Poetas

Poesía de Cuba

Poemas de Sigfredo Ariel

Sigfredo Ariel. Santa Clara, Cuba, 1962. Ha trabajado en la imprenta del Ministerio de Cultura y en diversas estaciones de radio y televisión de Cuba. Premio David en Poesía en 1986 con Algunos pocos conocidos. Cursó estudios en el Instituto Nacional de Arte.

Es autor de Los peces & la vida tropical, El cielo imaginario, El enorme verano, Las primera itálicas, Hotel Central, Manos de obra (Premio Nicolás Guuillén, 2002), Escrito en Playa Amarilla, Born in Santa Clara y «Objeto social», entre otros libros de poesía.

Son antologías de su obra: «La luz, bróder, la luz» (La Habana, 2010), «El arte perdido de la conversación» (Monte Ávila, Caracas, 2010) y «Ahora mismo un puente» (Madrid, 2011).

Poemas suyos han sido traducidos a varios idiomas y aparecen en muestras y antologías de la poesía cubana contemporánea.

Ha recibido en dos oportunidades el Premio Nacional de Poesía de Cuba «Julián del Casal» (1997-2004) y el Premio Nacional de la Crítica (2002-2006).

Asesor musical de la película Buena Vista Social Club, de Wim Wenders (1998). Ha colaborado con numerosos directores y guionistas de cine. Ha producido discos de música tradicional y popular cubanas para diversas firmas.

Ha recibido en seis oportunidades el premio Cubadisco por notas especializadas. Por más de veinte años escribió, produjo y dirigió programas de radio. Ha escrito libretos para espacios dramatizados de televisión (creó el programa televisivo «La hora de las brujas» -1990-1994-) y guiones para numerosos espectáculos musicales.

Guionista de la película de largometraje «Miradas», de Enrique Álvarez (2000), Premio de Guión del Festival de Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana. Dirigió la Revista de Música Cubana de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (2007-2008). Dibujos y diseños suyos han ilustrado libros y revistas, portadas de discos, películas, y carteles.

Del pariente mambí

para Luisa Campuzano

Ha sido el propio General, señora,
quien me ha encargado plantar entre las cosas
olvidadas de su closet algunas de las cartas
que escribí mientras estuve entre
apetitos y horizontes familiares vueltos
hace tiempo niebla.
Soy Leopoldo, el tío jovial
desconocido suyo, mensajero del árbol
que hizo fuerte la manigua, una marca
en el aire olvidadizo, si prefiere, de sombra.
Hallará mis nuevas señas en palabras habladas
o en palabras de tinta que pondré —también
por voluntad de nuestro común antepasado
aborrecido— desde la gran penumbra donde
los clásicos descifran sus propias escrituras:
Ajedrez grabado en mármol, transferido
por manos de copistas en papeles bizarros
que envolvieron momias o cubanas crónicas
de amor amarradas con cintas en el cielo
de un closet, oscuridad que ama.

Un lugar, una forma en Matanzas

Algún lugar tiene forma de calle
con quinientos escalones desiguales.
Nunca supe su nombre, no he vuelto por ahí.
Al final está el río, en el comienzo
una arenosa ruina.
Allí pusieron una luz y un cuerno de altavoz.
Nos sentamos en el piso, tú leíste
unas líneas del amigo suicida.
En un momento mencionaba a Caibarién
playa republicana donde vi siendo niño
los senos de una joven por primera vez.
Regresaste temblando al escalón
las finas manos frías.
A un lado y otro
cocían sus pescados las familias sumidas
en sus televisores con los cuales
la farmacia, el aserrío o la empresa del azúcar habían retribuido su trabajo
ejemplar.
En una de aquellas casas merodeaba
el fantasma de Heredia, en otra
el del poeta Milanés según dijeron.
Otros bardos menores volaban también
en el vapor de las comidas.
Pienso yo.

