Poetas

Poesía de España

Poemas de Vicente Espinel

Vicente Espinel, figura cimera del Siglo de Oro español, se erige como un polifacético genio de la pluma y las notas, nacido en la apacible Ronda en 1550. Su legado, inmortalizado en la literatura y la música, trasciende las fronteras del tiempo, dejando una impronta indeleble en la cultura hispana.

Desde temprana edad, Espinel demostró una inclinación natural hacia las artes y las letras, embarcándose en una travesía de aprendizaje que lo llevó desde las calles de su ciudad natal hasta los salones académicos de Salamanca. Fue en este crisol de conocimiento donde germinaron las semillas de su talento, tejiendo los hilos de su destino como escritor y músico.

Sus días estudiantiles fueron testigos de un florecimiento creativo sin igual, donde las musas danzaban al compás de sus versos y las notas de su guitarra encantaban los corazones de sus compañeros. Sin embargo, el camino de Espinel no estuvo exento de tribulaciones y aventuras, como lo atestiguan sus peripecias como soldado y su cautiverio en tierras lejanas.

Pero fue en las letras donde Espinel encontró su verdadero destino, legándonos obras maestras que trascienden el tiempo y el espacio. Su magistral novela picaresca, «Relaciones de la vida del escudero Marcos de Obregón«, se erige como un monumento literario, donde la prosa ágil y la sátira mordaz convergen para tejer una trama inolvidable.

Además de su prolífica carrera como escritor, Espinel dejó un legado imborrable en el ámbito musical, siendo pionero en la ampliación de la vihuela al añadir una quinta cuerda, según se cree. Su genio creativo y su capacidad para trascender las fronteras del arte lo convierten en una figura emblemática del Renacimiento español, cuyo legado perdura hasta nuestros días.

Vicente Espinel, ese prodigio de la pluma y la melodía, nos recuerda que el verdadero arte trasciende las barreras del tiempo, iluminando los corazones de quienes se aventuran en sus páginas y acordes con la misma pasión y admiración que en épocas pasadas. Su vida y obra continúan inspirando a generaciones de artistas y amantes de la cultura, recordándonos que el verdadero legado de un genio perdura más allá de la memoria colectiva.

Redondillas

Siempre alcanza lo que quiere
con damas el atrevido,
y el que no es entremetido
de necio y cobarde muere.

La honestidad en las damas
es un velo que les fuerza,
cuando Amor tiene más fuerza,
a no descubrir su llamas.
Por eso el que las sirviere
gánese por atrevido:
que el que no es entremetido
de necio y cobarde muere.

Mil ocasiones hallamos
con las damas que queremos
y cuando más las tenemos
de cortos no las gozamos.
Pues mire el que amor tuviere
que en el bando de Cupido
el que no es entremetido
de necio y cobarde muere.

OCTAVAS

Nuevos efetos de milagro extraño
nacen de tu valor, y hermosura,
unos atentos a mi grave daño,
otros a un breve bien que poco dura:
De tu valor resulta un desengaño,
que el suyo le deshace a la ventura,
mas el semblante regalado y tierno
promete gloria en medio deste infierno.

Esa beldad que adoro, y por quien vivo
¡Dulcísima señora! en mí es de suerte,
que al más terrible mal, áspero, esquivo
en una gloria inmensa lo convierte.
Mas la severidad del rostro altivo,
y ese rigor igual al de la muerte
con sólo el pensamiento, y la memoria
promete infierno en medio desta gloria.

Y este miedo que nace tan cobarde
de tu valor, y mi desconfianza
el fuego hiela, cuando en mí más arde,
y las alas derriba a la esperanza:
Mas llega tu beldad haciendo alarde,
destierra el miedo, pone confianza,
alegra el alma, y con un gozo eterno
promete gloria en medio deste infierno.

Bien pudiera, gallarda Ninfa mía,
perder tu gravedad de su derecho,
y el perpetuo rigor, que en ti se cría
desamparar un rato el blanco pecho:
que aunque tiene tu talle, y gallardía
lleno de gloria el mundo, y satisfecho,
ese rigor, y gravedad notoria,
promete infierno en medio desta gloria.

Vuelvo los ojos do contemplo, y miro
el áspero rigor con que me tratas,
de temor tiemblo, y de dolor suspiro
viendo la sinrazón con que me matas:
a veces ardo, a veces me retiro,
mas todos mis intentos desbaratas,
que sólo uno no sé qué del pecho interno
promete gloria en medio deste infierno.

Negar que la apariencia del hidalgo
pecho, que en mi favor siempre se muestra,
no me levanta a más de lo que valgo,
y a nueva gloria el pensamiento adiestra,
jamás podré, si de razón no salgo;
más esme la fortuna tan siniestra,
que pervertiendo el fin desta vitoria
promete infierno en medio desta gloria.

CARTA

El aspereza, que el rigor del cielo
usa conmigo en soledad tan larga
llena de llanto, falta de consuelo,

hace que tenga por pesada carga,
la que por dulce vida un tiempo tuve,
y ahora me parece muerte amarga.

