Largo pétalo de mar

Resumen del libro: "Largo pétalo de mar" de

Largo pétalo de mar es una novela de la escritora chilena Isabel Allende, publicada en 2019. La obra narra la historia de dos jóvenes que huyen de la guerra civil española y se embarcan en el Winnipeg, un barco fletado por el poeta Pablo Neruda, que los lleva a Chile, el «largo pétalo de mar» del título. Allí, tendrán que enfrentarse a los desafíos de una nueva vida, marcada por el amor, la amistad, la política y el exilio.

La novela es un homenaje a los miles de refugiados que llegaron a Chile en el siglo XX, y también una reflexión sobre la identidad, la memoria y la pertenencia. Allende combina hechos históricos con personajes ficticios, creando una trama apasionante y emotiva que atrapa al lector desde la primera página. El estilo de la autora es fluido y elegante, con un lenguaje rico y evocador que recrea las distintas épocas y escenarios de la novela.

Largo pétalo de mar es una obra que invita a viajar por la historia y la geografía de dos países hermanos, España y Chile, y a conocer las vidas de unos personajes inolvidables que luchan por su libertad y su felicidad. Es una novela que habla de la esperanza, el amor y la resistencia ante las adversidades. Es una novela que merece ser leída y disfrutada por todos los amantes de la buena literatura.

Libro Impreso EPUB Audiolibro

A mi hermano Juan Allende,
a Víctor Pey Casado y a otros
navegantes de la esperanza

… extranjeros, esta es,
esta es mi patria,
aquí nací y aquí viven mis sueños.

PABLO NERUDA,
«Regreso»,
Navegaciones y regresos

PRIMERA PARTE

Guerra y éxodo

I

1938

Prepararse, muchachos,
para otra vez matar, morir de nuevo
y cubrir con flores la sangre.

PABLO NERUDA,
«Sangrienta fue toda tierra del hombre»,
El mar y las campanas

El soldadito era de la Quinta del Biberón, la leva de niños reclutados cuando ya no quedaban hombres jóvenes ni viejos para la guerra. Víctor Dalmau lo recibió junto a otros heridos que sacaron del vagón de carga sin mucha consideración, porque había prisa, y tendieron como leños en esterillas sobre el piso de cemento y piedra de la estación del Norte, en espera de otros vehículos para llevarlos a los centros hospitalarios del Ejército del Este. Estaba inerte, con la expresión tranquila de quien ha visto a los ángeles y ya nada teme. Quién sabe cuántos días llevaba zarandeado de una camilla a otra, de una posta de campaña a otra, de una ambulancia a otra, hasta llegar a Cataluña en ese tren. En la estación, varios médicos, sanitarios y enfermeras recibían a los soldados, mandaban de inmediato a los más graves al hospital y clasificaban al resto según dónde estaban heridos —grupo A los brazos, B las piernas, C la cabeza, y así seguía el alfabeto— y los enviaban con un cartel al cuello al lugar correspondiente. Los heridos llegaban por centenares; había que diagnosticar y decidir en cuestión de minutos, pero el tumulto y la confusión eran sólo aparentes. Nadie quedaba sin atención, nadie se perdía. Los de cirugía iban al antiguo edificio de Sant Andreu en Manresa, los que requerían tratamiento se mandaban a otros centros y a algunos más valía dejarlos donde estaban, porque nada se podía hacer para salvarlos. Las voluntarias les mojaban los labios, les hablaban bajito y los acunaban como si fueran sus hijos, sabiendo que en otra parte habría otra mujer sosteniendo a su hijo o a su hermano. Más tarde los camilleros se los llevarían al depósito de cadáveres. El soldadito tenía un agujero en el pecho y el médico, después de examinarlo someramente sin encontrarle el pulso, determinó que estaba más allá de cualquier socorro, que ya no necesitaba morfina ni consuelo. En el frente le habían tapado la herida con un trapo, se la habían protegido con un plato de latón invertido para evitar el roce y le habían envuelto el torso con un vendaje, pero de eso hacía varias horas o varios días o varios trenes, imposible saberlo.

