Ciencia Ficción

La culpa la tiene Menard

En la hora de angustia y de luz vaga,
en su Golem los ojos detenía.
¿Quién nos dirá las cosas que sentía
Dios, al mirar a su rabino en Praga?
J.L.B. (El Golem)

A Raúl Aguiar, por recordarme a Pierre Menard, autor del Quijote…

Borges 1 resultó defectuoso. No conocía las lenguas nórdicas ni tenía memoria de haber leído a ningún estructuralista ruso. Borges 2 supo y recordó estas cosas pero no tenía miedo a los espejos y desdeñaba la filosofía. Borges 3 tuvo el miedo y la erudición del bibliotecario pero nunca le gustaron las milongas ni los gauchos. A Borges 4 no le gustaba escribir, padecía una ceguera psicosomática y tenía un gusto casi fetichista por los escritos de Bertrand Russell. El Borges 5 despreciaba las sandeces de Coleridge y consumía mucho más a Chesterton. Ninguno salió como yo esperaba.

Había preparado un buen duplicado del ADN original y construido una rutina mnemónica que le indujese al cíbrido la vida del escritor argentino. Había monitorizado en detalle la clonación y la habilitación del diseño neural basado en la vida, los escritos y los restos mortales del antiguo Borges. Sin embargo, fallaba una y otra vez.

No era Borges quien venía a la realidad sino un Golem sin ninguna singularidad o simplemente deficiente. Nada que pudiese aceptar el departamento de Literatura Comparada de la Universidad de Cambridge.

Me habían ofrecido este proyecto meses atrás; querían crear un cíbrido Borges para impartir los cursos de Técnicas Narrativas, Historia de la Literatura Universal, y dictar seminarios sobre su propia obra. ¿Quién mejor que el mismo Borges para hablar de “El Aleph”?, me decían, y yo asentía porque era el único tema de tesis de grado que estaba disponible y porque —¡tonto yo!­­— me pareció un trabajo pedestre y rápido.

Yo estudiaba Biónica. No había reprobado las materias más difíciles: ni Redes Neurales ni Implantes Mnemónicos. Y, por demás, en los laboratorios de la facultad había creado a Einstein, a Darwin, a Freud, a Churchill y a Lenin. En el pregrado no se exigía modelar la personalidad de un artista ni la de un escritor. Por algo sería, pensé después de que Borges 3 se me acercó y me preguntó si Bioy Casares era un personaje de algún cuento suyo.

Por Dios, había tomado este trabajo por fácil y rápido y ya estaba próximo a la defensa sin un buen Borges que pudiera litigar con algún Cortázar en un seminario didáctico. ¿Acaso no podría terminarlo en tiempo?

Todo eso me acudía a la cabeza cuando me senté en el sofá del laboratorio, cerca de uno de los Borges —el quinto— que aguardaba, apoltronado en un sillón, a que conversase con él.

—Esta es mi última semana, Borges —yo les decía a todos Borges porque no me gustaba nombrarlos con números. Pero sabía quién era quién.

Borges 5 cruzó las piernas, levantó la mano derecha y comenzó a sobarse la barbilla.

—Esa agonía, ese pesar de no poder terminar una obra en el tiempo que se nos ha conferido… me inspira. Sí, probablemente escriba un relato que explore esa impotencia, esa sensación de irrealización, ese tormento acuciante…

—Ya lo escribiste, Borges.

Esa era otra cosa que no había podido arreglar: era imposible evitar que los cíbridos tratasen de escribir sus cuentos por segunda vez, y más complicado que eso resultaba otorgarle la creatividad suficiente para escribir un cuento o un poema nuevo. Por suerte no eran cosas que se requiriesen. El Departamento de Literatura Comparada quería al Borges pasivo de sus últimos días, apagado por la injusticia de los Nobel y revisando su vida infeliz y consagrada a la literatura, no al escritor constante de relatos y ensayos, menos aún al pródigo poeta.

