El asno de oro

El asno de oro, una novela de Apuleyo

Resumen del libro: "El asno de oro" de

La movida y divertida historia de la transformación en asno de Lucio, un joven y acaudalado comerciante corintio, y los trances que padece hasta recobrar su forma humana constituyen el hilo argumental de El asno de oro. La novela, única muestra íntegra que poseemos de este género tardío en la literatura romana, fue compuesta en el período de madurez de su autor, Lucio Apuleyo (Madaura, norte de África, siglo II d.c

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Capítulo I

Cómo Lucio Apuleyo, deseando saber el arte mágica, se fue a la provincia de Tesalia, donde al presente más se usaba que en otra parte alguna, y llegando cerca de la ciudad de Hipata, se juntó con dos compañeros, los cuales, hasta llegar a la ciudad, fueron contando admirables acontecimientos de magas hechiceras.

Y yendo a Tesalia sobre cierto negocio, porque también de allí era mi linaje, de parte de mi madre, de aquel noble Plutarco y Sesto, su sobrino, filósofos, de los cuales viene nuestra honra y gloria, después de haber pasado sierras y valles, prados herbosos y campos arados, ya el caballo que me llevaba iba cansado. Y así por esto como por ejercitar las piernas, que llevaba cansadas de venir cabalgando, salté en tierra y comencé a estregar el sudor y frente de mi caballo. Quitele el freno y tirele las orejas, y llevelo delante de mí, poco a poco, hasta que fuese bien descansado, haciendo lo que natura suele. Caminando de tal manera, él iba mordiendo por esos prados a una parte y a otra, torciendo la cabeza, y comía lo que podía, en tanto que a dos compañeros que iban un poco delante de mí yo me llegué y me hice tercero, escuchando qué era lo que hablaban. Uno de ellos, con una gran risa, dijo:

—Calla ya; no digas esas palabras tan absurdas y mentirosas.

Como oí esto, deseando saber cosas nuevas, dije:

—Antes, señores, repartid conmigo de lo que vais hablando, no porque yo sea curioso de vuestra habla, mas porque deseo saber todas las cosas, o al menos muchas, y también, como subimos la aspereza de esta cuesta, el hablar nos aliviará del trabajo.

Entonces, aquel que había comenzado a hablar dijo:

—Por cierto, no es más verdad esta mentira que si alguno dijese que con arte mágica los ríos caudalosos tornan para atrás, y que el mar se cuaja, y los aires se mueren, y el Sol está fijo en el cielo, y la Luna dispuma en las hierbas, y que las estrellas se arrancan del cielo, y el día se quita, y la noche se detiene.

Entonces yo, con un poco de más osadía, dije:

—Oye tú, que comenzaste la primera habla, por amor de mí que no te pese ni te enojes de proceder adelante.

Así mismo, dije al otro:

—Tú paréceme que con grueso entendimiento y rudo corazón menosprecias lo que por ventura es verdad. ¿No sabes que muchas cosas piensan los hombres, con sus malas opiniones, ser mentira, porque son nuevamente oídas, o porque nunca fueron vistas, o porque parecen más grandes de lo que se puede pensar, las cuales, si con astucia las mirases y contemplases, no solamente serían claras de hallar, pero muy ligeras de hacer? Pues a mí me aconteció que yendo a Atenas un día, ya tarde, y comiendo con otros, yo, por hacer como ellos, mordí un gran bocado en una quesadilla, a causa de que los convidados se daban prisa en comer. Y como aquél es manjar blanco y pegajoso, atravesóseme en el gallillo, no dejándome resollar, hasta que poco menos quedé muerto; pero con todo mi trabajo llegué a la ciudad, y en el portal grande que llaman Pecile vi con estos ambos ojos a un caballero de estos que hacen juegos de manos que se tragó una espada bien aguda por la punta. Y luego, por un poco de dinero que le daban, tomó una lanza por el hierro y lanzósela por la barriga, de manera que el hierro de la lanza, que entró por la ingle, le salió por la parte del colodrillo a la cabeza, y apareció un niño lindo en el hierro de la lanza, trepando y volteando, de lo cual nos maravillamos cuantos allí estábamos, que no dijeras sino que era el báculo del dios Esculapio, medio cortados los remos, y así ñudoso, con una serpiente volteando encima. Así que tú, que comenzaste a hablar, vuélvemela a contar, que yo sólo te creeré, en lugar de este otro, y además de esto te prometo que en el primer mesón que entremos te convidaré a comer conmigo. Ésta será la paga de tu trabajo.

Él respondió:

Apuleyo. Cuyo nacimiento se estima en Madaura alrededor del 123/5, se erige como una figura central en la literatura romana del siglo II. Su legado literario y filosófico ha perdurado a través de los siglos, dejando una impronta única en la tradición literaria antigua.

Proveniente de una familia acomodada, Apuleyo heredó una cuantiosa fortuna de su padre, un magistrado provincial que alcanzó el rango de alcalde de Madaura. Este legado financiero le proporcionó una oportunidad excepcional para dedicarse al estudio en lugares como Cartago y Atenas. Durante sus años de formación, se sumergió en las retóricas griega y latina, adquiriendo una sólida base en filosofía platónica.

Su obra más distintiva, "El asno de oro" o "Metamorfosis," se presenta como la única novela romana completa que ha llegado hasta nosotros. En esta narrativa alegórica y picaresca, Apuleyo teje las desventuras de Lucio, un joven transformado en asno por un hechizo fallido. La trama, imbuida de humor, incluye elementos filosóficos y religiosos, consolidando a Apuleyo como un maestro de la narrativa imaginativa.

Apasionado por el conocimiento, Apuleyo extendió su exploración a la filosofía, la religión y la retórica. Después de ser iniciado en el culto de Isis, se trasladó a Roma para sumergirse en el estudio de la retórica. Además, emprendió viajes por Asia Menor y Egipto, ampliando sus conocimientos en filosofía y religión.

Hacia el 156-158, durante su viaje de Cartago a Egipto, Apuleyo enfrentó acusaciones de magia en relación con su matrimonio con una adinerada viuda local, Pudentila. En su defensa, presentó la "Apología pro se liber," un discurso agudo y perspicaz que le aseguró la victoria en el juicio.

Más allá de su obra literaria, Apuleyo dejó contribuciones a la filosofía con textos como "De deo Socratis" y "De Platone et eius dogmate," así como a la retórica con la "Apología o De magia pro se liber." Su vida, marcada por la curiosidad intelectual y la diversidad de experiencias, lo consagra como una figura esencial en el panorama cultural y literario del Imperio Romano en el siglo II.