Libro 1: Trilogía Fuego

Ciudades de humo

Resumen del libro: "Ciudades de humo" de

Ciudades de humo es una novela de la escritora española Joana Marcús, publicada en 2022. Se trata de una obra de ciencia ficción distópica que narra la vida de un grupo de supervivientes en un mundo devastado por una guerra nuclear. La historia se centra en la relación entre Ana, una joven periodista que busca la verdad sobre lo que ocurrió, y Leo, un misterioso hombre que parece conocer los secretos del pasado. Ambos se embarcan en un viaje por las ruinas de las antiguas ciudades, donde se enfrentan a los peligros de un mundo hostil y a los conflictos de sus propios sentimientos.

La novela de Marcús es una reflexión sobre las consecuencias de la violencia, el poder y la manipulación mediática. La autora crea un universo rico en detalles y contrastes, donde el humo es una metáfora de la memoria y la esperanza. Los personajes son complejos y creíbles, con sus luces y sombras, y la trama es ágil y atrapante. El estilo de Marcús es claro y elegante, con un lenguaje cuidado y unas descripciones evocadoras.

Ciudades de humo es una novela que invita a la lectura y al pensamiento crítico. Es una obra que combina el entretenimiento con la reflexión, y que ofrece una visión original y sugerente de un futuro posible. Es una novela que no dejará indiferente a ningún lector.

Libro Impreso EPUB Audiolibro

A mis padres,
por apoyarme en todo siempre

1

LA ANDROIDE QUE NO PODÍA DORMIR

Hacía días que se repetía exactamente el mismo sueño. O quizá meses. Era difícil saberlo con exactitud.

Allí el tiempo pasaba tan despacio que perdías la noción. Y ella ni siquiera recordaba haber soñado algo distinto en toda su vida.

No sabía si era del todo normal que un mismo sueño se repitiera una y otra vez, pero no se atrevía a preguntárselo a nadie. Después de todo, ella no debería tener la función de soñar. Era una androide y se suponía que estos no pensaban por sí mismos, no tenían imaginación. Los sueños formaban parte de la imaginación.

A veces, se preguntaba si los demás androides soñaban, como ella, y pensaban tanto en…, bueno, en todo. Nunca les preguntaría por miedo, pero quería pensar que sí lo hacían. Que ella no era tan diferente.

Aunque el padre John, su creador, solía decir que ella siempre había sido especial. Era su última creación y la más novedosa. Y todos sabían que él era el mejor creador de la ciudad.

Ella se llamaba 43. Un androide no tenía derecho a recibir un nombre humano, solo lo que los demás llamaban  número de serie.

Aun así, su padre la llamaba Alice cuando estaban solos. A ella le gustaba ese nombre humano, así que mentalmente se refería a sí misma del mismo modo. Hacía que se sintiera algo más que un número cualquiera de una larga lista.

Por supuesto, no era algo que pudiera decir delante de sus compañeros o de los demás padres, así que en público seguía siendo la tranquila 43, tercera androide de la quinta y última generación.

A Alice le resultaba difícil dormir y, por si eso fuera poco, siempre era la primera en despertarse. Como no podía moverse de la cama hasta que sonara la sirena de buenos días, siempre esperaba pacientemente mirando el cielo a través del ventanuco que había a unos metros de distancia. Si bajaba un poco la mirada, entre su cama y el ventanuco, veía la cama de 42, que dormía plácidamente.

En ese aspecto, siempre la había envidiado. Se dormía nada más tocar la cama y, además, parecía tan tranquila… Ojalá Alice pudiera hacer lo mismo.

No obstante, despertarse la primera tenía sus ventajas. Todo estaba más silencioso cuando los demás dormían. Podía hacer lo que quisiera, siempre y cuando no se moviera de la cama, claro. Y era la única hora del día en la que nadie, absolutamente nadie, estaba vigilando sus movimientos. Era como quitarse un enorme peso de encima, aunque fuera solo por un rato.

A veces, también observaba la habitación. Dormía en el edificio principal, en la tercera planta. Tenían un pasillo solo para los androides, con habitaciones iguales para cada grupo. Las dos primeras puertas estaban reservadas para la primera generación; la de la derecha, para los chicos, y la de la izquierda, para las chicas. Y así hasta llegar a las últimas. Alice pertenecía al grupo de la última puerta a la izquierda, junto con el resto de las chicas de su generación.

Las habitaciones eran bastante austeras. Tenían forma cuadrada, las paredes estaban pintadas de blanco y el suelo era gris —Alice no conocía el nombre del material, pero no le gustaba, estaba bastante frío cuando ponía los pies descalzos en él por las mañanas—. Los únicos muebles eran las cinco camas repartidas para que cada una tuviera su propio espacio personal y la mesa que había junto a la puerta. Una mesa rectangular de metal en la que les ponían la ropa que debían llevar cada mañana.

