Poetas

Poesía de Chile

Poemas de Teófilo Cid

Teófilo Cid (Temuco, 27 de septiembre de 1914 – Santiago, 15 de junio de 1964) fue un poeta chileno, fundador del grupo surrealista Mandrágora.

Retorno

Nadie podría interrumpir el reposo de la bóveda terrestre
Aquí el silencio ha juntado sus labios para nunca pronunciar palabra
Que pudiera profanar la ostensible flor que cae
Como un junco en la ribera de los sueños.
Un sol amarillento acaricia el pórtico
Mientras haya aún verdad para la muerte y queden hombres
Por caer hacia su túmulo
Como caen los costados de los ríos en las sórdidas vertientes sin celaje
El tiempo está temblando
Temblando como un ópalo en la mano
De este día jubiloso
Yo sé que este día, sin embargo, no puede interrumpir el curso
De los muertos que aquí yacen
Esparcidos como frutas
Aunque el gallo en su plumaje de guerrero etrusco y asoleado
Borre con la esponja de su canto
La indescifrable desdicha de la vida
Y los gorriones veloces y las cautivas golondrinas
Impongan un blasón de idilio a la comarca
La tierra está sorbiendo nuestras lágrimas
Bebiendo la salud que se nos va
La alegría que perdemos a medida que vivimos
La tierra está atrapándonos la sombra que el sol proyecta mediante nuestros sueños
Ella combina con su química dorada la esencia de la luz
El aroma de la esbelta peripecia que añoramos
A las fórmulas más dulces de la ciencia de la vida.
Y esa causa de inocencia nos induce a perpetuar la reverencia
Que sentimos por la dulce redondez de sus regiones
Donde cálido el amor anida a veces
Y se teje la aureola del deseo
Más amado cuanto más eliminado
No existe ungüento parecido al eco de la vida
Cuando cae sobre el cáliz
De la flor de los que callan
Ellos escuchan envueltos en terrestres ropajes de sonoridad
Detenidos ante las vagas conversaciones,
Como ante una llave de sol
Escuchan el paso de los caminantes
Escuchan el hastío de sus voces taladradas de terror
Y conocen el origen de sus nieblas musicales
Los muertos son sabios porque no andan
Porque no buscan porque no anhelan
Y conocen además la soledad
La que tanto nos asusta cuando faltan las palabras
Y un esplendor de musgo nos crece entre los párpados.
Los muertos carecen de sentido propio
Ni hablan ni opinan pero tienen no obstante
Valor, personalidad
Para herir con su acento extranjero
El idioma que hablamos cuando hablamos de amor

Ellos saben por qué el olvido nos está acechando
Y por qué el amor sin el olvido atroz sería
Ya que los muertos, muertos son porque vivieron
Y el tiempo les dejó su huella para tenderse
Una huella que el deseo ha cubierto con sus árboles nativos
Una huella en donde el viento sopla como sobre un páramo
Y en donde el rostro de la vida pierde su sombría intensidad
Así los muertos escuchan por medio de las hojas entreabiertas
El marítimo rumor de la sangre humana

La cascada de pesar
Que espuma la corriente del lenguaje
Si vosotros estuvierais siempre atentos
Al llamado de sus cuerpos ataviados para el llanto
Las palabras sonarían como pompas de silencio

Ante la bóveda terrestre
La barbarie transparente se ha poblado de bocinas
Y de túnicas ardientes
¿Cuántas veces la estación primaveral
Ha hecho el júbilo del mundo
Provocando una ilusión de eternidad?