Mientras con la esperanza me entretuve,
y al corazón de tu favor hambriento
con la palabra dada, y fe mantuve,

viví, señora, con algún contento,
llevando el gusto de uno en otro engaño,
causa del mal que ahora paso, y siento.

Porque llegado el duro desengaño,
cuanto fue en mí mayor la confianza,
fue mayor la ocasión del grave daño.

Nunca pude entender que en esperanza,
que fue engendrada en tan divino pecho
pudiera haber un punto de mudanza.

Algunas ocasiones lo habrán hecho,
que siempre el hado que en mi mal se ensaya
busca mi daño, aparta mi provecho.

O porque esta desierta, y seca playa
no debe ser merecedora, y digna,
que tanto bien en sus riberas haya.

¿Que fuera ver esa beldad divina
adornado este soto, y su ribera
con esa luz a quien el sol se inclina?

Viéramos en invierno primavera,
y el seco, estéril, y agostado estío
de flores coronado se ofreciera.

Duélete el ecesivo dolor mío,
y ver que con mi triste, y lamentable
llanto crecen las aguas deste río.

Cumple divina Ninfa la inviolable
palabra, que me diste, que no pienso
que pueda haber en ti cosa mudable.

Ven ya ¡Célida mía! y del inmenso
mal que padezco (si te agrada, y place)
la ocasión sentirás más por extenso.

Y si esta tierra no te satisface,
satisfágate esta alma donde vives,
que en tierno llanto el corazón deshace:

Y si en otro lugar gusto recibes
que venga haber efecto este concierto,
¿por qué razón señora no lo escribes?

Quién estuviera satisfecho, y cierto
de un sí, que en esa boca tanto vale,
que basta dar la vida a un hombre muerto.

Si el fuego vivo, que del alma sale
a tu valor, y gran merecimiento,
sin ser posible quieres que se iguale,

Ya ha hecho lo que puede el pensamiento,
pues se subió hasta abrasar las alas
en la esfera del más alto elemento.

No eres tú, Ninfa, la Belona, o Palas
cuyo propio ejercicio es hacer guerra,
que en la divinidad sola le igualas:

Eres ángel, o dama, en quien se encierra
el valor, discreción, y hermosura,
que puede desearse acá en la tierra:

Mas no vivas contenta, y tan segura
con ser en suma perfección hermosa,
que eceda a la prudencia, y la cordura:

Porque eres obligada a ser piadosa,
y ese don que te dio naturaleza
no usarlo siendo tibia, y desdeñosa:

Que pasa el tiempo al fin por la belleza,
y a veces suele dar cruel venganza
del rigor, el desdén, y la aspereza.

Y la que de belleza más alcanza
ha de considerar, que está sujeta
a su costumbre, y natural mudanza:

No hay perfección de dama tan perfecta
que contra el tiempo pueda ser constante
que todo lo aniquila, y lo sujeta.

Llega la enfermedad, y en un instante
la divina beldad deshace, y borra
de la más libre, altiva y arrogante.

Que es de tal condición, que no se ahorra
con blancas manos, ni cabellos de oro,
por más que en su favor la suerte corra:

Pues ya el dulce parlar, y aquel tesoro
del cuello altivo, y cristalina frente,
con que a la gravedad guarda el decoro,

La fina grana, y el ebúrneo diente
los dos carbuncos, y aguileña plata,
los claros rayos del dorado Oriente,

Por todo pasa, y todo lo arrebata,
y si en flor no lo coge su fortuna,
la antigüedad del tiempo lo maltrata.

Así, señora, que si cosa alguna
no puede ser que sin mudanza viva
en cuanto está debajo de la Luna,

Cordura me parece que la altiva,
y vana presunción se deje aparte
el desdén fiero, o condición esquiva.

Y no quieras tener el avisarte
por libertad, y atrevimiento loco,
que no ha sido mi celo disgustarte:

Mas es materia general, que toco
en que las diosas Venus de la fama
se vienen deslizando poco a poco.

¿Por cuanto no querrá la grave dama,
que desdeñó al galán por vanagloria
viéndolo arderse en su divina llama,

Que de sus daños lleva la vitoria,
cuando la venga a ver marchita, y seca,
y lo pasado traiga a la memoria?

Bien se yo, que si en este caso peca
todo el universal de damas junto,
esta costumbre en ti se muda, y trueca,

Que tu ser, y valor puesto en su punto
te obliga a ser benigna, afable, y mansa,
y no tirana a un corazón difunto.

Con la imaginación desto descansa
el alma triste que contigo llora,
y en la furia mayor su llanto amansa.

Yo quedo cierto, y satisfecho ahora,
que tengo de gozar tu alegre cara
que al fin darás la vida a quien te adora,
y en servirte una vida, y mil gastara.

ÉGLOGA DE LISEO

Al tiempo que la clara luz hermosa
de oscuridad destierra el accidente,
y las doradas flores
esparcen por el campo mil olores,
el blanco lirio, y la purpúrea rosa,
el aura fresca lleva blandamente
los acentos suaves
de las parleras aves,
junto a un arroyo sosegado, y lento
todo recibe general contento
con el rocío de la blanca aurora,
solo Liseo llora
con tal tristeza, y encendido llanto,
que a la más tibia, y más cruel pastora
enterneciera, o la moviera a espanto.

