Poetas

Poesía de Argentina

Poemas de Roberto Juarroz

Roberto Juarroz, reconocido poeta, bibliotecario, crítico y ensayista argentino, nació el 5 de octubre de 1925 en Coronel Dorrego, Provincia de Buenos Aires. Su legado poético se distingue por su originalidad y profunda profundidad metafísica, y se encuentra recopilado en una serie de catorce volúmenes titulados «Poesía vertical», los cuales le otorgaron reconocimiento a nivel internacional.

Juarroz obtuvo su título de Bibliotecario en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, y amplió sus estudios en La Sorbona, especializándose en Documentación. Durante treinta años, ejerció como profesor titular de Bibliotecología en la Universidad de Buenos Aires, al mismo tiempo que dirigió el Departamento Bibliográfico entre 1967 y 1984. También desempeñó funciones como bibliotecólogo en misiones para la Unesco y la OEA en diversos países. Destaca el Curso Audiovisual de Bibliotecología que dictó entre 1969 y 1976 en países sudamericanos y del Caribe. Desde 1958 hasta 1965, fue co-director de la revista «Poesía = Poesía» junto a Mario Morales. Además, colaboró en numerosas publicaciones tanto nacionales como extranjeras, ejerció como crítico bibliográfico en el diario La Gaceta de Tucumán (1958-1963) y como crítico cinematográfico en la revista Esto es (Buenos Aires, 1956-1958). También se destacó como traductor de varios libros de poesía extranjera, especialmente de Antonin Artaud. A partir de junio de 1984, fue miembro numerario de la Academia Argentina de Letras.

La poesía de Juarroz ha sido ampliamente estudiada y traducida a múltiples idiomas. A lo largo de su carrera, recibió numerosos premios, entre ellos el Gran Premio de Honor de Poesía de la Fundación Argentina de Buenos Aires, el Premio Esteban Echeverría en 1984, el «Jean Malrieu» de Marsella en mayo de 1992, el premio de la «Bienal Internacional de Poesía» en Lieja, Bélgica, en septiembre de 1992, y el Premio Konex – Diploma al Mérito 1994 en la disciplina Poesía: Quinquenio 1984 – 1988.

Su obra se encuentra organizada en catorce volúmenes numerados consecutivamente bajo el título general de «Poesía vertical». El primer volumen fue publicado en 1958, el segundo en 1963, el tercero en 1965, el cuarto en 1969, y así sucesivamente. La decimocuarta entrega se publicó de forma póstuma en 1997. Al principio, Juarroz fue influenciado por el Creacionismo del poeta chileno Vicente Huidobro y el simbolismo de Stéphane Mallarmé. Sin embargo, su amistad con Antonio Porchia, autor del libro «Voces», tuvo un impacto significativo en su obra. También se vio profundamente impresionado por los románticos alemanes, especialmente Novalis. Su poesía es conocida como «poesía de la duda», ya que parte de hechos cotidianos para transportar al lector a dimensiones insólitas pobladas por personajes solitarios pero libres. La designación global de «vertical» alude a una exploración de la realidad más allá de su apariencia superficial (lo que podría considerarse una perspectiva «horizontal») y a una subversión de las condiciones convencionales del pensamiento y el mundo exterior, en favor de una actitud más creativa. Sus poemas abordan temas como la búsqueda de la identidad humana, la concepción de la muerte, el uso de la comunicación y el lenguaje, la percepción de la religión y su función, la relación entre el «yo» y el mundo exterior, el valor de la poesía y el arte en la sociedad contemporánea, el proceso de aprendizaje y experiencia, y los procesos del pensamiento y la razón.

Un amor más allá del amor…

Un amor más allá del amor,
por encima del rito del vínculo,
más allá del juego siniestro
de la soledad y de la compañía.
Un amor que no necesite regreso,
pero tampoco partida.
Un amor no sometido
a los fogonazos de ir y de volver,
de estar despiertos o dormidos,
de llamar o callar.
Un amor para estar juntos
o para no estarlo
pero también para todas las posiciones
intermedias.
Un amor como abrir los ojos.
Y quizá también como cerrarlos.

Así como no podemos…

Así como no podemos
sostener mucho tiempo una mirada,
tampoco podemos sostener mucho tiempo la alegría,
la espiral del amor,
la gratuidad del pensamiento,
la tierra en suspensión del cántico.