Alice no sabía en qué momento ponían la ropa allí. Ella era la primera que se despertaba y, aun así, no había conseguido verlo nunca.

Justo entonces, Alice percibió un movimiento con el rabillo del ojo. 42 se había despertado y se estiraba perezosamente. Era la androide con la que más había hablado en su vida, pero nunca mantenían conversaciones muy extensas. Se limitaban a comentar el maravilloso tiempo que hacía, lo agradecidas que estaban a los padres por cuidarlas y lo felices que eran, aunque esa dicha nunca se reflejara en los ojos de ninguna.

—Buenos días, 43 —le dijo 42 con el cabello despeinado y una pequeña sonrisa.

—Buenos días. —Alice le devolvió el gesto.

—Hace un día precioso.

Alice se percató de que 42 no había mirado por la ventana y, por lo tanto, no podía saber si realmente hacía buen día o no.

—Sin duda —le respondió de todas formas.

Pareció que 42 iba a decir algo más, pero se contuvo cuando la sirena de buenos días empezó a sonar. Las demás se despertaron con el sonido, que se cortó al cabo de menos de un minuto, y Alice se puso de pie para ir a recoger su ropa con ellas.

Siempre era la misma indumentaria: un conjunto completamente blanco con una falda que les llegaba por las rodillas y una pieza superior que cubría su torso y su cuello, dejando los brazos al descubierto. Alice escondió los pliegues de la parte superior de la falda y la alisó, de modo que no quedara ni una sola arruga. Podían castigarla si encontraban alguna. Eran muy estrictos en ese sentido. Bueno, y en todos los demás.

A ella solo la habían castigado una vez. No había sido nada muy grave, pero prefería no volver a vivirlo jamás. Era mejor portarse bien.

Tomó sus zapatos: unas botas blancas sin ningún tipo de atadura que llegaban hasta los tobillos. Tras ponérselas, se recogió el pelo en una cola de caballo, como el resto de sus compañeras.

Después, formaron una fila siguiendo el orden de sus números y salieron de la habitación para dirigirse al comedor, que era la sala más grande del edificio después de la de conferencias, a la que acudían muy de vez en cuando, ya que en contadas ocasiones reunían a los androides allí. El comedor era un espacio enorme cuya pared del fondo estaba cubierta de ventanales que daban a los jardines traseros. Había varias decenas de mesas repartidas de forma organizada con sus respectivos bancos para que cada generación pudiera sentarse con sus compañeros. Esas eran las más cercanas a la puerta por la que salían las madres que repartían la comida. Las otras, las del fondo, eran las de los científicos. Parecían más cómodas que las suyas y, por supuesto, los androides no tenían derecho a sentarse en ellas. Los padres estaban a otro nivel: ni siquiera comían con ellos, sino que tenían una sala especial.

Alice se acercó a la última mesa de metal con sus compañeras y tomó asiento entre 42 y 44. Tras asegurarse de que todos se habían sentado ya, se tomaron las manos las unas a las otras —los chicos estaban delante de ellas— y cerraron los ojos. Sabía que antes la gente hacía eso para rezar a un dios, o a más de uno, pero no acababa de comprender su significado. Había partes de la cultura humana que seguía sin entender del todo.

Seguramente habría gente que todavía lo hacía, pero era un tema tabú en su zona. El silencio era, simplemente, una muestra de respeto por los padres, que les habían dado la vida sin pedir nada a cambio. Además, según ellos, la calma los ayudaba a empezar el día correctamente. Sea como fuere, no era opcional.

Se preguntó qué pasaría si se cruzara de brazos y se negase a agradecerles nada, porque no…

Cortó al instante esa clase de pensamiento, alarmada. ¿Por qué tenía que pensar esas cosas? ¿Acaso quería ponerse a sí misma en peligro? Miró a su alrededor, asustada, como siempre que le pasaba. Le daba la sensación de que algún día alguien, de alguna forma, la descubriría y se lo contaría a los padres.

Pero nunca lo hacían.

—¿Estás bien? —La vocecilla de 42 la devolvió a la realidad.

—Sí. —Alice intentó poner cara de confusión—. ¿Por qué no iba a estarlo?

—Porque ha terminado el silencio.

—Lo sé.

—Ya, pero… no me has soltado la mano.

Alice parpadeó, confusa de verdad, y sintió que su corazón se detenía un momento al ver que 42 tenía razón. De hecho, se la estaba apretando con fuerza. Se colocó ambas manos en el regazo al instante, nerviosa.

