Poesía

Súplica a San Judas Tadeo y otros poemas

SÚPLICA A SAN JUDAS TADEO

En el divertimento de mis días, la luz gravita
sobre las cosas que amo, cosas imposibles; advierto que nada pasa
y ruego bajo estas palabras en tu venidero día, en el mañana dispuesto.
San Judas Tadeo ojalá que la felicidad no sea otra
que una razón mayor contra las cosas imposibles.
En la casa me voy quedando con los años, y dibujo bajo la soledad
la dimensión de los rostros que amo, confundido estoy
bajo la noche donde la palabra pudiera no resultar tan sagrada.
(Des)corro las cortinas de la casa y pienso en mi madre, que tu reclamo
aguarde otras estaciones, para que cada minuto de mi vida
se prolongue en su vientre, que me salve San Judas este tiempo
de toda posible ausencia. No permitas bajo tu verde luz
que las cosas que una vez cultivé desaparezcan, dame un sitio
aunque sea mínimo para dibujar lo que he visto ante los ojos
de la trinidad divina. No permitas que mis pasos
se doblen en esta hora de las cosas que no sé si logro alcanzar,
Ten piedad de mi tiempo, para que esta súplica alcance la mayor
sonrisa de mi madre y no sea otra cosa que su salud y su bienestar.
Mírame con la paz de un otoño, con la misma levedad
del paso de un hombre por las Abadías de un país donde antes estuve,
misericordia pido ante los minutos, para que interceda a favor de la familia.
Ahora sé que el tiempo que está por venir es imposible de augurar,
que la salud de mi madre sea como esa tierra y que no exista
mayor júbilo que el día en que volvamos a encontrarnos todos
alrededor de una casa, que ya no existirá, donde apenas me reconocerían
si tocara a la puerta.

RAPSODIA EN MI MENOR PARA LA CIUDAD DE SANTA CLARA

sobre el tablero la noche invade
con luz el estereotipo
del hombre solo, el ánima
sola. el espíritu vivo
del que llega es como tierra santa,
y es clara el agua como la aparente luz
que proviene de los montes
el espíritu se adueña
de todo lo que va marcando el inicio,
los días que vendrán
entre estas calles
donde alguien interpreta
para una multitud
una rapsodia en mi menor
frente a la ciudad de Santa
Clara, ante cielo semejante.

nunca digas que eres un hombre
real, austero, un visionario,
un genio ante el mundo
de las cosas, deja que el espíritu
vivo sea como los océanos
a la tierra nuestra, a la mano
poderosa que alguna vez
dibujó estos caminos
y los hizo suyos antes que la noche
sea otra noche.

Adriana tenía una rara sensación cuando vio al Cristo sobre los tejados de la ciudad de Santa Clara. la imagen indicaba, como un espejo, ciertos círculos de la vida. improbable resulta la hipótesis de que fue un vago rumor el hallazgo. un airecillo llegó a los pies de la muchacha que fue a confesarse con la única prueba de tener todavía en sus ojos la nostalgia de un Cristo que llevaba en sus manos unas ramas de jazmín y una lamparilla con incienso.

Adriana habló de una extraña melodía.

sobre la tierra de la isla /
vive el héroe y la mano poderosa crea
los cimientos / la otredad / el hosco sendero
donde el artista como buen vigía nocturno
levanta sus columnatas / el perfil
bronceado del hombre nos devuelve
la savia de Martí / indetenible / donde la mano
alcanza otros cielos / la plegaria
sobre la tierra de la isla /
donde se anega la paz en claros innombrables
lleva el Maestro, con parsimonioso paso
a hombres fieles.

todavía escucho el aire de cuaresma
sobre los ventanales, la imagen del Che
se descifra entre los techos
que forman la avenida y el país, el aliento
de los árboles del traspatio
nos invoca esta rapsodia escrita
para festejar el paso del pueblo victorioso
sobre la ciudad, la mano que se levanta
es hoy la mano más austera, la más fiel,
la mano que ayuda a la otra mano a seguir
adelante, la mano del obrero, del campesino,
del que reside en estos predios,
es la mano virginal, ceremoniosa
que dice su canto como plegaria de luz
en lo divino.

entre las sombras del traspatio / escuché esta rapsodia
en una ciudad que se hizo en mí /
que ya no existe / en el stradivarius /
después de las aguas de mayo / como si fuera Santa
Clara una comarca / un puerto donde alcanzaría
la gloria que ahora dibujo con toda la extraña precisión
de un artista de provincia

