Policial

La última nota

Portada del Libro Isla en negro

Según la policía, lo del viejo fue un suicidio. Yo también lo pensaba. Lo encontramos al amanecer con un enorme frasco de pastillas, semivacío, al alcance de la mano. Las pastillas no eran somníferos sino polivitamínicas, pero se tragó más de cien, y su organismo no resistió. El médico forense me llevó donde la vieja no pudiera oírnos para preguntarme si tenía alguna idea de las razones que lo llevaron a matarse.

—Aparte de lo que dice la nota que dejó, no sé nada —respondí— mi padre no tenía enemigos y estaba razonablemente sano.

—El manuscrito sugiere que el occiso podría haber padecido algún tipo de delirio esquizofrénico no sistematizado –comentó el doctor– o tal vez un trastorno bipolar. Como explicación del acto de quitarse la vida, la nota resulta desde luego inadecuada.

La verdad era que el texto no calcaba los patrones habituales en esa clase de cartas de despedida. Si queréis una pista para comprender por qué hice lo que hice, buscadla en el agua que no fluye, decía; debajo campeaba su firma, y eso era todo.

—Es significativo el detalle de que su padre empleara formas verbales de un castellanoque, por lo menos en este país, resulta levemente arcaico –continuó el médico— en España puede que digan queréis y buscadla, pero acá… y luego está eso del agua que no fluye. Bonito, pero sintomático. Tal vez guardaba algún anhelo inconfeso de ser poeta, o se creía Cervantes.

—No que yo sepa –repuse, y fue el fin de la conversación.

Conseguí que mi madre se marchara a casa de su hermana a pasar unos días: entre viejas se consuelan mejor. Me quedé solopara asumir el incómodo deber de clasificar las pertenencias del suicida en dos grupos esenciales, las que era mejor tirar y las que conservaríamos en calidad de recuerdos. Con mi madre presente  no hubiera podido botar nada, se desharía en llanto frente a cada foto o pieza de ropa. Yo mismo solté alguna lágrima ante algún retrato familiar tomado en mi infancia.

Dijera lo que dijese el médico, mi padre no estaba loco. Aunque no nos llevábamos bien y disentíamos en casi todo, hasta su último día encontré excusas y tiempo para hablar con él; lo escuchaba, lo miraba hacer. Si escribió una nota como esa era porque deseaba comunicarnos algo. Allí había información concreta, no divagaciones de una mente rota. El viejo habría querido hacer muchas cosas en su vida, pero poesía no era una de ellas.

Terminé la primera ronda clasificatoria, fui a la cocina y me preparé un café.

Agua que no fluye.Ahí estaba la clave. Si no se trataba de una metáfora… El agua fluye por las tuberías, brota de las pilas, pasa de una botella de plástico conservada en el refrigerador al estómago sediento. No se está quieta. ¿En el inodoro? Tampoco, el tanque se descarga y se rellena. ¿El vapor de agua? Menos aún. ¿El hielo?

Me precipité al refrigerador y abrí el compartimiento superior. La gente tiene esa superstición, congela papelitos con el nombre de alguien odiado para anularlo, para castigarlo. Al viejo le daban igual los arcos de escalera y los gatos negros, pero aquello podría haberle sugerido la idea. Saqué un paquete de pollo, unas hamburguesas, un pote de helado semivacío. Entonces lo vi. Había un papel.

Tuve que descongelar el aparato para recobrar el mensaje en una sola y empapadísima pieza. La puse a secar. Decía La segunda pista la encontraréis en el fuego que no quema.

Permanecí un rato con la vista clavada en el trozo de papel.No entendía nada. Para empezarno resultaba esclarecedor en absoluto, hablaba de una segunda pista pero yo no veía la primera. Agua. Agua fría. ¿El viejo se mató porque no tenemos calentador en casa y estaba harto del ritual de hervir agua en una cazuela  para luego bañarse con un cubo y un jarrito?¿O porque en este país no se puede beber sin gravísimo riesgo el agua corriente? ¿O era su manera de protestar contra el efecto invernadero, el derretimiento de los casquetes polares, el deterioro del planeta?Ahora que lo pensaba mi padre era medio conservacionista, solía disertar a cada rato sobre las especies desaparecidas, pero, ¿quitarse la vida por eso? Y si no iba por ahí la cosa, ¿cuántas pistas son necesarias para entender por qué un anciano acaba con dos tercios de frasco de comprimidos polivitamínicos de una sentada? ¿Por qué complicarlo tanto, por qué cifrar algo que seguramente no irá más allá de mi vida es una mierda? ¿Ganas de joder? ¿O, tras una vida opaca, un desesperado intento por construirse una muerte interesante?

