El placer de quemar

Resumen del libro: "El placer de quemar" de

«El placer de quemar» de Ray Bradbury es una fascinante recopilación de relatos que sumerge a los lectores en la evolución de las imágenes, ideas y preocupaciones sociales que culminaron en su obra maestra, Fahrenheit 451. Esta antología no solo esclarece, sino que también deleita, ofreciendo una experiencia reveladora y tremendamente entretenida. Tanto estudiosos como aficionados encontrarán en este volumen una joya literaria destinada a desentrañar los misterios del proceso creativo de Bradbury.

Ray Bradbury, un maestro indiscutible de la ciencia ficción, nos lleva a través de un viaje literario que revela su genio creativo y su aguda percepción de la sociedad. Su capacidad para plasmar las inquietudes contemporáneas de su época se manifiesta en cada relato, sirviendo como un reflejo vívido de la época que le tocó vivir. Bradbury, conocido por su estilo poético y evocador, teje narrativas que no solo entretienen, sino que también provocan la reflexión sobre la condición humana.

La antología no solo se erige como una valiosa adición para los devotos de Fahrenheit 451, sino que también proporciona una visión íntima de los entresijos de la mente creativa de Bradbury. Cada relato es una pieza única que contribuye al rompecabezas de su obra completa, permitiendo a los lectores explorar las capas profundas de su imaginación. Además, «El placer de quemar» arroja luz sobre los elementos biográficos y las experiencias que influyeron en la gestación de sus historias más impactantes.

En resumen, esta antología es una ventana a la mente brillante de Ray Bradbury, ofreciendo una experiencia enriquecedora tanto para aquellos familiarizados con su obra como para los recién llegados. «El placer de quemar» no solo celebra la maestría del autor, sino que también proporciona un viaje revelador a través de la evolución literaria que culminó en la obra cumbre de Bradbury, Fahrenheit 451.

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El reencarnado

Con el tiempo superarás el complejo de inferioridad. Tal vez. No depende de ti. Toma la precaución de salir a la calle cuando ya haya anochecido. Sin duda el calor del sol representa un problema. Y las noches de verano no son el mejor aliado. Por lo tanto, lo más conveniente es esperar a que refresque. Los primeros seis meses son la época perfecta. En el séptimo mes el agua se filtrará y comenzarán a aparecer los gusanos. Al final del octavo mes tu utilidad disminuirá. Cuando llegue el décimo mes yacerás exhausto y afligido y comprenderás que no volverás a moverte nunca más.

Pero antes de que eso ocurra tienes mucho en que meditar, y que terminar. Tienes que renovar muchos pensamientos y revisar muchas de las cosas que te gustan o disgustan antes de que tu cráneo comience a caerse a trozos.

Esto es nuevo para ti. Has vuelto a nacer. Y el útero en el que esperas está forrado de seda y huele a nardos y a ropa limpia, y sólo se oye el latido del corazón de los miles de millones de insectos que pueblan la Tierra. Tu útero es de madera, de metal y de satén, y no ofrece sustento salvo una implacable reserva de aire cerrado, una bolsa dentro de la madre tierra. Y ahora sólo hay una manera de vivir. Para moverte necesitas que una emoción, como si fuera una mano, te dé un empujón. Un deseo, un anhelo, un afecto. Primero te agitas, te levantas y te golpeas la frente contra la madera forrada de seda. Esa emoción recorre tu cuerpo, te llama. Si no es lo suficientemente fuerte te derrumbarás, agotado, y no volverás a despertar. Pero si creces con ella, si utilizas los dedos para trepar y trabajas aplicadamente un tedioso día detrás de otro, encontrarás la manera de abrirte paso por la tierra centímetro a centímetro, y entonces una noche desmenuzas la oscuridad, completas la salida y te retuerces para ver las estrellas.

Ahora estás de pie y dejas que la emoción te guíe como una delgada antena que vibra con las ondas de radio. Pones recta la espalda, das un paso como si fueras un niño pequeño, te tambaleas y buscas cualquier cosa a lo que agarrarte, y encuentras una plancha de mármol contra la que apoyarte. Debajo de tus dedos temblorosos está grabada la breve historia de tu vida contada de manera concisa: Nació… Murió.

Eres como un tronco de leña. No es fácil volver a aprender a relajarse, a caminar de un modo natural, pero no te preocupes. La atracción de esa emoción dentro de ti es demasiado fuerte y avanzas para salir de la tierra de los monumentos hacia las calles crepusculares, a solas en las aceras pálidas, rodeado de muros de ladrillo y por caminos pedregosos.

Tienes la sensación de que hay algo pendiente: una flor todavía no vista en algún lugar que te apetece visitar, un estanque que espera a que te zambullas en él, un pez aún no pescado, unos labios no besados, una estrella todavía por descubrir. Vas a volver para terminar lo que has dejado a medias.

