Gallego

Resumen del libro: "Gallego" de

En «Gallego», Miguel Barnet se erige como un maestro de la narrativa que va más allá de las palabras, tejiendo un tapiz de identidades y épocas en el contexto de la Cuba del siglo XX. A través del protagonista, Manuel Ruiz, un inmigrante gallego, Barnet nos conduce por una travesía que trasciende la geografía, resonando con las experiencias de los africanos esclavizados en la diáspora.

La novela se inicia en 1916, pero sus raíces se entrelazan con las décadas finales del siglo XIX y los albores del XX. Manuel Ruiz, al llegar a Cuba, encarna el eco de un pasado doloroso, simbolizando las travesías forzadas que marcaron la historia de la isla. Barnet hábilmente explora las guerras de independencia, su culminación y las repercusiones en la vida de los cubanos.

La visión de Manuel sobre la década de 1920 contrasta con la de la protagonista de la segunda novela de la trilogía. A medida que se despliega la trama, convergen diferentes hilos argumentales, como la visita de Manuel al teatro Alhambra, un evento que se revela crucial en su integración social y en su percepción de Cuba.

Además, Barnet profundiza en la experiencia revolucionaria posterior a 1959, un tema que asoma en sus obras anteriores pero que adquiere mayor prominencia en «Gallego». Esta novela, que completa la trilogía iniciada con «Biografía de un Cimarrón» y «Canción de Rachel», presenta una rica amalgama de momentos históricos y culturales.

Así como sus predecesoras, «Gallego» fue adaptada al cine, subrayando el impacto duradero de la trilogía de Barnet en la narrativa cubana. A través de su narración magistral, Barnet nos invita a reflexionar sobre la complejidad y la riqueza de la identidad cubana, tejida con hilos de historia, cultura y memoria.

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Desde el fondo retador de la Isla

La obra de Miguel Barnet (La Habana, 1940), como la de casi todo gran ideador en el sentido martiano, es la historia de un tema y sus variaciones. Desde la publicación de La piedra fina y el pavorreal, en 1963, hasta los textos más recientes; desde las transfiguraciones del etnólogo, del creador y orientador de políticas culturales, del poeta o del narrador, la praxis intelectual de uno de los autores del canon de la literatura cubana contemporánea exhibe impúdicamente las galas de una extraordinaria coherencia. Unidad feliz de pensamiento y acción que construye el camino propio y acierta en la configuración de una voz personalizada desde sus años iniciáticos en los andares literarios. Pocas veces encontramos una declaración de poética, de principio rector para la conducción intelectual, como en el desnudo poemático con que cierra Barnet sus palabras en el acto de recibimiento del Premio Nacional de Literatura 1994; entonces, volcado todo en el hablante lírico de «El poeta en la Isla», declara: «Ni caimán oscuro, / ni caña vertical, mitológica, / ni Ochún nadando en las aguas doradas del sueño, / ni Santa Bárbara ardiendo en la noche del amor, / en la imborrable noche de los sexos, / ni la Giraldilla inmóvil / hacia el más remoto de los puntos cardinales / ni la Avenida del Puerto / empujando las aguas hacia no se sabe dónde. / Sino el fondo retador, / la cavidad arenosa de la Isla, / preguntando por mí, / buscando una respuesta mía».

Cuba preside las obsesiones temáticas de Barnet en sus interrogaciones sobre la condición y circunstancias de la existencia, sobre las causas y razones que modelan costumbres y tradiciones en nuestra cultura, sobre el continuum histórico que nos singulariza dentro del concierto caribeño y latinoamericano. Pero como en el poema, esas inquietudes resultan de la asimilación de preguntas esenciales de la Isla, y solo a él quedan las respuestas que debe buscar en «el fondo retador» de ella misma. La ruta elegida destierra, por tanto, la estela trillada de las folclorizaciones y visiones estereotipadas que han proyectado una imagen deformada de los perfiles y substancias del ser cubano y conforman un semblante complaciente para con las exigencias de los discursos exotistas y colonialistas de la cultura legitimadora a nivel internacional. Barnet se inserta legítimamente dentro de la intelectualidad cubana que ha hecho resaltar la necesidad de un permanente trabajo por la descolonización de la conciencia insular y ha entregado sus energías a ello (Martí, Ortiz, Carpentier, Lezama, serían nombres imprescindibles en esta nómina; declarados por Barnet, además, como sus mentores).

