Poetas

Poesía de España

Poemas de Salvador García Ramírez

Salvador García Ramírez. Poeta español. Rus -Jaén-, 1958. Estudia Magisterio y ejerce en esta profesión durante nueve años. Simultáneamente se licencia en Ciencias Físicas y en la actualidad trabaja en el Instituto de Bachillerato de Baeza.

Amarelo

Amarillas las fachadas,
amarillas las barandas,
las terrazas y las pérgolas,
las janelas amarillas.

Amarillos los toldos,
el blando acantilado,
el sol en el Algarve,
el banco en que te escribo.

Amarillo tu vestido,
los manteles y los pórticos,
los zócalos, los caminos:
amarillos, amarillos.

Amarillas las playas,
la hamaca, las retamas,
las velas por el agua,
las barcas amarillas.

Amarillos los limones,
amarillas las sombrillas,
el jarrón, los veladores,
las mimosas amarillas.

Sedentarios

Reúne al sol,
por caminos de polvo,
las recuas sin estrépito.
En caóticas filas se amontonan
como una multitud de patas sucias.

La sombra del oasis los rezuma.

Aplastados y viejos, de rodillas,
en la gran explanada
su cuello balancean
con senil parsimonia.

Lejos de su jaima, Alí
conduce caravanas
hacia el plano de fiebre del poniente.
Con sus manos de cobre
les ajusta el turbante.

Por diez dinares tira de las riendas
y en las primeras dunas
los ayuda a bajar con sus chilabas.

Cuando el nómada vuelve
cojetea tozudo el dromedario.

Nocturno en faro

En un descuido el tiempo
trazó de la ruina este triángulo,
violó la noche ciega y, vertical
como si nada,
dejó que sobre el agua
las olas fueran sólo superficie.

El resto fue ya visto:
los buzones macizos del escombro,
as docas fechadas,
rasante el avión sobre el mosaico.

Nudos

En el telar de la trastienda,
de todos los colores,
en todos los idiomas,
de todas las medidas,
Ahmed ofrece alfombras:
las extiende, las cubre, las explica,
con el último precio las enrolla.

Altivo tras los fardos
Ahmed come a escondidas.
Sólo él sabe el valor que regatea,
la miseria que dan catorce horas,
la vida que se pierde en siete días.

Servicio

Sola por el plano de su planta,
del amanecer a la fatiga,
Habiba arregla camas
y repone las toallas
sin faltarle la sonrisa.

Palacio Fronteira

Superpones la calma,
una calma geométrica.
Desnivelas remansos
de terraza en estanque,
de boj en escalera.
Acordonas las formas de los dioses
y das principio
al libro en los estantes,
al estuco y los mármoles,
a las victorias.
Agrietas la madera de un pasillo.
La penumbra conduces
por azules y blancos
y, en silencio, filtras
las diez en la capilla,
las cinco en las alfombras.
En el hueco de un banco predispones
un pájaro con cara de marqués,
um macaco que toca la trompeta,
un gato, otro gato.
Ordenas las coronas en sus nichos,
las musas clasificas,
los ángeles, las diosas,…
a cada cual le das su balaustrada.
Subrayas de azulete los refugios,
cubres de parra el cenador.
Las janelas orientas a los árboles,
a las huertas que zumban,
al cuerno del que caza, a la saudade.
Amalgamas retiro y elegancia,
destino y aureola,
intimidad,
batalla, portugués, ruta y colonia.
Asumes la quietud de cada flanco
y aún resulta
difícil no sangrar por su azulejo.

Voltar

Insistió.

La garganta en las verjas, las pendientes,
los flancos rosas del derrumbe,
el martillo del agua del envés,
la madera sellada en el balcón
de una larga clausura.

Quién sabe,
su soledad estaba plagada de refugios,
levitaba en la cola de la niebla,
rotaba aún
sin saber donde vuelven las corrientes.

Formábanse la sombra rota,
la pezuña del luto, el baúl, la maleza,
la piel sustituida.
Formábase lo repartido.

Permiso, licença,
o rodopio do mar
dónde se olvida.