—¿Cómo? —preguntó. Explicarle era un suplicio mayor. Suspiré y le contesté: —Sí, sí. Ya lo escribiste —le dije mientras levantaba los pies y me acostaba en el sofá del laboratorio—. Lo titulaste “El Milagro Secreto” —y continué—: Jaromir Hladík, un judío que vive en Praga, no ha terminado el segundo acto de su obra cumbre, “Los Enemigos”, cuando es capturado y condenado a fusilamiento por guardias del Tercer Reich. En el segundo en que se disparan las escopetas, Dios le concede el tiempo para terminar su obra, mientras el mundo queda inmutable, intemporal. Luego muere a escopetazos, habiendo escrito el final de “Los Enemigos”. Nadie supo que concluyó la obra pero solo el hecho de terminarla, aun en el anonimato, le pareció suficiente caridad del demiurgo.

—Es pobre. No parece algo urdido por mí. Carece de la lógica y el formalismo de mis relatos. Un cuento menor, sin duda alguna. ¿Y dice usted que yo lo hice?

Borges 5 no era modesto. Yo había revisado la indiferencia y la parquedad de Borges 4 y las había pulido. Había conseguido en su lugar a un Borges grandilocuente, menos misántropo que el anterior pero también que el original.

Borges 1 se sentó en otro de los sillones del laboratorio mientras sorbía un mate. Se inmiscuyó:

—Sí. Por supuesto que lo escribí. Y no es menor, aunque sí más libre de explicaciones. No las merecía. Recuerdo cuando se lo leí por primera vez a Silvina Ocampo…

—¿Qué? ¿No les interesa para nada mi problema? —increpé. Borges 1 abrió mucho los ojos, Borges 5 frunció el ceño, y los otros que andaban desperdigados por la habitación se acercaron y se sentaron en banquetas y sillas alrededor del sofá donde yo yacía atormentado.

—Seguramente habrá alguna forma de corregir la personalidad Borges que has creado y recuperar la auténtica… —dijo Borges 4, con los párpados apretados, evitando ver—. Quizás puedas infundirle experiencias post clonación.

—Eso ya lo intenté con el primer Borges y ocasioné depresiones y síndromes de alienación —respondí desganado.

—Sí. Pero eso sucede cuando intentas atiborrarnos los sesos en el simulador. ¿Qué tal si nos dejas participar de este mundo? Pasear por la universidad, ir a la biblioteca y consultar la literatura moderna. Quizás la personalidad Borges necesite salir de un estancamiento, de una inercia monótona, de un Zahir singular y distinto para cada cual…

Lo que dijo inmediatamente llamó mi atención. Me incorporé en el sofá y pensé en voz alta…

—No, no. Ustedes ya no tienen manera de cambiar. Aunque se acomoden mucho a esta realidad… Ha pasado mucho tiempo. Y han definido muy bien sus personalidades. Los donaré a la Fundación María Kodama. Pero quizás… si hago otro…

Me puse en pie y recorrí el laboratorio. Encendí una de las clonocápsulas, le administré el ADN tantas veces utilizado y programé las conexiones neurales tantas veces fallidas.

***

Parecía que le había cogido el golpe.

El Borges 6 fue ultraísta. Cuando así lo llamé se quejó y debatió un buen rato conmigo. Los primeros días tuvo sueños que iban desde agarrar a Sábato por el cuello hasta besar a Silvina Ocampo en una especie de Valhala maya. Recordaba a Bioy Casares y añoraba la escritura con él bajo los seudónimos de H. Bustos Domecq o B. Suárez Lynch. Se paseaba por el laboratorio y se detenía en las ventanas a mirar el horizonte con la barbilla erguida y los ojos gachos, como si imaginase a cuchilleros librando una batalla más allá de lo visible. Releía mucho a Lugones y a Alfonso Reyes.

Pero yo debía cuidar que no se fuese urdiendo una personalidad equivocada. Entonces lo envíe a la biblioteca a involucrarse con el mundo al que ahora pertenecía. Le recomendé muchos y muy diversos tópicos, lo quería generalista como lo había sido el bibliotecario porteño alguna vez.

