Philip Marlowe

La ventana alta

Resumen del libro: "La ventana alta" de

En La ventana alta (1942), la tercera novela de Raymond Chandler, Marlowe demuestra que no existen los casos sencillos y que detrás de una investigación rutinaria suelen esconderse las pasiones humanas más siniestras.

Elizabeth Bright Murdock, una adinerada y áspera viuda, contrata a Marlowe para que encuentre su doblón Brasher, una moneda rara y muy valiosa que ha sido robada.

Marlowe deberá resolver un rompecabezas cuyas piezas no parecen tener relación, mientras se suceden los asesinatos relacionados con un asesinato que fue silenciado durante muchos años.

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Capítulo 1

La casa estaba en la Dresden Avenue, en la zona de Oak Noll de Pasadena; era grande, sólida, de aspecto frío, con muros de ladrillo color borgoña, tejas de terracota y adornos de piedra blanca. Las ventanas de la parte inferior de la fachada estaban emplomadas. Las de la planta superior eran más bien rústicas y tenían a su alrededor montones de adornos en piedra que le daban un aire rococó.

A partir de la fachada principal y los arbustos en flor que la acompañaban se extendía un cuarto de hectárea de cuidado césped, que llegaba en suave pendiente hasta la calzada, encontrando a su paso un enorme cedro deodar y fluyendo a su alrededor como una fresca marea verde en torno a una roca. La acera y la mediana de la avenida eran muy anchas, y en esta última había tres acacias blancas dignas de admiración. Se respiraba un fuerte aroma a verano aquella mañana, y todo lo que crecía estaba completamente inmóvil en ese aire sofocante que tienen por allí cuando hace lo que llaman un día agradable y fresco.

Lo único que sabía de aquella gente era que se trataba de una tal señora Elizabeth Bright Murdock y familia, y que dicha señora quería contratar a un detective privado bueno y limpio, que no tirara al suelo la ceniza del puro y que nunca llevara más de una pistola. También sabía que era la viuda de un viejo imbécil con patillas llamado Jasper Murdock, que había ganado un montón de dinero en pro de la comunidad y cuya foto salía todos los años en el periódico de Pasadena el día de su aniversario, con las fechas de su nacimiento y su muerte y la leyenda «Una vida al servicio de los ciudadanos».

Dejé mi coche en la calle, caminé sobre unas cuantas docenas de piedras planas incrustadas en el césped y toqué el timbre que había en el pórtico de ladrillo, bajo un tejadillo a dos aguas. Una tapia baja de ladrillo rojo se extendía paralela a la fachada de la casa, cubriendo la corta distancia desde la puerta hasta el borde de la entrada para coches. Al final del sendero, sobre un bloque de hormigón, había un negrito pintado, con pantalones blancos de montar, chaquetilla verde y gorra roja. Empuñaba una fusta, y en el bloque que tenía a sus pies había una argolla de hierro. Parecía un poco triste, como si llevara mucho tiempo esperando allí y empezara a perder las esperanzas. Me acerqué y le di una palmadita en la cabeza mientras aguardaba a que alguien abriera la puerta.

Al cabo de un rato, una mujer madura y avinagrada con uniforme de doncella abrió la puerta principal aproximadamente un palmo y me lanzó una mirada suspicaz con sus ojos pequeños y brillantes.

—Philip Marlowe —dije—. Vengo a ver a la señora Murdock. Tengo cita.

La madura avinagrada hizo rechinar los dientes, cerró los ojos de golpe, los abrió también de golpe y preguntó, con una de esas voces duras y cortantes:

—¿A cuál?

—¿Eh?

—¿Que a qué señora Murdock? —preguntó casi a gritos.

—A la señora Elizabeth Bright Murdock —respondí—. No sabía que hubiera más de una.

—Pues sí —dijo en tono cortante—. ¿Tiene tarjeta?

Seguía con la puerta abierta un palmo escaso. Asomó por la abertura la punta de la nariz y una mano delgada y musculosa. Saqué mi cartera, cogí una de las tarjetas que solo llevan mi nombre y se la puse en la mano. La mano y la nariz volvieron a entrar y la puerta se cerró de golpe en mis narices.

