Crónicas italianas

Crónicas italianas - Stendhal

Resumen del libro: "Crónicas italianas" de

Poco antes de escribir «La Cartuja de Parma», Stendhal (1783-1842) adquirió «unos viejos manuscritos en tinta amarillenta» de los siglosXVI y XVII que le entregaron en vivo costumbres y personajes del Renacimiento y del posrenacimiento italianos. Pero lo que le interesaba de esas crónicas no era su valor puramente histórico, sino el mundo de pasiones enérgicas, amores tremebundos o tiernísimos y crímenes de alto bordo que sacaban a la superficie. Como refleja «Rojo y negro», Stendhal siempre se había sentido atraído por los beaux crimes, trágico resultado de amores desenfrenados y traicionados, de venganzas por ofensas al honor o de desmesuradas ambiciones. La traducción, adaptación y transformación que hizo de esas Crónicas italianas («La abadesa de Castro», «Vittoria Accoramboni», «Los Cenci», «La duquesa de Palliano», «San Francesco a Ripa», «Vanina Vanini», «Favores que matan» y «Suora Scolastica») hicieron que pasaran a formar parte de su obra con los mismos merecimientos que sus grandes novelas.

Libro Impreso

La abadesa de Castro

I

Tantas veces hemos visto a los bandidos italianos a través del melodrama y tantas gentes han hablado de ellos sin conocerlos, que tenemos ideas muy falsas sobre el tema. En general, puede decirse que estos bandidos fueron la oposición contra los gobiernos atroces que, en Italia, sucedieron a las repúblicas de la Edad Media. El nuevo tirano era generalmente el ciudadano más rico de la difunta república, y, para seducir al pueblo bajo, decoraba la ciudad con magníficas iglesias y bellos cuadros. Tales fueron los Polentini de Rávena, los Manfredi de Faenza, los Riario de Imola, los Cane de Verona, los Bentivoglio de Bolonia, los Visconti de Milán, y por último los menos belicosos y más hipócritas de todos: los Médicis de Florencia. Entre los historiadores de estos pequeños Estados, ninguno se ha atrevido a contar los innumerables envenenamientos y asesinatos ordenados por el miedo que atormentaba a aquellos tiranuelos; estos graves historiadores estaban a sueldo de ellos. Considerad que cada uno de aquellos tiranos conocía personalmente a cada republicano del que se sabía execrado (el gran duque de Toscana Cosme, por ejemplo, conocía a Strozzi), que varios de dichos tiranos perecieron asesinados, y comprenderéis los odios profundos, las desconfianzas eternas que dieron tanto ingenio y tanto valor a los italianos del siglo XVI y tanto genio a sus artistas. Veréis que aquellas pasiones profundas impedían el nacimiento de ese prejuicio bastante ridículo que se llamaba honor en tiempos de madame de Sevigné, y que consiste sobre todo en sacrificar la propia vida por servir al señor de quien se ha nacido súbdito y por agradar a las damas. En la Francia del siglo XVI, la actividad y el mérito real de un hombre sólo se podían demostrar y conquistar la admiración mediante la bravura en el campo de batalla y en los duelos; y como las mujeres aman la bravura y sobre todo la audacia, llegaron a ser los jueces supremos del mérito de un hombre. Entonces nació l’esprit de galanterie, que da lugar al aniquilamiento sucesivo de todas las pasiones y hasta del amor, en provecho de ese tirano cruel al que todos obedecemos: la vanidad. Los reyes protegieron la vanidad, y con mucha razón: de aquí el imperio de las condecoraciones y cintajos.

En Italia, un hombre se distinguía por toda clase de méritos: tanto por las grandes estocadas como por los descubrimientos en el mundo de los manuscritos antiguos: ahí tenéis a Petrarca, ídolo de su tiempo; y una mujer del siglo XVI amaba a un hombre sabio en griego lo mismo o más que hubiera amado a un hombre célebre por la bravura militar. Es decir, que se viven las pasiones y no el hábito de la galantería. He aquí la gran diferencia entre Italia y Francia, he aquí por qué en Italia han nacido los Rafael, los Giorgione, los Tiziano, los Correggio, mientras que Francia producía todos aquellos bravos capitanes del siglo VI, tan desconocidos hoy y cada uno de los cuales había matado un número tan grande de enemigos.

Pido perdón por estas rudas verdades. Como quiera que sea, las venganzas atroces y necesarias contra los tiranuelos italianos de la Edad Media ganaron para los bandidos el corazón de los pueblos. Se odiaba a los bandidos cuando robaban caballos, trigo, dinero; en una palabra, todo lo que les era necesario para vivir; mas, en el fondo, el corazón de los pueblos estaba por ellos, y las mozas del pueblo preferían, sobre todos los demás, al mancebo que en un trance de su vida se había visto obligado a andar alla macchia, es decir, a huir a los montes y refugiarse junto a los bandidos como consecuencia de algún hecho imprudente.

Crónicas italianas – Stendhal

Stendhal. (Grenoble, 23 de enero de 1783 – París, 23 de marzo de 1842), fue un escritor francés del siglo XIX. Valorado por su agudo análisis de la psicología de sus personajes y la concisión de su estilo, es considerado uno de los primeros y más importantes literatos del Realismo. Es conocido sobre todo por sus novelas Rojo y negro (Le Rouge et le Noir, 1830) y La cartuja de Parma (La chartreuse de Parme, 1839).

Henri Beyle utilizó diferentes seudónimos para firmar sus escritos, siendo Stendhal el más conocido de ellos. Existen dos hipótesis verosímiles sobre el origen del seudónimo: la más aceptada es que tomara el seudónimo de la ciudad alemana de Stendal, lugar de nacimiento de Johann Joachim Winckelmann, fundador de la arqueología moderna y al que admiraba. Una segunda hipótesis es que el seudónimo sea un anagrama de Shetland, unas islas que Stendhal conoció y que le dejaron una profunda impresión.