TABLA DE SALVACIÓN

En la pátina del sitio, grotesco queda el aliento,
el aliento del encalabozado, del suicida,
que ha visto con sus propios ojos la noche caer sobre su cabeza.
que ha visto dividir el tiempo en esos raros amaneceres
en la isla. Cerrar del todo la puerta
es un acto para el que no tiene cabida fuera de ese
paisaje que se han inventado los hombres.
Eida tenía pasión por esos raros bergantines
que se hacen como tabla de salvación,
para estos horizontes. Y yo sigo creyendo en que el mar
es una pieza única para guardar el silencio, un algo.
No hay mayor precisión que sentir el viento
a barlovento cruzar por tu cuerpo, especie
de islas pequeñas, islas diminutas
para el que no logró alcanzar el tiempo real,
la puerta como salida definitiva, como tabla
flotante sobre estos versos. Eida,
que ahora no me escucha conoce de ese fingimiento,
ahora guillotinado por las palabras,
por los hombres que vinieron después por creerse
diminutos héroes de la contienda, y empezaron
a escribir contra los poetas. Difumino la luz,
a contraluz, si queda algo de luz. Tabla también de salvación,
escondrijo para el que solo vino a confirmar
con silencios y palabras lo que había a favor
y en contra de estos amaneceres que ahora
quedarán sobre tu cabeza. Es usted un viajero incontinente
por estos pasillos, a la deriva.
en la pátina del sitio, sepa de una vez
que ya no hay nada que buscar.

MARE NOSTRUM

vadeaba el horizonte, el horrendo acto del que provoca una distancia.
distancia de la mano abovedada que desdibuja la distancia física contra
la distancia temporal de esa ramita de toronjil que has hecho tuya. un
cuerpo de otro, de amaranto, como en la noche de San Juan visto por la ranura. era yo aquel muchacho sentado en un quicio, viendo los días que suceden. el contiguo pasillo donde he quedado. algo en mí es diferente, imagino. hay un sentimiento, después de vadear el trasmundo que no se llamaría nostalgia, si vez el vacío. los ojos del vacío y sientes que han
pasado los años. entonces no te reconoces y te juzgan para no ver al adolescente que te acompañó hasta el fin del mundo, en ese corrompido paisaje que se empieza a superponer, por la costumbre, de los días
tatuados bajo la isla. no eres tú un ser distinto, idealizado por la turba. superpuesto, diría yo, a lo que el vacío ofrece por esta abertura. luego
vas y te sientas también en el quicio, como si fueras el hermano menor
del muchacho ausente frente al mare nostrum, una mínima esencia para
medir la distancia como si se tratara de unir el agua dispersa, el país
disperso, y cruzar como un zeppelín a una tierra posible. hay un
sentimiento, que no se llamaría nostalgia, una especia de limbo ante las
cosas que han permanecido y otras que ya no existen en lo aparente. por
la ranura donde rehúso de la continencia para ser la continencia, el equidistante muchacho que deja ver su cicatriz para matar la costumbre,
el silencio. no eres tú un ser distinto que obvia ese grado de
complacencia ante la carcomida imagen, mutable imagen del otro,
posible imagen dispuesta sobre la imagen que ya no es tuya. el vacío que proviene de la bonanza de tu cuerpo me hace perder la memoria.
refugiarme sobre la distancia que has edificado con un punto. prohibida
escena donde golpeabas con la ramita de toronjil las cosas pasadas, por
la albura de las cosas, con cierto sentido de pertenencia para evadir el
quicio, el lugar exacto donde el país deja de ser el país, donde habías
estado antes (eso supuse?), aunque todo fuera incertidumbre, marasmo
de la distancia física golpeando la distancia temporal. un punto exacto
(neutro como todo punto), antifaz. juego de apariencia. hay un
sentimiento que no se llamaría nostalgia.