***

Cuando llegó había pensado en tantas cosas… Quiso explicar el paralelo sociológico de las favelas orbitales con el mundo gaucho de su época. Tuvo la idea de hacer un ensayo sobre el ciberespacio y así demostrar su esencial amalgama de materialismo y metafísica. La Wikipedia Xtra le sugirió el proyecto participativo mundial de crear en verdad la Enciclopedia de Tlön. Quedó maravillado al leer “El Éxodo” de Navringe y “La breve primavera del viajero” de Ánapre y le resultaron muy inspiradoras para su primera obra literaria: “La luz y tu lamento”. Esa misma noche nos habló, a mí y a sus hermanos de ADN, de los motores F.T.L. y el Ansible, evocando y renovando fantasías de Coleridge y de Wells:

“Si un hombre viajase a otro planeta, si mojase sus manos en uno de los lagos de aquel lugar remoto, si lo advirtiese a su mundo natal y si, como validación de su prontitud y la instantaneidad de su mensaje, volviese mostrando sus manos aún húmedas… ¿entonces qué?”.

***

Cuando transcurrió la semana completa y tuve que rendir cuentas a la Cátedra de Literatura Comparada, llevé conmigo al Borges 6, por supuesto. Había evolucionado bien. Era conversador y creativo, y lo había obligado tantas veces a leer y releer su propia obra que podía recitar con soltura y fluidez “A quién está leyéndome” y de ahí pasar a una profunda reflexión sobre porqué la inmortalidad es tara y no don, con más argumentos que los estudiosos del escritor argentino.

Pero Borges 6 era solo un buen conversador y no un buen Borges. Un buen Borges no tomaría partido en contra de la inmortalidad tan rápido, porque también ha escrito “Things that might have been” y teme morir infructuoso; cuidaría todas las razones referentes al cambio de perspectivas, porque ha filosofado sobre un segundo escritor del Quijote; y cuando hablase del tedio le pondría corazón, pues esta angustia ha colmado su vida y le ha parecido suficiente tormento a pesar de la brevedad de esta.

Mas este Borges era lo mejor que yo tenía para quedar más o menos bien parado ante un examen de un literato de la Cátedra y mi única opción para conseguir un aprobado mediocre en mi tesis de grado.

Suficiente había aprendido con tantas clonaciones y, por demás, me había hecho especialista en el escritor latinoamericano. Pero debía terminar los compromisos que tenía con la Universidad de Cambridge y graduarme por fin con el título de Licenciado en Técnicas Biónicas. Después podría ocuparme de la investigación, que era lo que más ansiaba; ya tenía varios trabajos en mente para posibles publicaciones en revistas de impacto científico: la imposibilidad o la dificultad, para no ser absolutos, de importar la personalidad de un artista, era obviamente uno de los temas que más me interesaban.

Cuando llegamos a Cambridge, notamos que el campus estaba colmado de estudiantes y profesores. Al parecer esperaban mi llegada o, mejor dicho, su llegada. En cuanto el cíbrido se bajó del taxi una ovación total inundó la universidad. Todas las miradas estaban puestas en el Borges y los aplausos no sonaban nada fatuos. Borges 6 respondió, por supuesto, con humildad pero sin temor a las multitudes, hizo una reverencia, acalló a todos y declamó:

He olvidado mi nombre. —Y gritó, teatral—: ¡No soy Borges!
Aquel murió en Ginebra, abrumado
/por los días y las noches circulares.
Soy apenas una sombra, solo huesos
De esa íntima sombra intrincada.
Soy su memoria evocada,
Soy la carne y la cara, no los sesos.

El campus quedó en silencio por unos instantes, el estupor se dejaba ver en la expresión de todos los rostros. El silencio plácido de Borges no se quebró. Entonces aplaudieron, ahora con más entusiasmo, rezumando la adoración que alguna vez rindieron al Borges que escribió el cuento “Hombre de la Esquina Rosada”, con un matiz más intenso que era invocado por su sola presencia, por la agradable idea de que uno de los escritores más conspicuos del siglo XX estuviese delante de ellos invirtiendo su tiempo y su poesía en deslumbrarlos. Pero había algo más, de eso no tenía duda.