—Estoy bien, es que…, eh…, sigo medio dormida.

—Si tienes un problema de funcionamiento, deberíamos avisar a un padre —le dijo 44, que estaba sentada a su otro lado.

¡No! Alice contuvo la respiración, asustada.

—No hace falta —aseguró tan tranquila como pudo.

—¿Segura? —insistió 44—. Tienes mala cara. No quiero que me riñan por tu culpa.

Apenas había hablado un par de veces con ella, pero a Alice no le gustaba en absoluto 44. Era pelirroja, alta y tenía numerosas y llamativas pecas repartidas por toda la cara y sobre los hombros. Pero lo que disgustaba a Alice no era su aspecto, sino su forma de ser. Siempre parecía estar buscando fallos con la mirada para poder destacarlos y aclarar que ella no los tenía. Era como si se sintiera mejor menospreciando a los demás. Y, por si eso fuera poco, más de una vez había ido corriendo a contarles a los padres cosas que había visto entre sus compañeros.

Una vez había escuchado a un chico de la segunda generación llamarla «sapo», pero Alice no tenía muy claro qué tenía que ver un animalito con hacer de soplona a los padres.

—He dicho que estoy bien —recalcó Alice, retomando la conversación.

—A mí no me pareces muy segura. —44 entrecerró los ojos.

—A mí no me parece que sea tu problema.

Silencio.

Ambas se miraron. Alice se asustó por lo que había dicho. 44 estaba claramente molesta. Ay, no.

Pero entonces la vocecilla de 42 acudió a rescatarla.

—Lo que deberíamos hacer es dar las gracias por estos alimentos. Hoy en día, no es fácil conseguirlos.

—Sí, tienes razón —le concedió 41, una androide de pelo castaño y ojos alargados.

42 tenía un don para disolver situaciones conflictivas sin siquiera levantar la voz, cosa de la que Alice era incapaz. En ese aspecto, también la envidiaba un poco.

En realidad, la envidiaba en más aspectos. 42 era bajita, muy delgada, con el pelo rubio muy claro y la nariz respingona. Tenía los ojos muy grandes para su cara y solía moverlos a toda velocidad, como un cervatillo asustado.

Alice, por otro lado, era muy perfecta. Demasiado. Si es que eso tenía sentido.

Era casi aburrida.

Ciudades de humo: una novela de misterio y suspense de Joana Marcús

Joana Marcús. Es una de las escritoras más populares y exitosas de la literatura juvenil española. Nacida en Mallorca el 30 de junio del 2000, se inició como escritora en la plataforma digital Wattpad a los 13 años, donde es la única española en el top mundial. Sus novelas de fantasía, ciencia ficción y romance han cautivado a millones de lectores en todo el mundo y han sido premiadas y publicadas en formato físico por diversas editoriales.

Su primera novela, Irresistible propuesta, fue publicada en Wattpad en 2013 y ganó dos premios Wattys, el galardón más importante de la plataforma. En 2017, la editorial Planeta la publicó en papel y se convirtió en un éxito de ventas. La historia narra el romance entre una joven estudiante de periodismo y un famoso actor de Hollywood que le propone un matrimonio falso para mejorar su imagen pública.

Su segunda novela, Antes de diciembre, fue publicada en Wattpad en 2019 y también ganó el premio Wattys. En 2021, la editorial Alfaguara la publicó en papel y se posicionó entre las diez novelas más vendidas en varios países. La historia cuenta la vida de una joven que sufre un accidente que le hace perder la memoria y tiene que reconstruir su pasado con la ayuda de un misterioso chico que dice ser su novio.

Su tercera novela, Ciudades de humo, fue publicada en Wattpad en 2020 y es la primera parte de una trilogía de ciencia ficción llamada Fuego. En 2022, la editorial Destino publicó las dos primeras partes de la trilogía en papel: Ciudades de humo y Ciudades de cenizas. La historia se ambienta en un futuro distópico donde el mundo está dividido en cuatro ciudades que luchan por el control del fuego, el único recurso capaz de generar energía. La protagonista es una joven rebelde que se une a un grupo de resistencia para derrocar al tirano que gobierna su ciudad.

Joana Marcús es una autora que se caracteriza por su creatividad, su pasión y su cercanía con sus lectores. A pesar de su juventud y su éxito internacional, no ha abandonado la plataforma que la vio nacer como escritora y sigue publicando sus historias en Wattpad bajo el nombre de JoanaMarcus. Además, ha viajado por diversos países y ciudades para promocionar sus libros y conocer a sus fans. Su sueño es seguir escribiendo historias que hagan soñar a sus lectores y que les transmitan valores positivos como el amor, la amistad y la libertad.