Poetas

Poesía de Estados Unidos

Poemas de Richard Wilbur

Richard Wilbur fue un poeta, escritor y traductor estadounidense que nació en Nueva York el 1 de marzo de 1921. Desde muy joven mostró su talento literario y publicó su primer poema a los ocho años en la revista John Martin’s Magazine. Se graduó en el Amherst College en 1942 y sirvió en el ejército durante la Segunda Guerra Mundial. Luego realizó estudios de posgrado en la Universidad de Harvard, donde también enseñó entre 1950 y 1954.

Wilbur se destacó por su obra poética, compuesta principalmente en formas tradicionales, y por su elegancia, ingenio y encanto. Su primer libro, The Beautiful Changes and Other Poems, apareció en 1947 y desde entonces publicó varios volúmenes de poesía, entre los que se encuentran Things of This World (1956), Advice to a Prophet and Other Poems (1961), Walking to Sleep: New Poems and Translations (1969), New and Collected Poems (1988) y Anterooms: New Poems and Translations (2010). Recibió dos veces el Premio Pulitzer de Poesía, en 1957 y 1989, y otros galardones como el National Book Award, el Bollingen Prize y el Robert Frost Medal. Fue nombrado Poeta Laureado Consultor en Poesía de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos entre 1987 y 1988.

Wilbur también fue un notable traductor, especializado en las comedias del siglo XVII de Molière y los dramas de Jean Racine. Su traducción de Tartufo se convirtió en la versión estándar en inglés y fue presentada dos veces en televisión. Wilbur también escribió letras de canciones para la opereta Candide de Leonard Bernstein, incluyendo las famosas «Glitter and Be Gay» y «Make Our Garden Grow». Además, publicó varios libros infantiles, como Opposites, More Opposites y The Disappearing Alphabet.

Wilbur falleció el 14 de octubre de 2017 en Belmont, Massachusetts, a los 96 años. Dejó un legado de poesía refinada, lúcida y humana, que ilumina las experiencias cotidianas con una mirada profunda y sensible.

CAVANDO EN BUSCA DE LA CHINA

«Bastante más abajo está la China», dijo alguien.
«Cava lo suficientemente hondo y podrás ver el cielo
Tan claro como el fondo de una fuente.
Excepto que sería en realidad un cielo diferente.
¡Entonces podrías cavar hasta que llegaras
A la China! Oh, no se parece a Nueva Jersey.
Hay gente, árboles y casas, y todo eso,
Pero muy, muy diferentes. Nada parece lo mismo.»

Fui y saqué la pala del galpón
Y sudé como un culi toda esa mañana,
Cavando un pozo junto al arbusto de lilas,
Apoyado en mis manos y mis rodillas. Fue una especie
De rezo, sospecho. Observaba mi mano
Cavar hondo y más oscuro, y traté y traté
De soñar con un lugar donde nada fuese lo mismo.
La pala nunca logró abrir un paso al azul.

Antes de que el sueño se cansase de sí mismo
Mis ojos ya estaban cansados de mirar dentro de la oscuridad,
Mi cabeza cocinada por el sol de colgar sobre un agujero.
Me alcé en un lugar que había olvidado,
Parpadeando y pasmado mientras la tierra daba vueltas
Y me mostraba graneros de plata, los campos dormitando
En mantos de esplendor, lo evidente vistiéndose y
desapareciendo
En las mareas de hojas, y todo el cielo azul china.
Hasta que recuperé mi equilibrio
Y todo lo que vi era China, China, China.

UNA CONDICIÓN CRÓNICA

Berkeley no previó un clima tan neblinoso,
Y tampoco siglos de luz
Se proponen un día tan tenue. Envueltos juntos
En la separación, los árboles
Persisten o no, más allá de las empalizadas
Grises y blancas. Idas
Las alas cualesquiera que molestaban a las hojas encendidas
Cuando había hojas. ¿Han caído
Todos los gorriones? Apenas puedo oír
Mi recuerdo de esas abejas
Que hasta hace poco hipnotizaban el prado.
¡Ahora, algo, resplandece! Un temor
Me envuelve ahora de que el árbol de Hilas caiga
Donde ningún ojo alumbra y se aflige,
Que caiga a la nada y sin un sonido.
Me balanceo e inclino sobre el suelo desaparecido.

PIEZA DE MUSEO

Los buenos y grises guardianes del arte
patrullan las salas con zapatos esponjosos,
imparcialmente protectores, aunque
tal vez sospechen de Toulouse.

Uno de ellos dormita contra la pared,
acomodado en una silla mortuoria.
Una bailarina de Degas hace piruetas
sobre la raya de su cabello.

¡Mira cómo gira! La gracia está allí,
pero también se nota la tensión.
Degas amaba ambas cosas:
La belleza unida a la energía.

Edgar Degas compró una vez
un bonito Greco, y lo puso en la
en la pared, al lado de la cama,
para colgar sus pantalones mientras dormía.

Epistemología

I

Dale una patada a la roca, Sam Johnson, rómpete los huesos:
Pero como nube, como nube es la materia de las piedras.

II

Ordeñamos la vaca del mundo, y mientras lo hacemos
Le susurramos al oído: “No eres verdad.”

Salen

Poco a poco el verano muere;
En la linde del prado una margarita vive solitaria;
Un último chal de calor yace
sobre la piedra gris del campo.

Todos los gritos son diáfanos y breves;
El prado ha susurrado la última misa del verano:
Un grillo como un coche fúnebre que aminora la marcha
Se arrastra desde la hierba seca.

Excusa

Una palabra se clava en la garganta del viento;
Una lancha de viento es llevada por el oleaje de centeno;
A veces, en el extenso silencio,
Las colgantes manzanas destilan su oscuridad.
Tú, llamando, con un vestido verde y el cabello marrón,
Que ahora llegas por el sendero y cuyo nombre pronuncio
Suavemente, perdóname amor si te llamo también
Palabra de viento, corazón de manzana, refugio de hierba.