Poesía de Estados Unidos
Poemas de Wallace Stevens
Wallace Stevens (Reading, Pensilvania, 2 de octubre de 1879 – Hartford, Connecticut, 2 de agosto de 1955) se destaca como un influyente poeta estadounidense, inmerso en el modernismo anglosajón del siglo XX. Su vida, sin embargo, estuvo más estrechamente relacionada con el mundo de las compañías de seguros que con la literatura, ya que trabajó como abogado de seguros durante toda su vida.
Stevens estudió en Harvard y Nueva York, y aunque tuvo un breve periodo como periodista, obtuvo su título de abogado en la New York Law School en 1903. En 1909, contrajo matrimonio con Elsie Viola Rachel, y juntos tuvieron una hija llamada Dolly Stevens en 1924. A pesar de que su matrimonio experimentó distanciamiento, nunca se divorciaron. Más tarde, su hija publicaría las cartas de su padre y una colección de sus poemas.
Si bien Wallace Stevens pasó la mayor parte de su carrera profesional en el sector de seguros, su verdadera vocación como poeta no se manifestó plenamente hasta después de los 50 años, lo que lo convierte en un ejemplo notable de un poeta tardío. Esta transformación se ha destacado como un fenómeno poco común por el crítico Harold Bloom.
La poesía de Stevens se caracteriza por explorar las interrelaciones entre la imaginación y la realidad, así como entre la conciencia y el mundo. Para él, la imaginación no es simplemente equivalente a la conciencia, y la realidad no se reduce al mundo objetivo más allá de nuestra mente. Stevens sostenía que la realidad se forma a través de la actividad de la imaginación, que a su vez da forma al mundo. Su poesía refleja su creencia de que la realidad es una construcción de la imaginación y, por lo tanto, un proceso en constante evolución y transformación.
Stevens sugiere que vivimos inmersos en una tensión constante entre las formas que utilizamos para dar estructura al mundo y las ideas ordenadas que nuestra imaginación nos presenta. Esta tensión es fundamental para su visión poética, y su poesía busca explorar y expresar este equilibrio delicado.
La obra de Wallace Stevens ha sido elogiada y reconocida tanto por críticos como por poetas. Su influencia se ha extendido a varias generaciones de escritores, y su poesía sigue siendo objeto de estudio y admiración. Su enfoque en la relación entre imaginación y realidad, así como su habilidad para explorar la complejidad de la mente humana, lo convierten en un autor fundamental en la tradición poética estadounidense del siglo XX.
I
Aquí es donde vive la serpiente, la sin cuerpo.
Su cabeza es aire. En cada cielo, por la noche,
Debajo de su cola se abren ojos que nos miran.
¿O esto es otro culebrear fuera del huevo,
Otra imagen al final de la caverna,
Otra sin cuerpo para la vieja piel?
Aquí es donde vive la serpiente. Éste es su nido,
Estos campos, estas colinas, estas teñidas distancias,
y los pinos encima, ya lo largo y al costado del mar.
Esto es forma engullendo lo informe,
Piel relampagueando hacia desapariciones anheladas,
Y el cuerpo de la serpiente relampagueando sin piel.
Ésta es la altura emergiendo y su base
Estas luces pueden finalmente alcanzar un polo
En la semi cerrada medianoche y encontrar la serpiente allí,
En otro nido, el amo del laberinto
De cuerpo y aire e imágenes y formas,
Inexorablemente en posesión de la felicidad.
Éste es su veneno: que hemos de desconfiar
Incluso de esto. Sus meditaciones en los helechos,
Cuando se movía tan apenas para estar segura del sol,
Nos hizo no menos seguros. Vimos en su cabeza,
Anillada de negro sobre la roca, el animal moteado,
La hierba móvil, el Indio en su claro del bosque.
II
Adiós a una idea… Una cabaña en pie,
Abandonada, sobre una playa. Es blanca,
Como de Costumbre o de acuerdo con
Un tema ancestral o como consecuencia
De un rumbo infinito. Las flores contra el muro
Son blancas, están mustias, una especie de marca
Recordando, intentando recordar una blancura
Que era diferente, otra cosa, el año pasado
O antes, no la blancura de una tarde al envejecer,
No sé si más fresca o más apagada, si de nube de invierno
O de cielo invernal, de un horizonte a otro.
El viento arrastra la arena por el suelo.
Aquí, ser visible es ser blanco,
Es tener la solidez del blanco, la realización
De un extremista en un ejercicio…
Cambia la estación. Un viento frío congela la playa.
Sus largas líneas se hacen más largas, y vacías,
Una oscuridad se acumula aunque no cae
Y la blancura crece menos vívida en el muro.
El hombre que camina se vuelve sobre la arena con estupor.
Observa cómo el norte siempre engrandece el cambio,
Con sus brillos helados, sus curvas rojiazules
Y ráfagas de grandes ascuas, su verde polar,
El color del hielo, del fuego y de la soledad.
