México

La señorita Julia

Amparo Dávila

La señorita Julia, como la llamaban sus compañeros de oficina, llevaba más de un mes sin dormir, lo cual empezaba a dejarle huellas. Las mejillas habían perdido aquel tono rosado que Julia conservaba, a pesar de los años, como resultado de una vida sana, metódica y tranquila...
Foto por Thought Catalog en Unsplash

Olvido

Eduardo Navarro Orozco

Me pregunto,/ ¿A qué sabe el olvido?/ Sabe a descuido, abandono,/ a extravío/ A una terrible tristeza/ A ese penoso egoísmo/ A miradas sin sentido/ A mis manos sin las tuyas/ A tu cuerpo sin el mío

Falta de espíritu scout

Jorge Ibargüengoitia

Yo venía de una escuela de barbajanes, plagada de hijos de la mano izquierda, de generales de división, de libaneses recién llegados del Golfo y de judíos gigantescos, que venían huyendo de Hitler y que nos golpeaban cuando nos reíamos en filas, porque creían que nos burlábamos de ellos...

El arco y la lira

Octavio Paz

En "El arco y la lira," Octavio Paz, un gigante de la literatura y la poesía latinoamericana, nos guía a través de un intrigante y apasionado viaje hacia la esencia misma de la poesía. Este libro se convierte en el testimonio de un poeta que se cuestiona constantemente sobre el misterio de la creación poética y su significado en nuestra época. Paz inicia su exploración preguntándose "¿qué es la poesía?" y nos lleva de la mano a través de una indagación profunda, donde cobra vida un protagonista enigmático: el poema. En la primera parte de la obra, el autor disecciona meticulosamente la naturaleza del poema, desentrañando sus componentes esenciales: el lenguaje, el ritmo y la imagen. Sin embargo, esta inmersión en la anatomía del poema conduce a Paz a una nueva encrucijada: ¿qué implica la creación poética, la generación de poemas? En la segunda parte del libro, el autor examina las diferencias y similitudes entre la experiencia poética y la religiosa, ahonda en el espinoso concepto de la "inspiración" y…

Alta cocina

Amparo Dávila

"Recuerdo la sombría cocina y la olla donde los cocinaban, preparada y curtida por un viejo cocinero francés; la cuchara de madera muy oscurecida por el uso y a la cocinera, gorda, despiadada, implacable ante el dolor..."

Cuento del canario, las pinzas y los tres muertos

Jorge Ibargüengoitia

"A pesar de estar a veinte metros de una calle muy transitada, durante muchos años mi casa estuvo rodeada de los terrenos selváticos que habían sido de la Compañía de Jesús y se habían convertido en basurero, excusado público, refugio de mendigos, casino de tahúres indigentes y lecho de parejas pobres o urgidas..."

Mi encuentro con el dios de la lluvia

László Passuth

"Mi encuentro con el dios de la lluvia" es un libro escrito por László Passuth en 1939, que sirve como guía para entender su obra previa, "El dios de la lluvia llora sobre México". En esta obra, Passuth narra su experiencia durante una estancia prolongada en México, la cual considera como el viaje más memorable de su vida. Passuth es reconocido por ser un novelista especializado en temas históricos, y su exitosa obra "El dios de la lluvia llora sobre México" se centró en la aventura de Hernán Cortés y la caída del último emperador azteca. A través de "Mi encuentro con el dios de la lluvia", Passuth comparte cómo esta estancia en México reavivó los recuerdos literarios y arqueológicos que había acumulado a lo largo de sus cuatro décadas de trabajo en la historia y las leyendas del México precortesiano. Utilizando esta base histórica y literaria, el autor proporciona una visión vívida de México, tanto en su pasado como en su presente. La obra ofrece un panorama completo que…

El entierro

Amparo Dávila

"Todo había empezado de una manera tan sencilla que no le dio importancia. Aquel dolorcillo tan persistente en el brazo derecho, lo había atribuido a una simple reuma ocasionada por la constante humedad del ambiente, a la vida sedentaria, tal vez abusos en la bebida…"

El Duende

Elena Garro

"Eva la había engañado. «Estoy envenenada», se repitió mirando a su hermana, que ignorante de su suerte seguía jugando con el agua. La presencia de su muerte próxima la asombró. Pronto empezaría a caer cabeza abajo por los siglos de los siglos. ¿Quién iba a darle la mano?..."