No son los gigantes nombres de la Historia los que ocupan la atención central de la ficción de Barnet. La efectividad de su tarea en la puesta en crisis, complementación y reescritura de nociones imperantes sobre el decursar de la nación y su cultura, está asentada en la estratégica focalización del rostro anónimo, del personaje popular, marginal aparentemente en el entramado de los metarrelatos históricos, pero actor y testigo de los movimientos sociales. Le interesa el héroe de la cotidianidad del país, en tanto este es el hacedor real de los cimientos de la cultura cubana, el constructor y multiplicador del pensamiento del pueblo sobre sí y su circunstancia. La intrahistoria, la «historia de la gente sin historia», los intersticios culturales del país centralizan su quehacer en las letras.

Quizás la identificación de esta zona de problemas a atender es la que conduce a Barnet a la novela testimonio con su conjunción de investigación y ficción. La efectividad de su ejecutoria radica en que para ello elige a una figura popular que encarna, en balance adecuado, la carga de individualidad y colectividad que le posibilita al autor el trasvase de la misma a la construcción ficcional de un personaje con valor de fuerte individualidad y de representación social al mismo tiempo. Este cuenta en primera persona su experiencia —eje central del argumento—, sin renunciar el autor a la explicitación del fondo investigativo, documental que articula el texto (marcada por una voz otra, solapada muchas veces, menos comprometida afectivamente en el relato, que entra en vecindad con la protagónica). Esta conjunción de lo ficcional con el ensayo ­histórico le otorga mayor veracidad y carga probatoria a la propuesta final renovadora del discurso histórico-cultural.

Cuando Miguel Barnet publica su Biografía de un cimarrón en 1966, su andamiaje narrativo ya cuenta con bases sólidas que le permiten legar un texto de referencia ineludible en el mapa de la importante década del sesenta para la literatura de la región. Entonces, Barnet cuenta con 26 años y ya se le abren las puertas anchas del parnaso cubano. La novela, que da expresión cabal de una franja notable y capital para la conformación moderna de la nación (la esclavitud en el siglo xix, las guerras de independencia, la frustración libertaria y los comienzos de la era republicana) a través de la memoria que construye el personaje Esteban Montejo (esclavo, cimarrón, mambí), funda una manera eficaz de hacer emerger el semblante legítimo de nuestros pueblos desde la inteligente utilización del testimonio real de un hombre común.

Si Biografía de un cimarrón constituye un hito indiscutible en la historia de las literaturas cubana, caribeña y latinoamericana, no puede enceguecer la continuación del empeño narrativo de Barnet que tiene próxima concreción en su Canción de Rachel (1969). Esta última, seguidora de los procedimientos ensayados por el escritor en 1966, ofrece un panorama de la realidad cubana inmediatamente posterior al abarcado por Esteban Montejo. La enunciación desde la condición de negro y esclavo es sustituida por otra no menos marginal: mujer y corista de ­teatro durante lo que el propio Barnet define como belle époque cubana, primeras décadas de un siglo que espetan la frustración republicana.

La siguiente parada narrativa con Gallego (1983) es contentiva de transformaciones significativas en la manera de Barnet de pergeñar su ficción-testimonio. Ello, sin embargo, no afecta la unidad que conforma esta trilogía. Gallego complementa el gran mural histórico diseñado por las dos obras anteriores en muchos sentidos. Temporalmente se establecen coincidencias: aunque la fecha de 1916 parece situar el comienzo de la historia referida, hay remisiones importantes, declaradas o ­soterradas, a las últimas décadas del siglo xix y a los principios del xx. Manuel Ruiz, el protagonista, llega a Cuba en un barco cuya travesía transoceánica constantemente sugiere enlaces con la forma en que eran transportados de sus tierras a las nuestras los africanos como esclavos. Se hará hincapié en evaluaciones diversas sobre las guerras de independencia, su culminación y consecuencias. La visión del gallego sobre los años veinte, por otra parte, contrasta con la de la vedette de la segunda novela. Se producen cruces argumentales, como cuando Manuel Ruiz visita el teatro Alhambra (suceso capital en su inserción social y en su visión de Cuba). Pero, además, la presencia de la experiencia revolucionaria posterior a 1959, que en Biografía… y en Canción de Rachel se atisba desde el enclave de enunciación, de construcción de la memoria (Esteban Montejo y Rachel cuentan ya viejos, en la Cuba revolucionaria, sus vidas), tiene un mayor desarrollo en Gallego.