Si recuerdo aquel verano
No es por gusto de su fértil geografía
Ni por ser aquel verano
La enjoyada pedrería
Del deseo jubiloso

Fue tal vez porque soñaba
Con hallar tu rostro puro desvestido
Tu rostro sin candor y sin fiereza
Apoyado en el estambre
De una étnica embriaguez
Solitario
Con sus ojos temblorosos cual batallas
Entregado al dulce sino de callar

Conmovido sin embargo hasta la médula natal
Rostro abierto de vendimia
Sobre el riente tornasol
Centellante en los enigmas que propone
Devorado por la altura de la luz
Que lo emigra, de período en período,
De una época a otra época fugaz

Si recuerdo aquel verano
Con sus púberes manzanas y sus árboles cautivos
No amaba amar en ese tiempo
Cuando era cual vosotros un pigmento de familia
Raza humana o bandera nacional

Tenía demasiados dones que ocultar
Mucha luz que obscurecer
Munido estambre de jardín electrizante
El sol llegaba a mí desde los dedos
Que lo iban despojando
De su cólera carnal

(Era un sol como el que miran
Los bañistas ejemplares
Y que embebe de verdor los viejos céspedes)

Pero ahora los caminos
Han perdido su papel de antiguo encanto
Tal secas lanzas sus veredas se han hundido
En mi costado

Poseer acaso el único resabio
La piel que cubre el cuerpo de los versos
Es todo lo que hallo
Cuando trato de saber lo que poseo

Despojos ya sin sangre
Es todo
Yo he sentido a veces que el amor
Como un cabello caía ante mis ojos
Nublando la esencia del paisaje
Gris en que me muevo
Por forzoso automatismo

He sentido en la mirada el nacimiento
De un cristal preconizante
En cuyos finos lóbulos de cuarzo
Un huevo angélico nacía

Precioso de ese don yo estaba triste
Sin embargo de sentir
El grave peso de un emblema
Cuya enorme lucidez no comprendía
El amor me ataba el sol a las espaldas

Poniendo distancia de soledad
Entre cada arterial presión de las palabras
Por eso me embargaba el deseo generoso
De hablar con todo el mundo
De abrazar alguna orden extranjera
A los dominios conocidos de mi imperio personal

El amor me convertía en vaso roto
Y en fisura estrellada mis pensamientos
Por donde me derramaba
En un fluir constante de medusas
Y compactos traumatismos de la infancia

No
Es tal vez porque el verano aquí presente
Nada dice nada canta nada oculta
Y en vértice de amor y sufrimiento
Abro un ángulo hacia el tiempo irremediable

Por amar lo que he perdido
Vivo a tientas despojado de la luz
Vivo ciego en un transcurso mineral transfigurado
Por un hálito de piedra y de cemento.

NIÑOS EN EL RÍO

Allí,
Bajo los puentes,
Donde pasa el río urbano
Arrastrando en su bruma el ensueño de la gente;
Allí,
Allí quedaron,
Los rostros esculpidos por glacial fruición de muerte.

Fue arrebol de su dominio
El fluvial convoy silvestre
Donde brilla como témpano el vacío,
En fanal en que ellos vieron florecer la llama esbelta
Y el carnal derretimiento de sus pétalos ardidos.

Allí,
Junto a las duras piedras humanizadas,
En lo hondo de la espuma,
Entre redes de fulgor;
Allí,
Allí quedaron,
Los rostros enjoyados por la ráfaga invernal.

Cuando iban ya sus bocas a decir lo que se ama,
En cariátides de hielo se quedaron,
Sus sueños congelados en los labios.
¡Oh, palabras que no hienden su vestido corporal!

Cuando iban ya sus ojos a mirar ojos más tiernos
Se quedaron convertidos
En emblemas de rigor.
¡Oh, palabras que no sienten su amargura forestal!

Cuando iban ya sus manos a tocar la gloria extrema,
El estambre de la flor correspondida,
Una gélida escultora congelo sus rostros finos.
¡Oh, palabras que no quiebran su cristal!

Puede ahora, por la ruta de la hierba
Lucir el arbol, honda, su esmeralda
Y echar sus aves a volar;
Pero el día está escondido de verguenza
Y, en la ausente claridad,
Las lágrimas vacilan como pajaros de exilio.