Conversaciones con Bloomsbury

Jorge Ibargüengoitia

"Esto fue hace un año. A Bloomsbury lo conocí hace casi tres años y ya empezaba a ser sospechoso. Hace un mes recibí carta suya que terminaba con “¡No soy agente de la CIA”, frase que, como ya hemos visto, es típica de los agentes de la CIA. Así que el problema es viejo y no ha sido resuelto..."

El robo de Tiztla

Elena Garro

"El jefe de la policía pareció desconcertado. Insistió en mirar con ojos vidriosos a Fili y ésta agachó la cabeza, entornó los párpados y se acomodó las trenzas sobre el pecho. El hombre miró a su derredor e hizo una especie de mueca, que quiso ser sonrisa, a la señora y a sus hijas, que escuchaban el interrogatorio con aire distraído, como si no les interesara lo más mínimo. Ahora era el turno de Carmen, la cocinera."

El día que fuimos perros

Elena Garro

"Y saltó a mi cama para mirarme de cerca. El pelo rubio le cubría la frente. De mi cama salió al suelo, se puso un dedo en los labios y penetró con cautela por el día que avanzaba paralelo al otro. Yo la seguí. Nadie. El día estaba solo y era tan temible como el otro. Los árboles quietos, el cielo redondo, verde como una pradera tierna, sin nadie también, sin un caballo, sin un jinete, abandonado."

La semana de colores

Elena Garro

"No era verdad. Había días mejores para morir. El martes era delgadito y transparente. Si morían en martes, verían a través de sus paredes de papel de china los otros días, los de adelante y los de atrás. Si morían en jueves, se quedarían en un disco dorado dando vueltas como en los «caballitos» y verían desde lejos a todos los días."

Parturient montes

Juan José Arreola

Entre amigos y enemigos se difundió la noticia de que yo sabía una nueva versión del parto de los montes. En todas partes me han pedido que la refiriera, dando muestras de una expectación que rebasa con mucho el interés de semejante historia...

Antes de la Guerra de Troya

Elena Garro

Antes de la Guerra de Troya los días se tocaban con la punta de los dedos y yo los caminaba con facilidad. El cielo era tangible. Nada escapaba de mi mano y yo formaba parte de este mundo. Eva y yo éramos una...
Salomé con la cabeza de San Juan Bautista

La ley de Herodes

Jorge Ibargüengoitia

Sarita me sacó del fango, porque antes de conocerla el porvenir de la Humanidad me tenía sin cuidado. Ella me mostró el camino del espíritu, me hizo enten­der que todos los hombres somos iguales, que el único ideal digno es la lucha de clases y la victoria del pro­letariado; me hizo leer a Marx, a Engels y a Carlos Fuentes, ¿y todo para qué? Para destruirme después con su indiscreción...

Debo olvidar…

Elena Garro

Debo olvidar que encontré estas páginas escondidas entre las tablas sueltas del armario… después de todo la habitación es enorme y en los días que corren es un lujo gozar de espacio. No me molesta la suciedad de los muros, ni las duelas rotas. Tampoco me importan las manchas de humedad que hay en el techo, ni el agua de la lluvia que se cuela a raudales...

El huésped

Amparo Dávila

Nunca olvidaré el día en que vino a vivir con nosotros. Mi marido lo trajo al regreso de un viaje. Llevábamos entonces cerca de tres años de matrimonio, teníamos dos niños y yo no era feliz. Representaba para mi marido algo así como un mueble, que se acostumbra uno a ver en determinado sitio, pero que no causa la menor impresión. Vivíamos en un pueblo pequeño, incomunicado y distante de la ciudad. Un pueblo casi muerto o a punto de desaparecer...
Línea de tren

Andamos huyendo, Lola

Elena Garro

Aube y Karin se sintieron dichosas. Habían abandonado el establo de Connecticut en el que vivieron los dos últimos años y ahora terminaban de instalarse en un estudio de muros blancos y alfombras verdes. Un verde césped que les recordaba el campo en sus mejores días...
Árbol. Foto por Andy Watkins en Unsplash

Árboles petrificados

Amparo Dávila

Es de noche, estoy acostada y sola. Todo pesa sobre mí como un aire muerto; las cuatro paredes me caen encima como el silencio y la soledad que me aprisionan. Llueve. Escucho la lluvia cayendo lenta y los automóviles que pasan veloces. El silbato de un vigilante suena como un grito agónico. Pasa el último camión de medianoche. Medianoche, también entonces era la medianoche…