FACHADA CON HOMBRE Y CABALLO, 2005

he visto en una casa de visitas un cuadro. el pintorcillo
se había refugiado en un Malecón. un hombre con su caballo (el
hombre siempre lleva un caballo?) de espalda al mar.  el divertimento
del artista me hace enmudecer, cambiar la rutina. quedarme a mirar la
ciudad, como si estuviera mar adentro, es como edificar el citadino
sitio, advertir sus balaustradas (sus fantasmagóricas texturas?), la
miseria de esos  —estos—  días que suceden. pudiera ser que  entre
el caballo y el hombre se disipe una mirada, algo de extrañamiento,
aunque no aparecen los muros del castillo, es como si el mar fuera
inexistente o poco probable. alguien con esos trazos  ha quedado en
el sendero, a expensas de un tiempo que no puedo detallar con
palabras. el cuadro  carece de firma visible. por la superposición del
hombre contra el mar imagino que nada quiera saber del mar, ni del
oriente. el caballo  juega un papel importante en la imaginación del
receptor, la ciudad en el lienzo existe por la disposición de los objetos,
la discontinuidad de los objetos diría. el caballo frente al hombre da la
espalda al mar o el hombre frente al caballo hace de algún modo una secuencia única. el esperpento del aire nos hace suponer,
adentrarnos tal vez,  en esa ceremonia que la ciudad oficia, apenas
unos paseantes  hacen del otoño el espacio predilecto de esa otra contemplación de imágenes tenues, furtivas, al final del cuadro, allí
donde se indefinen los colores y las cosas.  ralos árboles, islotes,
fachadas con cal dispuestas  por el tiempo, es lo que más acontece
en la inmediación del paisaje, en su otra secuencia, ahora no
censurable por el receptor de estas márgenes.  he visto en una casa
de visitas esto que escribo para el poema fachada con hombre y

caballo, 2005.

DEL OTRO LADO DEL PARABRISAS

el pasajero entra sin percatarse del golpe del muchacho
sobre el parabrisas, mientras el vehículo espera la luz, el simulacro
de la luz. apacigua la imagen del viandante que ha decidido decirle que
no al muchacho que tiró algo de agua sobre el parabrisas, como si fuera
suyo el acto, esquiva la tarde, lo que queda. el pasajero entra al final, se escapa de la turba y ya en la escalerilla le dice al otro que siga de largo,
que ignore.

así pudiera repetirse.

el pasajero entra sin percatarse del golpe del muchacho
sobre el parabrisas, mientras el vehículo espera la luz, dobla por una
arteria de la ciudad. el muchacho tiene apenas la edad de mi hijo y cubre
de un tirón todo el parabrisas con un paño. yo miro su naricita por el
parabrisas, me quedo pensando en los años que vendrán, mientras el viandante ya en la escalera del ómnibus da un golpe  en el cristal, para
que el muchacho olvide todo de una vez, y nadie diga nada a su favor.

así pudiera repetirse.

el pasajero entra sin percatarse del golpe del muchacho
sobre el parabrisas, mientras el vehículo espera  la luz, la contienda.  yo
era el muchacho que asomaba la cabeza sobre el parabrisas en el instante preciso en que alguien tiró sobre mí unas monedas que de súbito
quedaron sobre el asfalto. inconsecuente como un maquinista es el
hombre que me esquiva. el vehículo que le sigue también hará lo mismo,
en esa neutralidad, tirar unas monedas cuando coloco mi naricita sobre el cristal. ellos miran la luz impaciente, para que cambie de color y el
viandante de la escalerilla repite el turno, hasta sonríe. entonces aparento
ser feliz sobre el asfalto.

así pudiera repetirse.

el pasajero entra sin percatarse del golpe del muchacho sobre el
parabrisas, mientras el vehículo espera la luz. el viandante aparece una
vez más en la escalera del ómnibus y le dice al muchacho que suba de
una vez, que apresure su paso, para que pueda observar del otro lado
del parabrisas la extraña ciudad.

Luis Manuel Pérez Boitel. Remedios, 1969. Abogado y poeta

Miembro de la UNEAC. Ha obtenido premios en concursos nacionales e internacionales dentro de los que sobresale el Premio Casa de las Américas 2002, con el poemario Aún nos pertenece el otoño. Miembro de Honor de la Unión Hispanoamericana de Escritores. Su poesía ha sido publicada en España, México, Puerto Rico, Brasil, Estados Unidos de Norteamérica, República Dominicana, Colombia, Cuba y otros países. Colabora con varias revistas de arte y literatura. Su obra ha sido traducida al neerlandés y al inglés. Además, tiene publicado los poemarios Los inciertos dominios del escriba (Casa Editora Abril, 2000); Bajo el signo del otro (Letras Cubanas, 2002); Para no quedar en el andén (Editorial Capiro, 2002); Aún nos pertenece el otoño (Casa de las Américas, 2002); Antes que la noche acabe (Monte Ávila Editores, 2005); Memoria del invierno (Editorial Casa de Teatro, 2006); La oración del inquilino (Editorial Puerta del Mar, 2006); Un mundo para Nathalie (Editorial Cauce, 2007); Las naves que la ausencia nombra (Editorial La Garúa Libros, 2008); Conversaciones con máscara (Littera Libros, 2009) y Hay quien se despide en la arena, Primer Premio Iberoamericano de Poesía Juegos Florales de Tegucigalpa, 2010, (Editorial La Ronda, 2010).