Reseña

Escribir con voz del llanto

Asistí a la presentación de Dichosos los que lloran en el patio del Instituto Cubano del Libro (entonces en el colonial Palacio del Segundo Cabo), como culminación de un confuso y dilatado proceso de espera, desde que el volumen se alzara con el Premio de Cuento Casa de las Américas 2006, hasta su lanzamiento oficial a finales de 2008. Antes de septiembre de ese año, las actividades previstas al respecto no lograron superar el intento.

Yo había tenido contacto con algunos de los relatos que integran el libro: “Noche de ronda”, por ejemplo, fue incluido en Los que cuentan, una antología de jóvenes narradores preparada por el Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso; “Hambre” lo encontré en la weblog de un escritor cubano. Pero la mayoría de los cuentos se mantenían incógnitos a mi curiosidad de lector inveterado. “Pareciera que me ha tocado ser el escritor de los temas polémicos”, expresó aquella mañana su autor, Ángel Santiesteban Prats, validando un compromiso inevitable para con su realidad y su tiempo, asumido con absoluta conciencia.

Dichosos los que lloran agrupa veinticinco narraciones que se mueven en torno a la temática carcelaria —controvertible per se—, cuyo espinoso carácter se acentúa por la circunstancia de que las historias, de matiz ficto-testimonial, transcurren sin excepción en las prisiones de la Isla. El tema no encuentra referente inmediato en la narrativa cubana de los últimos cincuenta años, como no sea otro libro suyo: Los hijos que nadie quiso, Premio Alejo Carpentier 2001, donde adelanta un primer atisbo. En la lejanía del tiempo permanecen los relatos del presidio de Eladio Bertot y Carlos Montenegro.

La cárcel, con su extendida gama de miseria y desarraigo, se nos presenta en Dichosos… con minuciosidad de orfebre: los confinados entretejen su propia sociedad, al margen del control oficial. Mandantes deshumanizados y sus aduladores, homosexuales de ocasión, traficantes, cantantes obligados a fungir como victrolas ambulantes. Una fauna que vive y envejece a la sombra del encierro, sin otra expectativa que la inmediatez. Tales son los personajes que lloran —o ríen— de su propio infortunio.

Ángel Santiesteban consiguió mención del Premio Juan Rulfo de Radio Francia Internacional en 1989. Con Sueño de un día de verano ganó el Premio UNEAC de narrativa en 1995. En el 99 obtuvo el Premio César Galeano. Otro libro suyo inspirado por la guerra de Angola, Sur: latitud 13, vio la luz en el 2006, bajo el sello de la editorial española Emily. Su promoción literaria coincide con la de quienes comenzaron a publicar en los 90; “novísimos”, según los calificara el profesor e investigador Salvador Redonet, de cuya memorable antología, Los últimos serán los primeros, entraron a formar parte en los momentos más álgidos del “período especial”.

En Dichosos los que lloran, Santiesteban no abandona definitivamente aquellos presupuestos. Su estilo persevera anclado en un “realismo” generacional que no se aparta de la Cuba finisecular, con sus jineteras, balseros y raptores de ganado mayor. El mundo de las prisiones —toda su marginalidad y mengua de valores—, entran a formar parte también de esa realidad. Sin hollar los “sucios” territorios del “realismo sucio”, no es delicada la imagen, no es dúctil la palabra.

Fiel a su estética, sin embargo, Santiesteban se desvía de sus libros anteriores. El “aquí” y el “ahora” se desvanecen; se suprime cualquier detalle histórico: de pasado, de presente o de futuro. Narra en primera persona con su prosa habitual, rigurosa y diáfana. (Alguien se ha referido al exorcismo de sus propios demonios). Pero el escritor nos obliga a experimentar la distancia; se involucra en la historia sin hacer suyo un drama que, de hecho, le pertenece. No moraliza, no enjuicia, no ofrece conclusiones. Sólo narra. A salvo del tiempo y del espacio. Las lecturas, por supuesto, serán múltiples. La polisemia del arte resulta encantadora.

En lo estructural, el libro avanza con turbadora coherencia: cada dolor, cada desgarramiento, fluye en la precedencia o continuidad de los que siguen, como si los relatos estuvieran pensados a la manera de capítulos de una misma novela. Sólo el cuento titulado “Pabellón”, plantado con toda intención en medio de los restantes, altera esa sensación; transportándonos a un nivel de realidad inesperado, lindante con lo onírico, en que los personajes se evaden a través de una ventana que se abre para mostrar un paisaje inexistente. A pesar de ello, “Pabellón” no desentona, sino que toma un aire; da respiro a un lector que será conducido nuevamente a la galera, a convivir con los presos.

Dichosos los que lloran explora, por fin, una zona casi virgen de la literatura cubana contemporánea. Un libro duro, sin dudas. También un libro excelente.

Leopoldo Luis. La Habana, 1961.

Periodista, fotógrafo y narrador. Licenciado en Derecho por la Universidad Central de Las Villas y Diplomado en Periodismo por el Instituto Internacional de Periodismo José Martí. Ha publicado los libros de cuentos Adiós, Habana (Ediciones Holguín, 2009), con el que obtuvo el Premio de la Ciudad un año antes, y Extraño bajo un paraguas (Editorial Capiro, 2013). Poemas suyos aparecen en el volumen El ojo de la luz. Antología de poetas y artistas cubanos (Diana Edizioni, Italia, 2009). Sus relatos han sido incluidos en las antologías El martillo y la hoz y otros cuentos (Reina del Mar Editores, 2013) e Isla en negro. Cuentos de crimen y enigma (Casa Editora Abril, 2014). Fue editor y administrador del sitio web de la revista cultural El Caimán Barbudo. Actualmente trabaja como periodista de la televisión hispana en Estados Unidos.