Narrativa

Último día después de la lluvia

Habana en ruinas

I

Otra vez la erección. Desde hace unos días es la primera señal del cuerpo que me lanza hacia la realidad cada vez que despierto.

Dicen los cabalistas hebreos que durante la noche Dios se lleva las almas por un recorrido místico, aquellas que no regresan a sus cuerpos, son privilegiadas; al igual que Henoc, quedan en la eternidad. Pero la Cábala no dice nada sobre la posible relación entre ese viaje místico y mis sorpresivas erecciones matutinas. Quizás porque la idea de mi propio cuerpo no ha encontrado su alma propia. A veces me pregunto hacia donde me habrá llevado Dios durante el sueño, que amanezco con la pinga tan dura como una estaca, tal parece que si la toco se va a partir.

II

La orden de desalojo está encima de la mesa. Van a demoler la edificación porque tiene amenaza de derrumbe. Es una vieja casona del siglo pasado, o antepasado, en realidad creo este lugar está fuera del tiempo, estoy convencido que esa fue la razón por la cual vine a vivir aquí. Uno siente que ha salido del kronos para entrar en el karios. Se puede respirar cierta inmortalidad a través de los ladrillos color sangre de los contrafuertes.

El papel termina diciendo que está en peligro la vida de los moradores ya que el inmueble está en fase residual al borde del colapso, por lo que tenemos una semana para abandonar el lugar y ponernos a disposición de las instancias competentes. Lo que más me gusta de estas notas oficiales es el suspense. Nadie sabe qué ocurrirá después. Por otra parte, la semana concluye hoy. Tengo que ver que hago con mis libros. Son lo más importante, incluso más que yo como morador. A los libros se los debo todo. Lo más positivo en mi ser, porque lo negativo es asunto del cuerpo.

Es un verdadero fastidio esta cuestión de la corporeidad. El cuerpo necesita atención, higiene, vestimenta, calzado, espacio. Sobre todo eso, espacio: donde estar, donde mear, donde cagar, donde dormir, espacio junto a otros cuerpos, en fin, una verdadera jodienda. Lo peor es que de cierta forma compromete mi alma, y se nutre de ella. Es más fuerte que yo. Me encantaría dejarlo tirado en algún lugar y continuar mi camino sin él, pero no puedo. Me gusta la idea de los cabalistas, no veo el día en que mi alma sea elegida y se quede vagando por allá arriba, y deje mi cuerpo aquí abajo con su erección y su estúpida demanda espacial. Pero me engaño, soy un pasajero montado en este fenómeno y no sé quién lleva el timón.

III

Salgo del cuarto al pasillo que va hacia la calle. Escucho a la gente conmocionada, la desesperación se escurre entre las paredes, algunos ya se han ido, aunque exactamente no sé cuántos quedamos. En medio del pasillo, en calzoncillos matapasiones, está un negro alto y fuerte, con un tabaco en la mano, y en la otra una mocha afilada. Su cuerpo apunta en dirección a la puerta del solar. Paso por su lado. —Buenos días, con su permiso —le digo.

Él me mira con extrañamiento, eso me preocupa, el extrañamiento está implicado en la hostilidad del hombre contra el hombre. Es parte de la tragedia universal del cuerpo. Por otra parte, no soy muy popular, y no deseo que este sujeto me confunda con alguien indeseable. O simplemente mi presencia le resulte inquietante.

Por suerte, el hombre me reconoce, hace un gesto de saludo con la cabeza y dice

—Chama, si quieren sacarme de aquí, van a tener que tocarme la pinga —y se lleva la mano del tabaco a los testículos,  los aprieta y los remueve con fuerza. Repara en mi portañuela abultada y pasa el brazo que sostiene la mocha por encima de mi hombro, el canto del filo queda a escasos centímetros de mi cuello. Me zarandea con afecto.

—Usted si es un  pingudo, chamaco. —Luego llama a su mujer. Una gorda morena se asoma en la puerta del cuarto con tres niños prendidos a su cuerpo como si fuesen sanguijuelas.

—Prepáramele otra mocha al chama, que este tiene el corazón en los cojones. —Doy las gracias por el elogio espartano, me desembarazo de su mano y la mocha y continúo mi camino, la voz del negro me dice:

—No te pierdas, que ahorita esto se va a poner bueno cuando vengan esos maricones de la Vivienda y la Policía.

