Llenos de vida

Llenos de vida, una novela de John Fante

Resumen del libro: "Llenos de vida" de

Estamos en Los Ángeles a comienzos de los años cincuenta, la década en que se construyó el mito del american way of life, en que los norteamericanos identificaron la prosperidad con los valores familiares y religiosos, en que los californianos de clase media querían una casa en un barrio residencial; no ganaban lo suficiente para contratar a Frank Lloyd Wright, pero se conformaban con un rancho en forma de L. En una de estas casas, pero con termitas en la cocina, niebla tóxica en la calle y un tráfico infernal a cincuenta metros, vive un próspero guionista de la Paramount que a los treinta años ha renunciado a la rebeldía juvenil, ha sentado la cabeza y va a ser padre por primera vez. Se llama John Fante y ha escrito tres novelas, pero desde el primer momento sabemos que no es el John Fante que ha escrito Llenos de vida; sus padres, sus recuerdos y sus circunstancias lo identifican con el protagonista de Un año pésimo, de La hermandad de la uva y de «Mi perro idiota» (del volumen Al oeste de Roma).

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1

La casa era grande porque nuestros proyectos también lo eran. El primero ya estaba allí, un bulto en el vientre de la futura madre, un bulto de movimiento sinuoso, deslizante y escurridizo, como un nido de serpientes. En las horas tranquilas que preceden a la medianoche, pego la oreja al lugar y oigo un rumor como de arroyo: gorgoteos, succiones, chapoteos.

—La verdad es que se comporta como el macho de la especie —dije.

—No necesariamente.

—Ninguna niña da esos puntapiés.

Pero mi Joyce no discutía. Llevaba aquello dentro y me trataba con distancia, con desdén e irradiando beatitud.

Pero a mí el bulto no me gustaba.

—Es antiestético. —Y le sugerí que se pusiera algo para comprimirlo.

—¿Y matarlo?

—Hacen prendas especiales. Las he visto.

Me miró con frialdad, a mí, al ignorante, al idiota con quien se había cruzado por la noche, ya no persona, maligno, absurdo.

La casa tenía cuatro dormitorios. Era una casa bonita. Tenía una valla de madera alrededor. El tejado era a dos aguas y muy empinado. Entre la puerta de la calle y la puerta de la casa corría un pasillo de rosales. Un amplio arco de terracota cubría la entrada principal. En la puerta había una sólida aldaba de bronce. El número de la vivienda era el 37, mi número de la suerte. A menudo cruzaba la calle y me la quedaba mirando boquiabierto.

¡Mi casa! Cuatro dormitorios. Espacio. Dos ya estábamos instalados y otro venía de camino. Al final serían siete. Era mi sueño. Un hombre de treinta años aún estaba en condiciones de tener siete hijos. Joyce tenía veinticuatro. Un niño cada dos años. Llega uno, faltan seis. ¡Qué bello era el mundo! ¡Qué vasto el firmamento! ¡Qué rico el soñador! Naturalmente, tendríamos que añadir un par de habitaciones.

—¿Tienes antojos? ¿Deseos raros? Tengo entendido que esas cosas suceden. He leído mucho sobre eso.

—No tengo nada.

También ella leía: Gesell, Arnold, El infante y el niño en la cultura actual.

—¿Qué tal es?

—Muy informativo.

Miró hacia la calle por la puerta vidriera. Era una calle con mucho movimiento, una travesía de Wilshire, donde los autobuses rugían, donde el tráfico sonaba a mugidos de ganado, un bramido constante rasgado ocasionalmente por alaridos de sirenas, pero todo muy impersonal, lejano, a cincuenta metros de allí.

—¿No podríamos comprar otras cortinas? ¿Hemos de tener cortinas amarillas y galerías verdes?

—¿Galerías? ¿De qué galerías hablas, mamá?

—No me llames así, por el amor de Dios.

—Perdona.

Volvió a la lectura de Gesell, Arnold, El infante y el niño en la cultura actual. El embarazo propiciaba la lectura. El bulto era ideal para apoyar el libro, le llegaba casi a la altura de la barbilla y facilitaba la tarea de pasar páginas. Joyce era muy guapa, tenía unos ojos grises que brillaban de un modo increíble. En aquellos ojos había algo que antes no estaba. Osadía. Era impresionante. Tenía que desviar la mirada. Me puse a observar la puerta vidriera y averigüé lo que eran las galerías porque eran lo único verde que había allí: esos bastidores forrados de los que cuelgan las cortinas.

—¿Qué clase de galería prefieres, cielo?

—Haz el favor de no llamarme cielo. No me gusta.

Allí la dejé, con los ojos relampagueando amenazas, la boca apretada alrededor del filtro del cigarrillo, sujetando el libro de Gesell con sus dedos largos y blancos. Salí al jardín y me quedé entre las rosas, satisfecho de mi casa. Eran las ventajas de ser escritor. Yo, John Fante, autor de tres libros. Del primero se vendieron 2.300 ejemplares. Del segundo, 4.800. Del tercero, 2.100. Pero en el cine no hay derechos de autor. Si tienes lo que les interesa en el momento, te lo compran, y a buen precio. En aquel momento tenía lo que les interesaba y todos los jueves recibía un cheque.

John Fante. Fue un escritor y guionista estadounidense nacido en Denver, Colorado en 1909 y fallecido en Los Ángeles, California en 1983. Es conocido principalmente por sus novelas autobiográficas y su estilo de escritura directo y sin tapujos. Fante creció en una familia de inmigrantes italianos en el barrio de Pueblo, en Colorado. Tras terminar sus estudios de secundaria, se mudó a California para dedicarse a la escritura y trabajó como guionista para Hollywood durante gran parte de su carrera.

Entre sus obras más destacadas se encuentran "Pregúntale al polvo" y "Camino de los sueños", ambas novelas semi-autobiográficas que exploran la vida de un joven escritor italoamericano en Los Ángeles. Fante ha sido reconocido como una figura influyente en la literatura estadounidense y un escritor esencial para entender la experiencia de la inmigración italiana en Estados Unidos.