No podemos ni siquiera sostener mucho tiempo
las proporciones del silencio
cuando algo lo visita.
Y menos todavía
cuando nada lo visita.

El hombre no puede sostener mucho tiempo al hombre,
ni tampoco a lo que no es el hombre.

Y sin embargo puede
soportar el peso inexorable
de lo que no existe.

Detener la palabra…

Detener la palabra
un segundo antes del labio,
un segundo antes de la voracidad compartida,
un segundo antes del corazón del otro,
para que haya por lo menos un pájaro
que puede prescindir de todo nido.

El destino es de aire.
Las brújulas señalan uno solo de sus hilos,
pero la ausencia necesita otros
para que las cosas sean
su destino de aire.

La palabra es el único pájaro
que puede ser igual a su ausencia.

El centro del amor…

El centro del amor
no siempre coincide
con el centro de la vida.
Ambos centros se buscan entonces
como dos animales atribulados.
Pero casi nunca se encuentran,
porque la clave de la coincidencia es otra:
nacer juntos.
Nacer juntos,
como debieran nacer y morir
todos los amantes.

La vida nos acorta la vista…

La vida nos acorta la vista
y nos alarga la mirada.
¿Cómo poner otra figura en el paisaje
sin desarticularlo como una feria invadida por la tristeza,
sin que las nubes o los árboles se despeguen
y salten como muñecos desarmados?
¿Cómo poner una palabra en el paisaje
sin que el silencio se asuste
igual que un animal sorprendido en el bosque
o como una procesión que ha perdido su imagen?
¿Cómo poner una muerte en el paisaje
sin que se vuelva frío
y se sumerja como una flauta
con todos los agujeros tapados?
¿Cómo alargar un sueño
hasta que sea un punto en el paisaje,
una figura, una palabra o la muerte,
sin que el paisaje se desintegre como una burbuja?
Nosotros ya no podemos dejar de estar en el paisaje siguiente,
aunque sea un paisaje en blanco.

Estoy contigo…

Estoy contigo.
Pero por encima de tu hombro
me dice adiós tu mano que se aleja.

Entonces yo contengo mi mano
para que no nos traicione ella también.

E insisto:
estoy contigo.
Los innegables títulos del adiós
abandonan entonces provisoriamente sus derechos.

Y nuestras manos se aquietan
en las equidistancias de estar juntos.

Hemos amado juntos tantas cosas…

Hemos amado juntos tantas cosas
que es difícil amarlas separados.
Parece que se hubieran alejado de pronto
o que el amor fuera una hormiga
escalando los declives del cielo.

Hemos vivido juntos tanto abismo
que sin ti todo parece superficie,
órbita de simulacros que resbalan,
tensión sin extensiones,
vigilancia de cuerpos sin presencia.

Hemos perdido juntos tanta nada
que el hábito persiste y se da vuelta
y ahora todo es ganancia de la nada.
El tiempo se convierte en antitiempo
porque ya no lo piensas.

Hemos callado y hablado tanto juntos
que hasta callar y hablar son dos traiciones,
dos sustancias sin justificación,
dos sustitutos.

Lo hemos buscado todo,
lo hemos hallado todo,
lo hemos dejado todo.

Únicamente no nos dieron tiempo
para encontrar el ojo de tu muerte,
aunque fuera también para dejarlo.

Levantar el papel donde escribimos…

Levantar el papel donde escribimos
y revisar mejor debajo

Levantar cada palabra que encontramos
y examinar mejor debajo

Levantar cada hombre
y observar mejor debajo

Levantar a la muerte
y escudriñar mejor debajo

Y si miramos bien
siempre hallaremos otra huella.
No servirá para poner el pie
ni para aposentar el pensamiento
pero ella nos probará
que alguien más ha pasado por aquí.

No se trata de hablar…

No se trata de hablar,
ni tampoco de callar:
se trata de abrir algo
entre la palabra y el silencio.
Quizá cuando transcurra todo,
también la palabra y el silencio,
quede esa zona abierta
como una esperanza hacia atrás.
Y tal vez ese signo invertido
constituya un toque de atención
para este mutismo ilimitado
donde palpablemente nos hundimos.