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Poesía de España

Poemas de Trinidad Mercader

Trinidad Sánchez Mercader, más conocida como Trina Mercader, nació el 24 de marzo de 1919 en Alicante y dejó su huella poética hasta el 18 de abril de 1984 en Granada. Desde temprana edad, la vida de Mercader estuvo marcada por la adversidad tras la pérdida de su padre a los once años y el posterior traslado de su madre a Torrevieja, buscando un nuevo comienzo en un entorno familiar.

El destino pareció tejer su ruta cuando, en el verano de 1936, un viaje a Larache, en el Protectorado Español de Marruecos, se convirtió en su hogar improvisado debido al estallido de la guerra civil española. Este escenario de exotismo y convulsión cultural avivó su pasión por la poesía y la literatura, sirviendo de inspiración para su obra futura.

La vida en Larache, permeada por una convivencia intercultural y una atmósfera vibrante, moldeó la sensibilidad de Mercader y la impulsó a explorar nuevos horizontes creativos. Su incursión en el mundo literario se consolidó con la fundación de la revista Al-Motamid, un faro de libertad y expresión artística en un contexto complejo.

A través de sus poemas, Mercader retrata la esencia de su entorno, desde los jardines exuberantes hasta la melancolía del mar Atlántico. Bajo el pseudónimo de «Tímida«, publicó su primer poemario, «Pequeños poemas«, en 1944, marcando el inicio de una prolífica carrera literaria.

El reconocimiento llegó con su segundo poemario, «Tiempo a salvo» (1956), una obra que rinde homenaje póstumo a su padre y consolida su posición como una voz destacada en la poesía hispano-marroquí. Tras la independencia de Marruecos en 1956, Mercader se estableció en Granada, donde continuó su labor creativa y su compromiso con la literatura.

A pesar de los altibajos en su vida personal y su salud, Mercader perseveró en su pasión por la escritura. Su último poemario, «Sonetos ascéticos» (1971), refleja una profunda introspección y una búsqueda espiritual, consolidando su legado como una poeta de sensibilidad única.

Trina Mercader falleció en 1984, dejando tras de sí un legado literario que traspasa fronteras y tiempos. Su obra, impregnada de emotividad y lirismo, sigue resonando en el corazón de quienes buscan la belleza en la palabra escrita, recordándonos que, a través de la poesía, el alma encuentra su morada más sublime.

Cercenadme esta voz donde anida la estrella

Cercenadme esta voz donde anida la estrella.
Cercenadme esta luz, esta naciente albura.

No dejéis que mi aliento
surja de su maraña más límpido que nunca.

Ni el gesto de muchacha que se sorprende libre,
ni este duro clamor, esta palabra impura.

Apiadaos. Derribadme
sobre esta fe creciente que mis ojos declaran
ahora que aún resbala por mi mundo la duda.

Devolvedme aquel aire de niñez oprimida
temerosa del viento, del trueno, de la lluvia.

Devolvedme a las manos que velaron el sueño
de una niña encendida de rubores y frutas.

Volvedme a mi silencio, por donde transitaba
sumisamente dulce, de mí misma confusa.

Aún soy esa muchacha que buscáis en la niebla,
que habita entre vosotros y, sin querer, se oculta.

Yo soy esa muchacha

Yo soy esa muchacha que ha besado la tierra
para posar los besos que le sobran.

Yo soy esa muchacha que desea callando
lo que se aleja siempre de su mano vacía.

Blanda pulpa jugosa para mecer el aire;
blando temblor intacto que una caricia anega.

Sedienta y absoluta,
muchacha que se besa la curva de sus hombros,
que se acaricia lenta, con dolida ternura.

Garganta donde canta la sagrada alegría,
donde los gritos crecen de plenitud ahogados.

Muchacha sola y firme que arrebatadamente
crece para sí misma su vegetal milagro,

cuando la tierra vuelca su prometida entrega
y una dulzura virgen va invadiendo los ramos.

No pesantez de carne que se estanca

No pesantez de carne que se estanca,
sino ligero gesto en el espacio.

Curva que, prisionera,
hienda el aire en el salto.

Ritmo donde las alas
recuperen su brío.
(Los músculos se apresten a salvar los obstáculos.)

Oh, senos fugitivos, detenidos en vuelo
por el ineludible tallo de la cintura.
Oh, cóncavas caderas, verticales al suelo.

Las piernas, incendiadas,
giren sobre los pasos iniciados apenas.
El ritmo irá enervando la amplitud de la falda.

Combos los finos brazos,
enmarcando la audacia de la cabeza.

Combos, en el espacio,
cuando el impulso asalte la perfección del cuello
y en torno a todo gire
la llamarada suelta del cabello.