Reseña

Sobre la novela Oficio impropio, de Lázaro Zamora Jo

El duro oficio de narrar

Portada del libro Oficio impropio, de Lázaro Zamora Jo

La narrativa de Lázaro Zamora Jo había mostrado ya su madurez en 2004 con la publicación del libro de cuento Luna Poo y el paraíso, que obtuvo ese año el Premio Alejo Carpentier, máximo galardón otorgado por el Instituto Cubano del Libro a volúmenes inéditos de novela, cuento y ensayo. Desde entonces no ha dejado de regalarnos textos de indiscutible calidad; algunos de ellos serían premiados en importantes certámenes como el Concurso Internacional Casa de Teatro 2009 en República Dominicana.

Ahora acaba de aparecer su novela Oficio impropio, publicada por la Editorial Guantanamera (Sevilla, 2016), la obra más importante del autor, sin duda alguna.

Que una novela consiga seducirte desde las primeras líneas, que te sumerja por varios días en su historia sin que quieras dejarla un minuto, que tras la última página sigas largo tiempo todavía en ese estado de gracia reviviendo las experiencias de los personajes, recordando sus palabras, alegrándote o angustiándote con ellos, lamentablemente es algo mucho menos frecuente de lo que se cree.

Y esta, en mi opinión, debe ser la máxima aspiración de una novela en cualquier época. No basta con que esté bien escrita (obviamente es una condición imprescindible para cualquier texto), con que acierte en el empleo de determinados recursos técnicos, se afilie a las más recientes teorías literarias, trate este o aquel tema de manera novedosa. Tales elementos podrían ser más o menos importantes, pero no pueden validar un libro por sí mismos, no pueden explicar esa magia de determinadas obras que consigue hechizar al lector y que es al final lo que vale.

Oficio impropio parece haberlo logrado. La he leído en esa segunda edición de 436 páginas que sus editores han traído a la recién concluida Feria del Libro de La Habana 2018 y me ha fascinado. He quedado convencido de que es una excelente novela, capaz de conmover, hacer reflexionar, incluso hasta de incomodar a más de uno con algún que otro pasaje, pero aun en tal caso difícilmente el lector escapará a su embrujo.

La novela cuenta la historia de un estudiante universitario que, animado por su amante y condiscípula, comienza a indagar sobre su padre, fallecido veinte años atrás en condiciones no esclarecidas y a quien no llegó a conocer. Ambos entrevistan a personas que se relacionaron con él, interrogan a familiares, hurgan en archivos de bibliotecas y editoriales. Pero es en el manuscrito de la novela escrita por el difunto padre donde el joven y la amiga creen estar aproximándose realmente a su vida. A lo largo de la obra las dos historias, la del manuscrito y la del estudiante, van alternándose y revelando interesantes coincidencias entre el padre y el protagonista de su novela, por un lado, y entre el primero y su hijo, por otro.

Se trata de una obra de loable ambición que nos introduce en el universo de personajes que viven en tiempos de crisis, entre los problemas cotidianos de la vida y los conflictos propios de la juventud. La primera impresión del lector probablemente será la de estar leyendo una historia centrada exclusivamente en la relación filial y de pareja, el mundo estudiantil, la amistad y la literatura. Sin embargo, en la medida en que avance en la lectura, comprenderá que la novela es mucho más que eso, se le irá complejizando, abriendo a otros temas. Asomarán los conflictos de la historia con mayúscula (velados por la oblicuidad del discurso, cierto, mantenidos en la periferia del relato, ignorados o trivializados a menudo por los protagonistas, pero siempre latentes, inquietantes); aparecerán preocupaciones estéticas de total vigencia; aflorarán inquietudes en torno al escritor y la creación…

Precisamente en ese último ámbito se inscribe el tema fundamental de esta novela: el del escritor y su circunstancia. Los protagonistas y parte de los demás personajes son escritores, entregados a la creación en medio de las adversidades de una época de crisis. Afrontan privaciones de todo tipo, se ven obligados con frecuencia a asumir menesteres poco gratos y distantes de la literatura para sobrevivir, reciben críticas de sus seres queridos por dedicarse a un oficio tan inapropiado para los tiempos que corren, según ellos, y, sin embargo, no pueden renunciar a él.

