Narrativa

He venido para cuidarlos

Niña leyendo una carta en una ventana abierta
Por Johannes Vermeer

HE VENIDO PARA CUIDARLOS

A las diez de la noche, Walterio le pidió unos minutos a su nueva novia para ir al dormitorio de Andy y así cumplir con la rutina sublime de bendecir el sueño del infante y darle el beso de buenas noches. 

Walterio había enviudado luego de acompañar a su difunda esposa en un período difícil: marcado por la quimioterapia y radioterapia, los vómitos, las fatigas frecuentes, la caída del cabello, los gorros, las pelucas, las dietas estrictas, la imposibilidad de viajar en aviones. Del deceso de su esposa se había cumplido en días recientes un año de duelo profundo, tortuoso y de enorme pesadumbre. 

Pero Walterio había conseguido enrumbar nuevamente su vida en la paternidad, en su profesión de abogado y ahora con una novia soltera, de edad casadera y diez años más joven que él, quien ya rozaba los 35 años. La muchacha era alegre, vivaz y algo ingenua, pero irradiaba transparencia en las pasiones y en las razones. También había conseguido la simpatía de Andy, lo cual facilitaba su futura labor de madre del pequeño de cinco años.

“Los niños se duermen temprano”, dijo Walterio al hijo acomodado en la cama, mientras le acariciaba la cabellera con una mano. Cuando ya se ponía de pie para retirarse y volver con su pareja, la claridad de un relámpago inundó el dormitorio. Hizo entonces un gesto de encogimiento, para recibir el bramido terrorífico del trueno. 

“Qué raro”, balbuceó con los ojos cerrados, todavía sin reponerse, “el reporte meteorológico no anunció lluvia y mucho menos tormenta”. Al abrir los ojos, la habitación continuaba iluminada, aun cuando la luz estuviese apagada. Walterio percibió algo raro, desvió la vista hacia la ventana y alcanzó a distinguir un rostro de mujer con pelo corto y pendientes en forma de aros. 

La inusual silueta se desvaneció al regresar la oscuridad y Walterio quedó sumido en la abstracción. Lo que había visto era la cabeza de la difunta. Dejó la vista clavada en la ventana y, de repente, otra iluminación, un segundo trueno como el primero. Pero al hombre le pareció menos pavoroso por la perplejidad que lo embargaba. La silueta se hizo nuevamente, ahora con más nitidez, dejando ver los ojos alegres de los mejores días de la mujer. 

Walterio intentó observarla fijamente. Separó la vista acaso los tres segundos que empleó en frotarse los párpados con sus dos manos. Cuando se descubrió el rostro, continuaba allí la cara exhibiendo la sonrisa amplia que solía destinar al esposo y al pequeño hijo. De pronto, comenzó a experimentar una variación, desplazándose la mirada desde Walterio hacia el niño.

Walterio también miró al hijo, quien ahora estaba de pie, sobre la cama, regalándole una abierta sonrisa a la madre. A seguidas, espantado, volvió a escudriñar la ventana, pero la silueta había desaparecido.

“¿Qué pasó, hijo mío?”, preguntó tembloroso. “¡Nada, papá!” “¡Cómo nada!”, replicó el padre. “He visto a tu madre en la ventana, mirándonos fijamente”, exclamó, ya con algo de entereza. “Mamá ha venido”, dijo Andy. “Ella viene muchas noches para acompañarme a dormir. Nunca me dice que viene, pero ayer sí me lo dijo, mañana vendré, quiero saludar a Papá y acompañarlos a los dos”. “¡Pero se fue!”, exclamó Walterio. “¡No!”, refutó el hijo. “Está al lado tuyo, Papá, lista para dormir y quiere que te quedes esta noche con nosotros”.

El niño se tendió en la cama, sujetando la mano del padre y halándolo para que ocupara un lugar al lado suyo. El hombre accedió, se acostaron muy pegados; él le volvió a dar las buenas noches. Un segundo después, Walterio sintió en la frente una caricia deliciosa y una suave voz femenina le dijo al oído: “Duerme tú también, mi amor. He venido para cuidarlos”.

PASIÓN SACRÍLEGA

Dios propició que cesaran la lluvia a cántaros, las ráfagas de viento y las descargas eléctricas. El sol comenzó a salir. Se abrió el cielo y se formó un maravilloso arcoíris. De inmediato se reinició la destrucción del mundo.

AFORISMOS Y FRASES 

La sabiduría es la capacidad de lidiar inteligentemente con lo inevitable.

No es cierto que el amor es ciego, pero generalmente necesita espejuelos.

Que los sueños no se avienen con la realidad no constituye un conflicto. Lo realmente espasmódico sería que la realidad se reproduzca íntegramente en los sueños.

La disculpa es un acto controversial. Necesario para el espíritu del dañado, al mismo tiempo es la trinchera de los necios, los ineficaces, los idiotas, los inexpertos y, finalmente, de los cínicos, los hipócritas, los demagogos y los manipuladores.

La soledad se funda y se robustece donde se asienta el desasosiego.

El conocimiento de la anatomía humana y el dominio de la técnica que permite reproducirla es lo que hace del artista visual alguien capacitado para comunicar públicamente la igualdad entre todas las personas.

Emilio Barreto Ramírez. La Habana, 1962. Periodista, profesor universitario, investigador y escritor.

Es autor de dos libros de investigación. Uno de ellos es La producción simbólica de las ideologías latinoamericanas en la era postcovid-19, publicado por la Editorial Académica Española, de Islas Mauricio. También posee más de una decena de artículos científicos. Ha publicado también ensayo literario en la revista UNIÓN, de la UNEAC.