Poetas

Poesía de Cuba

Poemas de Reina María Rodríguez

Reina María Rodríguez nació en La Habana, Cuba, el 4 de julio de 1952. Se la considera una de las voces más importantes de la poesía cubana contemporánea, con alta calidad estética, ética y conceptual.

Reina María es autora de Para un cordero blanco, poemario que le valió el Premio Casa de las Américas en 1984, En la arena de Padua (Premio de la revista Plural, México, 1991 y Premio Nacional de la Critica, 1992), La foto del invernadero (Premio Casa de las Américas, 1998).

También ha escrito narrativa, entre otros, Te daré de comer como a los pájaros (Premio de la crítica, 2001), Tres maneras de tocar un elefante (Premio Italo Calvino, 2004) y Variedades de Galeano (Letras Cubanas, 2008).

Ha obtenido la Orden de Artes y Letras de Francia, con Orden de Caballero en 1999 y de la Medalla Alejo Carpentier en 2002. Así como el Premio Nacional de Literatura en 2013.
Dirige en La Habana el proyecto cultural Casa de Letras y es editora de la revista Azoteas

a veces

a veces él y ella jugaban al escondite en torno
los parvos de heno y los setos de ciruela podados
porque él entendía mucho de caballos y simientes
y olía a fruta desde el belfo a los cascos,
cuando sentado frente a ella con su abundante pelo amarillo
que estaba siempre tan revuelto como la melaza
y el agua de canela del tronco de aquel árbol de sus ojos
-de la supervivencia- eran los ojos que invadía la muerte
la sazón de la muerte con su espuma rojiza
(no hay palabra alguna para sacrificar la muerte
la muerte nunca está del lado de quien muere,
no señala su secreto en el acto de matar).
y ella entonces aportaba sus ojos que invadían la muerte
por encima de la sombra que entraba en el cieno.
yo tenía dieciséis años y lo veía venir
-lo abracé, como pude.
(debes olvidar toda argumentación, toda filosofía del desamparo)
me doblaba y mordía la punta de los dedos
tiznada de sagradas cenizas
bajo el calor de un sol meridiano
mi letra, su sílaba, simboliza el silencio después de la obsesión
-ella piensa en la divinidad.
no hacemos trampas.
el tiempo asesino le arrebata mi cuerpo y también
la abundancia del campo de la imaginación
donde todo fue amenazado
mientras la cosecha terminó de grabarse sobre el fango.

anochece

anochece sobre las tejas de Madrid
pero en las manos traigo la humedad
de las aguas del Báltico.
todavía húmedas,
frías,
me han quemado con esos verdes que no maduran.
es la travesía desde los ojos de los cisnes
tras una fruta opaca. anochece
y estoy tan cerca de tu cuerpo en una casa extraña
contra los pies que en la madera quieren frotar
una textura adormecida sobre un paisaje irreal
(me han devuelto a la conciencia las palabras
que no están donde sueño o donde miro
busco un sueño donde están las sensaciones
porque ya no hay nada que mirar)
y busco algo que querer antes que la noche
irrite mis párpados que sobre las aguas del Báltico
han bebido toda su humedad. porque también anochece
sin prisa sobre las tejas de Madrid y yo miro
por la abertura oblicua de mi piel
la tuya.

cámara secreta

dentro de un cofrecito de ébano
junto a la cama mortuoria de Tutankamen yacen
los fabulosos tesoros del joven rey en el Nilo.
allí encontré una pieza dorada
como una muñeca, o una antigua miniatura india.
alguien me permitió abrir y quizás ver
aquel secreto que soñaba
(en cada sueño perdemos evidentemente
una inocencia) soy otra vez Pigmalión
siempre a la espera de cualquier milagro.
si uno va todo el camino junto a las cosas,
uno puede cubrir todo el camino de ficciones
y ciertamente uno recibe su recompensa
siempre completamente diferente
a la esperada. si alguien,
al menos durmiera sin estar muerto
junto al cofre de un rey
y recibiera un sueño como el mío,
-la miniatura de cristal de Atlántida-
entraríamos de una vez en la inocencia.

edgar, las muchachas y la lluvia

ha vuelto a ser noviembre
y alrededor del ojo profunda otra rayita.
empieza ya el invierno y a veces
no sé dónde guardarme.
tu madre ha sido loca
y de remate amante de cosas imposibles.
no aprendió a cocinar las hormigas
les roban los objetos del cuarto
aún le teme a las tataguas
y al amor.

faltan 20 años o 20 segundos
para que termine el siglo mientras
hacemos amuletos con formas de palomas
que cuelgo en las ventanas contra los bombardeos
20 años o 20 segundos
para que termine este siglo y
sólo te deseo que puedas siempre
admirar las estrellas porque a veces
temo que no podamos contemplar más las estrellas.

tú vivirás en el 2000
y verás árboles cosmódromos mariposas
esa fauna y flora diferente que estamos creando
y vivirás como todos los niños
dentro de un hombre.

pero acuéstate siempre como ahora
entre destornilladores y latas vacías
aunque te asalten las muchachas
y la lluvia.

ella volvía

ella volvía de su estéril landa,
bajaba las piedras antes de que aquella intensidad
se convirtiera en sangre;
y todo aquel amor se convertía en sangre
bajaba por sus muslos (el camino que lleva al centro
es un camino difícil) es el reto del paso
de lo profundo a lo sagrado
de lo efímero a lo eterno,
porque esa intensidad se convertía en sangre
por su necesidad de ser libada en febrero
justo antes de la primavera
-de color apergaminado también sus muslos,
lo que llamaba a olvidar cualquier cosa
para ser un cuerpo también, un camino.
que uno atraviesa con las flores del vestido
convertidas en piedras
porque nada puede durar -ella lo sabía-
si no está dotado por un sacrificio.
la tierra está recientemente sembrada
(era la tierra de sus ancestros)
es el rito que se ejecuta cuando se construye un día
el deseo primordial de representarlo,
como si ese fuego y esas piedras
repitieran ademanes antiguos
y ella pagara con su flujo sobre la tierra estéril
para ser fecundada.