¿Y qué podría significar el fuego que no quema? Quizás la primera pista sería legible una vez decodificado el nuevo acertijo. Las llamas asociadas a la combustión queman invariablemente, así que la frase tendría que referirse a otro tipo de luces. Fuegos fatuos, por ejemplo. Tras pensarlo un poco, decidí que no era probable que se tratara de ellos, no hay pantanos cerca de casa, y aunque sí tenemos un gran cementerio, ¿dónde empezar a buscar? ¿Y cómo pueden los fuegos fatuos alimentar la idea del suicidio? No constituyen el espectáculo más alegre del mundo, de acuerdo, pero desde luego los hay peores en el ámbito doméstico. Entonces, ¿a qué se refería la nota? ¿Linternas, tal vez? ¿La televisión?

Empleé el resto del día en desarmar varias linternas, incluida una con quince bombillitos LED, y un televisor de pantalla plana. No sólo no encontré pista alguna, sino que el televisor no volvió a funcionar bien. Los oficios manuales nunca han sido lo mío. A las ocho de la noche sentía un encono terrible hacia el viejo por no dejar el mundo con un simpleNo soporto más, y encima los análisis dieron positivo.Sin embargo, sabía que la curiosidad no iba a dejarme en paz, que el desafío me reconcomería por siempre. ¿Cómo iba mi padre a proponer un acertijo y no ser yo capaz de resolverlo? Él, que se preciaba de haber abrazado causas e ideologías, de haber luchado sólo para rumiar después su desencanto, ¿conseguiría derrotarme?

Tal vez el error radicaba en creer que la segunda frase tendría un sentido tan literal como la primera. ¿Y si se trataba, ahora sí, de una metáfora? La televisión misma es un fuego que no quema. La literatura marxista ha devenido leña mojada. Y precisamente… precisamente…

Encontré el volumen de Obras Escogidas que el viejo solía hojear y releer como el Talmud un rabino. Cada cierto tiempo lo dejaba y la emprendía con novelas policiales, pero luego volvía a tomarlo, lo abría al azar y seguía las líneas con el ceño fruncido y moviendo casi imperceptiblemente los labios. Eso, como si rezara.

Dentro había otra nota firmada: Encontrarás la tercera pista donde falta el aire. Y por cierto, cuando pasen esos tipos que arreglan colchones, diles que rellenen el de tu madre. Hay un pincho que se le clava en las costillas.

Aquí mi padre dejaba el español alambicado y se ponía súbitamente coloquial. Pero sobre todo, se ponía de pinga. Como yo era hijo único y seguía viviendo con ellos rebasados los treinta, me trataba como a un adolescente lento, como al chico de los recados. Típico del viejo eso de aprovechar una nota de suicidio para recordarme una tarea doméstica. Por otra parte, el cabrón me conocía bien, sabía que yo no iba a conformarme con la versión policial y buscaría el agua que no fluye. Sabía que llegaría hasta el final.

Todas las tardes se sentaba delante del televisor a replicarles a los comentaristas políticos, a los dirigentes del Gobierno. El mundo de hoy le resultaba incomprensible, y haber vivido lo suficiente para recordar tiempos en que el vector del desarrollo parecía apuntar a otro lado sólo lo empeoraba. Sí, desde su punto de vista el fuego no quemaba ya.Me guardé el segundo papel en el bolsillo, al lado del primero. Estaba seguro de que esa era la interpretación correcta, de otro modo no lo habría encontrado dentro de las Obras Escogidas. Claro que, en tal caso, yo no iba dando tumbos de ciego, sino reproduciendo un itinerario prefijado por el suicida. Lo comprobaría al llegar adonde falta el aire.

¿Y dónde podría ser eso? Ninguna habitación de la casa está al vacío. Sin embargo, tratándose de una nota, la pista podría referirse a un objeto pequeño. Eso, si asumía que regresábamos al sentido directo, lo que me parecía poco probable. Que falta el aire implica que se hace difícil respirar. Mi inodoro se tupe con frecuencia. ¿En el baño?

No encontré el tercer papel. Me dormí a las tres de la mañana. Creí que la solución vendría en sueños, pero al amanecer no recordaba nada.

