Policial

Tú no sabes, Fermín, qué duro es esto

Tú no sabes, Fermín, qué duro es esto
Tú no sabes, Fermín, qué duro es esto

1.-

Te lo juro, Fermín. Todo lo que hago es por ti y no pretendo que lo entiendas. ¿Cómo podrías hacerlo si ni yo misma sé cómo hemos llegado a este punto? No, Fermín, no te culpes, no podías evitarlo, ya todo estaba escrito, bien me lo dijo Candelaria La Adivina, el día en que tú y yo nos casamos. A ella nunca le he oído decir una bendición para el futuro de alguien, pero esa vez no se equivoca: «El infierno es poco, mija, pa lo que les espera a ti y a tu marido». 

Y puede que sean los malos ojos o la mala lengua de Candelaria, pero lo peor es este lugar. Está maldito y no podemos hacer nada para arreglarlo. Si en algún lugar el diablo dio las tres voces y nadie lo oyó es en Pico Blanco. Aquí no suben ni los perros, Fermín. Este es un pueblo de contrabandistas, de delincuentes y prófugos que buscan evadir el castigo de la ley sin saber que se están castigando a sí mismos. Este es el infierno, Fermín, y formamos parte de él. Y luego ese, ese negro del demonio que Dios solo sabe por qué lo castigó a venir aquí a hacernos daño.

No te puedo decir que no sabía lo que hacía cuando me casé contigo. Estaba muy clara de todas tus intrigas, y también del poder de tus enemigos. Sabía que en algún momento iban a cobrarte todo y con intereses, como los pescadores que dejan correr la pita para que la trucha se agarre más fuerte y segura, y entonces halar, sacarla del agua y al final darle el toletazo en la cabeza. No, Fermín, no me arrepiento de haberme casado contigo, no es eso lo que está sucediendo, no es eso lo que siento. Yo te quiero, mi santo.

1.a.-

No sabes cómo me arrepiento de haberme tropezado contigo, pero igual, aquí estaba condenada a chocar con cualquier mierda. Maldigo la hora en que me pediste que nos casáramos, bien sabías que no podía negarme, te lo debía. Me hubiera casado con cualquiera. ¿Iba a quedarme sin marido como mi prima Ernestina, que después de vieja no sirve más que para querida de cualquiera, o para entregársele como un saco de viandas al primer borracho que se le aparezca con una botella de piojín, y todo por hacerse la fina esperando un príncipe azul? No, Fermín, a estas alturas no llegan los príncipes, mucho menos azules.

De los males el menor, dijo mi padre que ya estaba cansándose de mantenerme y de oír en el bar Montuno las puyas de sus amigos: «¿Será que no le gustan los machos a tu hija, Adalberto?». Y una vez se puede halar por el machete, pero no es cosa de todas las tardes porque luego se pierde el respeto ante los demás. 

Pero los hombres buenos no son para una guajira de Pico Blanco. Una nace aquí esperando una vida mejor, hasta que se desengaña y acaba por tener de esposo a un imbécil como tú. Los hombres de negocio deben ser inteligentes, calculadores y sobre todo cuidadosos, Fermín. Debería avergonzarte que una mujer de pueblo, una incapaz, una esclava de la casa sepa manejar los pantalones mejor que tú. 

La Adivina no se equivocó, al menos no en todo, el infierno lo pasas tú solo si quieres. Yo tengo una salida y por ella tú no cabes. No te lo has ganado. Perdiste hasta el palo de amarrar la chiva, porque, al final, sin mí no eres nadie.

Maldije a mi padre tantas veces: «De los males el menor, mija». Qué menor ni qué ocho cuartos, mi padre era otro imbécil como tú que no supo salirse de esta miseria y mi madre una infeliz que no tuvo otra opción. Pero yo sí la tengo, Fermín, en mis manos está salir de Pico Blanco y no virar nunca más.

2.-

¡Ay, Fermín! Perdóname, por todos los santos, yo no quería engañarte, solo intentaba protegerte. Sabía que podían hacerte mucho daño, porque ese negro es lo peor, mi vida, él y sus compinches. 

Si a este pueblo vinieron a parar es porque no son buenas personas, aunque vistan esos uniformes y hablen aparentando decencia y se pasen el día diciendo que la revolución esto y la revolución lo otro. 