Todas las calles te parecen extrañas. Caminas por una ciudad que no has visto nunca, una especie de ciudad soñada a orillas de un lago. Ahora te mueves con más seguridad y tus pasos son rápidos. Recuperas la memoria.

Conoces hasta el último adoquín de esta calle, en qué puntos el asfalto salía borboteando de bocas de cemento en el aire abrasador del verano. Sabes que ataban los caballos sudorosos a estos postes de hierro en la verdeante primavera, pero hace tanto tiempo de eso que te parece un gusano pequeñísimo dentro de tu cerebro. Conoces este cruce de calles, donde una luz cuelga en lo alto como si fuera una radiante araña que teje una tela luminosa que cubre este lugar solitario. Pronto escapas de esa telaraña y buscas la sombra de los sicomoros. Bajo los dedos tanteantes sientes la danza de una cerca de madera; cuando eras niño pasabas por allí corriendo con un palo en la mano y reías mientras reproducías el ruido de una metralleta.

Estas casas, con la gente dentro, y los recuerdos de la gente. El olor a limón de la vieja señora Hanlon, que vivía allí, ¿lo recuerdas? Una mujer arrugada, con las manos arrugadas y las encías también arrugadas cuando su dentadura reluciente reposaba en el estante del armario, sonriendo a las figuritas de porcelana. Todos los días te reprendía por atajar a través de sus petunias. Ahora está completamente arrugada, como una hoja de papel quemada. ¿Recuerdas cómo es un libro mientras está quemándose? Así está ella ahora en su tumba, descompuesta en capas arrugadas, retorcida en su agonía negra, putrefacta y muda.

Sólo los pasos de un hombre quiebran el silencio de la calle. El hombre gira en una esquina y chocáis inesperadamente.

Los dos dais un paso atrás y os miráis un momento. Ambos desentrañáis algo del otro.

Los ojos del desconocido parecen dos hogueras en unos profundos recipientes desgastados. Es un hombre alto y delgado vestido con un impoluto traje oscuro; es rubio y la tez en sus pómulos prominentes es de una blancura cegadora. Al cabo de un momento hace una leve reverencia y sonríe.

—Usted es nuevo —dice—. Nunca le había visto.

Y entonces comprendes qué es ese hombre. También él está muerto. Y también camina. Es «diferente», como tú. Percibes su diferencia.

—¿A dónde va con tanta prisa? —⁠pregunta cortésmente.

—No tengo tiempo para hablar —⁠respondes. Tienes la garganta seca y encogida⁠—. Voy a un sitio, es todo lo que puedo decir. Por favor, apártese.

Pero él te agarra el codo con firmeza.

—¿Sabe qué soy? —Se inclina hacia ti⁠—. ¿No se da cuenta de que pertenecemos a la misma legión? La de los muertos que caminan. Somos como hermanos.

Te revuelves con impaciencia.

—No… no tengo tiempo.

—Tampoco yo —dice el otro—. No podemos perder el tiempo.

Pasas ante él e intentas dejarlo atrás, pero camina contigo.

—Sé a dónde va.

—¿De verdad?

—Sí —dice casi con indiferencia⁠—. A un sitio de su infancia. A un río, o a una casa, o algún otro lugar de sus recuerdos. Tal vez en busca de una mujer. La casa de un viejo amigo. Créame, lo sé todo sobre nuestra especie. Lo sé. —⁠Asiente con la cabeza mientras avanzan por la alternancia de claridad y sombras.

—Así que usted lo sabe.

—He comprendido por qué los muertos caminan. Resulta extraño si se piensa en todos los libros que se escribieron sobre muertos, vampiros, cadáveres reanimados y cosas así. Ni uno sólo de los autores de las obras más destacadas dieron con el verdadero secreto que explique por qué los muertos caminan. El motivo siempre es el mismo: un recuerdo, un amigo, una mujer, un río, un trozo de pastel, una casa, una copa de vino, cualquier cosa relacionada con la vida y con los… ¡VIVOS! —⁠Apresó con la mano las palabras⁠—. ¡Los vivos! ¡La vida REAL!

Aprietas el paso sin decir nada, pero te sigue su voz susurrante:

—Esta noche tiene que venir conmigo, amigo. Nos encontraremos con los demás, esta noche, y mañana por la noche, y todas las noches hasta que consigamos la victoria.

—¿Quiénes son los demás? —te apresuras a preguntar.

—Los otros muertos —responde con seriedad⁠—. Estamos uniéndonos para combatir la intolerancia.

—¿La intolerancia?

—Somos minoría. Somos muertos recientes, nos embalsamaron y enterraron hace poco. Somos una minoría en el mundo. Y nos persiguen. Hay leyes contra nosotros. ¡No tenemos derechos! —⁠declara arrebatadamente.

