El comensal

Resumen del libro: "El comensal" de

La muerte es un acontecimiento de primer orden. Cuando la parca se lleva a un ser querido heredamos lo que quedó sin resolver, y el dolor, o la liberación, que acarrea el deceso se extiende en el tiempo hasta que el vivoasume no sólo la desaparición del otro, sino también parte de la suya propia en la medida en que estamos hechos de retazos de los demás.

En esta novela autobiográfica Gabriela Ybarra trata de comprender su relación con la muerte y la familia a través del análisis de dos sucesos: el asesinato de su abuelo en 1977 a manos de ETA y el fallecimiento de su madre en 2011 por un cáncer. Así, la primera parte de El comensal es una reconstrucción libre (por tanto, no esconde la parte de ficción de toda memoria) del secuestro y posterior asesinato del empresario español Javier de Ybarra, quien también fue alcalde de Bilbao y presidente de la Diputación de Vizcaya durante el régimen franquista. Aunque esta muerte ha sacudido a todo el clan familiar (los padres de la protagonista tienen que abandonar el País Vasco y convivir con un escolta), no es hasta que la madre de la narradora enferma fatalmente que los duelos no hechos y las herencias políticas no asumidas (a veces por ignorancia) estallan.

El comensal es una novela importante por dos cosas: la narración de un conflicto histórico desde un lugar personal procurando la huida del victimismo y el reconocimiento de la importancia que tiene el hacer visible la muerte para asumirla. Acostumbrados como estamos a que los procesos de deterioro y fin de la vida se escondan, la novela sorprenderá por lo que tiene de reconciliación con la enfermedad, que aquí es relatada con luminosidad y sin puritanismo ni autocompasión.

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Nota previa

Esta novela es una reconstrucción libre de la historia de mi familia, sobre todo la primera parte, que transcurre en el País Vasco en la primavera de 1977, seis años antes de que yo naciera. Durante los meses de mayo y junio de aquel año secuestraron y asesinaron al padre de mi padre: mi abuelo Javier. Escuché por primera vez la historia a los ocho años. Un compañero de clase en el colegio, nieto del fiscal que había llevado el caso, me explicó cómo su abuelo pescó el cadáver del mío en la ría del Nervión con una red traíña, del tipo que usan los gallegos para capturar boquerones. Años más tarde, la nieta de un médico forense, compañera de clase en otro colegio, me confesó que su abuelo había diseccionado el cuerpo del mío después de que lo encontraran atado de pies y manos y arrollado por un tren cerca de la estación de Larrabasterra. Durante muchos años tomé las dos historias por ciertas y las mezclé con conversaciones escuchadas en casa hasta elaborar una versión propia. Pero en julio de 2012 sentí la necesidad de profundizar en los detalles del asesinato de mi abuelo. Mi madre había fallecido hacía casi un año, y a raíz de su enfermedad, mi padre había empezado a hablar de la muerte de forma extraña. Sospeché que el secuestro podía tener algo que ver. Metí el nombre de mi abuelo en Google y visité hemerotecas. Tomé muchas notas sobre lo que leí: transcripciones literales de noticias y reacciones. Pero las escenas que imaginaba terminaron filtrándose en mi crónica. Lo que cuento en las siguientes páginas no es una reconstrucción exacta del secuestro de mi abuelo ni lo que realmente le ocurrió a mi familia antes, durante y después de la enfermedad de mi madre: los nombres de algunos personajes están cambiados y varios pasajes son fabulaciones a partir de anécdotas. A menudo, imaginar ha sido la única opción que he tenido para intentar comprender.

PRIMERA PARTE

I

Cuentan que en mi familia siempre se sienta un comensal de más en cada comida. Es invisible, pero está ahí. Tiene plato, vaso y cubiertos. De vez en cuando aparece, proyecta su sombra sobre la mesa y borra a alguno de los presentes.

El primero en desaparecer fue mi abuelo paterno.

La mañana del 20 de mayo de 1977 Marcelina puso un hervidor de agua en el fuego. Aprovechando que el líquido todavía estaba en reposo, cogió un plumero y comenzó a desempolvar la porcelana. Un piso más arriba, mi abuelo entraba en la ducha, y al fondo del pasillo, en donde las puertas formaban una U, descansaban los tres hermanos que aún vivían en la casa. Mi padre ya no vivía ahí, pero en una escala entre Nueva York y otro destino había decidido acercarse a Neguri para pasar unos días con su familia.