Para desayunar tomé un poco de jugo de naranja sintético. Mi madre preparaba buenos desayunos, eso había que concedérselo. Ella y el viejo se pasaban la vida discutiendo, no tenían una sola idea en común, pero desde luego era una excelente ama de casa. Se querían, de alguna manera. Una vez yo había sorprendido al viejo, cuando no lo era tanto, besando a una vecina bastante más joven. No le dije nada. Nunca hablaba conmigo de esas cosas.

En el momento en que terminaba el jugo ocurrieron varias cosas: pasaron los colchoneros voceando. Sonó el teléfono. Y comprendí dónde encontrar la tercera pista.

Era Ana. Nos habíamos peleado hacía un par de semanas. Mi madre no la soportaba, le cayó mal el día en que se la presenté, antes de que la chica dijera una palabra, y luego criticó sistemáticamente sus decisiones y comentarios. Por contradictorio que parezca, también me criticó cuando rompí con ella.

—Siento lo de tu padre –me dijo al teléfono— acabo de enterarme. ¿Por qué no me llamaste? ¿Estás bien?

—Estoy… —dije— escucha, te llamo luego.

Ana empezó a decir algo, pero corté la comunicación. Corrí al cuarto de los viejos. Le saqué el forro al colchón. En efecto, tenía un par de huecos grandes y por uno de ellos asomaba un alambre torcido. Miré adentro y, con la punta de los dedos, extraje la nota.

La cuarta y última pista, donde la tierra llora.

Consideré el mensaje, pestañeando. Donde la tierra llora. Me sentía efervescente, un Holmes. ¿El cementerio? No, hasta ahora no había sido necesario salir de casa, estaba seguro de que la cuarta pista también la hallaríaadentro. Podría significar tierra húmeda. Junto al lavadero teníamos varias macetas con cactus que el suicida coleccionaba…

Sí, en la cama de mis padres faltaba el aire. Era uno de esos matrimonios que se resignan a su mutua compañía como a un padecimiento renal. El viejo tuvo sus aventurillas, al menos una, pero le faltaron cojones para empezar de nuevo, aunque probablemente él lo explicaría de otra manera. Quién sabe si mi madre también se templaba a algún vecino.

Permanecí inactivo por un rato, lo suficiente para recalibrarlo todo y comprender lo que tenía que hacer. Llamé a Ana.

—¿Necesitas algo? –preguntó.

—Sólo verte –dije— aunque te advierto que no me limitaré a mirarte a los ojos. Si quieres pensar que me estoy aprovechando del drama familiar para llevarte a la cama, te contestaría que me conoces bastante bien…

—Veinte minutos –dijo ella, y colgó.

Mi padre sentía que el planeta, las ideologías y su vida sentimental se iban a la mierda, y no pudo soportarlo. Bueno, y alguna otra cosa que la cuarta nota revelaría;contó con mi curiosidad para diseñar mi comportamiento, seguro de que me llevaría de A hasta B, y luego a C y D, pero ¿por qué tenía que seguirle el juego, heredar cada uno de sus temores? Él escogió morir, yo acostarme con Ana.

Cuando la vieja regresó le anuncié que me iba a vivir con mi novia. Montó su numerito, pero igual me fui. Ahora la llamamos todos los días y pasamos a verla dos o tres veces a la semana. Está bien, se alimenta como es debido, hace ejercicio y está tomando las polivitamínicas que sobraron, aunque por el momento sólo una al día.Anteayer me comentó que había encontrado un papel dentro de un sobrecito plástico enterrado a su vez en la maceta del cactus estrella de la colección del viejo. En el papel había algo manuscrito, y la letra era la de su difunto esposo, pero ya resultaba ilegible. Le dije que no importaba y que le había traído unos yogures.

Eduardo del Llano. Moscú, 1962. Escritor, actor, director y guionista de cine

Licenciado en Historia del Arte. Escritor, guionista, realizador. Como cineasta ha realizado, entre otros, trece cortometrajes con su personaje Nicanor O´Donnell, y los largometrajes Vinci (2011) y Omega 3 (2014). Como escritor tiene publicados una veintena de títulos en Cuba y el extranjero; los más recientes son Omega 3 (Letras Cubanas, 2016) y La calle de la comedia (Guantanamera, Sevilla, 2017). Ha obtenido, entre otros, los premios Abril (1988, 1992), Italo Calvino (1996, en Italia), Calendario de la AHS (1997), el Premio de Cuento de Revolución y Cultura (1998), el Fantoche de Cuentos Policiales (2015). En el 12 Festival de Cine Pobre de Gibara (2016) obtuvo el Premio Especial del Jurado de Guion Inédito otorgado por el Brooklyn Filmmakers Collective (BFC).