Poetas

Poesía de España

Poemas de Víctor Botas

Víctor Botas fue un escritor español nacido en Oviedo, Asturias, el 24 de agosto de 1945 y fallecido en la misma ciudad el 23 de octubre de 1994. Perteneció a la generación poética del 77, un grupo de autores que no siguieron la «disidencia» de los poetas novísimos, sino que trataron de modular tradiciones precedentes sin romper con ellas. Entre sus referentes se encuentran Miguel d’Ors, José Luis García Martín, Jesús Munárriz y Eloy Sánchez Rosillo.

Se licenció en Derecho por la Universidad de Oviedo, donde colaboró como profesor ayudante y ejerció la abogacía durante varios años. Fue autor de diez libros de poemas y cuatro de narrativa, en los que muestra una poesía de aliento clásico, con influencias grecolatinas, elegíacas y humorísticas. Su obra refleja una cosmovisión personal donde la exaltación vitalista y el efecto burlesco tratan de atenuar las huellas de una caducidad que se refleja en las ruinas arqueológicas, las páginas de la literatura y los vestigios de la propia experiencia.

Fue finalista del Premio Nacional de la Crítica con el poemario Historia antigua, e incluido en varias antologías poéticas. Tras su muerte prematura, se publicaron importantes estudios sobre su obra, así como textos y fotografías inéditos. En 2014 se realizó una exposición sobre su vida y su obra en la Biblioteca de Asturias, con motivo del vigésimo aniversario de su fallecimiento.

Florencia

Una luna encarnada
allá en el aire
y sola
El repentino aroma
de un ramo de violetas
al salir
de un café
en vía Clazaiuoli
Aquella
rosa herida
de muerte entre los pliegues
de seda del crepúsculo
El puente
El frío
Arno
Fiésole
Los cipreses
soñando en las colinas
La noche
la de siempre
la de todos
los días
ésa
la que ya se te enreda en las pestañas

Epitafio

A. C. Pontuleno,
que vivió cinco años,
once meses y veintinueve días,
de sus padres, Délfico
y Pontulena Prepusa

Debéis guardar silencio: Se ha dormido
tan dulcemente el Tiempo entre mis brazos.

Anales

El 2 de septiembre del año 31 antes de Cristo
Octavio (aún no era Augusto
—lo sería
en enero del 27)
borra del mar de Actium,
bajo un sol impasible,
el gran sueño imperial de Cleopatra.

En Mühlberg, Carlos V, el 25
de abril de 1547,
desde el lecho doliente de un ataque de gota,
humilla al luterano
Juan Federico de Sajonia,
y Wittemberg
—patria de la Reforma—
vuelve a poder católico.
El 21
de octubre de 1805, Nelson
herido ya de muerte,
derrota en Trafalgar y simultánea-
mente a las dos armadas
enemigas.

El 5 de junio de 1942, el almirante
japonés Yamamoto, ante el desastre
inevitable, ordena
cambiar rumbo a sus naves
de Midway, entre golpes
de mar y espuma y viento.
El miércoles 6 de abril de 1994,
en un lugar tan trivial como lo es una cafetería,
una mujer y un hombre se enredaron
en tácito combate de miradas.
Quién me diera
no haber sido aquel hombre.

Ahora

Una mujer de ojos verdes irá en estos momentos
por Tottenham Court, hacia Oxford Street.
Otra, de negra cabellera, estará ahora mismo cruzando
la Via dei Fori Imperiali, el Coliseo al fondo.
Una tercera, sale seguramente de la boca
del metro de París, justo frente a l’Etoile.
En Madrid, habrá una jovencita que ligue emocionada
mientras toma una caña en algún bar de Rosales,
cerca del templo egipcio:
¿Y tú, my rose, my rose?:
a lo mejor
miras en este instante
el mar y no comprendes
que te lo llevas todo en las pupilas.
Mientras,
yo mato el tiempo tercamente
en este cuarto gris y ante esta hoja.

Mediodía

Entre las olas que se obstinan
en la arena
y los tamarindos que se mecen
en manos de la brisa
surge
súbita como un salto
de gacela
la mirada temible de una niña.

Sábado

Más de una hora inquieto,
tratando de encontrarla por las calles, apostado
en sitios estratégicos —esquinas
en teoría casi inevitables, húmedos
bares de tres al cuarto, paradas
de autobuses… qué se yo—
y ahora,
ahora estaba ahí,
tranquila,
tan campante, guapísima, del otro
lado del cristal.
La había visto
de lejos —de muy lejos
diría,
para estos ojos miopes con que ando—
Ahí está
ahí está, pensé,
y se agitó mi espíritu lo mismo
que se agitan las aguas tristes de los lagos
con la brisa de otoño.
Era el momento,
esa ocasión que ni pintiparada, única: bastaría
con empujar la puerta,
mentir
un simple encuentro fortuito,
entrarle al quite, buenos
días caramba, vaya una
feliz casualidad, y todo hecho,
todo;
y luego, ya se sabe, cada uno
debe tener su arte de enrollarse, su ars
amandi, como ya dijo Ovidio.
Era el momento
sí.
Pero pasé de largo
igual que un apestado, como un perro
con pulgas
y el rabo bien metido entre las patas,
jadeando,
sin osar tan siquiera echarle una mirada de reojo:
apijotado, vamos.
Pasé de largo
como las aves pasan en los cielos
y el sol sobre los días
y las flores
que quieren reposar en sus cabellos
y morirse en sus manos,
y no saben.

Venus de Cnido

Las manos de la diosa
no prodigan
calor.
Vale mil veces
más la humilde ternura de esas otras,
comunes y encontradas
en la noche del puerto,
que toda la destreza de Praxíteles.

Tienes ojos extraños

Tienes ojos extraños.
Palpitantes caderas con inquietud de río.
Lentas ondas oscuras que tiemblan en tu frente
como algas mecidas por las olas.
Tus manos bien podrían alzar en vilo el mundo,
frío cáliz de espanto ofrendado a los dioses.
Suspiras y es mi pecho quien absorto suspira.
Te mueves y soy yo quien se agita y disloca.
Sonríes y provocas la muerte en quien te mira;
una muerte instantánea: la muerte de los héroes.
Eres, pues, peligrosa, como un tigre en la jungla
bajo la luna pálida. Eres más: eres todo,
todo un peligro público. Y lo sabes, bandida.
Te estoy diciendo esto desde el fondo del pozo,
tieso ya, amortajado, la barba de diez días
y lleno de gusanos que me sueltan las uñas.