Poetas

Poesía de Estados Unidos

Poemas de Roald Hoffmann

Roald Hoffmann (Złoczów, 18 de julio de 1937, nacido Roald Safran ya que Hoffmann es el apellido de su padrastro) es un químico teórico y profesor universitario estadounidense, de origen polaco, que ganó el Premio Nobel de Química en 1981. Actualmente es profesor en la Universidad de Cornell en Ithaca, Nueva York

Tsunami

Un SOLITÓN
es una singularidad
en una onda
en movimiento, un borde
que se desplaza
sólo en esa dirección.
Filmamos en una ocasión
uno que se movía
indiferente
por una superficie de platino.
Los solitones pasan
imperturbables
unos
a través
de otros.
Tú eres una onda.
No estás de pie, ni
viajas, ni satisfaces
ecuación alguna.
Eres una onda qué no será
sometida
al análisis (de Fourier).
Tú eres una onda; en
tus ojos me
hundo de buena gana.
No somos solitones,
no podemos atravesar
inalterados.

JUNIO DE 1943

Otros regresaron mucho después
de acabar la guerra, así que yo estaba seguro
que tú no estabas muerto, padre.
Cuando te conducían por la ciudad,
probablemente escapaste,
corriendo. Era otro al que habían disparado
en tu lugar. Un día
tú volverías,
flaco, raído, para contar historias
de los pantanos donde te escondiste.
Un día volverías,
recorriendo un largo camino desde Rusia.

Y cuando me fallaste
y no viniste, le pedí a mi madre
que me contase una vez más
lo que había pasado,
y me obligué a entrar en la mente
del judío que te delató,
oh padre mío,
el que reveló donde ocultabas tus armas,
tus planes de fuga.
Yo le hablé de tu valor.

Cuando esto no sirvió, padre,
soñé que tenía poderes,
que podía bombear vodka
en la sangre, paralizar
al policía ucraniano
que disparó su arma
cuando atacaste al jinete de las SS.

Y cuando esto también falló,
oh padre,
cerré las persianas
y les torcí el rostro
a las personas forzadas
a mirar en la plaza,
para que no pudieran verte caer,
para que no pudieran oírte decir,
dos veces, el nombre de mi madre.

para Carlos Fuentes

1

Para ser animal, inteligente, las células eucariotas
cercan sus membranas, duplican,
las librerias codificadas del nucleo, se enredan,
se fusionan a la cruda red de sacos del retículo endoplasmático.

Harto de órganos subcelulares que potencian sus células
con la habilidad para rechazar trasplantes,
envuelven una capa de mielina alrededor de una neurona,
ves rojo, y entonces, ves amarillo.

Mejores microscopios distinguen más divisiones.
En la emergente textura interior, libertad,
transformación, se construyen lipidos cercos entallados,
prisiones cálidas, donde la enzima percola gel.

Ingeniosas formas de dar y recibir:
Cual poros, troneras, y ésta escalera química
llamada transporte activo. Fluyen, mosaicos,
funciona la membrana perforada para el secuestro.

2

En 1655 Juana Inés de Asbaje rogó a su madre
para disfrazarse de muchacho, así
podría estudiar en la Universidad de México.
En la corte del virrey ella asombró a cuarenta profesores
con sus matemáticas y odas latinas.

Pero no fue un tiempo para las mujeres letradas en México,
así Juana ingresó al convento de San Jerónimo;
donde vio a dos niñas jugando al trompo, y nació
lo que llama su oscura inclinación por la sabiduría,
tenía harina espolvoreada, por lo que,
al tambaleo de la peonza por perder el impulso
uno podría ver la huella en espiral, y no un círculo.

Juana mezcló tierras, y en una biblioteca
de 4000 volúmenes escribió teología y poemas de amor.
Sor Juana Inés de la Cruz, se encerró en la celda donde
el conocimiento es permitido


Había escrito tres páginas
a propósito del buen químico que hay en cada insecto;
citando el atrayente sexual del gusano de seda,
el escarabajo artillero, que rocía peróxido
de hidrógeno caliente cuando se siente amenazado.
Y estaba a la mitad de la historia
del escarabajo del pino occidental,
que posee una feromona de congregación
para llamar a todos los interesados (de su especie).
La feromona, por cierto, tiene tres componentes:
uno en el macho, la frontalina;
otro, atributo de la hembra, la exo-brevicomina;
y un tercero, abundante (ingenioso),
con olor a brea, aportado por el pino anfitrión, el mirceno.
Había escrito esto la noche anterior
recortando las frases.
Cuando desperté el domingo y me puse a trabajar,
con sosiego y una segunda taza de café,
el sol estaba ya en mi escritorio.
Había recogido algunas flores en la colina que reposaban
en un florero: altramuz de arbusto, amapolas de California,
y unas hierbas de por aquí. Apenas unos centímetros
separaban las brácteas en los tallos herbáceos.
Eran cáscaras color canela, finamente trazadas;
su contorno dominado por el de una espiguilla oscura,
flagelo endurecido más que espina.
Algo plumoso se insinuaba en su interior.
El cálido sol hizo estallar algunas vainas
que cayeron sobre lo escrito
(las palabras se perdieron en el sol), cayeron
por azar, junto a las sombras de las semillas que aún
colgaban, y las semillas liberadas,
como saltamontes durmientes,
con sus barbas ahora retorcidas
proyectaron una segunda ola
de sombras más finas.
Entonces te vi caminando por la colina.


La ofrenda bovina
Ocupado con el negocio
de la vida, tú

boñiga cubierta
de moscas, pardos

remolinos, ati-
borrada de la vital

dura dorada in-
mundicia, lo vaciado

en galáctica
forma

congelado; qué fauna
se aglomera en ti,

ahora pustulosa
bosta bullente

de verde cárabo.
Es lo que surge

después de mucho ru-
miar.

Como lava,
pero más rápida,

sustentará
tanta vida. Lo que

deja atrás,
sólo para cebar

el mayor ciclo de
todos los ciclos.