Poetas

Poesía de España

Poemas de Rosalía de Castro

Rosalía de Castro (Santiago de Compostela, 24 de febrero de 1837 – Padrón, 15 de julio de 1885) fue una poetisa y novelista española que escribió tanto en gallego como en castellano. Considerada entre los grandes poetas de la literatura española del siglo XIX,​ representa junto con Eduardo Pondal y Curros Enríquez una de las figuras emblemáticas del Rexurdimento gallego, no solo por su aportación literaria en general y por el hecho de que sus Cantares gallegos​ sean entendidos como la primera gran obra de la literatura gallega contemporánea, sino por el proceso de sacralización al que fue sometida y que acabó por convertirla en encarnación y símbolo del pueblo gallego.​ Además, es considerada junto con Gustavo Adolfo Bécquer la precursora de la poesía española moderna.

Ángel

Todo duerme… del aire, el soplo blando
callado va, con temeroso vuelo
el aroma esparciendo de las rosas;
brilla la luna, y sueñan con el cielo
los niños que reposan, contemplando
flores, luz y pintadas mariposas.

¡Niños!, al soplo de mi tibio aliento,
dormid en paz, que os cubren con sus alas
los blancos y amorosos serafines,
y adornándoos a un tiempo con sus galas
hacen que en ondas os regale el viento
blando aroma de lirios y jazmines.

Y, en tanto, el astro de la noche, lento,
pálido, melancólico y suave,
del aire azul recorre los espacios,
globo de plata o misteriosa nave,
vaga a través del ancho firmamento,
por cima de cabañas y palacios.

Su tibia luz refléjase en la tierra
como del alba la primer sonrisa
que va a alegrar las aguas de la fuente;
y al rizarse los mares con la brisa,
cuanto su seno de hermosura encierra
muéstrase allí, brillante y transparente.

Las plantas y los céfiros susurran
con blando son, y acentos misteriosos
lanza, al pasar, el murmurante río,
y a través de los árboles frondosos
las estrellas inmóviles fulguran
chispas de luz en su ámbito sombrío.

Todo es reposo, y soledad, y sueño…
sueño aparente y soledad mentida,
en el mundo del hombre… ¡hermoso mundo
cuando, mintiendo, a amarle nos convida!
Y es que en que fuese amado puso empeño,
quien llena cielo y tierra, y mar profundo.

Mas… ¿qué pálida sombra cruza el prado…
errante, sola, fugitiva y leve?
Como si fuese en pos de un bien perdido,
apenas al pasar las hojas mueve.
Y vaga al pie del monte y del collado
cual tortolilla en torno de su nido.

Virgen parece por la undosa falda
y por la blonda y larga cabellera,
que el viento de la noche manso agita;
bello es su rostro y dulce la manera
con que pisa la alfombra de esmeralda,
mientras su seno con ardor palpita.

¡Pobre mujer!… ¿Qué culpa, qué pecado
como aguijón la ha herido en su inocencia,
que el calor de su lecho así abandona?
Yo sondaré el dolor de tu conciencia,
que no en vano a la tierra he descendido,
en nombre del Señor que la perdona.

Del rumor cadencioso de la onda…

Del rumor cadencioso de la onda
y el viento que muge;
del incierto reflejo que alumbra
la selva o la nube;
del piar de alguna ave de paso;
del agreste ignorado perfume
que el céfiro roba
al valle o a la cumbre,
mundos hay donde encuentran asilo
las almas que al peso
del mundo sucumben.

Busca y anhela el sosiego…

Busca y anhela el sosiego…
mas… ¿quién le sosegará?
Con lo que sueña despierto,
dormido vuelve a soñar.
Que hoy como ayer, y mañana
cual hoy, en su eterno afán,
de hallar el bien que ambiciona
-cuando sólo encuentra el mal-,
siempre a soñar condenado,
nunca puede sosegar.

Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros…

Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros,
ni el onda con sus rumores, ni con su brillo los astros,
lo dicen, pero no es cierto, pues siempre cuando yo paso
de mí murmuran y exclaman:
Ahí va la loca soñando
con la eterna primavera de la vida y de los campos,
y ya bien pronto, bien pronto, tendrá los cabellos canos,
y ve temblando, aterida, que cubre la escarcha el prado.

-Hay canas en mi cabeza, hay en los prados escarcha,
mas yo prosigo soñando, pobre, incurable sonámbula,
con la eterna primavera de mi vida que se apaga
y la perenne frescura de los campos y las almas,
aunque los unos se agostan y aunque las otras se abrasan.

Astros y fuentes y flores, no murmuréis de mis sueños,
sin ellos, ¿cómo admiraros ni cómo vivir sin ellos?

Era apacible el día…

Era apacible el día
y templado el ambiente
y llovía, llovía,
callada y mansamente;
y mientras silenciosa
lloraba yo y gemía,
mi niño, tierna rosa,
durmiendo se moría.

Al huir de este mundo, ¡qué sosiego en su frente!
Al verle yo alejarse, ¡qué borrasca la mía!

Tierra sobre el cadáver insepulto
antes que empiece a corromperse…, ¡tierra!
Ya el hoyo se ha cubierto, sosegaos,
bien pronto en los terrones removidos
verde y pujante crecerá la hierba.

¿Qué andáis buscando en torno de las tumbas,
torvo el mirar, nublado el pensamiento?
¡No os ocupéis de lo que al polvo vuelve!
Jamás el que descansa en el sepulcro
ha de tornar a amaros ni a ofenderos.

