La tumba de las luciérnagas – Las algas americanas

Resumen del libro: "La tumba de las luciérnagas – Las algas americanas" de

Akiyuki Nosaka, autor de «La tumba de las luciérnagas – Las algas americanas», nació en Japón en 1930 y falleció en 2015. Este libro, publicado en octubre de 1967, generó una gran expectación al momento de su lanzamiento y fue galardonado con el premio Naoki en 1968. Nosaka es reconocido por su talento excepcional, plasmado en un estilo literario complejo y desasosegado. Su obra no teme explorar los aspectos más sórdidos y crudos de la existencia, lo que lo ha convertido en una figura destacada en la literatura japonesa del siglo XX.

«La tumba de las luciérnagas – Las algas americanas» es una obra que entrelaza dos relatos conmovedores y devastadores. La primera parte narra la historia de un joven llamado Seita y su hermana pequeña, Setsuko, durante los últimos meses de la Segunda Guerra Mundial en Japón. Abandonados por su madre y sin un lugar a donde ir, los hermanos luchan por sobrevivir en un país devastado por los bombardeos y la escasez de alimentos.

La segunda parte de la novela, «Las algas americanas», presenta un relato igualmente conmovedor sobre un grupo de niños huérfanos en un Japón posguerra. Estos niños, desplazados y desamparados, intentan encontrar un sentido de pertenencia y esperanza en un mundo que les ha arrebatado todo. Nosaka utiliza estas historias para explorar temas universales como el amor, la pérdida, la guerra y la resiliencia humana.

La prosa de Nosaka es tanto poética como cruda, evocando imágenes vívidas que capturan la angustia y la desesperación de sus personajes. Su narrativa desgarradora y sincera invita al lector a reflexionar sobre la naturaleza del sufrimiento humano y la capacidad de resistencia en tiempos de adversidad.

«La tumba de las luciérnagas – Las algas americanas» es una obra maestra de la literatura japonesa contemporánea que deja una impresión duradera en aquellos que se aventuran en su lectura. Nosaka logra crear un relato profundamente conmovedor que trasciende las barreras culturales y lingüísticas, ofreciendo una poderosa meditación sobre la fragilidad de la vida y la fuerza del espíritu humano.

Libro Impreso

La tumba de las luciérnagas

Estaba en la estación Sannomiya, lado playa, de los ferrocarriles nacionales, el cuerpo hecho un ovillo, recostado en una columna de hormigón desnuda, desprovista de azulejos, sentado en el suelo, las piernas extendidas; aunque el sol le había requemado la piel, aunque no se había lavado en un mes, las mejillas demacradas de Seita se hundían en la palidez; al caer la noche contemplaba las siluetas de unos hombres que maldecían a voz en grito —¿imprecaciones de almas embrutecidas?— mientras atizaban el fuego de las hogueras como bandoleros; por la mañana distinguía, entre los niños que se dirigían a la escuela como si nada hubiera sucedido, los furoshiki de color blanco y caqui del Instituto Primero de Kobe, las carteras colgadas a la espalda del Instituto Municipal, los cuellos de las chaquetas marineras sobre pantalones bombachos de la Primera Escuela Provincial de Shōin, situada en la parte alta de la ciudad; entre la multitud de piernas que pasaban incesantemente junto a él, algunos, al percibir un hedor extraño —¡mejor si no se hubieran dado cuenta!—, bajaban la mirada y esquivaban de un salto, atolondrados, a Seita, que ya ni siquiera se sentía con fuerzas para arrastrarse hasta las letrinas que estaban frente a él.

