Libros proféticos

Resumen del libro: "Libros proféticos" de

Adéntrate en el fascinante universo profético de William Blake a través de su monumental obra «Libros proféticos». Este artista del siglo XVIII, reconocido como poeta, pintor y grabador, destaca como una de las mentes más imaginativas y originales de la cultura europea. Su legado se teje en torno a un mundo mítico de una profundidad y coherencia únicas, que se revela a través de una serie de poemas ilustrados, los cuales conforman un cuerpo literario y visual inigualable.

Dentro de estos «Libros proféticos», Blake plantea un mensaje visionario y profundo que trasciende las limitaciones temporales. Su visión «profética» no se relaciona con predicciones futuras en el sentido bíblico, sino que aborda la capacidad de recibir visiones reveladas por agentes superiores. A través de estos poemas, Blake proclama las consecuencias desoladoras que resultan de la desconexión entre la mente humana y la naturaleza, insistiendo en la restauración de la unidad primordial del ser.

Esta edición en español es un hito, ya que por primera vez se presentan los «Libros proféticos» en su totalidad, junto con las impactantes láminas a todo color que Blake diseñó para acompañar sus textos. Esta unión entre palabra e imagen resalta la influencia que los códices miniados de la Edad Media tuvieron en la concepción de la obra. Permitiendo a los lectores hispanohablantes adentrarse en la mente creativa de Blake en su forma más auténtica y completa.

«Libros proféticos» de William Blake se presenta como un viaje a través de la profunda psique artística y visionaria de un creador excepcional. Con sus poemas ricos en significado y las imágenes que los complementan, esta obra trasciende el tiempo y el espacio, continuando su impacto en la literatura y el arte hasta el día de hoy. Esta edición nos invita a explorar los recovecos de la mente de Blake y a contemplar la fusión única entre sus palabras y sus vibrantes ilustraciones, proporcionando una visión enriquecedora de su genialidad artística y espiritual.

Libro Impreso

Introducción a los Libros proféticos de William Blake

Patrick Harpur

No hay nadie como William Blake en la literatura y el arte ingleses. Su genio prendió la antorcha del Romanticismo en Inglaterra hacia finales del siglo XVIII, pese a que fue ignorado o, al menos, apenas reconocido a lo largo de su vida. La mayoría lo tenía por un loco, pero aquellas incendiarias obras suyas ensombrecen a las de todos sus contemporáneos. Combinación de poesía, grabado, escritura, diseño y acuarela, nada ha habido comparable a sus obras desde los manuscritos iluminados de la Edad Media.

Las circunstancias externas de la biografía de Blake son irrelevantes. Nació el 28 de diciembre de 1757, segundo de los cinco hijos de un lencero moderadamente próspero domiciliado en Golden Square (actualmente en la zona del Soho londinense). Con la excepción de tres únicos años de estabilidad, pasó su vida en diferentes partes de Londres, siempre pobre e infravalorado, trabajando en sus grabados día y noche. Sin embargo, los hechos que acontecieron en su vida interior —a la que él llamaba su vida imaginativa— son otro asunto. Fue un visionario. En sus días finales, rememoró como sus visiones comenzaron cuando tenía nueve o diez años: paseaba por el campo en Peckham (actualmente un área edificada al sur de la ciudad) y vio un árbol lleno de ángeles con sus brillantes alas resplandeciendo como estrellas en cada rama. En otra ocasión, mientras observaba a unos campesinos segando, vio moviéndose entre ellos a unas figuras angélicas invisibles para todos, salvo para él.

Poco sabemos acerca de sus padres, aunque seguramente debieron advertir algo extraordinario en su hijo porque accedieron a su petición de no ser enviado a la escuela. En lugar de ello, alentaron su talento para el dibujo llevándole, a la edad de diez años, a una academia de dibujo en la que pasó gran parte del tiempo copiando reproducciones de estatuas griegas y romanas. A los catorce años empezó a trabajar como aprendiz del grabador James Basire, que solía enviar al joven William a dibujar viejos monumentos e iglesias, en particular la abadía de Westminster. En su taller, Blake aprendió a estimar el estilo gótico, que defendió durante toda su vida frente al entonces predominante gusto por el neoclasicismo. También admiraba los manuscritos medievales que vio allí, los cuales empleó como modelos para sus propios «libros iluminados», que no eran los poemas ilustrados con grabados al uso, sino poemas e ilustraciones grabados al unísono para producir juntos una obra artística única.

Tras siete años de aprendizaje, Blake abrió su propio taller de grabador. Cuatro años más tarde, a la edad de veinticinco, contrajo matrimonio con Catherine Boucher, hija analfabeta de un hortelano. Su padre no aprobó aquel enlace con una muchacha de clase más baja, pero parece ser que —aun pese a la falta de hijos— la unión fue feliz. Enseñó a su esposa a leer y escribir, y Catherine, además de cónyuge, se convirtió también en compañera de trabajo; incluso aprendió a imprimir los grabados que él hacía.

El padre de William Blake falleció en 1784. Su hijo mayor, James, heredó el negocio de lencería y William tomó como aprendiz a su hermano menor Robert, por el cual sentía un gran afecto. Era quizá la persona más cercana a él, un verdadero compañero intelectual. Blake sufrió la más dolorosa pérdida de su vida cuando, al cabo de dos años y medio, Robert murió con apenas veinte años. Blake contaba que, en el momento de su muerte, vio al espíritu de su hermano ascender a través del techo, «dando palmas de alegría». Desde entonces vio y habló con su hermano pequeño cada día; a veces escribía lo que éste le dictaba y otras seguía sus consejos sobre técnicas de grabado. Blake siempre tuvo un pie en el Otro Mundo.