La nota puede acaso retornar a la garganta
Y en un temblor de idilio diluir su coro antiguo;
Pero el día tiene el rostro entre las manos
Y en la espesa claridad que se filtra de sus dedos
Las nubes ya no quieren caminar.

Oh, enojo del Destino -Manto grave
Que ha cubierto las pupilas con su trémulo llanto;
Nadie sabe ya decir donde se encuentran,
En qué parque de alegría epitalial
Sus sombras comen;
En que lírica tahona
Sus sombras se hartan;
En que lecho de cabina maternal
Sus sombras duermen.

Nadie sabe ya decir la palabra del idioma
Natural que corresponde,
La palabra de piedad
Que surge pálida en la noche,
Como el blanco de los dientes,
Como el blanco de los ojos,
Como el blanco de las almas.

Nadie sabe ya llorar
En la antigua soledad resonante como un organo,
Llorar a solas de piedad
Por aquellos que no fueron sino flores desdeñadas
Sin pasión de jardinero que su aroma cultivara.

¡Nadie, nadie, nadie!
El mundo ya no tiene lágrimas que dar;
Se quedaron apozadas
En el fondo de los cuerpos
Y en el lago cerebral que allí disponen
Los árboles no sacian su ansiedad.

Nadie ha mirado estos puentes,
La avenida sombría que cubren
Y los álgidos jardines que atan.
Nadie.

Solamente la noche
Que también suele ofrecer
El bouquet de sus miradas a los pobres.

Y en sus manos de escultora perennal
Plasmó sus cuerpos.

¡Ay de aquel que es observado por la noche!

La noche no sabe discernir.
Sea amante dichoso o niño desolado,
Pone su fresca atonía en los ojos,
Contrae sus lenguas sepulcrales
En torno a la raíz de las palabras
Y deja caer un astro que, cual veneno, se disuelve.

Solamente la noche
Los miró con amor,
Con ese amor que brota
De las cosas que se hallan mas allá de las cosas mismas.

Solamente la noche los amó
Y pensó que siendo ella una artista inmemorial
Bien podría esculpirlos con su aliento.
Y ahora estan allí,
Henchidos por la brisa que recorre sus sentidos,
Llevando estériles mensajes.
Allí,
Allí.

Yo os pido por eso
Que no vengais con lagrimas tardías
A llorar su silencio
Y a intentar que de nuevo
La luna en sus ojos resplandezca
Y el perfume en sus sentidos
Y el ensueño entre sus labios.

¡No vengais con vuestras ánforas oh madres!
A ungir de aceite inútil su madura rigidez.
Están unidos por la brisa que lleno de hojas sus almas
Y de otoño virginal los fríos cuerpos.
Están unidos y vuestras lágrimas podrían separarlos.

Bajo los puentes
Donde el río parte en dos el egoísmo,
Donde lucen las parejas su privada primavera,
Y el policía hace el amor a la más dulce
De las doncellas de servicio;
Junto al parque,
Que en invierno llora sólo por toda la ciudad…

Allí,
Bajo los puentes,
Allí quedaron
Con un nudo interrogante entre los labios.

EL BAR DE LOS POBRES

Hoy he ido a comer donde comen los pobres,
Donde el putrido hastío los umbrales inunda

Y en los muros dibuja caracteres etruscos,
Pues nada une tanto como el frío,
Ni la palabra amor, surgida de los ojos,
Como la flor del eco en la cópula perfecta.

Los pobres se aproximan en silencio.
Monedas son sus sueños
Hasta que el propio sol airado los dispersa
Para sembrarlos sobre el hondo pavimento.
En tanto, cada uno es para el otro
Claro indicio, fervor de siembra constelada.

Y en la pesada niebla de los hábitos
que en ráfagas a veces se convierten
De una muda erupcion
De alcohólica armonía,
yo siento que el destino nos aplasta,
Como contra una piedra prehistórica.

