Ensayo

Un error de Alfonso Reyes

Los “altafrentes” están inclinando la mirada. Como tenía que suceder, los últimos en hacerlo han sido los latinos, generalmente más secos, rígidos y quebradizos. Pero todo llega. Primero fue Gide. Ahora es Alfonso Reyes. El género bastardo está siendo reconocido por ellos. Este género es el detectivesco.

Pero aquí asoma ya un cisma de índole intelectual. Gide, cismático por naturaleza, no cae, sin embargo, en él. Gide, que nunca fue buen novelista —cosa que él sabe y confiesa— sabe apreciar como pocos lo que es una buena novela, y tiene siempre el valor de aclamarla, por mucho que niegue su propio modo de sentir y pensar. Así ha ocurrido con sus notas sobre literatura norteamericana moderna, literatura juvenil que es, en sus mejores ejemplos, la negación de todos los Gides. Pero el viejo André tiene aún bastante juventud en las venas para proclamar, por ejemplo, a Red harvest (novela policiaca) como una de las grandes obras de la literatura contemporánea.

Esto es sintomático y de gran alcance. A mi ver el respeto que está conquistando ese género entre los “frentealtas” se debe a que existe una cosecha de escritores, revelados entre las dos guerras, que, aún dentro de la receta detectivesca, han producido novelas que son buenas en sí mismas, que valen por su técnica, sus personajes, su atmósfera, su estilo, su lenguaje y su drama humano, aparte del cebo y gancho que usen para el mercado. Pero se debe a algo más. Yo creo que la novela ha llegado a una etapa en que tiene que volver a ser… novela. Nada menos, pero nada más, que novela. Y es ahí donde enlaza con el género policíaco, que fue (en los pasados años de soberbia, confusión, intelectualismo y sofisticación) el que conservó su legítima e indisputable posición de narración pura de una historia ficticia.

Y es al llegar ahí donde nos encontramos con Alfonso Reyes. Reyes se ha inclinado de poco acá a esa nueva ciencia, o lo que sea, que se llama teoría de la literatura. Reyes es también un viejo joven. Vive alerta y, desde su México picajoso, capta con ductilidad las nuevas corrientes. Muchos lectores cultos en nuestra América siguen sus escritos y algunos hacen de ella su cartilla. Pero Reyes se queda más acá y más arriba de Gide. Su referencia respetuosa y acogedora a la novela policíaca de seguro que repercutirá en otros que hasta ahora la leían y comentaban de un modo vergonzante. Por eso es arriesgado dejar pasar, junto a sus aciertos, sus errores.

Uno de los errores de Reyes, a este propósito, es vicio de origen. La frente alta, el ceño intelectual, se inclinó al género, pero no lo bastante. Se quedó en las capas altas, depuradas, elecubrativas y cerebrales. Es decir, en lo que precisamente lo amuralla, constriñe y ciega: su problema y su forma. No ha podido Reyes bajar a la vida misma. Así se explica que cite, como figuras descollantes en épocas sucesivas, a Poe, Chesterton y Dorothy Sayers. Nadie, desde luego, tiene por qué escatimar méritos a esas figuras —méritos en el problema, en la intriga, en la forma, en el misterio y en el ingenio. Pero han llevado a la narración policíaca a la zona donde se esteriliza la novela, a donde no van las magníficas novelas que, en la literatura norteamericana, han logrado un brillante compromiso entre las dos zonas: la policíaca y la novelística simple. Así se explica también que Reyes cite, como dechado en nuestro idioma, los acertijos intelectuales de un tal “Busto Domecq” (según mis noticias, Jorge Luis Borges) y desconozca intentos anteriores sin dudas mucho más vitales y duraderos.

El error de Reyes es una preferencia que puede ser dañina en nuestra literatura cuando la novela (perdida en el caos experimental y los contrabandos políticos, científicos, sociológicos y filosóficos de los últimos años) quizás vuelva a encontrar su camino guiada, en parte, por lo que la narración policíaca ha conservado de novela. Existen grandes ejemplos de reorientación en la novela norteamericana, donde lo detectivesco enlazan, pero no por la punta que propone Alfonso Reyes, que es la elucubrativa e intelectual, sino por el cabo de la trama del drama vital y el documento humano que impresionó a Gide en las novelas de Dashiell Hammet.

Es en esa zona de empate donde acaso se esté nutriendo la próxima generación de novelistas que habrán de suceder a los Hemingway, los Faulkner, los Caldwell y los Steinbeck. Crimen y castigo había dado la norma, luego olvidada, en que se borran las fronteras de la novela policíaca y la novela sin adjetivo. Acaso ahora sea el momento de recoger, con nuevos alientos, materiales, técnicas y motivos, la lección perdida. Y es seguro que esos jóvenes novelistas habrán olvidado, antes de empezar, la existencia de Poe, Chesterton y Sayers, tanto como la de todo ese fárrago de whoduniters, de acertijeros y simples entretenedores de que está atrofiado el género policíaco. En cambio, con seguridad tendrán muy presentes, junto a los citados precursores de la novela-novela, thrillers de tan alta calidad como The postman always rings twice (Cain); Red harvest; The glass key y The maltese falcon (Hammet); Fine sinister characters; The big sleep y, sobre todo, Farewell my darling (Raymond Chandler). Por lo menos, yo lo haría así.

Es por este camino por el que, a mi ver, hay que tender la mirada. Desde luego, no para seguir servilmente los ejemplos, por buenos que sean, sino para ejercitar las propias facultades de modo que no vayan a quemarse en juegos intelectuales, en cerebralismos policiales. En este punto, el maestro Reyes ha equivocado la plana y corresponde a sus discípulos enmendársela.

Información, La Habana, 9 (139): 36, junio 10, 1945.

Lino Novás Calvo. 24 de septiembre de 1903–24 de marzo de 1983. Narrador y novelista

Uno de los más destacados entre los narradores surgidos en la literatura en castellano hacia 1940. Tradujo al español El viejo y el mar de Ernest Hemingway. Se hizo corresponsal de guerra y participó, del lado republicano, en la Guerra Civil Española. Fue uno de los representantes de los intelectuales reunidos en torno a la Revista de Avance, una de las revistas que abrió la cultura cubana a la contemporaneidad. Se desempeñó como jefe de redacción de la revista Bohemia. Murió a los 80 años en Nueva York. Entre sus libros se hallan: La luna nona y otros cuentos; Cayo Canas y la novela Pedro Blanco, el negrero.