Reseña

PERÚ: la forma de decirlo

Portada del libro Perú. Por Teresa Orbegoso

Perú nos sugiere un viaje singular, un recorrido en profundidad, no solo por una geografía deslumbrante, sino, y sobre todo, por la aventura del lenguaje como medio de transporte y como itinerario. No podemos separar, en este profundo y conmovedor trayecto, el decir de la forma de decir, como si el entrelazamiento entre ambos creara un vínculo esencial, que en caso de intentar separarse se rompería irremediablemente, anulando sus partes. ¿Qué es Perú? ¿En qué se resuelve? Es el país, geografía, paisaje, tierra,  gente, historia y mito. Y por supuesto, el sujeto individual, desde cuyo punto de vista esta obra está concebida. Debo decir que el yo poético está tan presente como oculto. Está presente porque la voz es, en definitiva, la presencia innegable de la autora, porque la voz constituye en sí misma un individualidad creadora, sin la cual lo externo, lo observado, vería disuelta su particular identidad. La voz, aquello que a mí me gusta  llamar “la forma de Decir”, es el carnet de identidad del poeta, (la poeta). No puede existir poesía objetiva, en este caso, porque el manantial de todo lo dicho es alguien viviente, sufriente, gozante y singularmente comprometido con una temática que nace con sus raíces. Alguien impulsado por la necesidad de sacar a la luz las distintas instancias de la existencia, y quien determina la relevancia, la elección de estas instancias es el yo mismo: el yo observador, el yo narrador, el yo involucrado hasta la médula. Es desde ese yo que, finalmente, canta. Pero ese yo está, a la vez, relativamente oculto, porque Teresa logra el desplazamiento de su papel como protagonista a un segundo plano, ubicando en ese lugar a quien por intención y por resultado debe estarlo: el Perú, su historia y su gente.

Lo primero que suena es la voz, ese decir que, en el caso de Perú, parece tener varios afluentes, todos ellos ricos y significativos. Se percibe, antes que nada, la sonoridad de la poesía misma, un decir entrenado, experto, que sabe malear el metal con que trabaja, que reconoce que sin los ilimitados recursos que la poesía nos da, la materia y la vida que describen se verían desdibujados, empobrecidos. No hay concesiones en esto: el lirismo no se rinde ante el relato, y el relato no es condicionado ni mermado por la lírica. Se nutre  de un léxico original, constituido por un castellano enjoyado por palabras del lenguaje original de la tierra, el decir ancestral, el decir propio. Dice, por ejemplo, en uno de los primeros poemas:

“Bajo qué huaca oculta, este país. En qué color de piel, su marcha hacia ninguna parte. Qué aguas flamenco y zorro beben del mismo pozo. Sobre el río viaja el indio en su canoa. Árbol de la quina, tus hojas cubren nuestra falta. Pronuncia nuestro nombre. Birú Perú. No lo reconocemos. Cuánta nada hemos construido. Cuántos huaycos de palabras, como niños aprendiendo a escribir.”

Así, en este canto épico,  está presente no sólo en la crónica, en los eventos, sino en el colorido mestizaje de la lengua misma. Poner en sintonía estos dos aspectos, y lograr que uno sea tan importante como el otro,  es uno de los mayores méritos de este poemario, a mi entender. Distante de la narración prescindente y objetivada, la fuerza de estos textos está dada tanto por lo que transmite como por la forma en que lo hace. Contenido y continente fluyen en asombrosa armonía. Cito, para que ese  clima empiece a rodearnos.

“Lleva tu Apu, tu Señor, sobre la canoa. Y que tu arca sea un pez en donde van montados los perros y todas las especies vigilantes que hay en tu país. Haz que su historia sea llevada a la arcilla y a las manos manchadas del ceramista, como si las cosas tuvieran ojos.”

Las sensaciones se transmiten en sonido y mensaje. El ritmo asciende, sobrevuela y se detiene; lo lírico se vuelve narrativo cuando debe, pero nunca pierde la música esencial. Todo se nutre de un lenguaje ( y aquí voy a hacer abuso de adjetivos) rico, original, virtuoso, articulado, enhebrando, dando forma a estrofas circulares, perfectas, completas en sí mismas, sean estas dichas como la brevedad y el filo un corte de cuchillo, o como el prolongado susurro de un arroyo que corre entre las piedras.  Así se describe lo indescriptible: de la forma al concepto en un «ida y vuelta» que no muestra la costura. Como en la imagen icónica de la piedra de doce ángulos, las partes encajan en un armado complejo, asimétrico y a la vez armónico. Ese es, tal vez, el desafío: encontrar las piezas que se asimilen a esta estructura de apariencia caótica, ordenar el caos que refleja  creando un mosaico en la que cada pieza ocupa un lugar indispensable hasta cerrar  en un perfecto y sólido muro. En cada pieza individual de este mosaico, en cada poema tomado como unidad, está presente lo contradictorio, lo paradojal, lo que expulsa y lo que atrae; estos elemento se mueven como imanes girando permanentemente de positivo a negativo, pero en los que siempre prevalece, por imperio de la propia  gravedad de lo genuino, el aspecto fundamental de aquello a lo que no puede renunciarse: lo que somos, nuestra historia y lo que la vida hizo de nosotros. Por lo tanto, los elementos negativos, en lugar de enajenar, no hacen otra cosa que fundamentar la pertenencia, darle sentido. Y eso con la bella sonoridad de estos versos.

“Aún sin inventar, el Tiahuanaco sumergido. Rimaq, osario de todos nuestros mitos, calla. En la vieja herida Pachacamac desata los primeros nudos de la oscuridad. Nada se ha dicho. Nada se ha hecho. Todo ha comenzado.”

Y es en este permanente destruirse y recomenzar en el que se cifra el secreto del Perú libro de poemas y del Perú, país, tierra, patria. Es esa íntima e insoluble contradicción lo que alienta este decir a la vez dolido y orgulloso, quejumbroso y altivo. Es esta dualidad la que está reflejada en las letras de Teresa Orbegoso, poeta y peruana. Desde la lúcida conciencia de que si bien la poesía no puede salvar a un país de sus males, ni reflejar con exactitud sus virtudes, lo que sí puede hacer es ponerlo ante nuestros ojos para que lo conozcamos, para que, con estos versos tejidos como el más asombroso y bello de los tapices, lo hagamos nuestro desde ahora y para siempre.

Perú, Teresa Orbegoso, Buenos Aires Poetry, 2016, 80 págs.

Alejandro Méndez Casariego. Buenos Aires, Argentina, 1952

Realizó estudios de Profesorado de Historia en la Universidad Nacional de Cuyo. Junto a José Emilio Tallarico y Gerardo Lewin, conduce, actualmente, el ciclo de poesía "El Orate y la Musa". Ha publicado los libros El Elefante de Cartón (2003), Los Réprobos (2007), ambos por Editoriales Patagonia y Los dioses del Hogar (2016), con la editorial Deacá.