Narrativa

Asesinato en el bosque de La Habana

©Ediciones Atlantis

―Lo único que llevaba encima el cadáver era el pantalón. 

―Les quitan la ropa para que las etiquetas no constituyan una pista ―dijo Gorayeb―. Como en las novelas policiacas. 

―Déjate de embromaderas, turco ―dijo el subinspector, inquieto―. Por alguna razón al asesino le faltó tiempo para quitarle el pantalón y encima de los juncos se encontró un pedazo de papel cortado y escrito con letras de imprenta en el que había unas palabras en turco o árabe, y debajo se distinguieron las iniciales S.Y. escritas a mano y con tinta roja. Parece que el asesino no logró destruir completamente la evidencia. Necesito que te encargues del caso porque parece que el muerto era un paisano tuyo. 

Gorayeb mostró una versión irritable de su rostro. 

―No sé ni una palabra en árabe y ya no me apetece resolver crímenes. 

Se le había convertido en costumbre. Desde que se desempeñaba como detective por cuenta propia, Gorayeb prefería buscar las pistas de una doncella raptada, espiar vidas secretas y husmear en el corazón oscuro de la gente, pero ya no le entusiasmaba seguirle el rastro a criminales sádicos y gánsteres peligrosos. 

―Pero eres hijo de turcos y eso ayudará mucho. 

―Hijo de un libanés con una cubana rica ―aclaró. 

Ortiz incineró la punta de un cigarro con su encendedor Ronson y brindó un nuevo dato sobre la víctima: llevaba en su mano derecha un anillo parecido a esos que usan los masones y tenía grabada las iniciales M.A. 

―Es todo, turco ―dijo Ortiz y de su boca salió una bocanada de humo parecida a una manga de viento plana y gris ―. Creo que con eso puedes ayudarnos. 

Gorayeb hizo mímicas incomprensibles, se movió en su silla como un muñeco sin control y finalmente negó con la cabeza: se sentía mejor espiando a esposas con vocación de adúlteras que identificando adefesios decapitados. Después encendió un tabaco y le brindó al subinspector un vaso de arak

―Gracias, no tomo bebidas de turcos. 

―¿Quién está llevando el caso? 

―Yo personalmente. Entrevistamos a los empleados que trabajan en los sitios cercanos y en los clubes recreativos de la zona, pero ni rastro. 

―¿Y quién instruye el sumario? 

―El doctor Pereda. 

― Un viejo docto y xenófobo ― dijo Gorayeb. 

―Un pesado del diablo ―constató el subinspector―. Debió ser escritor en lugar de juez. 

Una media sonrisa inventada escapó del rostro de Gorayeb. 

―¿Tienes algo en contra de los escritores? 

―No son gente concreta y se creen dioses. Eso de inventar mundos hay que dejárselo a Dios. 

―Dios es inimitable ―dijo Gorayeb, expulsando un denso chorro de humo―. Hizo el mundo en siete días. Los escritores no pueden hacer una novela en una semana. 

El subinspector recibió sin amor el comentario del detective y retornó al propósito inicial de su visita: por fin, ¿me ayudarás a resolver este casito, turco? 

―Ya veremos, flaco.

―El sargento Felipe Frómeta será tu ayudante ―dijo Ortiz―. Es un muchacho joven e impetuoso.

―El ímpetu es pariente del desespero y no me gusta la gente desesperada. 

Una joven ataviada con un subversivo vestido caminaba por el pasillo y al subinspector le pareció que en algún lugar había una casa de citas. 

―Es una de las empleadas del taller de al lado. 

Ortiz quedó conmovido. 

―¿Qué decides, turco? 

―Enséñame el papel. 

El subinspector exhumó de su bolsillo una fotografía del papel con las siglas S.Y. y otra del anillo con las iniciales M.A. y Gorayeb las estudió con el esmero de un laboratorista. 

―De árabe no sé ni las malas palabras. Iré al Club Libanés para empezar a desatar el entuerto ―dijo el detective, ensimismado en la foto―. Yo pensé que me libraba de los crímenes y tú vienes a complicarme la vida, flaco. 

―Subinspector Ortiz, no te olvides que en la policía la jerarquía es poder. 

―Vete al carajo ―dijo cordialmente Gorayeb. 

El subinspector inició el rito de despedida con un abrazo fraternal, que no se olvidara del caso, turco, le dijo, abrazándolo de nuevo, evaporándose después por el laberinto del vecindario.

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«Asesinato en el bosque de La Habana» de Rigoberto Menéndez Paredes

Rigoberto Menéndez Paredes. La Habana, 1963.

Historiador, escritor y antropólogo. Doctor en Ciencias Históricas por la Universidad de La Habana. Desde 1989 se dedica a la investigación histórica y literaria de la impronta árabe en Cuba y en América Latina. Tiene publicados decenas de artículos en revistas cubanas y extranjeras y cuatro libros: Componentes árabes en la cultura cubana, Los árabes en Cuba, Árabes de cuentos y novelas. El inmigrante árabe en el imaginario narrativo latinoamericano y la novela Asesinato en el Bosque de La Habana, recién nominada finalista al Premio Memorial Silverio Cañada de la Semana Negra de Gijón a la mejor primera novela de género negro en español de 2023.