Poetas

Poesía de Argentina

Poemas de Santiago Kovadloff

Santiago Kovadloff (Buenos Aires, 14 de diciembre de 1942) es un ensayista, poeta, traductor de literatura de lengua portuguesa y autor de relatos para niños argentino.

TRASPOSICIONES

Imaginemos tu nombre en una boca desconocida:
la de Amalia Nunes Gama que, en Lisboa,
oye hablar de ti.

Imaginemos que tus amigos o amigos de tus amigos
ponen a su alcance ciertos rasgos tuyos:
tu sentido del humor,
tu afición a las caminatas,
tus preferencias políticas y musicales.

Algo entonces serás en ella,
algo,
en la mujer de Lisboa,
en Lisboa.

No un perfil propiamente,
pero un signo,
una modalidad,
indicios de un temperamento
que por algunos instantes,
mientras ella escuche
y especule con lo que
[escuche,
sonriendo,
indagando,
comparando tus hábitos a los de Afonso Coelho,
de quien nada sabes,
te darán cierta consistencia,
cierta realidad en su mente.

Ya lejos de la mesa donde fuiste evocado,
la mujer se internará en Lisboa:
Travessa das águas livres, primero,
circunstanciales calles de Alfama, después.

Amalia Nunes se irá y te irá dejando,
apartándote,
devolviéndote a lo impensable,
perdiéndote.

(Olvidas,
te olvidan,
eso es todo.)

TOUR, TURISTAS

Míralos en Fátima:
pájaros
revoloteando en la ciudad de las apariciones,
hurgando el sagrario con los ojos,
ligeros,
sin unción,
curiosos.
Míralos:
que no darían
por tocar el mármol apacible,
esas lápidas y tumbas de elegidos:
dos niños deshechos
y ungidos por lo sobrenatural,
canonizados por el asombro
y el entendimiento.

Más que el milagro
los seduce la alegoría del milagro;
mucho más la imaginería evocadora del misterio
que el misterio.

Y todo para decir
yo estuve,
aquí yo estuve,
toqué, estuve,
yo toqué y estuve.

Míralos:
envueltos en sus colores queridos,
cubiertos de collares,
altivos con sus piedras y pieles,
apoderándose de pequeños objetos que simbolizan
[sitios,
que simbolizarán ciertos momentos en ciertos sitios,
comprando, retratando, pagando,
yendo y viniendo,
frescos y sonrientes,
llamándose unos a otros con sus voces festivas,
reencontrándose, dispersándose entre atormentados
que avanzan de rodillas implorando, pidiendo,
[prometiendo, anhelantes.

¡Míralos! ¡Míralos!
Puedes, podemos prever sus comentarios,
sus grititos de goce,
sus exclamaciones de un próximo invierno, lejos de aquí,
en Praga, en Wisconsin,
líricos fatuos, ridículos, de los paisajes de Fátima,
ciudad de las apariciones que en sus vidas
precedió a un almuerzo o sucedió a una siesta.

Palpan, ya en Leiría,
los inútiles pinos
que sobrevivieron a un siglo de navegaciones;
peruanos, checos, con esfuerzo, entre oscilantes sombras,
se adueñan de palabras inglesas que explican, que ubican.
Al pie de estos árboles infinitos y tardíos,
alegres newyorkinos soplan la armónica, patalean y
[aúllan.

Míralos,
mirémonos.

PALOMA

La definen
su apego a la mugre,
a huecos y ángulos
sombríos,
los hijos que acumula,
nutridos con el fruto
de cloacas e insinuaciones
que desde el cielo estrecho
que habita
cree reconocer en la piedra,
el polvo
o una mano:
pan, paja,
desechos de la carne.

Sólo la lucidez de un cínico
o una imaginación pérfida
pudieron vislumbrar
en este pájaro inmundo
de las ciudades,
los atributos simbólicos
de la paz.

LOS SERES PERIFÉRICOS

No los habituales,
tus prójimos frecuentes,
madre,
mujer,
vecinos,
hijo,
sino los otros,
los de un instante apenas,
fortuitos, esporádicos mozos de café,
cajeros, seres
de una vez al mes
de un día al mes,
brotando dócilmente del olvido,
sin emoción, puntuales,
sosteniéndose un minuto,
dos,
ante tus ojos,
canjeándote cheques por recibos,
quesos por monedas,
plazos, fechas,
bastándose con monosílabos, partiendo, perdiendo
tu figura, anulándola;

diligentes protagonistas del ciclo, de lo cíclico,
prácticos,
yéndose, dejándote,
ellos a ti,
tú a ellos,
para seguir,
siguiendo,
prosiguiendo.

EL DÍA

Despertar en la cuadra donde vivo induce a confusiones:
trinan los jilgueros, hay un piano matutino
y el agua mansa de un jardín murmura en la ventana.

Sepultado en ese suelo de ensueño y de pereza,
yace sin embargo el doblez de las palabras,
el áspero cemento en que circulo,
el perfil súbitamente extraño de tu cara.

Bastará abrir los ojos para soltar la jauría.

ASCENSO DE JUAN SEBASTIÁN

La pequeña sonata de Bach busca el sitio donde vivo.
Deja atrás el cuarto piso que brota,
burla una descarga de inodoro,
la voz metalizada de un televisor,
sube y perfora un espeso olor a frito,
paredes plastificadas,
ventanas de blindex,
un cerrojo inoxidable,
y arrastra y barre, en su camino hacia lo alto,
cartas, cuentas, guantes, dudas,
tu lamento de olvidada
y los restos del hombre impuro
que ocupa mi habitación.

HOGAR

Llueve copiosa, llueve amorosamente.
Pero el bullicio de la radio en la cocina
impide oír la lluvia
con la intimidad que yo quisiera.

Hay en toda la casa
una luz conmovedora, leve y acerada;
luz del día decantado por la fuerza de la lluvia.
Busco entonces la sala
para escuchar llover como quisiera.
Pero en la sala, mi hijo y sus amigos
aguardan jubilosos el almuerzo,
y en el cuarto, mi mujer
ríe y habla por teléfono.

No hay dónde escuchar la lluvia.
Es una pena.
No siempre llueve así, con abundancia,
no siempre con grandiosa plenitud.

Está visto: una casa feliz
no es lugar para oír la lluvia.