Pues somos los que pasan
Cuando los más abren los ojos claros
Al amplio firmamento
Que adunan los crepusculos antiguos.
El mundo es sólo el sol para nosotros,
Un sol que ha comenzado por besar las terrazas
De los barrios abstractos.

Masticamos sus migajas,
Sintiendo que un espasmo egoista nos mantiene,
Pues somos individuos, por más que a ciencia cierta
El nombre individual es sólo un signo etrusco.

En los que aquí mastican su pan de desventura
Un viejo gladiador vencido existe
Que puede aún llorar la lejanía,
Los menús elegir de la tristeza
Y darse a la ilusión de que, con todo,
Es un sobreviviente de la locura atómica.

Sentados en podridos taburetes
Ellos gastan los ultimos billetes
Vertidos por la Casa de Moneda.

Los billetes son diáfanos, decimos,
Carne de nuestra carne,
Espuma de la sangre.

Con billetes el mundo
Congrega sus rincones
Y parece mostrar una estrella accesible
Sin ellos, el paisaje es sólo el sol
Y cada cual resbala sobre su propia sombra.

Pero la Casa de Moneda piensa por todos
Y los billetes, ¡Oh encanto del bar miserable!
Nos suministra sueños congelados,
Menús soñados el dia desnudo de fama
Al levantar los vasos se produce el granito
Del brindis que nos une en un pozo invisible.

Alguien nos dice que el sol ha salido
Y que en el barrio alto
La luz es servidora de los ricos
¡La misma luz que fue manantial de semejanza!

Hoy he ido a comer donde comen los pobres
Y he sentido que la sombra es común
Que el dolor semejante es un lenguaje
Por encima del sol y de las Madres.

Canto primero

La soledad es un reflejo de las horas dichosas
Por su espiral las zonas blancas
Que aparecen como causa de las negras
Vierten en la hondura su compacto mecanismo
Y los recuerdos calzan zapatos puntiagudos
Sobre el cojín de las sienes apagadas.

La soledad es un estanque con faunas de alcohol
Millares de pálidas tribus de nicotina
Canoas frágiles de sed
Y un cielo que interceptan nubes ebrias.

Vencido por sus aguas hojarasca soy
Árbol de río de azúcar
Lluvia angélica tostada por el sol
Mi soledad es un paraguas que se quiebra
Como un trozo de voz.

En torno a su eje
Brillantes lagartos trepan
Y hay siesta en el trigal.

Yo recuerdo una mañana sombría
Exactamente equilibrada para aquellos años
De extenuación y niñez
Los faroles temblaban bajo el remo de la lluvia
Yo miraba, yo miraba
Un bello témpano de amor tendido junto a mí.

Pasé la mano sobre el dorso azul
Y vi que los astros eran tiernas dependencias
De mis oídos
Que los sonidos de la luz eran dulces vertederos
De palabras de amor
Y creí sentirme mixto puente de dos pieles
Para cruzar aquel gran río, aquella ancha ría
Que había entre los dos.

Oh mía entre las mías
Ilumina el resplandor
E1 negro hálito de adiós
Que yace en toda boca
Ilumina mi verdor
Las praderas que en los besos reverberan
Con sus vacas y sus méritos actuales
Oh amiga, oh virtuosa de la fuga
Que hoy te encuentre nuevamente en mis palabras
Creada por instinto de cansancio
O por valor.

Tríptico de la noche (I)

¡Oh noche! ¡Oh noche! Detén a los paseantes
con el rumor de aurora de tus astros extasiados.

El amor es la razón de tus árboles dormidos,
del silencio que corre por tus venas aurorales
porque en ti las bocas son nidos
y las palabras aves que pronuncian tu mensaje.

¡Oh noche! Detén a los paseantes
que surgieron como una onda física,
como un axioma en flor.
Deténlos en la aurora de sus besos,
perfílalos de umbral contra el silencio,
que sea eterno el ángulo que dibujan sus deseos.
¡Oh noche! Tú que tienes el valor del día
y que escondes en tu índole un sol nuevo.