Mientras camino hacia la puerta de salida, recorro con cuidado la estructura desprovisto de toda la pasión que me trasmite el lugar. Ellos tiene razón, la casona se va a caer. Un aguacero más y cuando salga el sol, todo comenzará a irse abajo. Siento el impulso de regresar donde el negro, pero la súbita imagen de mi cabeza partida en dos de un tajazo me aconsejó a continuar. Si se quiere fajar a los machetazos con las autoridades, que lo haga. Yo debo pensar en poner a salvo a Bukowsky, Unamuno, Faulkner. No deseo verlos sepultados bajo la ruina del apocalipsis que se avecina.

IV

Antes de salir a la calle me detengo frente a la puerta de Yemima. Toco antes de entrar y luego empujo la hoja entreabierta con suavidad. Ahí está ella, sentada en el viejo butacón dando de mamar a la criatura. Sé que Yemima es joven, sin embargo, como la casona, da la impresión de estar suspendida en la atemporalidad. Alza los ojos y me ve. Yo hago un gesto de saludo y ella sonríe. Tiene unos dientes blancos, hermosos. Luego mira el bulto que se pronuncia en mi protañuela y deja escapar una carcajada. Se descubre el otro seno y me hace una cifra de cinco con los dedos. Doy media vuelta y salgo a la calle, pretendiendo ignorar la voz de Yemima que me llama. Este maldito cuerpo que todo lo echa a perder.

V

El cielo está comenzando a nublarse. La gente va de un lugar a otro, como huyendo. No alcanzo a definir algún rostro lleno de convicción a quien pedirle ayuda para salvar a Homero y a Cioran, a Yemima y la criatura, al tipo de la mocha y su familia. Demasiado altruismo me da falta de aire, pero es inevitable. No sé hacia dónde ir. La gente a mí alrededor va de un lado a otro bastante satisfecha porque hoy existen, aunque ni se enteren. No sienten que hay más que eso. Si tan sólo pudiera llenarlos con una sola duda. Pero necesito hacer algo: ¿derecha, izquierda? Un perro pasa y parece tener más propósito que yo. Asfixiado por tal idea, sin darme cuenta grito “¡Abajo, todo se va ir abajo!”. Un policía se acerca y hace señas de que me detenga. Otra vez el maldito cuerpo, siempre haciéndolo a uno presente.

—Carné de identidad.

Se lo doy.

—¿Estudia o trabaja?

Esa pregunta siempre me ha desconcertado. Ante la ley sólo tengo validez bajo una de esas dos formas. Pero no tengo tiempo de decir sí o no, pienso en el derrumbe que se acerca.

—Todo se va ir abajo, tiene que ayudarme.

—Tenga cuidado con lo que dice.

—La casa, se va a derrumbar.

—¿Casa?, ¿cuál casa?

—Aquella —y señalo.

—¡Ah!, era eso, entiendo. Aún no ha contestado mi pregunta. ¿Estudia o trabaja?

—Pero mire…

El policía nota el bulto en mi entrepierna. Levanta una ceja y pregunta:

—¿Qué lleva usted ahí?

—Nada.

—¿Cómo que nada, y ese bulto?

—Es solo una erección. Pero no es importante…

—Con que una erección. Quédese quieto, voy a cachearlo.

Me quedo tranquilo mientras el policía palpa mi cintura, recorre mis nalgas y rápido pasa a repasar el bulto en la entrepierna. Lo hace con tranquilidad, sin el menor pudor. Eso es otra cosa que detesto del cuerpo, todas sus humillaciones pasan inevitablemente por mí. Ahí está el policía tocando la erección. No digo nada. No es mucho lo que puede hacerse cuando la ley te ha puesto la mano encima. Termina y sonríe satisfecho. Después comienza a llenar un talonario con mis datos. Arranca una hoja y me la da.

—Una multa, debe pagarla en treinta días si no se multiplicará. Puede continuar y disculpe la molestia.

Quiero replicar pero sigo adelante. No hay respuestas ante la ley. No hay más que un afán, y no importa la cuestión social, política o moral, solo la sospecha y el deseo sobre la cuestión humana. Pienso que el negro de la mocha tiene toda la razón. Siento deseos de regresar a su lado en el pasillo, y quedarme allí en calzoncillos, con la cabilla erecta, mocha en ristre, como dos espartanos en el paso de las Termópilas. Pero es irracional, nada de eso nos servirá cuando las vigas del techo comiencen a venirse abajo. Ni el coraje, ni los machetes, ni la pinga parada.

