Memorias de una pulga

Resumen del libro: "Memorias de una pulga" de

«Memorias de una pulga» es una novela erótica que ha sido objeto de controversia desde su publicación debido a su contenido sexual explícito. La trama se desarrolla a lo largo de varios episodios, en los que la pulga es testigo de encuentros sexuales entre hombres y mujeres de todas las clases sociales.

A través de la mirada de la pulga, la novela revela las diferencias entre las distintas clases sociales, así como las relaciones de poder y las jerarquías que existen en la sociedad. Por ejemplo, la pulga describe el encuentro sexual entre una prostituta y un aristócrata, mostrando cómo la prostitución se utilizaba como medio de supervivencia para muchas mujeres pobres, mientras que los hombres ricos disfrutaban de la explotación de sus cuerpos.

Otro tema recurrente en la novela es la hipocresía religiosa, y se hace hincapié en cómo los líderes religiosos y las instituciones religiosas explotan a la gente común para su propio beneficio. La pulga también es testigo de la explotación de los trabajadores y los abusos de poder por parte de los empleadores.

A pesar de que la pulga es un personaje ficticio, la novela ofrece una crítica social a la sociedad victoriana, en la que se escribió y se publicó. La novela también desafía las normas sexuales y morales de su época, y es una muestra temprana de la literatura erótica.

Aunque «Memorias de una pulga» ha sido criticada por su contenido sexual explícito y ha sido prohibida en varias ocasiones, sigue siendo una obra literaria interesante y polémica. La novela también es importante por ser una de las primeras obras eróticas escritas por una mujer, aunque la verdadera identidad de la autora sigue siendo desconocida.

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Capítulo I

NACÍ, PERO COMO NO SABRÍA DECIR CÓMO, cuándo o dónde, y por lo tanto debo permitirle al lector que acepte esta afirmación mía y que la crea si bien le parece. Otra cosa es asimismo cierta: el hecho de mi nacimiento no es ni siquiera un átomo menos cierto que la veracidad de estas memorias, y si el estudiante inteligente que profundice en estas páginas se pregunta cómo sucedió que en el transcurso de mi paso por la vida —o tal vez hubiera debido decir mi brinco por ella— estuve dotada de inteligencia, dotes de observación y poderes retentivos de memoria que me permitieron conservar el recuerdo de los maravillosos hechos y descubrimientos que voy a relatar, únicamente podré contestarle que hay inteligencias insospechadas por el vulgo, y leyes naturales cuya existencia no ha podido ser descubierta todavía por los más avanzados científicos del mundo.

Oí decir en alguna parte que mi destino era pasarme la vida chupando sangre. En modo alguno soy el más insignificante de los seres que pertenecen a esta fraternidad universal, y si llevo una existencia precaria en los cuerpos de aquellos con quienes entro en contacto, mi propia experiencia demuestra que lo hago de una manera notablemente peculiar, ya que hago una advertencia de mi ocupación que raramente ofrecen otros seres de otros grados en mi misma profesión. Pero mi creencia es que persigo objetivos más nobles que el de la simple sustentación de mi ser por medio de las contribuciones de los incautos. Me he dado cuenta de este defecto original mío, y con un alma que está muy por encima de los vulgares instintos de los seres de mi raza, he ido escalando alturas de percepción mental y de erudición que me colocaron para siempre en el pináculo de la grandeza en el mundo de los insectos.

Es el hecho de haber alcanzado tal esclarecimiento mental el que quiero evocar al describir las escenas que presencié, y en las que incluso tomé parte. No he de detenerme para exponer por qué medios fui dotada de poderes humanos de observación y de discernimiento. Séales permitido simplemente darse cuenta, al través de mis elucubraciones, de que los poseo, y procedamos en consecuencia.

De esta suerte se darán ustedes cuenta de que no soy una pulga vulgar. En efecto, cuando se tienen en cuenta las compañías que estoy acostumbrado a frecuentar, la familiaridad con que he conllevado el trato con las más altas personalidades, y la forma en que trabé conocimiento con la mayoría de ellas, el lector no dudará en convenir conmigo que, en verdad, soy el más maravilloso y eminente de los insectos.

Mis primeros recuerdos me retrotraen a una época en que me encontraba en el interior de una iglesia. Había música, y se oían unos cantos lentos y monótonos que me llenaron de sorpresa y admiración. Pero desde entonces he aprendido a calibrar la verdadera importancia de tales influencias, y las actitudes de los devotos las tomo ahora como manifestaciones exteriores de un estado emocional interno, por lo general inexistente.

Estaba entregado a mi tarea profesional en la regordeta y blanca pierna de una jovencita de alrededor de catorce años, el sabor de cuya sangre todavía recuerdo, así como el aroma de su… pero estoy divagando.

