La maldición de Kylemore

Resumen del libro: "La maldición de Kylemore" de

«La Maldición de Kylemore» de Jacinta Cremades es un cautivador viaje a través de secretos enterrados, promesas quebrantadas y un misterioso pasado que sigue acechando. Ambientada en París en 2006, la historia sigue a Adriana, una aspirante a escritora, que recibe una invitación inesperada para el matrimonio de su amiga Gela, que se llevará a cabo en la enigmática abadía de Kylemore, en Irlanda. Este lugar no ha sido seleccionado al azar, ya que las tres amigas, incluyendo a Ida, compartieron en este internado una estancia escolar marcada por eventos misteriosos.

La trama se desenvuelve con maestría, ya que el atrevimiento de Gela despierta el interés y la intriga de las protagonistas. La narrativa se teje entre el presente y el verano de 1994, cuando las tres amigas descubrieron la trágica historia de los Henry, la familia que habitaba la abadía en ese entonces. La premisa es sutilmente enriquecida por la promesa que las amigas se hicieron durante su estancia escolar: renunciar al matrimonio para preservar sus vidas.

Cremades despliega su destreza literaria al crear una atmósfera de suspenso y misterio que envuelve al lector desde las primeras páginas. La trama se desarrolla con agilidad, revelando capas de intriga a medida que las protagonistas regresan a Connemara decididas a desentrañar los secretos que han permanecido sepultados durante años. La conexión entre la historia actual y los sucesos del pasado se desarrolla con maestría, manteniendo la atención del lector en vilo.

La novela, enmarcada en el género del Realismo Mágico, destaca por la habilidad de Cremades para fusionar elementos cotidianos con lo sobrenatural de manera fluida. La exploración de la trágica historia de los Henry añade un toque melancólico que profundiza la trama, creando una narrativa rica en emociones y revelaciones.

En conclusión, «La Maldición de Kylemore» no solo cumple con las expectativas generadas por el éxito de la primera novela de Cremades, sino que las supera. Con personajes cautivadores, una trama envolvente y una prosa exquisita, la autora consolida su posición como una maestra del Realismo Mágico contemporáneo. Los lectores se verán inmersos en un mundo donde el pasado y el presente se entrelazan, desenterrando secretos que despiertan la imaginación y mantienen el suspense hasta la última página.

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Prólogo

Hay lugares que marcan, que hacen crecer, que cambian. Hay lugares que tienen su propia energía, su propia historia e invaden al visitante como si ya hubiese estado ahí antes. Antes, pero ¿cuándo?

Hay lugares que recuerdan un tiempo que nunca has vivido.

Para mí, la abadía de Kylemore, en Irlanda, fue uno de ellos, y ahora sé que mi estancia en ese colegio marcó mi forma de ser para el resto de mi vida. Quizá fuera allí donde me convertí en un ser introspectivo, observador, amante de la soledad, sensible a los ruidos de la naturaleza. En pocas palabras, me convertí en escritora.

La vida dio muchas vueltas después, me llevó a vivir en lugares remotos que olvidaría, con gente que luego nunca más vería, pero Kylemore permaneció en mi memoria grabado para siempre. Ese extraño lugar tan alejado de mi existencia hizo de mí lo que soy hoy en día.

Desde entonces, he vuelto a Connemara. Siempre buscando algo. Viví unos años en Irlanda. País atemporal, rodeado de mar, la isla cubre otras dimensiones, verticales, que la ponen en contacto con esferas, mundos y momentos distintos.

En Irlanda, cerca del calor de una lumbre, donde los años no tienen la menor importancia porque siempre todo sigue igual, entre paredes de barro pintadas de blanco, con música celta y voces en gaélico, allí yo misma me elevo a otra dimensión.

Luego, años más tarde de mi estancia escolar, averigüé que Kylemore era una región por cuyas ondeantes colinas y verdes praderas circulaba, además de su energía particular, una serie de mitos y leyendas sobre gigantes peleones e historias de amor irresueltas.