Luz de mi alma, a quién ausente adoro,
y por quien me da vida la memoria
con la esperanza triste,
que en la imaginación sola consiste,
¿Quién mirará los crespos lazos de oro
que un tiempo fueron de mi infierno, gloria,
y el estrellado cielo,
adonde sin recelo
tocó mil veces mi atrevida mano,
y el angélico rostro soberano
de fatigado espíritu reposo?
¿Quién será tan dichoso,
que ver merezca el cristalino pecho,
y el divino semblante milagroso,
por quien en vivo llanto estoy deshecho?

¿Quién tocará la alabastrina, y pura
mano, principio de la muerte mía?
La sonorosa, y clara
voz con la lengua en ecelencia rara,
que con gobierno, y celestial cordura
hiere el aire en dulcísima armonía,
¿a quién habla, y responde?
¿O en qué cielo se esconde.
quién tuvo mis orejas tan suspensas?
Célida mía, ¿En qué ejercicio piensas
que se entretiene el alma de tu amante,
sino en poner delante
estas reliquias de memoria amarga,
para que a veces llore, a veces cante
de tu belleza, y mi pasión tan larga?

Del punto en que comienza el sacro Apolo
a dar color con su presencia al mundo,
y las flores matiza
del carmín, jalde, y de la azul ceniza,
con mis pasiones miserable, y solo
comienzo yo con un pensar profundo,
a imaginar, si acaso
del fuego, en que me abraso
te acordarás, y desta ausencia avara:
¡Ay dulce España, ay dulce patria cara!
Con estas cosas me macero, y canso,
pero luego descanso
con fingirme, que gozo en tu presencia
del regalado trato, afable, y manso,
que dio salud a mi mortal dolencia.

Luego me sobreviene un pensamiento
contrario, que me arroja al hondo abismo,
que en tu gloria serena
no hay accidentes de tormento, y pena,
quiero decir, que en quien el firmamento
repartió tanta parte de sí mismo,
es razón que no entienda
mudanza de tormenta,
el aspereza de calor, ni invierno;
con esto vuelto al sentimiento tierno,
yo mismo a nuevas muertes me sentencio,
porque luego el silencio
de la espantosa noche le sucede,
do en sólo el padecer me diferencio,
no en más ni menos, porque ser no puede.

En un instante con pensar me alegro,
que el rigor, y aspereza de Saturno
será menos esquiva
con la memoria de tu imagen viva,
que cuando viene el velo oscuro, y negro
se representa en el callar nocturno,
y más viva parece:
Tras esto se me ofrece
aquella noche tan serena, y clara,
en que el lucero ardiente de tu cara
dio luz al mundo por oír mi canto,
y no te lo levanto,
que oyendo mi zampoña, y verso rudo
el de Tracia dijiste, que en su tanto
pudiera estar en mi presencia mudo.

Mas no puedo durar en este engaño
tanto, que aplaque mi furor su fuerza,
porque luego revuelve
el cuidado, que en nada se resuelve,
y mostrándome al ojo el desengaño
el claro devaneo allí me fuerza,
a desear de nuevo
la luz, con quien me elevo
oyendo el murmurar del claro arroyo,
donde las lamentables quejas oigo
del ruiseñor, y la calandria un poco,
a lagua, y hierba toco,
por ver si amansa mi encendida fragua,
mas son extremos, y pensar de loco,
que deste fuego, no es contraria el agua,

Pero con todo un poco me entretengo
con estos sauces, la frescura, y sombra
de tan diversa hierba
como naturaleza aquí conserva,
y en grande admiración de todo vengo:
De flores veo una bordada alfombra,
y el argentado, y puro
cielo jamás oscuro
alegremente el suelo ruciando,
los pajarillos a su son cantando
los verdes ramos, que menea el aire
al descuido, y desgaire
mírolo, y digo; a tan dichoso suelo,
aquella gracia, y celestial donaire
de mi señora lo tornará en cielo.

Esta es la vida, y miserable estado,
en que la ausencia por mi mal me ha puesto
de todo bien desnudo
el vivir puesto ya en el punto crudo,
do con la muerte me será forzado
abrazarme dejando todo el resto,
y a mi mal escondido
en el profundo olvido
por ser mi muerte en ocasión tan alta.
Célida mía, ya el vigor me falta,
otro nuevo tormento me recrece,
adiós, que ya se ofrece
el último remate a mi porfía,
y el aliento vital me desfallece,
adiós, señora, adiós Célida mía.

Adelante pasara el pobre mozo
con su cantar, si una mortal congoja,
que la virtud le mengua
no le trabara el corazón, y lengua,
que arrojando del pecho un gran sollozo
cayó en el suelo, y el aliento afloja,
hasta que dos amigos
de su pasión testigos
espantados del grave, y triste agüero
llorando al casi muerto compañero
en hombros a su choza lo llevaron,
donde le sepultaron
entre jazmines, rosas, y amaranto,
hasta que las congojas le dejaron,
y vuelto en sí, torno a su usado llanto.