amigo íntimo Claude Debussy compone una adaptación musical. En 1955, una de las primeras organizaciones lesbianas en América se llamó «Las Hijas de Bilitis», y desde ese día las Canciones continúan siendo una obra importante para las lesbianas.

En 1896, Louÿs publica su primera novela, Afrodita (Aphrodite (mœurs antiques)), un retrato de la vida cortesana en Alejandría. Se considera una mezcla de excesos literarios y refinamiento, y, numerada en 350.000 copias, es la obra más vendida de cualquier autor francés vivo en su tiempo.

Louÿs publica en 1901 Las aventuras del rey Pausole (Les Aventures du roi Pausole), que sería ilustrada por Tsuguharu Foujita. En 1916 publica La antesala de la muerte (Pervigilium Mortis), también una composición libertina como la anterior, y en 1917 Manual de Urbanidad para Jovencitas (Manuel de civilité pour les petites filles à l’usage des maisons d’éducation), una parodia de una obscenidad casi sin par incluso en la amplia historia de publicaciones clandestinas francesas.

Incluso en su lecho de muerte, Pierre Louÿs continuó escribiendo versos obscenos.

Por otro lado, se le menciona entre los escritores franceses que asesoraron a Oscar Wilde en la redacción del drama teatral Salomé, originariamente escrito en francés y que no pudo estrenarse en Londres por cuestiones de moralidad.

Bilitis

De lana viste la vecina ruda;
hay mujeres que lucen sedas, oro;
otras, con hojas cubren su decoro;
otra, las flores con primor anuda.

Yo no quiero vivir sino desnuda.
T ámame, amante, como voy. Adoro
de joyas y damascos el tesoro,
mas, no a Bilitis una gasa escuda.

Son mis labios de un rojo sin ardides;
es negro mi cabello, sin tocado,
flota libre en mi frente un solo rizo.

Una noche de amor así me hizo
mi madre. Tómame cual soy, amado:
mas, si te gusto, dímelo… no olvides.

Los senos

Dulce, blandamente
la túnica abrió;
y como se llevan
al ara de un dios
vívidas palomas
de terso plumón,
con su mano leve
los senos me dió.

-Ámalos -me dijo-
con igual pasión
con que yo los amo:
son niños en flor.
A ellos me entrego
cuando sóla estoy;
arrullos y mimos
sé para los dos.

Con leche los baño
y rayos de sol;
y son mis cabellos
el lino mejor
que calca y enjuga
su rojo botón.
Entre finas lanas
triunfa su primor;
yo los acaricio
con trémula voz.

Como en mis entrañas
nunca habrá un dolor,
sé tú el pequeñuelo,
busca su pezón.
Y como besarlos
jamás podré yo,
dáles en mi nombre
mil besos de amor.

El apogeo

Psiqué, hermana mía, escucha inmóvil, y tiembla.
La dicha llega, nos toca y nos habla de rodillas.
Estrechémonos las manos. Sé grave. Escucha aún… Nadie
es más feliz esta noche, más divino que nosotros.

Una ternura inmensa atrae entre las sombras
nuestros ojos semi-cerrados. ¿Qué queda todavía
del beso que se calma, del suspiro que se pierde?
La vida ha dado la vuelta a nuestro áureo reloj de arena.

Esta es nuestra hora eterna; eternamente grande.
La hora que sobrevivirá al efímero amor
como un velo impregnado de rosa y lavanda
conserva, cien años después, la juventud de un día.

Más tarde, hermosa mía, cuando noches ajenas
hayan pasado sobre ti, que ya no me esperarás,
cuando otros, acaso, amiga de las suaves manos,
celosos de mi nombre, rozarán tus pies desnudos.

Acuérdate de que un día vivimos los dos juntos
la única hora en que los dioses conceden, un instante,
a la cabeza inclinada, a la espalda temblorosa,
el puro espíritu vital que huye con el tiempo.

Acuérdate de que una noche, en nuestro lecho,
acariciándonos con deseos ansiosos de unirse,
cambiamos de boca a boca
la perla imperecedera en la que duerme el recuerdo.