Dalmau estaba allí para secundar a los médicos; su deber era obedecer la orden de dejar al chico y dedicarse al siguiente, pero pensó que si ese niño había sobrevivido a la conmoción, la hemorragia y el traslado para llegar hasta ese andén de la estación, debía de tener muchas ganas de vivir y era una lástima que se hubiera rendido ante la muerte en el último momento. Retiró cuidadosamente los trapos y comprobó asombrado que la herida estaba abierta y tan limpia como si se la hubieran pintado en el pecho. No pudo explicarse cómo destrozó el impacto las costillas y parte del esternón sin pulverizar el corazón. En los casi tres años de práctica en la Guerra Civil de España, primero en los frentes de Madrid y Teruel, y después en el hospital de evacuación, en Manresa, Víctor Dalmau creía haber visto de todo y haberse inmunizado contra el sufrimiento ajeno, pero nunca había visto un corazón vivo. Fascinado, presenció los últimos latidos, cada vez más lentos y esporádicos, hasta que se detuvieron del todo y el soldadito terminó de expirar sin un suspiro. Por un breve instante Dalmau se quedó inmóvil, contemplando el hueco rojo donde ya nada latía. Entre todos los recuerdos de la guerra, ese sería el más pertinaz y recurrente: aquel niño de quince o dieciséis años, todavía imberbe, sucio de batalla y de sangre seca, tendido en una esterilla con el corazón al aire. Nunca pudo explicarse por qué introdujo tres dedos de la mano derecha en la espantosa herida, rodeó el órgano y apretó varias veces, rítmicamente, con la mayor calma y naturalidad, durante un tiempo imposible de recordar, tal vez treinta segundos, tal vez una eternidad. Y entonces sintió que el corazón revivía entre sus dedos, primero con un temblor casi imperceptible y pronto con vigor y regularidad.

—Chico, si no lo hubiera visto con mis propios ojos, jamás lo creería —dijo en tono solemne uno de los médicos, que se había aproximado sin que Dalmau lo percibiera.

Llamó a los camilleros de dos gritazos y les ordenó que se llevaran de inmediato al herido a toda carrera, que era un caso especial.

—¿Dónde aprendió eso? —le preguntó a Dalmau, apenas los camilleros levantaron al soldadito, que seguía de color ceniza pero con pulso.

Víctor Dalmau, hombre de pocas palabras, le informó en dos frases de que había alcanzado a estudiar tres años de medicina en Barcelona antes de irse al frente como sanitario.

—¿Dónde lo aprendió? —repitió el médico.

—En ninguna parte, pero pensé que no había nada que perder…

—Veo que cojea.

—Fémur izquierdo. Teruel. Está sanando.

—Bien. Desde ahora va a trabajar conmigo, aquí está perdiendo el tiempo. ¿Cómo se llama?

—Víctor Dalmau, camarada.

—Nada de camarada conmigo. A mí me trata de doctor y no se le ocurra tutearme. ¿Estamos?

—Estamos, doctor. Que sea recíproco. Puede llamarme señor Dalmau, pero les va a sentar como un tiro a los otros camaradas.

El médico sonrió entre dientes. Al día siguiente Dalmau comenzó a entrenarse en el oficio que determinaría su suerte.

Largo pétalo de mar: Isabel Allende

Isabel Allende. Escritora chilena, nació en una familia de diplomáticos , siendo su padre embajador de Chile en Perú, debido a esto creció y estudió en países como Perú, Bolivia, Líbano o Chile, recibiendo educación privada de gran calidad en colegios estadounidenses.

Establecida en un primer momento en Santiago de Chile, Allende trabajó como periodista para revistas infantiles o para mujeres, posteriormente trabajó en la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), lo que la llevó a pasar largas temporadas en Europa. Se casó en los años 60 con Miguel Frías, con el cual tuvo dos hijos; una hija llamada Paula, en la que está inspirada su obra más sentimental y personal Paula tras su muerte, y años más tarde un segundo hijo, Nicolás. Tras el golpe de estado en Chile a principio de los años setenta, Allende se exilió primero a Venezuela, donde trabajó en el diario El Nacional de Caracas y publicó su primera obra La casa de los espíritus, y más tarde a Estados Unidos, donde reside en la actualidad junto a su segundo marido.

Allende compaginó su trabajo como periodista mientras estaba en el exilio en Venezuela con la escritura de su primera novela, La casa de los espíritus, obra que se convirtió en todo un fenómeno internacional y que fue llevada al cine en 1993 y al teatro. A partir de ese momento, decidió dedicarse por completo a la literatura, desarrollando una notable carrera que continúa hoy en día.

Es una de las escritoras en lengua española más leídas de todos los tiempos y ha publicado tanto novela como cuentos infantiles o teatro. Gran parte de su obra se cataloga dentro del realismo mágico, aunque también se ha adentrado en la novela policial o histórica. Su lenguaje es sencillo, claro y pleno de contenido, y con un marcado acento feminista.

A lo largo de su carrera ha vendido millones de copias de sus libros, con traducciones a multitud de idiomas. De entre su obra cabría destacar títulos como La casa de los espíritus, Inés del alma mía, La isla bajo el mar o El amante japonés.

Ha obtenido numerosos galardones por sus obras, como por ejemplo el Premio Nacional de Literatura de Chile en 2010.