Si Borges 6 no hubiese errado en la métrica y forzado la rima, si no hubiese cambiado el discurso de ancestros de su original para convertirlo en un discurso de influencias, más a tono con la situación… Entonces pudiera pensarse que en aquellas caras de estudiantes y profesores de la universidad de Cambridge solo se advertía el desequilibrado fetichismo de encontrarse ante su poeta preferido, y que en el silencio posterior solo hubo pensamientos críticos o el tedio que provoca escuchar tantas veces el mismo poema. Pero no, sé que no. Sé, porque también sufrí el agradable desconcierto, que el poema de Borges fue bien acogido.

Por supuesto que era débil y fallaba en la elección de ciertos vocablos, pero era muy original, aunque no fuera comparable con el del Borges primigenio. Ni siquiera el hecho de que se hubiese basado en “The thing that I am” podía quitarle algún mérito, todo lo contrario, uno podía otorgarle mucho más por la adecuada elección del tema en el contexto, por su ligereza y su fluidez consonante, por la modestia y la economía de las frases. Y pensándolo bien, había en ese poema anterior versos más potentes que solo vueltos a decir pudieran tener el efecto que le deparó el cíbrido:

Soy al cabo del día el resignado.
Soy a veces la dicha inmerecida.
Soy el que sabe que no es más que un eco.
Soy acaso el que eres en un sueño.

Pero en ellos no había que poner nada. No había que modificar un artículo o un adjetivo, no había que moldear ninguna idea. Estaban perfectos y no eran suyos.

Hasta ahora mismo no había comprendido mi mayor éxito con Borges 6. Era su humilde pero inquieta autenticidad lo que lo hacía funcional y no el hecho de que fuese más fiel al registro de comportamiento y conocimientos del Borges primero.

Dos profesores del departamento nos condujeron entre la multitud a un recinto de la universidad en el que probarían al cíbrido. Se podía notar en sus rostros que estaban muy contentos con mi trabajo.

***

Poco después de que defendí la tesis y saqué un buen sobresaliente, Borges 6 fue titulado Profesor Honoris Causa de la Universidad de Cambridge.

En dos meses se publicaron cuatro nuevos libros de su autoría que deslumbraron a todo lector inteligente. Eran relatos nuevos, si bien fueron basados todos en varias de las historias del genial Ficciones.

No pasó otro mes sin que se publicara Fervor de las Favelas Orbitales, colmado de poemas de una madurez estilística considerable, en los que frases como “me sabe a cuento que las favelas hayan sido fundadas, las juzgo tan eternas como el sol y las órbitas” no aluden a la maravilla a la que una vez aludieron, sino que son una sarcástica crítica al abandono social que el hombre no ha superado desde el Medioevo.

Borges 6 publicó también nuevos ensayos en el transcurso del año. Historió la simultaneidad con el mismo criterio con que su padre genético historió la eternidad, quizás con un poco más de concreción, que le fue dada por los descubrimientos del Ansible y de los motores F.T.L.

Poco después recibió el Premio Nobel de Literatura.

Quedé atónito cuando escuché las palabras de los jueces:

… El premio es para este Borges, más prolífico, más activo y más real que su predecesor. Aquel no perteneció tanto a su mundo como este pertenece al suyo. Siempre se recordará mejor —lo supo el autor argentino— el Quijote de Menard que el de Cervantes…

Poco después la Fundación María Kodama, albacea de los bienes de Borges, retiró todo duplicado del ADN del escritor y litigó la custodia de Borges 6 ante los tribunales.

***

Joyce 1 no recordaba a Dublín…

Gabriel J. Gil. La Habana, 1987. Narrador

Estudiante de Física en la Universidad de La Habana. Pertenece al Grupo de Creación de Género Fantástico y Ciencia Ficción Espiral. Egresado del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Ha impartido conferencias en los eventos Ansible 2006 y 2007, las cuales han sido publicadas en el e-zine Disparo en Red. Obtuvo una mención en el Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar 2010 con su relato de ciencia ficción “La culpa la tiene Menard”. “El incidente ‘Johnson-Muñoz’” forma parte de la antología En sus marcas, listos, futuro, publicada por la Editorial Gente Nueva.