Los niños vagabundos se arracimaban junto a las gruesas columnas de tres shaku de ancho, sentados uno bajo cada una de ellas como si buscaran la protección de una madre; que se hubieran apiñado en la estación, ¿se debía, quizá, a que no tenían acceso a ningún otro lugar?, ¿a que añoraban el gentío que la abarrotaba siempre?, ¿a que allí podían beber agua?, ¿o, quizá, a la esperanza de una limosna caprichosa?; el mercado negro, bajo el puente del ferrocarril de Sannomiya, empezó justo entrar septiembre con bidones de agua, a cincuenta sen el vaso, en los que habían diluido azúcar quemado, e inmediatamente pasó a ofrecer batatas cocidas al vapor, bolas de harina de batata hervida, pastas, bolas de arroz, arroz frito, sopa de judías rojas, bollos rellenos de pasta de judía roja endulzada, fideos, arroz hervido con fritura y arroz con curry, y también pasteles, arroz, trigo, azúcar, frituras, latas de carne de ternera, latas de leche y de pescado, aguardiente, whisky, peras, pomelos, botas de goma, cámaras de aire para bicicletas, cerillas, tabaco, calcetines, mantas del ejército, uniformes y botas militares, botas de cuero… «¡Por diez yenes! ¡Por diez yenes!»: alguien ofrecía una fiambrera de aluminio llena de trigo hervido que había hecho preparar aquella misma mañana a su mujer; otro iba diciendo: «¡Por veinte yenes!, ¿qué tal? ¡Por veinte yenes!», mientras sostenía entre los dedos de una mano unos zapatos destrozados que había llevado puestos hasta unos minutos antes; Seita, que había entrado perdido, sin rumbo, atraído simplemente por el olor a comida, vendió algunas prendas de su madre muerta a un vendedor de ropa usada que comerciaba sentado sobre una estera de paja: un nagajuban, un obi, un han’eri y un koshihimo, descoloridos tras haberse empapado de agua en el fondo de una trinchera; así, Seita pudo subsistir, mal que bien, quince días más; a continuación se desprendió del uniforme de rayón del instituto, de las polainas y de unos zapatos y, mientras dudaba sobre si acabar vendiendo incluso los pantalones, adquirió la costumbre de pasar la noche en la estación; y después: un niño, acompañado de su familia, que debía volver del lugar donde se había refugiado —llevaba la capucha de protección antiaérea cuidadosamente doblada sobre una bolsa de lona y acarreaba sobre sus espaldas, colgados de la mochila, una olla, una tetera y un casco—, le dio, como quien se deshace de un engorro, unas bolas de salvado de arroz medio podridas que debían haber preparado para comer en el tren; o bien, la compasión de unos soldados desmovilizados, o la piedad de alguna anciana que debía tener nietos de la edad de Seita, quienes, en ambos casos, depositaban en el suelo con reverencia, a cierta distancia, como si hicieran una ofrenda ante la imagen de Buda, mendrugos de pan o paquetitos cuidadosamente envueltos de granos de soja tostada que Seita recogía agradecido; los empleados de la estación habían intentado echarlo alguna que otra vez, pero los policías militares que hacían guardia a la entrada de los andenes lo defendían a bofetadas; ya que en la estación, al menos, había agua en abundancia, decidió echar raíces en ella y, dos semanas después, ya no podía levantarse.

«La tumba de las luciérnagas – Las algas americanas» de Akiyuki Nosaka

Akiyuki Nosaka. Un prolífico novelista y cantante japonés, dejó una huella indeleble en la literatura y la cultura de su país. Nacido el 10 de octubre de 1930 en Kamakura, Japón, Nosaka experimentó una infancia marcada por la Segunda Guerra Mundial, la pérdida de su familia adoptiva y la devastación de su ciudad natal, Kobe, durante los bombardeos. Esta experiencia profundamente conmovedora y desgarradora se convirtió en el alma de su obra, especialmente evidente en su obra maestra, "La tumba de las luciérnagas".

La Segunda Guerra Mundial y sus secuelas dejaron una profunda impresión en Nosaka, quien, a través de su escritura, exploró la desorientación y la pérdida que experimentaron los japoneses ante la destrucción de su mundo cultural y social. Su primera novela, "Los pornógrafos", publicada en 1963, lo catapultó a la fama en su tierra natal. Sin embargo, fue con las obras semi-autobiográficas "La tumba de las luciérnagas" y "Las algas americanas" que ganó renombre internacional y se hizo merecedor del prestigioso premio Naoki en 1968.

Además de su carrera literaria, Nosaka también incursionó en la política, siendo elegido para la Cámara de Consejeros de Japón en 1983. Su vida estuvo marcada por un accidente cerebrovascular en 2003, que afectó su salud hasta su fallecimiento en 2015.

La obra de Akiyuki Nosaka se destaca por su conmovedora capacidad para narrar la compleja experiencia humana en tiempos de guerra y sus secuelas. Su legado perdura a través de sus escritos y películas basadas en su trabajo, y su influencia en la literatura japonesa y global es innegable. Nosaka, a través de su pluma, nos regaló una visión profunda y emotiva de la posguerra en Japón, una contribución invaluable a la literatura universal.