1

Como un golpe en la cabeza. El sonido del móvil despertó a Adriana tras una noche en duermevela. Había bebido más de la cuenta, tratando de olvidar que, durante la cena, Denis había cortado con ella, siempre por la misma razón que sus anteriores conquistas. «¡Me traes mala suerte! —le había soltado—. Desde que estamos juntos, me ocurren desgracias, una tras otra. Hasta tengo la impresión de que mi vida corre peligro a tu lado». Durante la cena Adriana le había contestado todo tipo de barbaridades: «Estás más loco de lo que pensaba», «cómo te atreves a decir eso», «qué fácil es echar la culpa a los demás»… Pero sabía que, en realidad, había algo de verdad en lo que decía Denis. Ella traía mala suerte… También Gela e Ida, por supuesto.

Luego, al acostarse sola en la cama, un sentimiento de frustración se le clavó en el estómago y le arrancó un llanto ahogado de tristeza. No por Denis en particular. Sino por ella. Pronto cumpliría cuarenta años y seguía igual. Sola y en casa de su padre. Se dio la vuelta en la cama para alcanzar el móvil quizá con un ápice de esperanza de que el mensaje que acababa de entrarle fuera de un Denis arrepentido. Pero no fue así. El mensaje decía: «¡¡¡Me caso, Adri!!! Te espero en Kylemore Abbey School el 13 de diciembre».

¿Gela se casaba? Gela, que había sido la más creyente, la más obediente a los mandatos de aquella noche en la iglesia del colegio y, por ende, la más complaciente con el mundo oculto, ¿se casaba? ¡Imposible! La idea le pareció tan absurda como irreal. No cometería una locura semejante. Y menos en la abadía de Kylemore, donde habían ocurrido esos hechos que atraían la mala suerte, por no decir cosas peores, aquellos hechos que llevaban sufriendo desde entonces. Por un segundo, Adriana se olvidó de Denis. Jamás ninguna de las tres, y menos ella, debían incumplir el mandato. El riesgo era demasiado grande. Tanto Gela como Ida lo sabían de sobra.

«¡Otra que se ha vuelto loca!», pensó Adriana mientras alcanzaba el vaso de agua sobre la mesa y se lo vertía en la cara al tratar de beber. Aunque mojó toda la cama, el agua fría le vino bien. Consiguió despejarse un poco tras esos pensamientos que se agolpaban en su mente. Miró a su alrededor tratando de respirar con calma y, más que nunca, se le hizo patente la soledad de su vida. Primero Denis y ahora Gela. El mundo había perdido definitivamente la cordura…

Volvió a meterse en la cama e intentó dormirse de nuevo. Pero no podía… Una ruedecilla se había puesto en marcha. Como las manecillas de un reloj, su cabeza empezó a recordar a Gela e Ida cuando se conocieron, aquel agosto de 1994, en ese internado de niñas, la Kylemore Abbey School. ¿Cuántos años llevaba sin pronunciar ese nombre?

Tumbada en la cama, las imágenes de Kylemore volvían a su mente. La bruma. El frío. La escarcha matutina. El sonido de los pájaros y el raspeo de los ratones en los cajones comiéndose la ropa de las internas. El lago, un espejo en ese paisaje fuera del tiempo que no solo reflejaba el colegio de piedra blanca y grandes ventanales, sino que, se decía, era capaz de reflejar los pensamientos… Adriana sintió un escalofrío. ¡Menuda idea la de esos padres de los noventa! «Menos mal que no he tenido hijos», pensó Adriana por un instante. Aunque la idea le volvió a helar el corazón. Pensó en Denis y en cómo su vida amorosa volvía a situarse en el punto de no retorno que le pronosticaron veinte años atrás en ese mismo colegio. Y pensó que Ida sí que había tenido a Ruth, la extraña Ruth. Aunque su amiga había asumido las consecuencias. Pero ¿Gela? También ella tuvo sus desgracias… «No se puede desafiar el mundo de lo inmutable», le dijo su amiga un día, intentando deshacer aquel mandato.

Irlanda había permanecido en sus entrañas, a pesar de no haber vuelto desde su estancia escolar. ¿Acaso era el miedo de revolver las aguas del pasado? Y volvió a visualizar el lago y sus reflejos cristalinos. ¿Qué había pasado? Apenas lo recordaba y, sin embargo, el malestar, el miedo y la «mala suerte» que le había soltado Denis perduraban. Ella sabía que no era solo lo ocurrido aquella noche. Había más, desde un principio. De repente, sintió náuseas. Se levantó de la cama corriendo, fue al baño y vomitó. Alguna vez, la imagen de un bosque de noche y ramas en la oscuridad acudía a su mente de forma inesperada. Sentía pinchazos en los pies, en las piernas, como si le picaran insectos, una sensación que procuraba apartar al instante. Sin querer recordar, algo no resuelto se le clavaba en su interior y, a veces, le costaba respirar. En el baño, Adriana tuvo que sentarse en el suelo. Ese psicólogo que vio una temporada le había dicho cómo calmar la ansiedad. Respira. Respira. Respira. Tres veces. Aparta esa imagen de la cabeza.