Pensé que tal vez tendría que haber llamado a la puerta de servicio. Volví a acercarme al negrito y le di otra palmadita en la cabeza.

—Hermano —dije—. Ya somos dos.

Pasó el tiempo, bastante tiempo. Me puse un cigarrillo en la boca, pero no lo encendí. Pasó el hombre de los helados en su carrito azul y blanco, haciendo sonar «Turkey in the Straw» en su caja de música. Una enorme mariposa negra y dorada llegó revoloteando y se posó en una hortensia que casi me rozaba el codo. Movió despacio las alas arriba y abajo unas cuantas veces, y después despegó lentamente y se alejó tambaleante a través del aire inmóvil, tórrido y aromático.

La puerta principal volvió a abrirse. La avinagrada dijo:

—Por aquí.

Entré. La habitación que había tras la puerta era grande y cuadrada, estaba a un nivel más bajo, era fresca, y tenía la atmósfera tranquila de una capilla funeraria y hasta un olor parecido. Tapices en las rugosas paredes blancas de estuco, rejas de hierro que imitaban balcones en las altas ventanas laterales, sillas de madera tallada con asientos de felpa y respaldos tapizados con borlas doradas y deslustradas colgando a los lados. Al fondo, una vidriera de colores del tamaño de una pista de tenis. Debajo, una puerta doble acristalada, con cortinas. Una habitación vieja, anticuada, conservadora, pulcra y triste. Daba la impresión de que nadie se había sentado nunca en ella y de que a nadie le apetecería jamás. Mesas de mármol y patas retorcidas, relojes dorados, figuritas de mármol de dos colores. Un montón de quincalla, a la que se tardaría una semana en quitarle el polvo. Un montón de dinero, y además malgastado. Treinta años antes, en la ciudad próspera, provinciana y discreta que era entonces Pasadena, debía de haber parecido toda una señora habitación.

La dejamos atrás, recorrimos un pasillo, y al cabo de un rato la avinagrada abrió una puerta y me hizo un gesto para que entrara.

—El señor Marlowe —anunció desde la abertura con voz desagradable y se marchó rechinando los dientes.

La ventana alta – Raymond Chandler

Raymond Chandler. Fue un escritor de novela policíaca estadounidense nacido en Chicago el 23 de julio de 1888 y fallecido en La Jolla, California, el 26 de marzo de 1959.

Chandler está considerado uno de los grandes representantes de la novela negra, su personaje recurrente, Philip Marlowe, es uno de los detectives privados más conocidos de la literatura (y debido a sus múltiples adaptaciones a la gran pantalla, también del cine).

Tras el divorcio de sus padres se crió con su madre en Inglaterra, y asistió al Dunwich College de Londres, si bien parte de su educación también transcurrió en Alemania y en Francia. Tras una breve experiencia como funcionario del gobierno británico, se dedicó al periodismo, colaborando con publicaciones como el London Daily Express y la Bristol Western Gazette.

Antes de volver a Estados Unidos en 1912 ya había publicado 27 poemas y su primer relato: The Rose Leaf Romance. Tras titularse como contable, se alistó en las Fuerzas Expedicionarias Canadienses para luchar en Francia en la Primera Guerra Mundial.

Terminada la guerra, se casó con Cissy Hurlburt, 18 años mayor que él, y se dedicó de lleno a la escritura de relatos pulp, desarrollando un estilo propio que se diferenciaba de otros escritores del género negro.

Chandler no publicó su primera novela hasta los 51 años, y posteriormente se dedicó también al guión para adaptar sus propias obras al cine. Tras la muerte de su esposa, y aunque tuvo otras amantes, cayó en una depresión y empeoró su condición de alcohólico, falleciendo finalmente en 1959.

De entre su obra habría que destacar títulos como El sueño eterno, La dama del lago o El largo adiós, sin olvidar su labor en guiones como Perdición, La dalia azul o Extraños en un tren.