Poetas

Poesía de México

Poemas de Victor Hugo Piña Williams

Víctor Hugo Piña Williams, un destacado poeta y escritor mexicano nacido el 28 de julio de 1958 en la Ciudad de México, ha dejado una huella imborrable en la literatura contemporánea de su país y más allá. Su versatilidad como creador literario, editor y ensayista ha enriquecido la escena literaria mexicana y ha contribuido al desarrollo y promoción de la poesía y la literatura en general.

Piña Williams es licenciado en Lengua y Literaturas Hispánicas por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), lo que revela su sólida formación académica en las letras. Su presencia en el ámbito editorial es igualmente destacable, habiendo ejercido roles cruciales en importantes publicaciones y proyectos literarios, incluyendo revistas como «El Día de los Jóvenes,» «Textual,» y «La Gaceta del Fondo de Cultura Económica.»

Como poeta, Piña Williams ha dejado una marca indeleble con sus obras, que abarcan tanto la poesía como el ensayo. Fundador de las colecciones de poesía «Margen de poesía» y «Práctica mortal,» ha sido un referente en la promoción de voces poéticas emergentes y ha contribuido a la difusión de la poesía contemporánea en México.

Además de su labor editorial y literaria, Piña Williams ha ocupado roles importantes en instituciones culturales y educativas, como el Departamento Editorial de la Universidad Autónoma Metropolitana y la Dirección General de Publicaciones del Conaculta, demostrando su compromiso con la promoción de la cultura y la literatura.

Su influencia se extiende más allá de sus escritos y roles institucionales. Piña Williams ha sido un activo miembro de jurados en certámenes literarios, un conferenciante y profesor en temas de lengua y literatura, y un colaborador de numerosos medios de comunicación y revistas literarias.

En resumen, Víctor Hugo Piña Williams es una figura polifacética en el mundo literario mexicano. Su vasto conocimiento, pasión por la literatura y contribuciones como escritor, editor y promotor cultural lo han convertido en un referente en la escena literaria contemporánea de México, dejando una profunda huella en la poesía y la literatura de su país.

El bitorso

Para Laura Orozco
y Fernando Solana

Todo.
Te empujo el palabrerío
que me hace el cuerpo,
te soplo la lengua
que te gritas.
Hela ahí habla verrionda
de boca en boca.
Él la habla,
hablija de ella deshablada en la quemadura queda del aire,
su duna adelia su puente adunco,
nabla de su rijo que cantarilea las gémulas de su ardida.
Él la habla,
él habla ella
como palabra de carne
soy yo ¿te oyes?
Corres por la voz que te corre,
trasgueas a vueltas de tactos.
¡Ah traviesuca,
te atravieso de verba!
Te palabro pues locuela,
locuela en que me hablo sin entenderme al oído de lo ido
[en el arrecil de la yacedumbre.
Blablamos bla blablamos.
Balumosos blablamos bla.
El verbo de dios,
el vergo de dos en la medusa.

Toda.
Te brago a manos llenas.
Te voy hacia vas,
como rezo de saliva.
Te aviento la yerba de la sal,
no puedes que te puedo
a puños abiertos a lo largo labiado del satín rubescente,
en andanadas de estupores que el oxígeno bate como alas
[a través del nubazón de teamo.
No podrá ser sino
que te coja los quejidos y junte sus favilas de vaho
y sienes,
que te acoja las uñaradas,
que te criature el triángulo
a méntula.
Tendré más celos de ella que tú los tuviste de mí.
Me la haces y te la pago.
Irrúmate de mí.
Así asá. Desgózname. Gozo.
Te muevo guerra,
te extravío en el humo de las cabras que
[incendian.
Te revuelco a mal hacer,
se te caigo el cielo.
Me río, je, con los dientes molidos del que se tragó el
[gritor del cuerpo llano.
Ah con qué odio me miras del que un bien se sabe amor.
Aquí y aquí mandobles de testa que busca.
Mátame vivo y culiándote,
que la hilaza voltiza del viento que luchamos
acinture su maleza,
fugue su flogisto,
el vaporzuelo del animal que se despereza
en la pausa híspida de su solivianto
[de mío tú yo,
Se repina sobre sus cuartos
la bestia
de las dos espaldas.

El bitorso.
Mamígero,
hominiano feminifloro,
nudívoro.
Plexo en delta que levanta hacia la fullona de la boca [dupla,
su celaje partido,
sus zetas, jotas y
[gluglús de vanifuerza.

Y más lejos beso en agraz, la astomia ya cundible por
[toda la pirámide de las cinturas.

Ni vestiglo ni endriago ni egipán.
(aunque el hirco que te
[lamo mucho
a narices febridas de liso sabor y pelaje
es homilía de celo montes).

De la familia de los estrigidos de la estruacion.
Adéfago igual sin hocico o con el solo costurón de los
[labios.
Abléfaro bifronte que a ojos pende de la plomada solar.
Gasterópodo sobre el lento relámpago
[del sudor.
El sucio lambucear de dos castores y poluxinos.
Ápice morado y protáctil les
[dardea el paladeo,
las centésimas de carne de la subitación ascensa,
de halcón arenisco,
de carnero hendido en su corcovo diosador, en su ayunta
[de harina crecedera y orinada por lo vivo.
Aquí estamos el bitorso,
¡cómo roe la peñasca de su abrazo!
Míralo alamparse enroscado en el tubérculo de su vacío
[de linfa y luz seca.
Ah cómo te aflijo el infíbulo.
Partimos el ovezuelo que blabla bla.
Te Dido o digo.
Me tienes tu tener, ten.
Folgamos como es razón.
Digamos higuera por ejemplo.
Vamos, ea.
Nace y muere, mata y vuelve el crío entre las piernas.