Poco después de haber dado comienzo tranquila y amistosamente a mis pequeñas atenciones, la jovencita, así como el resto de la congregación, se levantó y se fue. Como es natural, decidí acompañarla.

Tengo muy aguzados los sentidos de la vista y el oído, y pude ver cómo, en el momento en que cruzaba el pórtico, un joven deslizaba en la enguantada mano de la jovencita una hoja doblada de papel blanco. Yo había percibido ya el nombre Bella, bordado en la suave medía de seda que en un principio me atrajo a mí, y pude ver que también dicho nombre aparecía en el exterior de la carta de amor. Iba con su tía, una señora alta y majestuosa, con la cual no me interesaba entrar en relaciones de intimidad.

Bella era una preciosidad de apenas catorce años, y de figura perfecta. No obstante su juventud, sus dulces senos en capullo empezaban ya a adquirir proporciones como las que placen al sexo opuesto. Su rostro acusaba una candidez encantadora; su aliento era suave como los perfumes de Arabia, y su piel parecía de terciopelo. Bella sabía, desde luego, cuáles eran sus encantos, y erguía su cabeza con tanto orgullo y coquetería como pudiera hacerlo una reina. No resultaba difícil ver que despertaba admiración al observar las miradas de anhelo y lujuria que le dirigían los jóvenes, y a veces también los hombres ya más maduros. En el exterior del templo se produjo un silencio general, y todos los rostros se volvieron a mirar a la linda Bella, manifestaciones que hablaban mejor que las palabras de que era la más admirada por todos los ojos, y la más deseada por los corazones masculinos.

Sin embargo, sin prestar la menor atención a lo que era evidentemente un suceso de todos los días, la damita se encaminó con paso decidido hacia su hogar, en compañía de su tía, y al llegar a su pulcra y elegante morada se dirigió rápidamente a su alcoba. No diré que la seguí, puesto que iba con ella, y pude contemplar cómo la gentil jovencita alzaba una de sus exquisitas piernas para cruzaría sobre la otra con el fin de desatarse las elegantes y pequeñísimas botas de cabritilla.

Brinqué sobre la alfombra y me di a examinarla. Siguió la otra bota, y sin apartar una de otra sus rollizas pantorrillas, Bella se quedó viendo la misiva plegada que yo advertí que el joven había depositado secretamente en sus manos.

Observándolo todo desde cerca, pude ver las curvas de los muslos que se desplegaban hacia arriba hasta las jarreteras, firmemente sujetas, para perderse luego en la oscuridad, donde uno y otro se juntaban en el punto en que se reunían con su hermoso bajo vientre para casi impedir la vista de una fina hendidura color melocotón, que apenas asomaba sus labios por entre las sombras.

De pronto Bella dejó caer la nota, y habiendo quedado abierta, me tomé la libertad de leerla también.

Esta noche, a las ocho, estaré en el antiguo lugar.

Eran las únicas palabras escritas en el papel, pero al parecer tenían un particular interés para ella, puesto que se mantuvo en la misma postura por algún tiempo en actitud pensativa.

Se había despertado mi curiosidad, y deseosa de saber más acerca de la interesante joven, lo que me proporcionaba la agradable oportunidad de continuar en tan placentera promiscuidad, me apresuré a permanecer tranquilamente oculta en un lugar recóndito y cómodo, aunque algo húmedo, y no salí del mismo, con el fin de observar el desarrollo de los acontecimientos, hasta que se aproximó la hora de la cita.

Bella se vistió con meticulosa atención, y se dispuso a trasladarse al jardín que rodeaba la casa de campo donde moraba, fui con ella.

Al llegar al extremo de una larga y sombreada avenida la muchacha se sentó en una banca rústica, y esperó la llegada de la persona con la que tenía que encontrarse.

No pasaron más de unos cuantos minutos antes de que se presentara el joven que por la mañana se había puesto en comunicación con mi deliciosa amiguita.

Se entabló una conversación que, sí debo juzgar por la abstracción que en ella se hacía de todo cuanto no se relacionara con ellos mismos, tenía un interés especial para ambos.

Anochecía, y estábamos entre dos luces. Soplaba un airecillo caliente y confortable, y la joven pareja se mantenía entrelazada en el banco, olvidados de todo lo que no fuera su felicidad mutua.

—No sabes cuánto te quiero, Bella —murmuró el joven, sellando tiernamente su declaración con un beso depositado sobre los labios que ella ofrecía.

—Sí, lo sé —contestó ella con aire inocente—. ¿No me lo estás diciendo constantemente? Llegaré a cansarme de oír esa canción.

Bella agitaba inquietamente sus lindos pies, y se veía meditabunda.

Memorias de una pulga

Autor cuyo nombre no es conocido o no ha sido declarado.