Poetas

Poesía de México

Poemas de Roberto Cabral del Hoyo

Roberto Cabral del Hoyo (Zacatecas, Zacatecas, 7 de agosto de 1913 – 4 de octubre de 1999) Fue un poeta mexicano, considerado uno de los mayores exponentes de la poesía mexicana moderna.

En junio de 1930 participa en un concurso de oratoria convocado por El Universal. Triunfa en la eliminatoria estatal y tiene la oportunidad de asistir a la eliminatoria nacional, celebrada en la ciudad de México. En ella es derrotado pero al conocer a varias personas que al igual que él se interesan por la literatura gana algo mucho más importante: su pasión por la literatura revive.

El poeta, solo, sin padre se refugia en la poesía. Se introduce poco a poco en el mundo de las letras. A partir de los diecisiete o dieciocho años, frecuenta La Peña Literaria; que ésta se formó en 1931 para festejar el centenario del Instituto de Ciencias (hoy Universidad). En donde criticaban y evaluaban sus propios textos y el legado que Ramón López Velarde les había heredado. En ese mismo año don Roberto suspende sus estudios e inicia a trabajar en Tesorería General del Estado, se hace cargo económicamente de sus hermanas María Luisa y Amalia. Posteriormente se regresa a la hacienda para administrarla lo cual nunca pudo hacer.

Los mineros

Gnomos de nuestro siglo que moran en la entraña
del mundo despojados de su parte de sol.
En sus ojos anida siempre la noche huraña.
En sus oídos zumba constante un caracol.

Cirujanos que extirpan a la vieja montaña
su apéndice de argento, deforme y tornasol.
Ungidos, en la crisis perpetua de su hazaña,
con la clámide olímpica del azul overol.

Epónimos y anónimos héroes de una moderna
Ilíada; si la luna se baña en la cisterna,
en vuestras negras manos se forja el porvenir.

Huérfanos de horizontes, como entre la caverna
de metálicos muros agitáis la linterna,
se agitarán mis versos entre vuestro nadir.

No es contigo

No es contigo, Señor, que con los brazos
inmóviles, abiertos, nos esperas;
a lo largo de playas y riberas
auxilias negligencias y rechazos.

Tú eres todo blandura de regazos
no importa para quien, y aún a las fieras
moribundas les brindas madrigueras,
tus vísceras abiertas a zarpazos.

¡Cómo vas a ser Tú! Si sólo sabes
de perdón; si quien sufre tiene llaves
para entrarse a dormir en tu costado.

No es contigo, Señor, no, no es contigo!
El pecador encuentra su castigo
en la ergástula misma del pecado.

Mientras enamorado

Mientras enamorado me recreo
en el milagro de la dulce vida,
cantan otros su muerte apetecida,
juguetes del temor y del deseo.

Nadie responde a su cantar. Los veo
rondar la nube donde Dios anida,
y me conduelo del afán suicida
con que persiguen lo que yo poseo.

Pienso que, tras del biombo de la muerte
en vano creen, por merecida suerte,
hallarlo en los desiertos de la luna.

Porque el ciego y el sordo y el tullido
–¡amor les diera pies, ojos, oído!–
no lo van a encontrar en parte alguna.

Proemio

Antes que la mordaza de la muerte
trunque mi voz, y rueden mis luceros,
en un canto permíteme envolverte,
vieja y triste Ciudad de los Mineros.

Te debo una canción, un himno fuerte
y sano como tú, por mis primeros
andares indecisos, que la suerte
condujo por la paz de tus senderos.

Toda ternura partirá la ofrenda,
hecha con este anhelo vagabundo
de levantar bajo mi sol tu tienda.

Argentífero alud, vientre fecundo
que en pretéritos siglos de leyenda
volcó su cornucopia sobre el mundo.

El portal de Rosales

El Portal de Rosales, a las siete
de la noche, se llena de canciones
que grita un magnavoz, y al sonsonete
acuden lentamente los peatones.

Imberbes jovencitos, el vejete
gordo y jovial, entecos solterones
sin virtudes ni vida ni marbete,
y muchachas con gustos de bombones.

Un adiós. Otro adiós. Pasa el sombrero
de la frente a la mano. Sólo hay prisa
en las botas enormes del minero.

La noche quedamente se desliza.
Y se pierde un capullo quinceañero
derrochando fortunas de sonrisa.

Soneto inédito a Reina Lupita de Fresnillo

No intente mi soneto la locura,
Pretender cantar, empresa vana,
Toda la gracia de tu frente pura
Todo el embrujo de tu boca grana.

Ya los serenos astros en la altura
Y la brisa, galante y cortesana
Te proclaman, Señora, Soberana
Del arte y la hermosura.

Conservaré la Rosa que me diste
En mis horas de soñar y de estar triste,
Como amuleto de poder arcano.

La tengo ya por mi mayor tesoro
Y he de lograr que sus pétalos de oro,
Conserven el aroma de tu mano