Sientes que el hormigón se ralentiza bajo tus talones.

—¿Minoría?

—Sí. —Te agarra el brazo con confianza y te lo aprieta un poco más con cada nueva declaración⁠—. ¿Nos quieren? ¡No! ¿Les gustamos? ¡No! ¡Nos temen! ¡Nos llevan hacia una cantera de mármol como si fuéramos ovejas, nos gritan, nos lapidan y nos persiguen como a los judíos en Alemania! Nos odian porque nos temen. No deberían hacerlo, se lo aseguro. ¡Es injusto! —⁠grazna. Levanta las manos con rabia y golpea el aire. Tú te quedas inmóvil, atenazado por su sufrimiento, que arroja sobre ti físicamente⁠—. ¡Justicia, justicia! ¿Qué es la justicia? No. ¿Es justo, le pregunto, que nosotros, una minoría, nos pudramos en la tumba mientras el resto del continente canta, ríe, baila, juega, da vueltas y se emborracha? ¿Es justo, le pregunto, que ellos amen mientras nuestros labios fríos se marchitan, que se acaricien mientras nuestros dedos sólo pueden tocar piedra, que se hagan cosquillas unos a otros mientras nosotros sólo recibimos la visita de los gusanos?

»¡No! ¡Respondo yo gritando! ¡Es tremendamente injusto! ¡Abajo los vivos, abajo aquellos que torturan a nuestra minoría! ¡Merecemos los mismos derechos! —⁠grita⁠—. ¿Por qué tenemos que ser nosotros los muertos y no ellos?

—Quizá tenga razón.

—Nos tiran al hoyo y echan paladas de tierra sobre nuestra cara blanca, nos colocan una losa con una inscripción encima del pecho para que no nos escapemos y luego, una vez al año, cavan un agujero en el suelo y colocan una lata con flores. ¿Una vez al año? ¡A veces ni eso! ¡Oh, cómo los odio, cómo me devora este odio contra los vivos que crece dentro de mí! ¡Idiotas, malditos idiotas! ¡Se pasan la noche bailando y haciendo el amor mientras nosotros yacemos en la sepultura, impotentes, llenos de pasiones que nos consumen! ¿Acaso no tengo razón?

—Nunca lo había pensado —respondes con aire pensativo.

—Bueno, bueno —dice resoplando—. Pues vamos a arreglarlo.

—¿Cómo?

—Está noche nos reuniremos a millares en el Elysian Park. ¡Yo soy el líder! ¡Vamos a destruir la humanidad! —⁠grita echando los hombros hacia atrás y levantando la cabeza con gesto desafiante⁠—. Llevan mucho tiempo despreciándonos y vamos a matarlos. Es lo justo. ¡Si nosotros no podemos vivir, ellos tampoco tienen derecho a hacerlo! Y usted vendrá, ¿verdad, amigo? —⁠pregunta esperanzado⁠—. He convencido a mucha gente, he hablado con decenas y decenas de personas. Usted vendrá y nos ayudará. Usted también está resentido con este embalsamiento y esta represión, ¿verdad? De lo contrario no habría salido esta noche. Únase a nosotros. ¡Las sepulturas del continente reventarán como manzanas demasiado maduras y los muertos saldrán para invadir los pueblos! ¿Vendrá?

«El placer de quemar» de Ray Bradbury

Ray Bradbury. (1920-2012) Escritor americano, fue conocido por sus obras dedicadas a la ciencia ficción, el terror y la fantasía, siendo considerado uno de los grandes maestros del género fantástico del siglo XX. Bradbury nació en una familia humilde y no cursó estudios universitarios, completando su formación de manera autodidacta a través de bibliotecas públicas. De hecho, su amor por las bibliotecas se tradujo posteriormente en una defensa a ultranza del sistema de bibliotecas americanas.

Se inició joven en la escritura, con especial atención al relato corto, siendo publicado en numerosas revistas literarias. En 1940 publicó su primera antología Dark Carnival, a la que seguirán otras como Crónicas marcianas, obra que se hizo muy popular, sobre todo tras la adaptación que se hizo en los años 80 para la televisión.

Pero fue, sin duda, su obra distópica Farenheit 451 el detonante de su fama y éxito, gracias a la excelente versión de François Truffaut que se convirtió en todo un clásico cinematográfico. Otras obras de Bradbury que fueron adaptadas fueron El hombre ilustrado, El carnaval de las tinieblas o El sonido del trueno.

A lo largo de su carrera, Bradbury recibió premios como el Seiun, el Locus, el World Fantasy Award, el Saturn, el Stoker, el Reino de Redonda o el Retro Hugo a la mejor novela de 1953 por Farenheit 451.