No iban a dudar en cobrarte todo lo que un día te dejaron pasar. Y este era el precio, Fermín. Porque basta mirarme a los ojos para darse cuenta de que por ti soy capaz de todo, hasta de dejarme tocar por ese negro asqueroso y sus secuaces. Se me revuelve el estómago nada más de pensar en todas las cosas que me han obligado a hacer. 

No lo puedes matar, Fermín, ese negro es intocable, es el diablo en este infierno y esos que le acompañan sus demonios, lo sé porque lo he sufrido en carne propia. No sufras, mi amor, al principio era una tortura, pero he aprendido a resignarme, es como una medicina de las que nadie quiere tomar, pero que es necesaria para seguir viviendo. Sí, me siento sucia, perdida, propiedad del diablo. 

Nunca quise que te enteraras, hubiera preferido pasar por esta prueba en silencio porque sé que un día se van a desaparecer de aquí. Alguien se los va a llevar a otro infierno más lejano. Entonces podríamos descansar tú y yo, como si hubiera pasado un ciclón, mas con el sentimiento de haber quedado vivos. Pero tuvo que aparecer la mala lengua de Candelaria, que no es tan adivina sino chismosa, para contarte esas cosas. 

2.a.-

Bien merecido lo tienes, por poco hombre. ¿Creías que iba a quedarme llorando hasta que llegara la hora de llevarte la jaba a prisión? Ese negro me da todo lo que tú, ni aunque lo intentes por una eternidad, podrías darme. Y sus secuaces bien saben tratarme como se trata a una mujer. Una mujer necesitada. Una que no aguanta más las noches de oírte roncar en tu lado de la cama y con esa peste a piojín que no hay Dios que la resista. No, Fermín, esta carne no es para que se la coman los gusanos, maricón. 

Lo disfruto y mucho, me encanta como me toca. Sus manos me aprietan con tanta fuerza que quisiera que no acabara nunca. A veces tengo deseos de morirme con ese negro encima dándome tranca y yo gritando de felicidad. Supongo que si Candelaria La Adivina se enteró haya sido por mis gritos. Es que no me puedo aguantar. Nunca nadie me había templado como él, y lo disfruto tanto como verte crecer esos tarros que ya todo el mundo en Pico Blanco sabe que tienes encima de tu cabeza hueca. 

Ese negro me da vida, me ofrece otro mundo que tu miseria no conoce. Me hace gozar y eso es lo que me gusta, menearme fuerte para que mi negrón se venga conmigo, pero tú no sabes de esas cosas. 

Matarlo no podrías ni aunque quisieras, no tienes los cojones para hacerlo, así que mejor te callas tu ataque de tarros y te vas conformando con quedarte para siempre en este monte, tomando piojín por las tardes. A lo mejor una noche te quedan fuerzas para echarte encima del saco de viandas de mi prima Ernestina.

Me das asco, Fermín. Me encanta verte llorar como la niña que eres, por tu mujercita pobre e indefensa que se sacrifica tanto por ti, por tus negocios, por tu felicidad. Merezco todo, Fermín. No me voy a conformar con ser una guajira infeliz que se pudre junto al idiota de su marido contando los pocos pesos que se cree que son suficientes, que se busca contrabandeando café y cuidándose hasta de su sombra. Quiero más y no puedes culparme por mi ambición, yo soy la mujer que tú has hecho, no la infeliz que querías hacer. Yo no voy a acabar como mi prima Ernestina cuando tú caigas preso.

Ya siento el jeep que se acerca. Voy a fingir que lloro, grito y pataleo cuando mi negrón te lleve para la unidad. Ya sabrá de cuántas cosas te acusa. No te preocupes, no serán muchos años, solo los suficientes para que cuando regreses, si es que regresas, yo no esté aquí.

3.-

Tú no sabes, Fermín, qué duro es esto.

Elizabeth Lunar. Matanzas, 1991.

Narradora y guionista radial, ha realizado trabajos de corrección y edición para editoriales cubanas y extranjeras. Es miembro de la Asociación Hermanos Saíz de jóvenes escritores y artistas y del Taller de Creación Literaria Carlos Loveira. Con Ediciones Sed de Belleza ha publicado los cuadernos Los compadres (2019) y Toda la paz del universo (2021). Ha publicado cuentos y artículos suyos en revistas de Cuba y otros países. Es miembro del Comité Organizador del evento y Premio Internacional de Novela Negra Fantoches.