«Va siendo hora de que resolvamos el misterio». Un nuevo mensaje de Gela la sacó de sus pensamientos. ¿Misterio? Adriana no quiso contestar. Volvió a sonar el teléfono. Esta vez era Ida la que llamaba:

—¿Te has enterado?

—Hola, Ida. Despacio, que me acabo de despertar.

—¿Estás en el baño?

—Sí —contestó Adriana, que acababa de tirar de la cadena.

—¿Crees que va en serio?

—Tú también te casaste —le contestó Adriana con voz ronca.

—Yo no me casé. Dimos una fiesta. Pero no me casé.

—Lo sé. Pero Dani murió ahogado y Ruth nació…

Por su silencio repentino, a Ida no le debió de gustar el comentario de Adriana. En todas las familias siempre había alguien más responsable que los demás, alguien que, con sus palabras, era capaz de sacar de quicio e imponer el dichoso sentido común al resto de las personas. Ida desempeñaba esa función a las mil maravillas y Adriana la necesitaba tanto como las locuras místicas de Gela.

—Paralítica —contestó Ida al cabo de unos segundos—. ¿Estás con alguien?

—¿Por qué dices eso?

—Te noto rara.

—Estoy bien. Un poco mareada.

—No te olvides de nuestro lema: «Mejor sola que con la maldad acompañada».

Esa frase la había dicho Gela hacía tiempo.

Tras aquella llamada, Adriana volvió a la cama para seguir descansando un poco más, pero su cabeza repetía la frase de Ida como un mantra. ¿Realmente Ida estaba mejor que ella? Visualizó a su amiga en un piso con muebles prefabricados de madera, educando a una hija enferma. No le conocía ningún amor desde que había fallecido Dani. Contrariamente a ella, que había acumulado relación tras relación sin llegar a nada. ¿No estaban las dos en el mismo lugar? También se preguntaba si, en vez de creer en ese disparate de maldición amorosa, el verdadero problema no radicaría en sus propias elecciones.

Adriana se vio de niña, haciendo y deshaciendo su maletita roja de estrellitas blancas, de casa en casa, de estudio en estudio, ante el desfile de las amantes de su padre. Hasta que apareció Patricia, la única que estuvo unos años viviendo con ellos. De hecho, cuando pensaba en su madre, su madre de verdad, le venía a la mente Patricia. Se sentía culpable por ello. Aunque al final las dos habían terminado por abandonarla.

A su vuelta de Irlanda, Patricia ya no estaba.

Mientras entraban los primeros rayos de sol a través de las cortinas de lino blanco de su cuarto, Adriana se dio media vuelta en la cama pensando en Gela. Su otra amiga no era de las que creían en las casualidades, sino en el destino. Para ella, todo, absolutamente todo, cada encuentro, cada elección, cada paso que uno daba en la vida estaba programado. Tres españolas que se conocieron en un colegio en Irlanda estaban predestinadas. «Somos más que hermanas de sangre». Esa frase, pronunciada por Gela al poco de llegar a Kylemore, las acompañó también el resto de sus vidas. Quizá las grandes amigas son eso, un cúmulo de frases que las unen. «Algún día sabremos por qué tuvimos que conocernos en Irlanda». Un hilo invisible desde mucho tiempo atrás, las atraía hacía Kylemore.

«¡Qué extraño es recordar cuando se piensa que todo está olvidado! En realidad, enterramos el pasado dentro de nosotros mismos —reflexionó— y basta una llave que aparece cuando menos te lo esperas para abrir los recuerdos». Los primeros días en Kylemore acudieron a su memoria como si los hubiera vivido ayer.

