Mecánica popular

Invierno desde la ventana, por Jessica Horton

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Aquel día, temprano, el tiempo cambió y la nieve se deshizo y se volvió agua sucia. Delgados regueros de nieve derretida caían de la pequeña ventana —una ventana abierta a la altura del hombro— que daba al traspatio. Por la calle pasaban coches salpicando. Estaba oscureciendo. Pero también oscurecía dentro de la casa.

Él estaba en el dormitorio metiendo ropas en una maleta cuando ella apareció en la puerta.

¡Estoy contenta de que te vayas! ¡Estoy contenta de que te vayas!, gritó. ¿Me oyes?

Él siguió metiendo sus cosas en la maleta.

¡Hijo de perra! ¡Estoy contentísima de que te vayas! Empezó a llorar. Ni siquiera te atreves a mirarme a la cara, ¿no es cierto?

Entonces ella vio la fotografía del niño encima de la cama, y la cogió.

Él la miró; ella se secó los ojos y se quedó mirándole fijamente, y después se dio la vuelta y volvió a la sala.

Trae aquí eso, le ordenó él.

Coge tus cosas y lárgate, contestó ella.

Él no respondió. Cerró la maleta, se puso el abrigo, miró a su alrededor antes de apagar la luz. Luego pasó a la sala.

Ella estaba en el umbral de la cocina, con el niño en brazos.

Quiero el niño, dijo él.

¿Estás loco?

No, pero quiero al niño. Mandaré a alguien a recoger sus cosas.

A este niño no lo tocas, advirtió ella.

El niño se había puesto a llorar, y ella le retiró la manta que le abrigaba la cabeza.

Oh, oh, exclamó ella mirando al niño.

Él avanzó hacia ella.

¡Por el amor de Dios!, se lamentó ella. Retrocedió unos pasos hacia el interior de la cocina.

Quiero el niño.

¡Fuera de aquí!

Ella se volvió y trató de refugiarse con el niño en un rincón, detrás de la cocina.

Pero él les alcanzó. Alargó las manos por encima de la cocina y agarró al niño con fuerza.

Suéltalo, dijo.

¡Apártate! ¡Apártate!, gritó ella.

El bebé, congestionado, gritaba. En la pelea tiraron una maceta que colgaba detrás de la cocina.

Él la aprisionó contra la pared, tratando de que soltara al niño. Siguió agarrando con fuerza al niño y empujó con todo su peso.

Suéltalo, repitió.

No, dijo ella. Le estás haciendo daño al niño.

No le estoy haciendo daño.

Por la ventana de la cocina no entraba luz alguna. En la oscuridad él trató de abrir los aferrados dedos ella con una mano, mientras con la otra agarraba al niño, que no paraba de chillar, por un brazo, cerca del hombro.

Ella sintió que sus dedos iban a abrirse. Sintió que el bebé se le iba de las manos.

¡No!, gritó al darse cuenta de que sus manos cedían.

Tenía que retener a su bebé. Trató de agarrarle el otro brazo. Logró asirlo por la muñeca y se echó hacia atrás.

Pero él no lo soltaba.

Él vio que el bebé se le escurría de las manos, y estiró con todas sus fuerzas.

Así, la cuestión quedó zanjada.

Fin

Raymond Carver. Escritor y poeta americano, fue uno de los más importantes autores de relato anglosajones del siglo XX, considerado uno de los máximos exponentes del minimalismo y el realismo sucio.

Carver se inició en el mundo de la literatura asistiendo a un curso de escritura creativa impartido por John Gardner, el cual sería clave para el posterior desarrollo de la carrera del autor americano. Tras completar la universidad, Carver realizó un posgrado como escritor en la Universidad de Iowa.

Carver comenzó a publicar en revistas universitarias casi al mismo tiempo que inició su trabajo como profesor de inglés, algo que abandonaría en 1967 por la edición de libros técnicos, algo que duraría poco más de dos años debido a su estilo personal.

A partir de 1970, Carver comenzó una carrera itinerante enseñando en varias universidades mientras trataba de mantener a su familia y escribir sus propias creaciones. Carver empezó a tener problemas con el alcohol, una situación que se hizo insostenible en su vida, con idas y venidas de clínicas hasta que en 1977 logró dejar atrás el alcoholismo.

Ese mismo año conoció a la poeta Tess Gallagher, con quien comenzó una nueva vida desde El Paso a Syracuse, donde ambos se dedicaron a la enseñanza. Fue en esta época, a partir de 1976, que la carrera de Carver comenzó a destacar, sobre todo con la aparición de ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor? (1976), que llegó ser finalista del National Book Award.

La influencia y correcciones del editor de Esquire, Gordon Lish, ajustando más todavía la idea minimalista en los cuentos de Carver es una constante en toda su obra. Carver fue maestro del cuento corto, ganando seis veces el O. Henry Award, y su antología Catedral fue una de las obras más influyentes de la literatura de finales del siglo XX.

Carver murió en Port Angeles en 1988 debido a un cáncer de pulmón. Varias son las recopilaciones y nuevos textos que se han publicado tras su muerte, algunas de las cuales han seguido cosechando premios.

En 2009 se publicó una revisión de sus textos deshaciendo el trabajo de edición de Gordon Lish, dejando a la vista el trabajo de Carver desde el punto de vista exclusivo del escritor.