Álex, el protagonista del manuscrito, escribe una novela (una novela dentro de otra, contenida a la vez en otra novela, el conocido recurso de la caja china) en las pocas horas que le deja libre la vida, casi siempre de noche, a la luz de un farol o, incluso, de una vela. Sin embargo, ni las necesidades económicas, ni la falta de luz, ni sus azarosas ocupaciones, ni las incertidumbres consiguen apartarlo definitivamente de la máquina de escribir. Álex vuelve una y otra vez a ella con un fervor vesánico, como si de ese acto dependiera su vida. Hasta en esa noche en que espera lo que podría cambiar su destino, no consigue resistir la tentación de sentarse a escribir.

Más de veinte años después de los sucesos que narra el manuscrito, Néstor, el estudiante, registra meticulosamente en su diario cada uno de los detalles de su vida, una práctica bastante frecuente en la adolescencia y la juventud, como es sabido. Pero poco a poco, influido por la novela del padre, irá imitando su estilo, transformando el diario en genuina literatura, y terminará escribiendo compulsivamente historias que le vienen a la mente, pese a la insistencia de la madre en que se trata de un mal oficio.

En otras palabras, los protagonistas no escriben por voluntad propia, sino por una suerte de predestinación que no cree en adversidades. Se deja entrever aquí una concepción de la creación como fatalidad, muy cercana a lo que plantea Octavio Paz: “Un poeta es aquel que tiene conciencia de su fatalidad, quiero decir, aquel que escribe porque no tiene más remedio que hacerlo —y lo sabe”.1 Esta idea de Paz es repetida en la novela por los personajes, reafirmando así lo que acabo de apuntar.

Quizás sea esta la única tesis que permite traslucir Oficio impropio. No hay en ningún otro ámbito temático de la novela ideas predominantes (uno de los aciertos de esta obra, en mi opinión), no tratan de demostrar sus pasajes otra cosa que la propia indefinición de la vida, la incertidumbre de una época en que todas las verdades han colapsado y en su lugar quedan solo preguntas. Es cierto que en la Atalaya (así han bautizado la casa donde se reúnen), un grupito de jóvenes escritores, además de hablar de literatura, protagonizan acaloradas discusiones sobre los más variados temas intentando “arreglar el mundo”, como afirman jocosamente. Pero cada opinión encuentra siempre una réplica, un cuestionamiento. Ninguna prevalece sobre la otra. Podría pensarse que Frei Antonio, el poeta que aparece en la historia del estudiante y que en determinado momento se lanza a filosofar abiertamente, es una excepción en tal sentido. Sin embargo, el lector terminará sospechando como yo que se trata de la misma persona que inspiró al personaje de Fuster en la historia que narra el manuscrito, y que, de hallarse en la Atalaya, probablemente sus palabras encontrarían, también esta vez, una fuerte refutación.

No obstante, las opiniones de Fuster (y por extensión las de Frei), las de Norkin, León, Jaime y otros personajes contribuyen a darle hondura a la novela, nos incitan a reflexionar aun cuando podamos no compartirlas. Esa profundidad (que se logra también, claro está, a través de muchos otros elementos presentes en la obra) es una de sus principales virtudes. Yo, al menos, agradezco eso en la novela.

Ahora bien, no debe ello inducir a pensar que Oficio impropio es una de esas novelas cargantes y densas que se resisten a la lectura. De ningún modo. Es un libro tremendamente fresco, gracias sobre todo al lenguaje, que sabe emplear oportunamente la expresión coloquial, al tono a menudo desenfadado y a veces irónico, y en general a esa mirada jovial con que seguimos los eventos de la trama, la mirada de los protagonistas, jóvenes deseosos de continuar viendo la vida por el lado más hermoso. Además, la historia en sí se disfruta, resulta todo el tiempo interesante. De modo que las 436 páginas se nos irán rápido entre las manos en una lectura amena y provechosa.

Yo realmente la disfruté. Terminé con la sensación de haber vivido una experiencia intensa y gratificante, convencido de haber leído una excelente obra que merece la atención de la crítica y de los lectores. Creo que Oficio impropio tiene todo lo que debe caracterizar una buena novela. En este aspecto me uno a Fuster cuando dice que la novela debe “combinar pasión y arte, ser una bestia hermosa y vital a la vez, despertar entusiasmo, conmover, divertir, provocar, escandalizar, ser polémica…”

Y pienso que sí, que Oficio impropio es un poco de todo eso y que esa bestia hermosa y vital que ha procreado Lázaro Zamora galopará largo tiempo por los parajes de la buena literatura.

NOTA

1. Los signos de rotación y otros ensayos (Alianza editorial S.A., Madrid, 1986)

Antonio Martínez Vallejo.