Llegó al internado, ese 1994, en el Jaguar setentero de Oliver en el que iban a dos por hora por unas carreteras mal asfaltadas. El trayecto de Dublín a la región de Connemara se le hizo eterno. Suspiraba por no llorar mientras observaba un paisaje que le parecía de otra época. Adriana se resbalaba en los asientos de cuero negro que su dueño debía de haber pulido con un aceite especial de tapicerías esa misma mañana. Se achicaba en el asiento con la esperanza de desaparecer y de que lo que le estaba pasando fuera tan solo una pesadilla. Su mirada repasaba el interior del coche mientras Oliver le soltaba una perorata que ni siquiera escuchaba. Las puertas estaban forradas de una madera granate agradable. Los asientos de cuero negro ahuecados y llenos de diminutas grietas acusaban una larga historia. Aquellos pliegues imperceptibles por los que metía sus uñas pertenecían a otras generaciones anteriores a Oliver. Todo en él era del siglo pasado. Adriana no dejaba de suspirar. Ese hombre conducía lentísimo, con la ventanilla medio abierta y sin parar de hablar.

Adriana recordó que tan solo hicieron una parada para tomar algo en un pub siniestro y luego siguieron trayecto. Se perdieron varias veces, cogieron carreteras secundarias, varias ocasiones vías sin salida, y tuvieron que dar la vuelta. Al final de la tarde y tras horas de conducción, llegaron al colegio. Era uno de los últimos días de agosto, cuando en Irlanda aún no hace ni frío ni calor, pero se empezaban a sentir los primeros aires de otoño. Al abrir la puerta del Jaguar se quedaron boquiabiertos. ¡Qué lugar! Adriana no sabía si su primer aliento fue de belleza o desolación. En ese preciso momento el viento los abrazó y Oliver dejó de hablar. El ruido de la puerta del coche golpeó la extraña quietud del lago. «Venga, al cole», le soltó, pues de repente tenía prisa por marcharse a Clifden, donde le esperaban unos amigos. Adriana se quedó sola ante la escalinata que daba acceso al patio del colegio y Oliver arrancó.

Un silencio absoluto fue lo único que escuchó. Ante la llegada de la oscuridad, tragó saliva y se dio la vuelta hacia un imponente castillo blanco.

«La maldición de Kylemore» de Jacinta Cremades

Jacinta Cremades. Nacida en Barcelona en 1974, es una escritora española que ha tejido su narrativa entre los hilos de la literatura y la multiculturalidad. A los 8 años, emprendió un viaje vital que la llevó a las calles de París, donde germinó su pasión por los libros. Su formación en Letras en la prestigiosa Universidad de la Sorbonne y su doctorado en Literatura Comparada son los cimientos académicos que sustentan su pluma.

Además de sumergirse en las páginas de los libros, Cremades ha impartido clases de literatura en diversas instituciones educativas tanto en Francia como en España. Su pluma se ha convertido en una brújula que guía a sus estudiantes a través de los intrincados senderos de la literatura. Colaboradora habitual de Elcultural.es desde el año 2000, ha plasmado su visión crítica y entrevistas con autores franceses, consolidándose como una voz respetada en el panorama literario.

Su incursión en el mundo de la escritura no se limitó a la crítica y la docencia. En 2002, publicó un ensayo derivado de su tesis doctoral, titulado "Jean Cassou y Jorge Guillen," una obra que revela su profundo compromiso con la exploración y comprensión de las raíces literarias.

El debut literario de Cremades llegó con "Regreso a París" (Duomo ediciones, 2021), una novela que exploró las intrincadas conexiones de una saga familiar española en tierras francesas. Desde su lanzamiento, la novela ha conquistado el corazón de los lectores, consolidando a Jacinta Cremades como una autora de renombre.

Su segunda obra, "La Maldición de Kylemore" (Duomo ediciones, 2023), ha surgido como una continuación natural de su éxito inicial. Ambas novelas se sumergen en el género del Realismo Mágico, fusionando recuerdos familiares e impresiones de la infancia en narrativas cautivadoras. Sin embargo, lo que distingue las obras de Cremades es su habilidad para mezclar géneros en una danza literaria única, donde lo real y lo mágico coexisten en una armonía fascinante.

Jacinta Cremades, actualmente profesora de francés en la Universidad Pontificia de Comillas en Madrid, se erige como una figura literaria que no solo teje historias, sino que también desentraña los misterios del alma humana a través de la tinta y el papel. Su pluma, imbuida de conocimiento académico y pasión por la literatura, promete seguir sorprendiendo a los lectores con su habilidad para conjugar lo mágico y lo real en un universo literario único.