Narradores Cubanos

Delirium

Maikel Sofiel Ramírez Cruz

Odio intensamente los hospitales. Los doctores solo saben hacer preguntas y rellenar cuestionarios. Las preguntas se repiten una y otra vez…

Una llamada telefónica

Lázaro Alfonso Díaz Cala

El cóctel está aceptable. Se le nota el alcohol. Quizás por eso aquel trigueñito barbudo con aspecto de quien hace un par de días no visita la ducha, tiene los ojos colorados y la mirada despistada. Debe estar aquí hace una hora al menos y haber asaltado cuánta bandeja de cócteles desfila junto a él.

El síndrome de Stendhal

Alejandro Cernuda

En esa casa en las montañas del oriente de Cuba fue donde conocí a Johann Nicolau y a Alice. Y a mí que si no eran dos turistas alemanes, sin diferencias con otros miles…

Bomberos y otras brevedades

Ihoeldis M. Rodríguez

El camión llegó al lugar del incendio minutos después de haberse recibido el aviso en el cuartel. Los bomberos, con admirable prontitud, saltaron del vehículo y, tras evaluar de un vistazo la situación, procedieron a palmearse la espalda, abrazarse y felicitarse unos a otros por la rapidez que habían logrado desplegar, pues, obviamente, el incendio apenas comenzaba.

La encerrona

Raydel Francisco Pérez

«Agustín Puente es maricón.» La nota no daba más explicaciones. Solo eso. Y como todo buen anónimo venía escrito en letra de molde, con caligrafía deliberadamente irregular, alternando letras grandes con chicas.

La madrugada breve

Alejandro Cernuda

Hoy estás borracha de verdad y te vuelves retórica, drástica. Sabes que no me gusta pero insistes con fervor en todo eso que llamas libertad. Quizá ya no seamos tan buenos amigos, explícitos como antes que crecieras dentro de ese cuerpecito escuálido.

El sueño del A380

Adolfo Nelson Ochagavía

El todoterreno autopilotado patinaba a gran velocidad por entre las dunas del desierto, dejando a su paso una larga estela de huellas de neumático. R, en el asiento de atrás, estaba radiante de alegría.

Pastel flameante

Arturo Arango

—¿Tú estabas aquí cuando llegaron? —Silvia aún tenía la oreja pegada a la puerta. Humberto movió la cabeza de izquierda a derecha. Ella le hizo señas para que siguiera escuchando.

Boleto para soñar

Jorge Luis Llópiz Cudel

Aún no amanece. Rubén limpia con una manguera la entrada de la gasolinera. La presión de agua se lleva toda la porquería incrustada en el suelo.

Excelencia del proceso

Rafael de Águila

El Departamento Uno es el elemento más importante de la estructura; tiene la misión de hallar los sitios donde existan piedras.

Estoico y frugal

Pedro Juan Gutiérrez

"Estoico y frugal", la obra del renombrado escritor cubano Pedro Juan Gutiérrez, se presenta como una cruda y apasionante exploración de la vida y los placeres en el contexto de un invierno implacable en Madrid. Gutiérrez, conocido por su estilo visceral y directo, nos sumerge en un relato vertiginoso donde el protagonista, un alter ego del autor, se enfrenta a un torbellino de experiencias vitales y sexuales sin restricciones. La novela se inicia con el protagonista llegando a Madrid, llevando consigo un libro publicado y una incipiente carrera literaria. A través de su narrativa confesional y provocadora, Gutiérrez nos arrastra a un mundo donde el alcohol fluye libremente, las mujeres son objeto de deseo y el tabaco se consume sin medida. La vida del protagonista, marcada por el desorden emocional y la búsqueda constante de placer, se ve reflejada en sus encuentros con personajes tan peculiares como una madre e hijo acogedores con una casa llena de juguetes antiguos, mujeres maduras sin complejos sexuales, una fotógrafa belga aficionada al sadomasoquismo,…

Errare

Alexander Machado Tineo

—¿Sabía la gacela del peligro? —Sabía. Sabía también de la sutileza del acecho, de la atención obligada y minuciosa a cualquier ruido extraño en la espesura, al cambio más imperceptible de los olores, al desplazarse sigiloso de las sombras.

Eonex

Yonlay Cabrera Quiendemil

En sus ojos una amarga tristeza revelaba el cansancio de todas sus vidas. Quizás solo una le habría bastado (de sus hasta ahora siete), para reconocer que la esencia de vivir, dentro de su infinita diversidad, es un ciclo que se repite constantemente.

Los cuerdos

Reinaldo Cedeño Pineda

Suben, bajan, sin el menor rubor. Nalgas que gritan, que apenas caben en el inmundo short. Nalgas del pueblo. Comienzan los cuerdos a gritar como locos, mientras el otro, el frotador, arrinconado contra un árbol —pobre árbol―, hace lo que puede.

Harold y su máquina

Daniel Díaz Mantilla

En noches como esta, cuando la frustración desembocaba en el insomnio, Harold trabajaba en su artefacto. Durante años que ya le parecían insufribles pulió en su mente cada pieza, diseñó cada pequeño mecanismo, calculó los riesgos y los gastos de su proyecto y lo fue llevando a término, sin prisa, sin descanso, anticipando la hora en que echaría por fin a andar su máquina del tiempo.

Los puercos no vuelan

Nguyen Peña Puig

Finalmente solo puedes ir y sentarte atontado, totalmente noqueado, y esperar; como si estuvieses en una parada de autobús aguardando la muerte.
Cordero. Foto por Nick Cozier en Unsplash

El cordero aúlla

Javier Rabeiro Fragela

Lo único seguro es que nunca había matado a nadie, pero las pulsaciones, las imágenes, el cosquilleo y la ansiedad lo perseguían. Era una sensación burbujeante, que le obligaba a cerrar los ojos y abrirlos de nuevo en el momento que su padre salió al patio para matar a una gallina.

Un hurkle en la basura

Claudio del Castillo

Fred lo pinchó con un palo, sin embargo, no se movió. Tenía los cafmores mustios; los kums, rígidos como sus seis patas; y la tonalidad de su piel, normalmente de un bello azul intenso, era la que tendría un cielo encapotado.

Un habanero en París (relato sinfónico)

Jorge Fernández Crespo

Atraviesa esta ciudad un emblemático río, poblado de puentes semejantes a las cicatrices sobre el rostro de un guerrero africano. Las plazas de idas y venidas neuróticas, las edificaciones distintivas, los parques de verde calma en primavera, de alegría naranja en el verano, de nostalgia sepia en otoño, de gris soledad en el invierno...

Por unos watts de más

Erick J. Mota

—¡Hey, usted! ¡Su carnet de identidad, por favor! —la voz del policía, modulada por los altavoces del casco, inundó la calle— ¡Y el suyo también, ciudadano!