El árbol

A un árbol, desnuda, subí cierta vez:
la lisa corteza mis muslos asían,
en húmedo musgo fincaba los pies.
Tan alto que, apenas, las hojas mojadas
del sol me cubrían
con sombra discreta,
me puse a horcajadas
en cómoda horqueta
y balanceaba feliz, al desgaire,
los pies en el aire.
De lluvia temprana, besando mi piel
las gotas rodaban del fresco dosel;
de zumo de flores bermejas tenía
las plantas, y el musgo mis brazos cubría.
Y al soplo impetuoso
del viento -al empuje de fuerzas internas-
el árbol hermoso
tremaba de vida…
Lo sentí de pronto, toda estremecida,
y apreté las piernas
y posé, entreabiertos, los labios en llama
sobre la vellosa nuca de la rama.

El bucoliasta

Entre los dedos ágiles la flauta estremecida
como femíneo talle, dócil a la ternura,
un enjambre de arpegios cautivos apresura
a hermanar del rebaño con la voz dolorida.

Al tañedor infante que a la canción convida
responde sólo el eco de la yerma llanura;
los dioses nunca amaron la pastoril ventura
que arrullan las cigarras en la noche transida.

Y el efebo así canta: ¡Oh Febo! Sé clemente;
soy bucoliasta y puro, de los dioses ferviente:
dáme el laurel ansiado que tu poder recata.

Y cuando me concedas tu indulgente sonrisa,
consagraré en el ara que la grama tapiza
mi rústica siringa a tu lira de plata.

En la estela de Leconte de Lisle

Peregrino: en la estela que entre lauros triunfales
alza sobre mi fosa su funeral decoro
esculpió un lapidario la cigarra de oro,
la faz del astro rey y los pavos reales.

Canté las epopeyas, los héroes inmortales,
y la sagrada Atenas y el rutilante coro,
y exalté con visiones purpúreas el tesoro
del Trópico hechizante, sus golfos y corales.

He aquí mi sepulcro. No la natal comarca
con esplendor de sueños orientales enmarca
ni entibia con sus vahos mis despojos proscritos.

Pero el viviente triste ya es el muerto glorioso:
alado fue mi espíritu a res’catar ansioso
los nombres de los dioses y el alma de los mitos.

Los tres amantes

El primer amante
me ciñó un collar
de perlas nacidas
en ignoto mar;
con él, un palacio
y esclavas sin par
y un templo y un trono
pudiera comprar.

El segundo amante
dijo en mi loor:
-Si de tus cabellos
el negro esplendor
desatas, la noche
se esparce en redor;
y de tus azules
ojos al fulgor
la mañana enciende
su primer albor .

El tercer amante
-lo tuve hasta ayer-
de toda hermosura
tenía en su ser;
tan solo mirarlo
era ya un placer
que aún a su madre
hacía estremecer…
Su frente, su boca
-tibio rosicler-
sobre mis rodillas
venía a poner.

Tú, nada me dices;
tú, nada me das:
ni joyas, ni versos,
ni es bella tu faz;
nunca fina clámide
ceñiste quizás…
Sin embargo, túya
siempre me verás
cual los tres amantes
me vieran jamás.

El deseo

Ella entró, y apasionadamente, los ojos
cerrados, unió sus labios a los míos y
nuestras lenguas se conocieron… Nunca hubo
en mi vida un beso como aquél.

Ella estaba de pie contra mí, toda amorosa
y complaciente. Una de mis rodillas, poco
a poco, se colocó entre sus muslos cálidos,
que cedieron como para un amante.

Mi mano deslizándose sobre su túnica,
buscaba adivinar el cuerpo desnudo que curva
a curva ondulante se plegaba, donde se combaba,
se atiesaba con los roces de la piel.

Con sus ojos en delirio, designaba el lecho,
pero no teníamos el derecho de amarnos antes
de la ceremonia de nupcias y nos separamos
bruscamente.

El viejo y las ninfas

Un viejo solitario habita la montaña.
Hace muchos inviernos se cerraron sus ojos
por mirar a las ninfas -peligrosos antojos-.
Desde entonces el recuerdo de tal visión lo baña.

Vive de ese recuerdo. -Sí, las ví, me contesta.
Helopsikria y Limnantis, las de cabellos lisos.
Estaban en la orilla como para una fiesta,
junto a las aguas verdes del estanque de fisos.

Inclinaban sus frentes eróticos instintos
bajo la cabellera. Las uñas transparentes.
Los pequeños tesoros de los senos ardientes
eran maravillosos cálices de jacintos.

Paseaban sus largos dedos sobre las linfas,
engarzando nenúfares de tallos elegantes.
y en redor de los muslos ágiles de las ninfas
formaba el agua círculos cada vez más distantes.