Transverbación

Para Octavio Paz

I

Lo que la sílaba soba y desova
es el pulso larvoso de la nada,
la Vesta que deflagra su melisma,
su llama que te abro

aquella boca que calla en la boca
y que saliva en ábaco su sílaba
y el abáculo aboca de su sino,
vocal que vidria un agua.

Transido estanque que la voz represa
y os, ble, du, fí, trans (úvula que ovula) —
desgrana como pujos coloidales
del labio de su gana.

II

Del venablo a la boca hay un vocablo,
astil buido de alcanzar alcance,
de ir y llegar para asparse en el centro
famoso de su borde.

Poco hacia nada es lanceta de casi,
pujosa y repujada así de sílabas,
de si las hablas criboso te escanden
canción labrapalabra.

Y pecíolo vive de agualumbre
a ganar el ahora de hábil pasmo:
extraño envaramiento que se envara
saeta disparosa.

III

Por adarmes y en gracia palatina,
bulle la voz zarabanda de agujas,
y sí que no que sino el gran saetín
recorre del idioma.

Molino de tesón y pie de ensalmo,
sien de artificio y espuma de ágata,
el idioma se enciende y se hace lenguas,
se hace y hace lenguaje.

La esfinge decidora que ilimita
su tino contra jueces que aseguran
que se equivoca y olvidan que es esa
la equidad de su boca.

IV

Pica y pica el vultúrido del verbo
zamarrea y junta, saja y socaliña,
hace avío en un claro de papel
que sólo así se aclara.

¿Es otra la total llanura llena
en que se desmorecen los relapsos?
El picoteo de escribe escribiendo,
¿acaso no los salva?

Es rapiña y aliño en un desierto
que marca la voz del solitario:
quien habla solo espera hablar un dios
de página y de tinta.

V

Es y envés, va y voz, sonda y senderea,
y llega como estar, no ya, no yo,
antes estarecida vez de habla
jamás allegadiza.

Ándalo linde, encrucíjalo vía:
apéate y despéalo galope.
Tíntalo y púngelo púa de sangre:
poémalo plenario.

Éxtasis unitivo que desune
verbíferos enjambres de almo azogue
y conyuga la brama que hace estrofa:
envergúese su fuerza.

VI

Grito muy grande de nardo muy quieto,
lívido riel que se reza caminos,
musgo que en la garganta se demora:
lucia encía de ansia.

Por el pliegue del aire pasa ahusado
y muy zumoso de su sumidad,
como el rosario que pasan los dedos
que tiemblan las palabras.

Es la nada toduna que exúbera.
Es el silencio. Lenguaje o cilicio.
Idioma varadero y hambre en signos:
signaje verdadero.

VII

Presente, mustia gota del instante
(esmera cauces bruscos de ámbar ido),
loma lamida por vientos hadados
de tienes y no tienes.

Su tic tac acompasa y rapidece
los ocios del vacío y de sus naipes,
que tesaurizan y tahurecen grávidos
caudales de quizás.

Niño bautista que a tiempo del tiempo
a los decapitados capitosos
del santiamén alumbra, mientras juega
soldaditos de polvo.

Último

Canto azuceno o anémona del frío, el curso procuroso y procuroso de la voz lidiada hace cima y cerco de su cisma, ya castillo que se pone asedio a sí mismo. ¡Gran cosa tuviera que ser el poema para fundar tal enclave torreado y arcifinio donde la guerra sin paz no gana!

Y el hombre de verso y versa cruza palabrabundo esa tierra de nadie nunca nada donde anida la voz su litigio, con la peleazón de los idiomatios (sílaba sin labio, boca al venablo) y con la tregua del polvo de lo que no cesa.

En tándem y hacia dónde, los artilugios del instante numeran las industrias de su cero en movimiento, las mudanzas de la guerra por el castillo, del castillo por su deseo. Que escaliba el rescoldo de su vértice, que encandesce la vena de su ángulo ambicierto. Cuando ese hombre vadea la tal tierra del eco de nadie. Cuando cruza ese hombre del hambre sígnea el erial de lo suyo: como decir que cruza en cruz, romero inerrante y quedo en sí, quiasma el más puro de la inmovilidad. El poetambre atraviesa sin andar, con pasos de lumbre desorillada. El poetardimiento enclava, más bien encrucija el botón versicolor de su éxtasis, polo unitivo y último. ¿Adonde podría no ir o sí ir en ese santiamén, en esa loma limbo o lumen lamiente? Quién sabe que quién sabe. Preguntas que cascan el hueso de la sangre.

Comoquiera él recorre el decidido valle, en cruz mutila y desnuda como centro, y va escogiéndoles la virginidad a los cuchillos. Ensoledado y ensálmico, eso sí, más solo que un televisor encendido en la noche vacía de una casa de solos. El puño del pecho estruja su abecedianto y estruja un talismán de cera. Él pasa o punza. Va como alma que lleva. Va y voz. Va como diablo que lleva alma, quiescente y atinado por la luz agujada de un di dilo dicaz, de un dios fulminatriz que habla en callando: silendios. Encalladura del silencio en el otro mar. Silencio, pues, que la palabra pide la palabra.

Y pagino y tinto, el dios pone el hito de su rayo, siempre ahora y solamente hacia. Y él todo muflones se calcula joya, se acopia hacina de cilicios. La gresca aquella se cntorrece. El dios aluza. Él, transverberado. Transverbado. El dios, sin dios. Él, ascua. Hosca.