VI

Una gota de agua cae sobre mi nuca. Cae una gótica de agua, es la canción infantil favorita de la criatura. Yemima, la mece entre sus brazos y canta. Su voz disipa toda posibilidad de malestar o llanto. Una gótica de agua, otra y otra más. No tengo opción, debo regresar antes que comience a llover más fuerte. Ahora pienso en Yemima y me invade el empeño de persistir por siempre. Todo se confunde en mi cabeza, no sé si es heroísmo o la idea de la eternidad visible entre los senos desnudos de Yemima. Por un instante me debato entre el instinto de conservación y el hedonismo.

Una mano me sacude por el hombro. Es el Migue, un ex compañero de aula cuando estudiaba Teología.

—Qué bueno, me alegro encontrarte, tengo una propuesta para ti —dice eufórico.

—¿Una propuesta…?

—Quiero fundar una iglesia nueva.

—¿Una qué…?

—Quiero inaugurar un nuevo culto religioso, mira es algo encojonado, súper original, no se le ha ocurrido a nadie. El éxito está ahí, seguro.

—¿…?

—Escucha, se trata de una mezcla del cristianismo al estilo new age con los antiguos cultos dionisiacos, pero sin toda esa historia de la castración y la sangre, más bien nos concentraremos en la parte orgiástica, con medida, claro está, es una iglesia,  no una fiesta de perchero. ¿Qué te parece?

—¿Y eso cómo se va a llamar? —pregunto solo por curiosidad.

—Gran Culto Pingachocha. Aquí tengo el corpus dogmático por escrito. ¿Tienes dinero?

—No.

—Ah, el dinero es importante, uno de los preceptos fundamentales, pero… ¿Y ese bulto?

—Es una erección. Mira, me tengo que ir…

—¡Sabía que mi idea era excitante, se te paró de sólo escucharla! Estoy condenado al éxito —dijo Migue con aire triunfal.

—En realidad estoy así desde esta mañana.

—¿No me digas? ¿Y eso te sucede a menudo? —su voz asumió un inusitado rigor hipocrático.

—Bastante, muy a pesar mío.

—Entonces tú puedes ser sacerdote, porque el sumo sacerdote soy yo, claro está. Solo tienes que exhibirte durante el culto con tu erección y hacer la liturgia con una toga blanca transparente. Piénsalo —me dice.

La lluvia comienza a caer de forma torrencial, el Migue se despide imitando una vagina con sus manos, de lejos me grita que es el saludo de los acólitos.

Corro hacia el solar sin esperanzas. Toda posibilidad de ayuda es nula. No quiero estar lejos de Yemima y la criatura cuando escampe y el sol salga.

VII

Empujo la puerta con fuerza y entro. El negro sigue de pie con la mocha en la mano. Se pone en guardia cuando me ve, de nuevo la sensación del extrañamiento. Por suerte estoy lejos del alcance de la mocha. Me reconoce y se tranquiliza.

—Ah, chama, eres tú. Esos maricones van llegar en cuanto escampe.

—Seguro —contesto y entro al cuarto de Yemima. Está en el mismo lugar, con la criatura en el regazo. Es como si en verdad el tiempo no trascurriera dentro de su cuarto. Le digo que nos tenemos que ir, pero ella no parece escucharme. El agua golpea el techo con fuerza, y entra abundante por las goteras. Pero a Yemima nada le preocupa salvo darle de mamar a la criatura. Escucho al negro gritar mientras golpea la mocha contra el suelo y dice una sarta de provocaciones y amenazas. Yemima mira la criatura prendida en su seno, y comienza a cantar cae una gótica de agua, otra y otra más. Siento deseos de arrastrarla por la fuerza pero sé que será inútil. Tampoco tiene sentido advertir al negro de la mocha, en verdad, ni tan siquiera tengo fuerzas para convencer a mi cuerpo de que huya, o salvar a Shakespeare o a Salomón con sus cantares. Me arrodillo frente a Yemima, tengo deseos de llorar. Ella mira mi erección, la caricia y sonríe.

Johan Moya Ramis. La Habana, 1978. Narrador

Licenciado y master en Teología y Biblia. Trabaja al frente del Dpto. de Publicaciones de la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí y forma parte del Consejo de Redacción de la Revista Espacio Laical, publicación sociocultural y religiosa del Arzobispado de La Habana.

Sus cuentos, artículos, ensayos y entrevistas se han publicado en Cuba y el extranjero, los cuales cubren un variado espectro temático: literatura, el cine, música, sociedad y religión.