Durante todo ese tiempo, trabajó como grabador para otras personas, llevando una vida precaria. No empezó a dedicarse a su propia obra hasta los treinta y dos años, una edad relativamente tardía. Pero estuvo preparándose. Había empezado a experimentar con algunos «esbozos poéticos» y, sobre todo, había leído con voracidad. Dado su talento visionario, no sorprende que se sintiera atraído hacia los escritos de Emmanuel Swedenborg, un ingeniero de minas sueco que comenzó a ver espíritus y a dialogar con ellos tras tener una visión de Cristo en un café londinense. Blake se unió a la Sociedad Swedenborgiana, lo más parecido a ir a misa que llegó a hacer. A la par, estudiaba neoplatonismo y filosofía hermética (a autores alquímicos como Paracelso y Robert Fludd), y especialmente al místico alemán Jacob Böhme, figura clave para su desarrollo, puesto que propugnaba una filosofía centrada en la imaginación. Este último es un aspecto compartido por todas las figuras que influyeron decisivamente en Blake: la creencia en que la principal facultad del alma no es la razón, tal y como proclamaba la llamada Época de las Luces, sino la imaginación.

Para comprender a Blake es necesario entender primero qué designaba él por «imaginación». Empleaba este término de un modo casi antagónico al de hoy. Tendemos a pensar que la imaginación es la capacidad para crear imágenes de cosas que se hallan ausentes de nuestros sentidos, a la manera de una especie de memoria, o bien como la facultad para inventarnos historias. Para Blake, esta capacidad era meramente «fantasía». La auténtica imaginación constituía otro reino, bastante alejado de nuestras pequeñas mentes, habitado por dioses y dáimones que interactúan en esos relatos arquetípicos que llamamos mitos. Algo equivalente al inconsciente colectivo de C. G. Jung. La verdadera poesía sobreviene al hombre de genio capaz de ver las imágenes y modelos que subyacen a cada persona, sociedad y momento histórico y determinan su existencia. La Imaginación antecede a la Naturaleza. Antecede incluso al tiempo y al espacio. Así, aunque creamos habitar un mundo objetivo, como solemos pensar, el mundo que habitamos es en realidad la creación colectiva e inconsciente de nuestra forma de imaginar el mundo. A lo largo de la historia ha habido distintas maneras de imaginar el mundo: diferentes y más verdaderas. Blake creía que el mundo del siglo XVIII se había hundido en la oscuridad. Culpaba de ello a la filosofía de Francis Bacon, que inauguró el método científico dos siglos antes, y a la ciencia de Isaac Newton, cuya imagen de un universo que funcionaba como una maquinaria de relojería, obedeciendo leyes mecánicas y regido por un Dios remoto (Blake aborrecía el deísmo de su época), consideraba errónea. Si se miraba verdaderamente, a través de la imaginación, se constataba que el mundo no era mecánico sino animado —es decir, dotado de alma—, vivo, lleno de espíritus. Pero, por encima de todos, culpaba al filósofo John Locke, por proclamar que venimos al mundo con la mente en blanco como una hoja de papel sobre la que escribe nuestra experiencia sensorial (un punto de vista que hoy continúa vigente de manera general). Tales ideas le enfurecían: cuando nacemos, venimos a este mundo «arrastrando nubes de gloria» (en palabras de William Wordsworth), frescos, desde el Otro Mundo de las Formas Eternas (como Platón lo había descrito), que olvidamos al nacer y que es nuestra tarea en la Tierra volver a recordar. La existencia terrenal es como quedarse dormido o perder la vista. Debemos despertar la imaginación y usarla para «purificar las puertas de la percepción», y recuperar así nuestra visión del mundo tal y como realmente es: eterno.

Libros proféticos: William Blake

William Blake. Escritor y artista inglés que nació en Londres el 28 de noviembre de 1757 y que falleció en la misma ciudad el 12 de agosto de 1827. La escritura de Blake se vincula siempre con sus ilustraciones y grabados, que solía realizar para sus propios poemas o para clásicos literarios. Admirador de los escultores y pintores renacentistas, su obra pictórica muestra influencias de Miguel Ángel, Rafael o Durero, desarrollando una técnica de grabado que le permitía crear imágenes luminosas y expresivas basadas en las visiones que afirmaba haber tenido desde pequeño. Apoyado por sus padres, desde joven se educó como grabador y trabajó para varias imprentas, llegando incluso a montar la suya propia.

En constante búsqueda de la inocencia en el ser humano, sus primeros poemas, llenos de entusiasmo e ingenuidad, fueron viéndose reemplazados por otros versos en contraposición llenos de desengaño, como puedo observarse al leer de manera conjunta Canciones de Inocencia (1789) y Canciones Profanas (1794), donde el poeta acepta una inocencia distinta, que puede adquirirse sólo a través de la experiencia.

Aunque fue estudiante de la Royal Academy, detestaba su sistema de enseñanza y valores estéticos, instituidos por su presidente, Joshua Reynolds, ya que la búsqueda de Blake de verdad y belleza se hallaba centrada en la imaginación y el espíritu, a diferencia de los preceptos racionalistas y neoclasicistas de Reynolds.

Además, Blake creía en la igualdad racial y sexual, y predicaba una libertad de pensamiento que chocaba frontalmente con la Iglesia católica, razón por la que fue objeto de numerosas críticas y que le acarreó frecuentes problemas. En 1782 se casó con Catherine Boucher, quien sería su compañera y ayudante hasta el fin de sus días.