El cocinero Chichibio

Foto de Philipp Kämmerer en Unsplash

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Currado Gianfiglazzi se distinguía en nuestra ciudad como hombre eminente, liberal y espléndido, y viviendo vida hidalga, halló siempre placer en los perros y en los pájaros, por no citar aquí otras de sus empresas de mayor monta. Pues bien; habiendo un día este caballero cazado con un halcón suyo una grulla¹ cerca de Perétola y hallando que era tierna y bien cebada, se la mandó a su vecino, excelente cocinero, llamado Chichibio, con orden de que se la asase y aderezase bien. Chichibio, que era tan atolondrado como parecía, una vez aderezada la grulla, la puso al fuego y empezó a asarla con todo esmero.

Estaba ya casi a punto y despedía el más apetitoso olor el ave, cuando se presentó en la cocina una aldeana llamada Brunetta, de la que el marmitón² estaba perdidamente enamorado; y percibiendo la intrusa el delicioso vaho y viendo la grulla, empezó a pedirle con empeño a Chichibio que le diese un muslo de ella. Chichibio le contestó canturreando:

-No la esperéis de mí, Brunetta, no; no la esperéis de mí.

Con lo que Brunetta irritada, saltó, diciendo:

-Pues te juro por Dios que si no me lo das, de mí no has de conseguir nunca ni tanto así.

Cuanto más Chichibio se esforzaba por desagraviarla, tanto más ella se encrespaba; así es que, al fin, cediendo a su deseo de apaciguarla, separó un muslo del ave y se lo ofreció.

Luego, cuando les fue servida a Currado y a ciertos invitados, advirtió aquel la falta y extrañándose de ello hizo llamar a Chichibio y le preguntó qué había sido del muslo de la grulla. A lo que el tramposo veneciano contestó en el acto, sin atascarse:

-Las grullas, señor, no tienen más que una pata y un muslo.

Amoscado entonces Currado, opuso:

-¿Cómo diablos dices que no tienen más que un muslo? ¿Crees que no he visto más grullas que esta?

-Y, sin embargo, señor, así es, como yo os digo; y, si no, cuando gustéis os lo demostraré con grullas vivas -arguyó Chichibio.

Currado no quiso enconar más la polémica, por consideración a los invitados que presentes se hallaban, pero le dijo:

-Puesto que tan seguro estás de hacérmelo ver a lo vivo -cosa que yo jamás había reparado ni oído a nadie- mañana mismo yo dispuesto estoy. Pero por Cristo vivo te juro que si la cosa no fuese como dices, te haré dar tal paliza que mientras vivas habrás de acordarte de mi nombre.

Terminada con esto la plática por aquel día, al amanecer de la mañana siguiente, Currado, a quien el descanso no había despejado el enfado, se levantó cejijunto, y ordenando que le aparejasen los caballos, hizo montar a Chichibio en un jamelgo y se encaminó a la orilla de una laguna, en la que solían verse siempre grullas al despuntar el día.

-Pronto vamos a ver quién de los dos ha mentido ayer, si tú o yo -le dijo al cocinero.

Chichibio, viendo que todavía le duraba el resentimiento al caballero y que le iba mucho a él en probar que las grullas solo tenían una pata, no sabiendo cómo salir del aprieto, cabalgaba junto a Currado más muerto que vivo, y de buena gana hubiera puesto pies en polvorosa si le hubiese sido posible; mas, como no podía, no hacía sino mirar a todos lados, y cosa que divisaba, cosa que se le antojaba una grulla en dos pies.

Llegado que hubieron a la laguna, su ojo vigilante divisó antes que nadie una bandada de lo menos doce grullas, todas sobre un pie, como suelen estar cuando duermen. Contentísimo del hallazgo, asió la ocasión por los pelos y, dirigiéndose a Currado, le dijo:

-Bien claro podéis ver, señor, cuán verdad era lo que ayer os dije, cuando aseguré que las grullas no tienen más que una pata: basta que miréis aquellas.

-Espera, que yo te haré ver que tienen dos -repuso Currado al verlas.

Y, acercándoseles algo más, gritó:

-¡Jojó!

Con lo que las grullas, alarmadas, sacando el otro pie, emprendieron la fuga. Entonces Currado dijo, dirigiéndose a Chichibio:

-¿Y qué dices ahora, comilón? ¿Tienen, o no, dos patas las grullas?

Chichibio, despavorido, no sabiendo en dónde meterse ya, contestó:

-Verdad es, señor, pero no me negaréis que a la grulla de ayer no le habéis gritado ¡Jojó!, que si lo hubierais hecho, seguramente habría sacado la pata y el muslo como estas han hecho.

A Currado le hizo tanta gracia la respuesta que todo su resentimiento se le fue en risas, y dijo:

-Tienes razón, Chichibio: eso es lo que debí haber hecho.

Y así fue como gracias a su viva y divertida respuesta, consiguió el cocinero salvarse de la tormenta y hacer las pases con su señor.

FIN

1. Grulla: Ave zancuda de gran tamaño, de patas y cuello largos, con plumaje gris en el cuerpo, y negro y blanco en la cabeza y el cuello, que cuando vuela emite un graznido muy sonoro, y que suele mantenerse sobre un pie cuando se posa.

2. Marmitón: Persona que hace los más humildes oficios en la cocina.

Giovanni Boccaccio. Se desconoce el lugar de nacimiento de Giovanni Boccaccio, si bien se piensa que pudo ser París, en 1313. Falleció en Certaldo, Italia, el 21 de diciembre de 1375. Hijo ilegítimo de un banquero y una mujer desconocida, se crió en Florencia, desde donde marchó a Nápoles a estudiar comercio. Dejó sus estudios de comercio para dedicarse al Derecho Canónico, área que también abandonó para entregarse al mundo de las letras, influido sobre todo por su autor favorito, Dante Alighieri.

Su contacto con la corte napolitana de Roberto de Anjou, y con la mujer llamada Fiammetta (probablemente se tratara de Maria dei Conti d‘Aquino, hija ilegítima del rey de Nápoles) inspiró sus primeras obras, si bien la figura de la Fiammetta estaría presente a lo largo de su vida literaria.

Por asuntos familiares tuvo que regresar a Florencia, donde un brote de peste en 1348 le inspiró a escribir el Decamerón, un compendio de relatos cuyos narradores esperan en una villa a que receda la peste que amenaza sus casas de ciudad, y considerada como una de las primeras obras realmente humanistas, al huir de temas religiosos y espirituales para concentrarse en la condición humana.

El éxito de esta obra le llevó a obtener varios cargos públicos de tipo diplomático, lo que le sirvió para entrar en contacto con el poeta Petrarca, con quien mantuvo una gran amistad hasta la muerte de éste.

Tras una breve y decepcionante estancia en la corte de la reina Juana I de Anjou en Nápoles, se retiró a su casa de Certaldo, donde residió hasta su muerte en 1375.