IV
Adiós a una idea. ..Las cancelaciones, las negaciones
Nunca son definitivas. El padre está sentado en el espacio,
Dondequiera que sea, con aspecto no amable,
Como alguien que es fuerte en los arbustos de sus ojos.
Dice no al no y sí al sí. Dice sí
Al no; y al decir sí dice adiós.
Mide las velocidades del cambio.
Salta de cielo en cielo más rápidamente
Que los ángeles malos del cielo al infierno en llamas.
Pero ahora está sentado en un tranquilo y verde día.
Asume las grandes velocidades del espacio y las agita
De nube a cielo despejado, de cielo sin nubes a un claro glacial
En vuelos de oído y ojo, el ojo más alto
Y el más bajo oído, el profundo oído que discierne,
Al atardecer, cosas que lo asisten hasta que oye
Sus propios preludios sobrenaturales
En el momento en que el ojo angélico define
A sus actores, acercándose unidos, con sus máscaras.
Señor Oh señor sentado junto al fuego
Y aun así en el espacio, inmóvil y aun así
Origen siempre resplandeciente del movimiento,
Profundo, y aun así el rey y la corona,
Mira el trono presente. ¿Qué compañía, enmascarada,
Puede hacerle de coro con el viento desnudo?
VII
¿Existe una imaginación que entronizada reúna
Tan inexorable como benevolente, lo justo
Y lo injusto, que en medio del verano se detenga
Para imaginar el invierno? Cuando las hojas mueren,
¿Se asienta en el norte y se envuelve a sí misma,
Con la agilidad de una cabra, cristalizada y luminosa,
En la más alta noche? ¿Yesos cielos la adornan
Y la proclaman, la blanca creadora de negro, propulsada
Por extinciones, tal vez incluso de planetas,
Incluso de tierra, de mirada, en la nieve,
Excepto cuando es necesario a modo de majestad,
En el firmamento, como cábala de coronas y diamantes?
Salta a través nuestro, a través de todos nuestros cielos,
Extinguiendo nuestros planetas, uno a uno,
Dejando, de donde estábamos y mirábamos, de donde
Nos conocíamos unos a otros y pensábamos de cada uno,
Un residuo tembloroso, congelado y concluso,
Salvo esa corona y esta cábala mística.
Pero no se atreve a saltar por azar en su propia oscuridad.
Debe cambiar de destino a frágil capricho.
Y así, su impulsada tragedia, su estela
Y su forma y su fúnebre hacerse se mueven para hallar
Lo que deba o, al menos, pueda deshacerla,
Digamos, una ligera comunicación bajo la luna.
VIII
Siempre puede haber un tiempo de inocencia.
Nunca existe un lugar. O si no existe un tiempo,
Si no es cosa de tiempo, ni de espacio,
Existiendo, a solas, en su idea,
En el sentido contra la calamidad, no es por ello
Menos real. Para el filósofo más frío y más anciano
Hay o debe de haber un tiempo de inocencia
Como puro principio. Su naturaleza es su fin,
Que debería ser y no ser a un tiempo, una cosa
Que estimula la piedad de un hombre piadoso,
Como un libro al atardecer, hermoso pero falso.
Como un libro al alba, hermoso y verdadero.
Es como una cosa de éter que existe
Casi como predicado. Pero existe,
Existe, y es visible, existe, es.
Así, entonces, estas luces, no son un hechizo de luz,
Un refrán caído de una nube, sino inocencia.
Inocencia de la tierra y no un signo falso
O un símbolo de malicia. Que participamos
De eso mismo, yacemos como niños en esta santidad,
Como si, despiertos, yaciésemos en la quietud del sueño,
Como si la madre inocente cantase en la oscuridad
De la habitación y en un acordeón ¡ apenas oído,
Crease el tiempo y el espacio en el que respirábamos…
X
Gente infeliz en un mundo feliz-
Lee, rabino, las fases de esta diferencia.
Gente infeliz en un mundo infeliz-
Hay aquí demasiados espejos para la desdicha.
Gente feliz en un mundo infeliz-
No puede ser. No hay nada allí que lubrifique
La lengua expresiva, el colmillo descubridor.
Gente feliz en un mundo feliz-
¡Buffo! Una bar, una ópera, un baile.
Volver adonde estábamos al comienzo:
Gente infeliz en un mundo feliz.
Ahora, solemnizar las sílabas reservadas.
Leer a la congregación, para hoy
Y para mañana, esta extrema necesidad,
Este artilugio del espectro de las esferas,
Tramando un equilibrio para inventar un todo,
El genio vital que nunca flaquea,
Cumpliendo con sus meditaciones, grandes y pequeñas.
En éstas, infelices, él medita una totalidad,
El pleno de fortuna y el pleno de destino,
Como si viviera todas las vidas que pudiese conocer,
En el pasaje de la bruja, no el paraíso silencioso,
Para una disputa de viento y tiempo, junto a esas luces
Como una llamarada de paja estival, en el cenit del invierno.
- José Domingo Gómez Rojas
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