En Guadalajara, Jalisco

La calle no se hizo para que tomes
cerveza y hables de poesía, la calle
no se estira alrededor para que asomes
tu cabeza de muchacha. La calle
que conduce al monumento
de los niños héroes es la misma de Sears. Un lento
prójimo conversa con otro mejor disciplinado
en artes de la contemplación (contemplo
las palabras de sus bocas saliendo
escritas en un rollo de papel como
conversan los santos parlanchines en los templos
góticos). Tomo
aire, no aliento, comprendo
o disimulo como Carlos Varela, como un gnomo
digamos, por ejemplo.

Los peces

A menudo me he dejado llevar por la corriente
agua de la ciudad, agua que filtran
los gajos de la menta.
No era un perseguido pero me perseguían
he servido de abono
caminado
la ruta que entonces alumbraban
los pequeños pescadores clandestinos.
Las perlas de tu boca, las perlas del danzón
eran de agua
y estaban en el agua como yo.
Quizás he visto todo
por el ojo de una res.
Y nuestra carne es roja y bien condimentada.
Y en las púas pondrían a secar nuestras cabezas
cortadas a ras —como la del bautista—
pero sin solemnidad
ni los ojos abiertos como tazas volcadas.
Llévala hielo acuéstala ave fénix
pájaro de aquí ve picoteando su corazón un poco
y busca escarba transfigura
un grano de madera dulce aún
no vulnerado aún por el descuido.

* * *

Quizás estamos en el globo de sus ojos.
Transcurrimos tal vez por sus antiguos cuerpos.
Gravitamos en el cielo de sus bocas
en la tensión del músculo nadamos
y hemos sido su ejército desde el origen.
Quién sabe no sea útil para mí
caer bajo el filo de su arado tantas veces.
Nuestros dioses fueron dispersados
en una edad incierta
huyen todavía entre las tantas noches
en que nadie vino
/a traer a preguntar
a guarecerse aquí.
Tal vez cueste demasiado sostenerse en pie
no es tierra firme.

* * *

Yo no soy la conciencia
ni siquiera la inconsciencia
entiendo la mitad de esas noticias de África.
Ningunos ojos sino los míos
ahora beben de esta visión encantadora.
Yo debía estar solo en esta dulce soledad
como Manfredo.
He aprendido a nadar
sobre el tesoro del agua paseé a caballo
me ha tumbado el aguardiente
bajo frutas maduras
he sido el mayoral y el sable
en la maleza que nos desconocía:
gente sin tino en el desorden
me he dejado llevar por la corriente
un cuchillo en la faja del baile popular
en la cervecería
bailarines saludando con delicadeza
luego un hombre y su mujer
desayunando en paz.
He aprendido a nadar
traje un cervato para altos sacrificios
Juan hijo de Juan
nací una noche en que los bares cerraron
por temor de la guerra.

* * *

Hice blanco en esturiones de paño
dorados saludables pargos
del espíritu
y roncos jóvenes
y jóvenes serruchos
ni siquiera tenían alma
sino esperma goteada y largos
huesos de harina
Hombres con alas cazadores como yo
fértiles como salidos de la Biblia
bailaban en las márgenes del río
del brazo de sus hija vírgenes
con ojos de carbón
entonces creo
no vi más.

* * *

Habrá quien de estos versos saque una canoa y
entre al mar pues ya he sentido en mi espalda su
callado impulso y siempre habrá quien de estos
versos edifique una tarde incomprensible para mí
entre sus desconocidos en lugares que no veré
rodeado de palabras que serán extrañas y siempre
habrá quien suponga la nada de estos días y trate
de cortar con un cuchillo esta rueda de humo.

* * *

Ha vuelto a ser octubre muchas veces
punteros de átomo, navíos
escapes de amoniaco
nos han acorralado como estacas
no he prestado atención.
Tras las canteras
y el rastrojo oliva de los pastos
no se verá la costa
llamada Caibarién por un vaho de indios.
Y me he dejado llevar
o me han traído
y he llegado hasta aquí
remontando
la tierra apisonada
por infinitos bailes.