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Poesía de España

Poemas de Yehudah Halevi

Yehudah Ben Samuel Halevi, nacido en Tudela alrededor de 1070/75, y fallecido en Jerusalén circa 1141, se erige como un filósofo, médico y poeta sefardí de renombre. En el fascinante crisol cultural de la taifa musulmana de Zaragoza, Halevi absorbió la riqueza intelectual de la época, influenciado por luminarias como Ibn Gabirol. Su travesía lo llevó de la vibrante corte zaragozana a la Andalucía de Moseh ibn Ezra en Granada, y finalmente, a Toledo, donde entrelazó amistades con magnates cristianos como Yosef ibn Ferrusel.

Halevi, discípulo de Yishaq Al-Fasi, destacó por su erudición en la Biblia hebrea, la literatura rabínica, la poesía árabe, la filosofía griega y la medicina. En su estancia toledana, creó el «Diwan«, una colección poética que abraza tanto lo profano como lo religioso. Su magna obra, «El Kuzarí«, defiende con pasión el judaísmo, presentando al rey jázaro un diálogo entre filósofos, cristianos, musulmanes y un sabio judío.

La poesía de Halevi destila lirismo y profundidad, desde sus jarchas en romance hasta sus himnos religiosos. Su legado se entrelaza con la creación del género sionida, una expresión ardiente de amor por la lejana Jerusalén. Halevi, un peregrino hacia la Tierra Santa, sintió en su alma el anhelo de regresar a Sion, plasmado en versos que trascienden el tiempo. Su figura, inmortalizada en la literatura hebrea, resplandece como un faro que ilumina la convergencia de civilizaciones y la profundidad de la condición humana.

Perseguirás la juventud pasados los cincuenta…

¿Perseguirás la juventud pasados los cincuenta,
estando ya tu vida presta a emprender el vuelo?
¿Huirás del servicio de Dios
ávido de servir a los hombres?
¿Preferirás ir en pos de las gentes y renunciar
a Aquel a quien buscan los que le aman?

¿Sentirás pereza de avituallarte para tu camino?
¿venderás tu parte por un plato de lentejas?
¿No te sigue diciendo tu alma: ¡déjalo!,
no hace reverdecer sus apetitos cada mes?
No sigas sus designios sino los de Dios,
¡aléjate de los cinco sentidos!

Hazte grato a tu Creador los días que te restan,
que tan presto se pasan.
No quieras complacerle con corazón doblado,
no vayas tras augurios.
Sé fuerte cual pantera para hacer su deseo,
ágil como corzo, valiente cual león.

La noche en que la joven gacela me descubrió…

La noche en que la joven gacela me descubrió
el sol de sus mejillas y el velo de su pelo,
rojizo cual rubí, cubriendo, sobre
sien de húmedo bedelio, su bella imagen,
se parecía al sol, que cuando despunta enrojece
las nubes del alba con su brillante llama.

Sobre las alas del viento pongo mis saludos…

Sobre las alas del viento pongo mis saludos
cuando hacia mi amado sopla con el calor del día;
sólo pido que recuerde el día de su partida,
cuando hicimos un pacto de amor junto al manzano.

Labios de rubí con hileras de perlas

Labios de rubí con hileras de perlas,
ojos como flechas aguzadas,
bellas mejillas cual rosas encarnadas,
rostro sembrado de jardines del Edén,
moldeado sobre gentil tallo de bedelio,
en tálamo fiel criado,
bien guardado; así son los males de su amor
en el corazón del amante, enfermedad sin cura;
con fuego de pasión le sacia de amarguras,
le escancia al ausentarse veneno de serpiente.
Te conjuro, ¡príncipe de la belleza!
¡mi preciosa gacela!: aleja los pesares
esta noche mía, con tu compañía reúne
un tropel de delicias para el pobre corazón doliente.

Las copas sin vino son pesadas…

Las copas sin vino son pesadas,
son arcilla como las vasijas de barro,
mas al llenarlas de vino se hacen leves
lo mismo que los cuerpos con las almas.

Por ti elevaré cánticos mientras viva

Por ti elevaré cánticos mientras viva,
y por tu mosto que apuran mis labios.
Llamo «hermano mío» al jarro que enviaste
y de su boca gusto el mejor de mis regalos.
Hasta mis propios amigos me creen ebrio;
por eso me preguntan: ¿cuánto tiempo?
Les respondo: ¿cómo tener ante mí bálsamo de Galaad
y no beberlo para curar mis males?
¿Cómo desdeñar un jarro todavía
si mis años no llegan aún a veinticuatro?

¡Qué hermosa eres, la de bellos ojos…

«¡Qué hermosa eres, la de bellos ojos,
ebria, y no de vino!

¡Oh hermosa! ¿a dónde te diriges?
Los corazones domina con mesura.
¿No has de tener piedad de las ofensas
que se cometen con los ojos?

Muestra, te ruego, tu semblante.
¿Por qué eclipsas tu rostro
sin dejar que te vean al mirarte?
¡De ti nunca se sacian los ojos!

Blancos zafiros son tus mejillas;
con sólo tu semblante te engalanas.
¿No ha de anhelar atisbar tu belleza
el varón de penetrantes ojos?»

«¡Amado mío, que avivas las llamas!
¡Ven y deleitémonos con los amores,
con néctar del paladar, pues mejores son
tus caricias que el vino!»

¡Bebed, amados; embriagaos, amigos,
20 en casa del prócer, vástago de nobles!
y con la alegría del hijo muy amado
¡escanciad a los nazareos vino!

Hoy se han unido las estrellas del Orbe…

Hoy se han unido las estrellas del Orbe;
nadie hay comparable en las huestes celestes.
Envidian las Pléyades su unión, pues
ni el aire pasa entre ellos.
El astro de Oriente ha venido a Occidente,
y ha encontrado a la estrella solar entre sus hijas.
Ha levantado un dosel de ramas gruesas
y con ellas una tienda para el sol.

Al pasar yo junto a Granada palpitando…

Al pasar yo junto a Granada palpitando,
salieron a verme amigos y parientes;
llamé Mahanayim al lugar del encuentro,
como al coincidir con Jacob los ángeles de Dios.
Si hubiera divisado a Rab Yĕhudah,
además de Mahanayim le habría llamado Pĕnu’el.