Cuando sonó el timbre Marcelina estaba lejos de la entrada. Mientras pasaba su plumero por un jarrón chino escuchó que alguien gritaba desde la calle: «¡Ha habido un accidente, abran la puerta!», y corrió hasta la cocina. Miró un instante el hervidor, que ya había empezado a silbar, y deslizó el cerrojo sin asomarse a la mirilla. Al otro lado del umbral, cuatro enfermeros encapuchados se presentaron abriendo sus batas para mostrar las metralletas.

«¿Dónde está don Javier?», dijo uno. Sacó un arma y apuntó a la chica para que les indicara el camino hasta mi abuelo. Dos hombres y una mujer subieron por las escaleras. El cuarto se quedó abajo, vigilando la entrada de la casa y revolviendo papeles.

Mi padre se despertó al sentir algo frío rozándole la pierna. Abrió los ojos y se encontró a un hombre levantando su sábana con el cañón de un arma. Al fondo de la habitación, una mujer repetía que estuviera tranquilo, que nadie le iba a hacer daño. Después la chica avanzó despacio hasta la cama, agarró sus muñecas y las esposó al cabecero. El hombre y la mujer salieron del cuarto, dejando a mi padre solo, maniatado, con el torso descubierto y la cabeza girada hacia arriba.

Pasaron treinta segundos, un minuto, tal vez más. Tras un lapso de duración indefinida, los encapuchados volvieron a entrar en el cuarto. Pero esta vez no venían solos; junto a ellos aparecieron dos de mis tíos varones y mi tía pequeña.

Mi abuelo seguía en la ducha cuando oyó que alguien gritaba y aporreaba la puerta. Cerró el agua, y como los ruidos no cesaban, se enroscó una toalla y asomó la cabeza al pasillo para ver lo que ocurría. Un hombre con el rostro cubierto metía el revés de su codo en la boca de Marcelina; con la mano contraria sujetaba la metralleta que apuntaba al hueco de la puerta abierta. El hombre entró en el baño y se sentó sobre la taza. Agarró a la asistenta por la falda y la obligó a arrodillarse sobre un charco en el suelo. A escasos centímetros, mi abuelo trataba de arreglarse frente al reflejo del arma. Se peinó y se engominó, pero los dedos le temblaban y no pudo trazar recta la raya que atravesaba su cabeza. Al terminar salió del baño, cogió un rosario, unas gafas, un inhalador y un misal. Se anudó la corbata y a punta de metralleta caminó hasta la habitación en la que se encontraban sus hijos.

Los cuatro hermanos lo esperaban maniatados sobre la cama, mirando cómo una mujer sostenía las muñecas de Marcelina. En el silencio se oía el silbido del hervidor.

Cuando terminó de esposar a la asistenta, la mujer bajó a la cocina, colocó el recipiente sobre la encimera y apagó el fogón. Mientras, en el piso de arriba, sus compañeros reorganizaban a los rehenes. Primero les hicieron moverse hacia los lados de la cama hasta dejar un hueco. Luego arrancaron la corbata del cuello de mi abuelo y lo sentaron en el medio.

El más corpulento de los hombres sacó una cámara de una bolsa de cuero negro que colgaba de su cintura y abrió el pasamontañas a la altura del ojo para asomarse al visor, pero ni mi padre, ni mis tíos ni mi abuelo lo miraban. El encapuchado chascó un par de veces los dedos para captar su atención, y cuando al fin lo logró, apretó el botón tres veces.

El comensal – Gabriela Ybarra

Gabriela Ybarra. Escritora española, nació en Bilbao en 1983 y reside en Madrid desde 1995. Ybarra escribe artículos para diversos medios y trabaja como analista de redes sociales, labores que compagina con la escritura de sus novelas.

Su abuelo fue alcalde de Bilbao y luchó del lado de los nacionalistas durante la Guerra Civil española. En 1977 fue secuestrado y asesinado por el grupo terrorista ETA. Este hecho, que marcó su vida, es el que plasma Ybarra en su primera novela El comensal. La obra ganó el Premio Euskadi de Literatura en 2016, quedó finalista del Man Booker International 2018 y se tradujo al inglés y al italiano. En 2022 la obra se adaptó al cine.

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