Ahora, como marca de cambio en el método utilizado en esta novela está el diseño de un personaje de ficción sin asidero preciso en un ser con existencia concreta verificable, como sucedía con Montejo y con Rachel. El personaje Manuel Ruiz se forma de la unión de fragmentos de vidas entrevistas en trabajo investigativo de campo, en prensa, en documentos de archivos (explicitados en notas al final del texto que hacen más borrosa la frontera entre ficción y ensayo histórico-testimonial). Asimismo, la voz, que también cuenta su historia en primera persona, sigue siendo marginal, pero si en las novelas anteriores importaba la visión de las capas sociales cubanas bajas —una mirada hacia la Isla desde adentro—, la intelección de la realidad insular se realizará aquí por un inmigrante pobre, que aporta una perspectiva de análisis situada desde afuera, aunque progresivamente, dada la integración social que consigue, vaya transformándose en enunciación cubana —símbolo de los procesos transculturadores, del ajiaco que somos.

La intencionalidad implícita en la novela de explorar la irrupción de la corriente migratoria española en «la poscolonia» cubana se alcanza con la presencia de figuras de procedencia diversa, pero en la selección del gallego como personaje que centrará la trama novelesca, se está privilegiando a uno de los sectores más numerosos de la inmigración en Cuba en la franja temporal que corre entre siglos y, por tanto, a su huella en el país. Una rápida ojeada a la compleja historia de los gallegos expresada en la novela, basta para ilustrar la importancia del trabajo realizado por Barnet en momentos en los que aún no resultaba suficientemente sistematizado este proceso en los estudios correspondientes.

Rosalía de Castro, voz femenina gallega, resumió en versos exquisitos la dolorosa situación de su pueblo, arrojado entonces (1880), como en muchos otros momentos de su historia, al camino de la emigración: «Eu vou polo mundo / Pra ver de ganalo. / Galicia está probe, / I á Habana me vou… / ¡Adiós, adiós, prendas / Do meu corazón!»

El centralismo político peninsular que margina a la comunidad gallega, el sistema de minifundios, foros, el estancamiento de la agricultura tradicional, entre otros elementos, causan la oleada emigratoria que caracteriza a Galicia desde el siglo xviii hasta casi el fin de la primera mitad del siglo xx y que la sitúa en el primer lugar de España en cuanto a índices migratorios. Si el destino del gallego que escapa a su penuria durante el siglo xviii son fundamentalmente ciudades de Castilla, Andalucía y Portugal, a partir de la siguiente centuria el centro receptor principal es el área latinoamericana. Cuba, en particular, se convierte en uno de los lugares más afectados al respecto, aunque se localicen grandes inmigraciones gallegas en Argentina, Brasil, Uruguay y Venezuela.

Ante la desesperación de hombres jóvenes —sector, por supuesto, mayoritario en la composición de la emigración—, que para salir de su pobreza retan cualquier esfuerzo, cualquier aventura, aparecen intereses económicos, se despierta el oportunismo financiero. Agentes y contratistas llenaron sus bolsillos con solo incentivar en aquellos la imagen de un Dorado en la otra orilla de lo que ya muy pocos llaman El Charco. Trasladarlos a Cuba o al resto de América se convirtió en un lucrativo negocio: la cantidad de dinero que obtenían en cada viaje no tenía comparación con la mínima invertida. Comenzaba así una especie de «trata oficial de gallegos», con el auspicio del poder político cubano, pues estos peninsulares se pensaron como una fuerza más sustitutiva de la negra esclava (una vez suspendida su gran introducción africana en el país, decretada la abolición de la esclavitud en 1886 y definida la intención de sectores dominantes, apoyados por mandato real, de «blanquear» la sociedad).

Gallego: Miguel Barnet

Miguel Barnet. Escritor y etnólogo cubano, es conocido por su labor como promotor de la cultura y folklore cubanos, además de por su producción literaria, compuesta por novelas, ensayos y poesía.

A lo largo de su carrera, Barnet ha recibido ayudas como la Beca Guggenheim y premios como el Juan Rulfo o el Nacional de Literatura Cubano. En la actualidad preside la Fundación Fernando Ortiz y la UNEAC.