Tú puedes contra el tiempo revivir en verdes pinos,
azular el espacio detenido en una huella,
hacer que el lecho vibre con un ópalo…
¡Oh noche! Tú que puedes detener a los amantes,
detén a estos viajeros que han llegado sin aliento.
Son ellos los viajeros que ayer partieron desde un beso
y que ahora se pasean por un nimbo sin designios.
Ahora sus pupilas centellean, cruzan sus espadas
para quedar impresas en panoplia eternizada.
Ellos tienen un secreto que compartir contigo,
un secreto que un pensil de instinto ha levantado.
¡Oh noche! Detén a los amantes
con el rumor de aurora de tus astros extasiados.

Tríptico de la noche (II)

Cuantos vienen a mirarte te miran desde un solio de egoísmo
bajo el cual una cisterna brota que embrida a los astros.

No pueden suponer que el día nace de tus sombras,
el día que concede su luz a cualquier hombre
y que también nos sirve para odiarnos.

En ti yo encuentro los semblantes más amados,
el de una ciudad que invierte sus tejados en el agua
y el de un puente de salud sobre dolencias pálidas.
(Recuerdo como aludes de agua fresca,
viejos recuerdos donde las diarias preocupaciones crean fútiles regatas.)

Por eso a ti recurro, ¡oh noche!, para impetrar tu sombra,
tu mano enguantada de negro, tu dominó de olvido,
porque ellos, los paseantes que ahora llegan de la mano,
puedan quedar prendidos como jíbaros de espuma
al primitivo silencio de tus astros extasiados.
¡Oh emblema nupcial! ¡Oh dulce acorde transpirado!
La noche tiene ahora escudo de armas como reina,
dos miradas, dos alientos, dos palabras que el silencio crispa
en un augurio de cemento eternizado.

Tríptico de la noche (III)

¡Oh dulce noche, que mueve los estambres
con su sombra silenciosa
que es luz para la sangre!

Tú posees la fatiga que requiere mi descanso,
la faz nupcial que esconde el eco
por donde un hilo de éter va fluyendo.
Lo que eres en la simple geometría
de los cuerpos enlazados por ustorio espejo de heno,
lo que eres en la granja de tus árboles de lira
donde pastan armoniosos animales,
temblorosas palmas ávidas de estío.
Y aluminio el caserío que refleja el río antiguo,
un problema que hace nido,
un nidal que es puro lapsus,
el lapsus que es el tiempo sin medida.

¡Oh noche que das paz a las estrellas
con el vaho de los cuerpos!;
al sereno de las fábricas,
a los viejos conductores de tranvía.
Yo te voy iluminando piso a piso.
Das un lujo sideral
como al verde rascacielos
que madura con los besos de sus miles de habitantes.
Es preciso mirar sobre tus hombros
para ver el naipe que manejas.

Has detenido a los paseantes,
empleando gatos negros, perros vagos, taxis lóbregos,
que pasan a favor de la corriente
como el sueño a través del hipnotismo.

¡Oh noche! Tan hermosa
como ver a Doña Venus en la punta de la vida.
Tú que eres en el rapto de las diosas
la que acepta ser raptada,
en el rapto del espejo
la ilusión que sobrevive;
en el rapto de los besos
el lenguaje que se cambia.

Hay soles en tu nombre,
marchitos soles que devienen
populosos como siembras,
cuando una lenta espera me domina
con su atroz desesperanza.

Hay estadios en tu nombre
donde juegan inexpertos jugadores,
endurecidos como estatuas en un parque
al juego viejo que llamábamos la barra.
¡Oh noche! Tu guante ha caído al día.
Allí lo veo como sobre el banco de un parque desolado.
Me acerco. Lo oprimo contra mis labios
y entonces veo que es un bello atardecer.
Lo retiro de mi boca
y entonces veo que es la aurora que se acerca.