¡Jamás! ¿Es verdad que todo
para siempre acabó ya?
No, no puede acabar lo que es eterno,
ni puede tener fin la inmensidad.

Tú te fuiste por siempre; mas mi alma
te espera aún con amorosa afán,
y vendrás o iré yo, bien de mi vida,
allí donde nos hemos de encontrar.

Algo ha quedado tuyo en mis entrañas
que no morirá jamás,
y que Dios, por que es justo y porque es bueno,
a desunir ya nunca volverá.

En el cielo, en la tierra, en lo insondable
yo te hallaré y me hallarás.
No, no puede acabar lo que es eterno,
ni puede tener fin la inmensidad.

Mas… es verdad, ha partido,
para nunca más tornar.
Nada hay eterno para el hombre, huésped
de un día en este mundo terrenal,
en donde nace, vive y al fin muere,
cual todo nace, vive y muere acá.

Una luciérnaga entre el musgo brilla
y un astro en las alturas centellea,
abismo arriba, y en el fondo abismo;
¿qué es al fin lo que acaba y lo que queda?
En vano el pensamiento
indaga y busca lo insondable, ¡oh, ciencia!
Siempre al llegar al término ignoramos
qué es al fin lo que acaba y lo que queda.

Arrodillada ante la tosca imagen,
mi espíritu, abismado en lo infinito,
impía acaso, interrogando al cielo
y al infierno a la vez, tiemblo y vacilo.
¿Qué somos? ¿Qué es la muerte? La campana
con sus ecos responde a mis gemidos
desde la altura, y sin esfuerzo el llano
baña ardiente mi rostro enflaquecido.
¡Qué horrible sufrimiento! ¡Tú tan sólo
lo puedes ver y comprender, Dios mío!

¿Es verdad que lo ves? Señor, entonces,
piadoso y compasivo
vuelve a mis ojos la celeste venda
de la fe bienhechora que he perdido,
y no consientas, no, que cruce errante,
huérfano y sin arrimo
acá abajo los yermos de la vida,
más allá las llanadas del vacío.

Sigue tocando a muerto, y siempre mudo
e impasible el divino
rostro del Redentor, deja que envuelto
en sombras quede el humillado espíritu.
Silencio siempre; únicamente el órgano
con sus acentos místicos
resuena allá de la desierta nave
bajo el arco sombrío.

Todo acabó quizás, menos mi pena,
puñal de doble filo;
todo menos la duda que nos lanza
de un abismo de horror en otro abismo.

Desierto el mundo, despoblado el cielo,
enferma el alma y en el polvo hundido
el sacro altar en donde
se exhalaron fervientes mis suspiros,
en mil pedazos roto
mi Dios, cayó al abismo,
y al buscarle anhelante, sólo encuentro
la soledad inmensa del vacío.

De improviso los ángeles
desde sus altos nichos
de mármol me miraron tristemente
y una voz dulce resonó en mi oido:
«Pobre alma, espera y llora
a los pies del Altísimo:
mas no olvides que al cielo
nunca ha llegado el insolente grito
de un corazón que de la vil materia
y del barro de Adán formó sus ídolos.»

Negra sombra

Cuando pienso que te fuiste,
negra sombra que me asombras,
a los pies de mis cabezales,
tornas haciéndome mofa.
Cuando imagino que te has ido,
en el mismo sol te me muestras,
y eres la estrella que brilla,
y eres el viento que zumba.
Si cantan, eres tú que cantas,
si lloran, eres tú que lloras,
y eres el murmullo del río
y eres la noche y eres la aurora.
En todo estás y tú eres todo,
para mí y en m misma moras,
ni me abandonarás nunca,
sombra que siempre me asombras.

Pobre alma sola!, no te entristezcas…

¡Pobre alma sola!, no te entristezcas,
deja que pasen, deja que lleguen
la primavera y el triste otoño,
ora el estío y ora las nieves;

que no tan sólo para ti corren
horas y meses;
todo contigo, seres y mundos
de prisa marchan, todo envejece;

que hoy, mañana, antes y ahora,
lo mismo siempre,
hombres y frutos, plantas y flores,
vienen y vanse, nacen y mueren.

Cuando te apene lo que atrás dejas,
recuerda siempre
que es más dichoso quien de la vida
mayor espacio corrido tiene.

Yo no sé lo que busco eternamente…

Yo no sé lo que busco eternamente
en la tierra, en el aire y en el cielo;
yo no sé lo que busco; pero es algo
que perdí no sé cuando y que no encuentro,
aun cuando sueñe que invisible habita
en todo cuanto toco y cuanto veo.
Felicidad, no he de volver a hallarte
en la tierra, en el aire, ni en el cielo,
y aun cuando sé que existes
y no eres vano sueño!

Te amo… ¿Por qué me odias?…

Te amo… ¿Por qué me odias?
-Te odio… ¿Por qué me amas?
Secreto es éste el más triste
y misterioso del alma.

Mas ello es verdad… ¡Verdad
dura y atormentadora!
-Me odias porque te amo;
te amo porque me odias.

Soledad

Un manso río, una vereda estrecha,
un campo solitario y un pinar,
y el viejo puente rústico y sencillo
completando tan grata soledad.

¿Qué es soledad? Para llenar el mundo
basta a veces un solo pensamiento.
Por eso hoy, hartos de belleza, encuentras
el puente, el río y el pinar desiertos.

No son nube ni flor los que enamoran;
eres tú, corazón, triste o dichoso,
ya del dolor y del placer el árbitro,
quien seca el mar y hace habitable el polo.