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Poesía de España

Poemas de Sagrario Torres

Sagrario Torres (Valdepeñas, 8 de marzo de 1922 – Madrid, 5 de marzo de 2006) fue una destacada poetisa española.

Nacida en Valdepeñas, provincia de Ciudad Real, España, el 8 de marzo de 1922, Sagrario Torres era hija de José Torres Montiel, un carpintero con ascendencia andaluza, y Mónica Calderón Rubio. Desafortunadamente, quedó huérfana de padre a una edad temprana y se trasladó junto a su madre y hermano a Madrid, donde su madre abrió una pensión. A la edad de cinco años, ingresó en un internado municipal dirigido por monjas de Alcalá de Henares. Aunque la Guerra Civil interrumpió sus estudios de bachillerato, Sagrario continuó su instrucción de forma autodidacta.

En la ciudad de Madrid, comenzó a escribir poesía y prosa, y colaboró con periódicos y revistas en la década de 1940. En 1942, recibió el prestigioso premio Concha Espina para escritores noveles, lo que marcó el inicio de su reconocida carrera literaria. Durante su tiempo en Madrid, entabló amistad con reconocidos escritores y poetas, como Juan Alcaide, Luis Felipe Vivanco, Leopoldo Panero y Luis Rosales. También se unió a la tertulia de mujeres poetas «Versos con Faldas,» impulsada por Gloria Fuertes, Adelaida Las Santas y María Dolores de Pablos entre 1951 y 1953.

A lo largo de su carrera, Sagrario Torres fue finalista del premio Álamo con su obra «Hormigón translúcido» en 1970. Recibió una beca de creación literaria de la Fundación Juan March en 1973 y otra del Ministerio de Cultura en 1982. Destacó por su activismo literario y social, y se mostró enérgicamente contraria a la declaración de parque de tiro del paraje natural de Anchuras, luchando por su protección hasta convertirse en parque nacional.

La poesía de Sagrario Torres se caracterizaba principalmente por su estilo estrófico, empleando sonetos y otras estructuras poéticas, como liras y la curiosa variante del sonexástrofo. Su tema central giraba en torno a la búsqueda de Dios y la espiritualidad. En reconocimiento a su valiosa contribución a la literatura y la poesía, el Gobierno de Castilla-La Mancha le otorgó la Placa al Mérito Regional en 2005.

María del Sagrario Torres Calderón falleció el 5 de marzo de 2006, a punto de cumplir 82 años, en Madrid. Su legado literario, archivo y librería, compuesta por seis mil títulos, fue donado por su hijo Francisco Javier Torres Calderón al Archivo Histórico Municipal de Valdepeñas, su ciudad natal. En honor a su memoria, el Ayuntamiento de Valdepeñas la nombró hija predilecta de la ciudad en 1985 y le dedicó un parque que fue inaugurado ese mismo año. Su poesía y su pasión por la búsqueda espiritual continúan siendo recordadas y apreciadas por los amantes de la literatura en España y más allá.

Anciana en recoletos

En el pico de un banco está sentada.
No quiere molestar. No mira al frente.
No la turban los ruidos ni la gente.
La tela que la cubre está gastada.

Es blanca su cabeza mal peinada.
Veo de su perfil sólo un pendiente,
y un zapato sin brillo, indiferente
a la media tupida y descolgada.

Esta mujer de pena y de polilla,
en silencio por cuanto la atropella,
no ve cómo se acercan los gorriones.

Da su espalda a la Diosa de la Villa,
al Palacio de Comunicaciones,
donde nunca habrá carta para ella.

Íntima a quijote

Dime:
Si yo fuese a tu alcoba
en una noche clara,
desdoblado mi oloroso cabello,
y mis dientes brillaran
al borde de tus labios,
¿cómo responderías oyéndome decir: ¡Abrázame!?
¿Romperías las leyes
del gran amor que te sujeta?

Mas, no. No te provocaré. Intento vano.

Yo sé que aunque me encuadre tu mirada,
no me pinta el pincel de tu deseo.

QUIJOTE:

Te han amado los hombres.
Yo te amo por todas las mujeres.

Un niño va a nacer

Al Dr. D. Benito Rutz Quíntela, que tan
angelicalmente cura y sonríe a los niños.

¡Silencio!: Un niño va a nacer.

Que toquen campanarios. Orquestas. Catedrales.

Que se callen computadoras
yunques y turbinas,
bases de lanzamiento.

Que se olviden diplomas

pergaminos
fajines
y medallas

Un minuto de pureza en los lechos.

Parad, estambres y pistilos.
Ciegos y poderoso sementales.

Y vosotras, maravillas del mundo,

que os dieron la belleza manos que un día fueron
tan frágiles como éstas, ¡contempladle!

Que calle el universo ante el recién nacido.

Este es el heredero. Es el superviviente
del cosmos primigenio.

Es la fusión de lavas

de líquenes y limos
de fuegos y glaciares.

El triunfante de monstruos voladores,

del dragón y del saurio, del reno y del bisonte.
Ha desgajado troncos.
Ha partido quijadas y dorsales.

Este niño es de carne de piedra.
De carne de bronce.
De carne de hierro.

Su cuerpo es un pop-art ingente.

Lo navegan helechos, sirenas y centauros.
Ha venido, regresa cuajado de perfiles
y glóbulos de siglos.

¡Es suya la Creación! Todas las luminarias.

Los mares y la tierra. Las semillas.
Las flores y los frutos.
Los reptiles. Los peces. Las aves y las bestias.

¡Silencio!: Aquí hay un palpito de Dios.

Una promesa.

Un niño va a crecer: ¡Respeto!

Puede ser un cachorro de jaguar o de puma
o el lobo del poema de Rubén.

Este niño, que arroparon en mísero envoltorio,

que calentó el olor de un muladar,
pudiera hacer del mundo
un horno crematorio, o un panal.
Este niño, puede agotar un río
para llenar su mitra y bautizar.

Pequeño y vertical te está mirando,

está midiendo tu estatura gigante de Goliat.
No hay déspota que mire tan retadora,
tan aceradamente.
No te pide pistolas, balones ni aeroplanos.
¡Una canción tan sólo!
Tu mano y tu canción, tu canción y tu mano.

No esquives su mirada buscando una moneda.

No le des un juguete gastado de tus hijos.
No le vistas con esa caridad de los pingajos,
pues de miserias, lástimas y sobras
difícilmente un niño se recobra.

Te está mirando, te está pidiendo

el tiempo de los toros y la caza.
La canción de tus horas vacías.
Las tardes del café o de la tinaja.
Tu mano y tu canción. Tu canción en sus manos.

¡Acércate!
¡Agáchate!

Que juegue a pídola contigo.
Que tú seas el juguete que le asombre.
Y yo, desde este instante te aseguro,
que nunca, nunca, nunca,
este niño querrá matar a un Hombre.

Contigo irá mi sombra

Bajo mi rostro a tu perfil yacente
que alumbra el lecho de tu alcoba oscura.
Un escarchado arroyo es tu figura,
y en ríos van mis ojos por tu frente.

Yo caliento tu helor inútilmente.
Párpados tuyos besa mi locura,
pómulos, labios de tu boca pura.
En fuego y frío estamos solamente.

Vienen tinieblas a envolver las luces
de tu cuerpo que asciende y que me deja
para siempre olvidada y consumida.

Contigo irá mi sombra. Cuando cruces
de nuevo un mundo de dolor y queja,
me alzaré como un monte hacia tu vida.